Estimados colegas del jurado y amigos de la Secretaría Ejecutiva del Tribunal, del Movimiento de los Trabajadores, Sin Tierra, del Frente Brasil Popular y del Frente Juristas para la Democracia.
Tiene usted toda la razón, estimado Presidente Tavares: argentinos y brasileros, somos desde siempre hermanos de dos provincias de la Patria Grande, de la Patria Grande que espera mucho de todos nosotros, que estamos viviendo un momento histórico de gran dificultad. En el cual, a la suma de todos los problemas que tenemos se añade uno muy importante que quiero subrayar dándole todo el relieve que tiene este Tribunal, este ejercicio de pedagogía colectiva, diría Paulo Freire, de “emancipación”, de “libertad”, que es hacer memoria de nuestra historia; el traspaso, el trasvase histórico entre los que tenemos los cabellos blancos y los que todavía tienen el futuro por delante, los jóvenes, tanto los que se encuentran aquí presentes como los que están en todas las calles de Brasil apoyando a la Presidenta Dilma.
Nosotros tenemos que juntar las fuerzas positivas de la crítica que aprendimos del pasado con una prefiguración histórica del futuro, que hay que vivir con fuerza si no, no lo vamos a ver nunca; el futuro es hoy. Y el hoy del futuro comienza, como en su magnífica intervención de ayer dijo el colega Gerardo Prado, en una revisión y asunción histórica de donde venimos: venimos de tradiciones antidemocráticas muy arraigadas y todavía fuertes, debido al poder secular del despotismo político y del despotismo económico en nuestras sociedades, y la colonialidad de nuestras culturas dominantes. Tradiciones, respecto al menoscabo y a la violación de los derechos fundamentales, y a las políticas, antiliberales y anti-igualitarias, elitistas y manipuladoras (como son los medios de comunicación de las corporaciones transnacionales), que se han encarnado, a lo largo y ancho de todo Occidente, en sucesivas metamorfosis y epifanías en estos terribles años (después de la crisis de 2008) de “financiarización” planetaria, de despotismo de los mercados y de privatización de los bienes comunes. Efecto combinado de las economías que, a pesar de que con desvergonzada ironía se (auto) definen como “neo-liberales”, no hacen sino negar mundialmente derechos de libertad y de igualdad a los individuos y a los pueblos. En efecto, observamos todos los días cómo tanta más libertad, indiscriminada y concentrada, tienen los poderes económicos en el control monopólico de los mercados globales, tanto más se convierte en falta de libertad para los ciudadanos, porque los jurídicamente menos poderosos, no logran defender los derechos fundamentales, relegados a la siempre más cómplice e impotente “protección” de los Estados.
Retomando las palabras del colega Gerardo Prado, en el caso de Brasil, venimos de la constitución de 1824, de la historia del siglo XIX y XX, de las luchas por la democracia que han costado mártires y esfuerzos infinitos a nuestros pueblos. Entonces, la tarea de este encuentro, la mía como jurado y la de todos mis colegas, es tratar de entender desde vertientes diferentes, desde puntos de vista distintos, algo que es fundamental, y es la construcción histórica de la democracia. La democracia no es una fórmula, las Constituciones son momentos históricos en los cuales algunos paradigmas jurídicos se escriben y los pueblos los establecen como reglas; la regla de la democracia es su extensión, la utopía concreta de verificarla con la posibilidad de extenderla y no de restringirla. No seamos desprevenidos, quienes conocemos la experiencia internacional de Nuestra América sabemos bien los límites que el presidencialismo oligárquico latinoamericano ha manifestado a lo largo de nuestra historia bicentenaria, que ha evidenciado cómo la democracia, el ejercicio conjunto de la libertad y de la justicia, de la igualdad, no siempre fueron posibles por la acción dominante de “presidentes fuertes”, militares o civiles.
