El 9 de julio de 1816 evoca una jornada en la que un grupo de representantes de las Provincias Unidas confirmó en el Congreso de Tucumán su intención de finalizar con siglos de colonialismo español y de toda otra forma de dominación extranjera.
Hoy, a 200 años de este hecho, resultan de interés los vaivenes en la construcción del conocimiento científico durante este proceso y cuáles fueron sus diálogos con las naciones que conforman la Patria Grande. Y para ello, conversamos con Cristina Ambrosini (C.A.) y con Andrés Mombrú (A.M), directora y coordinador académico de la Maestría en Investigación Científica de la UNLa.
-En el contexto del Bicentenario de la Independencia, ¿cuáles son los avances en la emancipación de los marcos teóricos vinculados a la construcción del pensamiento científico?
-C.A.: Nuestra tradición como nación es emancipatoria, somos el resultado de una ruptura con los valores del colonialismo para construir valores de autonomía. Pero esa autonomía de 1810-1816 tiene otro significado de la de hoy. Porque toda conquista consolida y cristaliza nuevas formas de dominación y no hay una emancipación de una vez y para siempre. Pero en síntesis, encontramos valores importantes tales como autonomía, igualdad y compromiso social. Por su parte, el conocimiento científico tiene ciertos cánones que están ligados a la tradición positivista. El positivismo fue una toma de posición que en el siglo XIX resultó rupturista, porque se impuso a los cánones de la Iglesia y la escolástica. Y posibilitó la idea de la convalidación del conocimiento como un derecho universal. Eso dio pie al surgimiento de nuestras instituciones de enseñanza, que tomaron como objetivo la inclusión del mayor número de ciudadanos. Posibilitó también la democratización del saber, pero en los cánones de su época. Visto a la distancia, podemos decir que fue elitista y de hecho, no logró ese ideal universal.
-El positivismo como tradición, ¿es un legado con el que hay que romper?
-Hoy lo criticable de ese modelo es que sigue reproduciendo la idea de la neutralidad valorativa del conocimiento. Para este pensamiento hay que fomentar la tecnocracia, la especialización y que los especialistas no se impliquen en ninguna otra cosa. Como si tuviesen que mantenerse como en un reservorio incontaminado, con un prurito de limpieza que aún subsiste con la imagen del guardapolvo blanco del científico. En la actualidad estas ideas resultan peligrosas, porque ese discurso resulta fácilmente instrumentalizado por el neoliberalismo. Seguir reproduciendo la idea de la neutralidad del conocimiento resulta contraproducente. Nuestra labor es que los alumnos se comprometan con los valores que están por detrás de la producción del conocimiento. Y esto tiene que ver con reconocer cuáles son las demandas de la región y de quiénes con sus impuestos aportan para que estos saberes se produzcan. Porque la ciencia en la Argentina se hace con plata del Estado y la sociedad.
-En la academia y entre los intelectuales, ¿existe la preocupación por intervenir en los problemas argentinos y de la región?
-C.A.: En los últimos años creció la conciencia de que efectivamente la Universidad no puede quedar enclaustrada en sus logros académicos y de espaldas a lo que sucede a su alrededor. Este fue un debate fuerte hace treinta años y hoy está hasta cierto punto superado. Pero ojo, porque cuando uno hila fino, se filtran estos presupuestos cientificistas que consideran que la ciencia tiene una problemática propia y que no tiene que contaminarse. Hay una región que es inexpugnable y es el reducto de los productores de este tipo de conocimiento. Pero para nosotros esto es al revés, es necesario salir de ese enclaustramiento y entrar en contacto con la sociedad, con sus problemáticas y la región.
-¿Cómo deben aportar las universidades para la consolidación de un proyecto nacional y latinoamericano emancipador?
-CA: Un aporte importante es retomar la idea de que las naciones latinoamericanas son plurinacionales, como ya lo han reconocido Bolivia y Ecuador. Nosotros todavía seguimos dominados por la idea de que tenemos una identidad y que hay que preservarla. Eso ya es un obstáculo para entendernos como latinoamericanos, porque en nuestra región no hay una identidad, sino muchas. Y todas ellas tienen algo que aportar. Por ejemplo, somos cómplices de un conocimiento que hace un uso depredatorio de la naturaleza. Devenidos en apropiadores, nos vinculamos con ella como si fuera un insumo disponible para hacerla rentable, a pesar de que gran parte de nuestros problemas tienen que ver con eso. Como parte de la cultura latinoamericana deberíamos tener una mirada más abierta hacia los valores de las culturas originarias, porque ahí hay un saber hacer cosas que en nuestros modos no se contempla, y que pueden enriquecernos. Y la noción de que la ciencia occidental es la mejor forma de conocimiento, es un prejuicio y un etnocentrismo que hay que revisar. Esto implica repensar desde lo que consideramos sano hasta la relación con la muerte y el vínculo con los animales, entre otras cosas.
-¿Qué legado nos deja Oscar Varsavsky?
-A.M.: Nuestra línea como investigadores es la de Varsasky y la idea de que la ciencia debe ser comprendida y social. Los enunciados teóricos de este autor datan de la Argentina de los años ‘70 y podemos vincularlos a una polémica que sostuvo con Gregorio Klimovsky. Este debate histórico representó no solo dos concepciones epistemológicas, una rupturista, otra tradicionalista, una vinculada al cientificismo y la otra al anti-cientificismo, sino también dos proyectos políticos diferentes de país.
-¿Cómo se vinculan esos valores con la Universidad?
