El interés por los retratos biográficos liberales de la educación, con vigencia en la educación argentina, pone hoy el foco, por conmemorarse próximamente la fecha de su entrada a la “inmortalidad”, a Don José de San Martín.
En estas breves páginas quisiera abrir una reflexión con los lectores, en función de la construcción de la figura del General San Martín (1770-1850) y el relato que tramita en la primera escolaridad de estudiantes que reciben un “prócer”, como el indiscutido “Padre de la Patria”, trasmitido por los saberes históricos relevantes, en las escuelas que hoy habitamos, y cuyo origen es posible de rastrear. Toda narrativa instalada es una construcción y tiene una génesis. Y derivado de lo anterior, los mitos fundacionales poseen tramas ideológicas de legitimación. Dicho esto, se vuelve a San Martín y a su recepción.
En el origen de la consolidación del relato fundacional patriótico establecido hacia el Centenario de la Revolución de Mayo, este fue diseñado e instaurado por el Consejo Nacional de Educación bajo la órbita de la presidencia del organismo educativo, del médico José María Ramos Mejía.
Uniendo estas dos cuestiones es posible visualizar que el San Martín enseñado ha perdido al entrar al frío del mármol y los retratos que invaden los manuales escolares, los atributos de una personalidad que fue de alguna manera destituida de su humanidad y convertido en un héroe difícil de alcanzar. Si bien los revisionismos históricos han fungido en la valiosa tarea de restituirle vida a la vida de santoral patriótico diseñado con el único objetivo de diseñar a los ciudadanos de la Argentina cosmopolita del novecientos, fruto de la inmigración masiva de las décadas del ’60 y ’70, la que continuó, y su descendencia.
Si bien la educación cumple una función política como nos lo recordaba el maestro Juan Carlos Tedesco, para el caso de este relato, fue organizado y formulado con la finalidad de legitimar al círculo dirigente liberal como únicos gobernantes de la Argentina. Por ello, la naturalización de la historia asimilando la religión estatal a un credo que convierte a San Martín como el Santo de la Espada, es la pista para empezar a desandar la ideología que lo entrama y el riesgo de perder al sujeto de su tiempo en toda su riqueza.
Este relato primigenio inicia con su biógrafo, Mitre, quien lo ubica como el conductor de la emancipación de Sud América; ahora bien, traducido en los festejos del Centenario, y en su ciclo, el San Martín del bronce tendrá rasgos de educador, promoviendo el modelo lancasteriano, repleto de laureles al cruzar Los Andes y envejecido dejando sus máximas para la posteridad.
Compartiendo el panteón liberal cual santoral patriótico, se ubicará como el “Padre de la Patria”, junto a Belgrano “creador de la Bandera», “Alberdi y la Constitución”, Sarmiento, “el maestro de los maestros”, etc.
El problema es que esta pacificación lo une a Rivadavia, y además desconoce que este linaje es el que lo persigue y provoca que San Martín deba dejar la tierra que lo vio nacer y lo lleve a un destierro hasta su muerte.
Su sable corvo como ícono de sus batallas, le fue legado, testamento mediante, al General Don Manuel de Rosas, como reconocimiento a la colaboración con su lucha por la independencia de Sud América. Por su posicionamiento antirrosista, el círculo dirigente del ‘900 va a omitir de la historia esta amistad y admiración sostenida, océano mediante.
El San Martín producido y reproducido en actos escolares y demás evocaciones, salvo excepciones, se asemeja más al relato liberal reproducido en las escuelas, que a la reivindicación de su legado.
Como pista de esta naturalización, el nombre “Libertador” de las calles, plazas y escuelas, ha perdido la significación de su remisión inmediata a la figura del prócer delineado. La simbología tiene que recuperar las historias de quienes forjaron la Nación y es parte de la identidad su empleo en la moneda, en los nombres de lugares e instituciones, lo que no significa que su memoria se constituya más como una ficción literaria que como la historia de la Argentina y su pueblo, una nación que en el Centenario le dio la espalda a la Patria Grande y miró al viejo continente.
Entonces y solamente para dejar estas pistas para seguir pensando, San Martín debe recuperar su vitalidad, defectos, virtudes, acciones de gobierno controvertidas, recobrando a quien soñara, como Bolívar, con la grandeza de esa Patria Grande, tan grande como los ideales de pensar los pueblos latinoamericanos unidos y soberanos.
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