Hace muy poco se presentó el trabajo Desigualdades ocupacionales en el trabajo artístico y cultural, investigación llevada a cabo por un equipo de 65 investigadoras e investigadores de 9 universidades públicas dirigidos por Karina Mauro, doctora en Historia y Teoría de las Artes e investigadora del CONICET. “Dirijo un grupo de estudios interdisciplinarios sobre trabajo y artes desde 2014 —comenta Mauro—, y nuestra pregunta inicial fue siempre cuáles eran las condiciones laborales de los artistas y también pensar en clave de relaciones de producción en el mundo del arte y la cultura, a partir del reconocimiento de que en el mundo del arte y la cultura existen el capital y el trabajo, y que esa relación puede incluir explotación. Pero siempre nuestro trabajo se veía muy limitado porque no había indicadores. En la pandemia muchos artistas performativos salieron a decir ‘Vivimos de nuestro trabajo’: ahí se tornó evidente que el Estado quería brindar ayuda, pero que esa ayuda se veía dificultada porque ni siquiera el Estado tenía datos de quiénes eran los artistas. Entonces, decidimos construir los datos”.
¿Cómo se planificó el trabajo?
Hicimos ocho relevamientos: dos de carácter nacional a músicos y escritores, y seis relevamientos a dueños de sala, actores y actrices de teatro independiente de la ciudad de Buenos Aires, La Plata y San Miguel de Tucumán. Tenemos en total 2661 respuestas: 866 de escritores, 1115 de músicos, de 500 a 600 de actores y actrices y de alrededor de 100 dueños de sala.
¿Cuándo se hicieron las encuestas?
Las de gestores de sala de CABA y Tucumán se hicieron en 2023, y el resto durante 2024. Fue muy difícil medir ingresos en ese contexto porque el valor de la moneda cambiaba constantemente. Entonces se tomó como referencia la cantidad de salarios mínimos, pero la verdad es que siempre es muy difícil medir ingresos en este país. Igual llegamos a un panorama bastante interesante para continuar la discusión, porque esto es un trabajo que hicimos para tener datos para continuar el debate. No es un final, sino un inicio.
¿Cuáles fueron los hallazgos más asombrosos?
Hubo cosas que ya teníamos como hipótesis. Primero, la multiactividad: gente que se dedica al arte como segunda, tercera o cuarta ocupación, que combina el desempeño de tareas artísticas con tareas fundamentalmente de docencia artística y otras no vinculadas con lo artístico de ningún modo, y que de esa manera construyen sus ingresos. En ciertos sentidos, el sistema artístico se sostiene por los recursos que la gente desvía de otro lado para poner en el arte. Otra cosa muy sorprendente es el nivel de formación, altísimo en todas las personas encuestadas, con formación superior completa o incompleta en más del 90%, mucho más que la media nacional. La formación informal de arte también tiene un peso importantísimo.
¿En alguna actividad encontraron que era mayor este mix de tareas?
No hubo diferencias entre las disciplinas, y eso también nos sorprendió. En el caso de la multiactividad están todos más o menos igual. De hecho, aproximadamente un 30% del total puede dedicarse solo a la actividad artística, que es un número bastante bajo. Otra cosa sorprendente en todas las disciplinas es el nivel de ingresos por todas las actividades, que es muy bajo: está por debajo de los cuatro salarios mínimos, incluso por debajo de los dos. Con los resultados nos queda pendiente establecer algunos cruces un poco más complejos, como el vínculo entre esos niveles de ingreso tan bajos, por ejemplo con la propiedad de la vivienda, o los servicios de salud utilizados. Pero en general los ingresos son bajos y la representatividad que tienen las tareas artísticas en esos ingresos es bajísima, incluso en el caso de los músicos con los derechos de autor y los derechos conexos: las liquidaciones son tan bajas que ni siquiera se enteran de cuánto les liquidan.
En esta “despreocupación” por los derechos, ¿pueden influir las características de la gente que se dedica al arte?
Cuando uno pregunta por las dificultades para dedicarse a tareas artísticas, la respuesta por el tema del dinero es muy baja. ¿Dónde aparece la preocupación? En la falta de tiempo. ¿Y por qué falta tiempo? Porque hay que dedicarse a muchos otros trabajos. Entonces, indirectamente el tema económico aparece, pero todavía sigue siendo difícil que la gente con dedicaciones artísticas se identifique como un trabajador. Hay otros discursos que están ahí operando, que tienen mucho que ver con la ideología del arte independiente y retardan un poco esa toma de conciencia de que “yo genero recursos materiales y simbólicos que a algún lado están yendo”. También hay una cuestión culposa del placer: “el trabajo no debe dar placer, debe ser un sacrificio”. Todavía hay un trabajo muy grande por hacer.
Con respecto a los gestores de salas independientes, ¿las relaciones con los trabajadores son diferentes de las del mundo comercial, o las reproducen?
Siempre son diferentes por la escala de la que estamos hablando: los montos de ingresos de ganancia y de circulación de capital a veces ni siquiera alcanzan a un salario mínimo. Pero aún así, hay diferencias entre una persona que ejerce la dueñidad de un medio de producción y un trabajador que no la tiene: por ejemplo, la gestión de una sala implica la posibilidad de tener un espacio para ensayar los proyectos propios sin pagar alquiler, o dar clase, o de que ese espacio esté subsidiado; incluso la posibilidad de vivir en la sala. Estas cuatro cuestiones no están disponibles para los trabajadores, que deben alquilar la sala para dar clase, para ensayar o para montar su propia obra. Esa es una diferencia, aunque los montos sean exiguos o simbólicos.
En este momento, ¿hay expectativas de que se valorice el tema cultural y artístico?
Es un momento difícil para el mundo del trabajo en general, no solo acá: la crisis del trabajo corresponde a una fase del capitalismo. Los artistas hace mucho tiempo que tienen trabajo precario, multiactividad, baja remuneración o ausencia de remuneración, necesidad de autogestionar sus proyectos: ese famoso “emprendedurismo” que ahora se ha puesto tan de moda. Quizás sea un buen momento para que esa condición hermane a todos los trabajadores que se encuentran en esa situación. De todos modos creo que falta mucho para que la mayor parte de la sociedad tome conciencia de lo malo del trabajo autónomo, porque todavía circula mucho el discurso de que es más libre, que tiene solo beneficios, y no tiene los perjuicios de la inseguridad y la incertidumbre permanentes.
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