-A.M: Hay que revisar la actividad científica y académica en la Universidad. De qué modo se apuesta a determinadas transformaciones o se reproducen ciertos órdenes. Reproducir una ciencia concentrada y elitista conserva esta idea que tienen algunos del derrame, que es equivalente a decir “Aquí está la ciencia y los hombres de ciencia que no son egoístas, sino que piensan que la ciencia debe derramar hacia la sociedad”. Pero aparecen otros enfoques que rompen con esta idea y nosotros nos sentimos parte de ellos. Porque no es que los científicos otorgan graciosamente al pueblo el conocimiento para que este lo utilice en su beneficio, sino que todos juntos contribuyen a esa producción de conocimiento. Hacer difusión científica no es lo mismo que hacer ciencia socialmente. Es necesario que la producción de conocimiento sea interdisciplinaria y esto tiene que ver no con asistir con resultados, sino con pensar en la producción conjunta de conocimiento. Y para esto hace falta una integración entre las distintas ciencias, pero también entre las ciencias y otros actores sociales y de la comunidad.
-C.A.: Hay ámbitos que están todavía anquilosados. La UNLa, por ejemplo, es una universidad que tiene como rasgo la ruptura del enclaustramiento, por eso define a su currícula de acuerdo con los problemas de la comunidad. Y esto es muy explícito. Pero en otras instituciones educativas este es un tema. Se da un aislamiento y están bastante fosilizadas. Los cambios cuestan mucho porque los engranajes están muy institucionalizados. Es difícil mover ese mecanismo y a veces lo que venía queda como inercia. Hay carreras cuyas currículas y estructuras son muy difíciles de conmover.
-En el avance por una ciencia social y comprometida, ¿cuáles son los desafíos que hay que atravesar?
-A.M.: Los nuevos desafíos tienen que ver con resistir a nuevas formas de dominación, y esto se da también en el campo de la construcción científica. Varsavsky hablaba del peligro de los dinosaurios, y se refería a esa gente que forma parte del campo científico, pero que piensa en relación a otro contexto y a otros parámetros. Varsavsky lo que plantea es justamente la necesidad de la politización de la ciencia, esta idea anticolonialista que implica que nuestros problemas requieren una atención especial por nosotros mismos. Tenemos que resolverlos nosotros porque somos los mejores conocedores de nuestra realidad. Entonces allí aparece la idea de una ciencia emancipatoria y profundamente politizada. Porque, como bien decía Varsavsky, la ciencia no produce todo tipo de conocimiento, sino el conocimiento que el sistema le impulsa a producir. Entonces la pregunta es: ¿en qué sistema está la ciencia hoy? Por eso la lucha por el conocimiento y la difusión del conocimiento no puede ser distinta de la lucha por un tipo de sociedad. Esta disputa entre la ciencia autónoma, social y comprometida y la ciencia especializada y vinculada al derrame, nosotros la vemos como un problema en el cual buscamos intervenir.
-¿Y cómo intervienen?
-A.M: Un aporte en esta línea fue el IV Congreso Internacional de Epistemología y Metodología que se realizó en el mes de mayo en la UNLa, cuyo nombre fue: “Tradiciones y rupturas. El escenario argentino e iberoamericano”. Para el encuentro invitamos a dos bastiones que tienen como tema reflexionar sobre las políticas científicas: Javier Echeverría, filósofo vasco, y Ricardo Gómez, un argentino que emigró a fines de los ´70 a los Estados Unidos. Sus temas de estudio tienen que ver con una concepción de la ciencia como una actividad politizada y que construye valores. Y que estos valores a su vez deben ser constantemente revisados y cuestionados, porque esto forma parte de la epistemología. Y es algo que tiene que estar en la formación de todo científico, estar formado en la idea de que hay una dimensión social de lo que hace y que él es responsable de esa actividad. Se retomó en el encuentro la noción de una ciencia responsable y se discutió con la idea de la ciencia neutral. Por lo que pudimos recabar de los resultados del Congreso, todos los participantes quedaron muy contentos. Se encontraron con un abordaje distinto y con un discurso innovador, a pesar de que estas ideas tienen sus antecedentes claros.
-C.A.: En la Maestría en Investigación Científica hay una fuerte identidad que nos dejó Ester Díaz que tiene que ver con pensadores que han sido en su momento muy rupturistas como Friedrich Nietzsche o Michel Foucault. Ambos tienen esta idea de la historicidad y la temporalidad donde reconocer la identidad tiene que ver con asumir lo que somos. Como hemos sido construidos y subjetivados, a partir de ese reconocimiento entonces sí poder pensar en ser otra cosa, pero a partir de lo que somos.
-¿Y cuál sería ese horizonte?
-A.M.: La independencia tuvo que ver con la lucha por otras formas de inclusión y de reconocimiento de sectores que el colonialismo marginaba, como mestizos y criollos. Después el Centenario marca otras formas de colonialismo de las cuales también se plantea la emancipación. Y las luchas de los pueblos son luchas que tienen que ver con esas emancipaciones, que implican diferentes tipos de inclusiones. Para pensar en los horizontes, hoy las inclusiones tienen que ver, ya no por el reconocimiento de que un mestizo puede tener los mismos derechos que un blanco, sino que alguien que es un actor social y no un productor científico, sea parte activa de la producción social que incluye también la ciencia. No que la ciencia le dé, sino que él está presente en esa conformación. En el Congreso se profundizó mucho sobre estos temas. De hecho una de las ponencias que tuvimos fue de una geógrafa, Nélida Costa Pereira. Ella planteaba allí que todas las temáticas que desarrollan en la Universidad Nacional de Luján están vinculadas al territorio y que la desarrollan con los actores que están en el territorio. Esto tiene que ver con la dimensión inclusiva que necesitamos y que muchas veces hace cortocircuito dentro de las propias universidades.
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