Sin embargo -vaya paradoja, aquí y ahora no estamos asistiendo a una crítica del presidencialismo como institución- este pseudoproceso mediático-político es un ataque directo a las políticas progresistas, sociales y culturales, para cuya realización y consolidación había ganado las elecciones de 2015 la compañera Rousseff. Es evidente la maniobra de retroguardia que significa el impeachment iniciado por las autoridades del parlamento brasilero con el fin de interrumpir un proceso histórico que se había confirmado electoralmente en las últimas elecciones. Yo estaba en Florianópolis la noche de la victoria de la Presidenta Dilma, participando de un Congreso Internacional sobre Derechos Humanos organizado por Paulo Abrão, Presidente de la Comisión de Amnistía, y el Instituto de Pesquisas. Fui testigo de la indignación de la derecha derrotada de Florianópolis, porque habían perdido las elecciones, y esa misma noche del 26 salieron a las calles a pedir que no gobierne Dilma, “vamos a impedir que gobierne”. Desde ese momento hemos presenciado una aplicación terrorista del fundamentalismo político, alimentado sistemáticamente por las corporaciones mediáticas y la “telepolítica”.
Entonces, ¿qué debe decir el Tribunal? Por lo menos, mi voto es a favor de la democracia, de no interrumpir el proceso histórico. Nosotros vivimos la tragedia de los Tribunales Russelll, el segundo de manera especial, que se hizo sobre Brasil y sobre Chile, porque se interrumpió manu militari el proceso histórico de difícil crecimiento que estaba viviendo Brasil en ese momento, y aún más avanzado y difícil que estaba viviendo Chile. Nosotros debemos conservar el orden constitucional, y poner mano, en ocasión de esta gran dificultad que estamos viviendo, a un proceso constituyente-instituyente que mejore nuestras fórmulas constitucionales de implante decimonónico, de implante viejo, que no entienden ni las razones de los movimientos sociales, ni las nuevas exigencias de los nuevos derechos de segunda, tercera o cuarta generación, como diría Bobbio, quien también siempre nos alertó acerca de las “promesas incumplidas de la democracia”. Desde Chile a Perú, desde Colombia a Uruguay, en diferentes contextos históricos, nos encontramos frente a un proceso que, al igual que el profesor Raúl Zaffaroni, denomino de “refundación institucional”, para la extensión y profundización de la democracia participativa y de la afirmación indivisible de sus garantías para los pueblos y los individuos, que son los sujetos mismos de los derechos. Por ende, este proceso constituyente, y la lucha que estamos llevando a cabo para la continuidad constitucional de Brasil, hay que inscribirlo en un proceso instituyente-constituyente nuevo que refuerce las capacidades democráticas jurídico-políticas de las instituciones de base, de los movimientos sociales, de las universidades, de la sociedad civil. Porque esta lucha entre sociedad civil y Estado, para un Estado que entienda las exigencias de la sociedad civil, es una lucha por una hegemonía cultural democrática. Hegemonía cultural democrática que, en el entendimiento de Gramsci, nos asigna a los intelectuales (juristas o militantes sociales por los derechos) un papel esencial, que debemos ejercer con paciente constancia, como “pedagogía de los vulnerables”, en la práctica cotidiana para la liberación. Prácticas institucionales desde abajo, personales y colectivas, que deben guiar –como la acción de este Tribunal nos demuestra y enseña- la conciencia política del pueblo brasilero, que debe guiar a todos los pueblos de las provincias iberoamericanas en los años difíciles que nos esperan.
También quiero hacer un recuerdo de Jean Paul Sartre, de Bertrand Russell, de Lelio Basso, con la diferencia, Sr. Presidente, de que no estamos en Estocolmo, en Copenhague, en Bruselas o en Roma. Medio siglo de combates por la democracia han permitido que ustedes, con gran coraje y fecunda inteligencia, hayan organizado este Tribunal en la propia casa brasilera como momento formador de conciencia jurídico-política autónoma pero internacionalista, consciente de los límites del individualismo masoquístitco que está guiando al mundo hoy, y de la necesidad de relanzar una concepción comunitaria, solidaria y democrática de las instituciones y de su renovación.
Cuenten colegas, amigos del jurado y todos los aquí presentes en esta jornada tan especial y emocionante para mí, con todo mi compromiso tanto hoy como después de que termine el Tribunal y también en los meses próximos para seguir trabajando por la democracia indivisible de nuestros pueblos.
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