“Es incomprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos y que la búsqueda de una identidad propia es tan ardua y sangrienta como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos solo contribuye a tornarnos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”

Gabriel García Márquez, “La soledad de América Latina”

 

Nunca había existido ni volvió a existir sorpresa más grande. Nunca se produjo semejante extrañeza, semejante sensación de estar frente a lo desconocido. El “descubrimiento” de América fue el máximo exponente del encuentro con un otro, un otro absoluto e indescifrable. El paso de los años, de los siglos no lo hizo menos increíble. “Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malabaristas, todas las criaturas de aquella realidad desaforada, tuvimos que pedir muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros fue la insuficiencia de recursos convencionales para hacer que nuestra vida fuese creíble”[1]. Así resumía García Márquez el dilema latinoamericano, que durante siglos sería observado con ojos extranjeros, extendiendo en el campo de las ideas lo que fue la colonización de Nuestra América.

Y es que al dominio territorial de estas tierras, le correspondió un tipo de colonización económico y cultural muy profundo que se extendió más allá de las independencias políticas producidas a principios del siglo XIX. El correlato de este proceso pudo hacerse visible en el desmembramiento de América Latina en múltiples débiles repúblicas y en la conformación de Estados nacionales hechos a imagen y semejanza de las necesidades de las grandes potencias mundiales. En orden de poder sostener ese dominio económico, esas mismas potencias en alianza con las oligarquías locales montaron una superestructura cultural que legitimó la posición subordinada que nos tocaba cumplir en el nuevo escenario mundial.

La continuidad del hecho colonial, entonces, nos obliga a preguntarnos sobre cuáles son las tareas pendientes para nuestra emancipación completa. Las anteojeras que portamos, algunos con más ahínco que otros, nos han hecho interpretar durante siglos la historia de nuestros pueblos con esquemas ajenos, con modelos que no se adaptan a nuestras realidades, tan “increíbles” para los moldes de pensamiento importado. Y como decía Jauretche, “si el sombrero no entra, no hay que querer cambiar la cabeza… sino cambiar de sombrero”. La posibilidad de desarrollo de una matriz autónoma de pensamiento está en el foco de esa disputa, que se enraiza en las propias tradiciones de pensamiento y de expresión de nuestro pueblo y le dan un lugar, un protagonismo, una legitimidad en la historia a los sectores populares latinoamericanos.

Un aspecto central de esa colonización cultural va a estar dado por el relato de la historia, cuya (in)comprensión es una herramienta tanto de lucha como de sometimiento. ¿Desde dónde pensamos nuestra historia? ¿Quién va a ser el sujeto de nuestro relato? ¿Serán los grandes hombres, los que recordamos con nombre y apellido? ¿Serán las elites, los que tradicionalmente han gobernado estas tierras? ¿Serán las mayorías populares, las que desde el fondo de los tiempos constituyen con su acción colectiva el motor de la historia? ¿O hablaremos de estadísticas, números, procesos deshumanizados? Responder estas preguntas nos permite poner en entredicho un relato único que se instala como verdad revelada y que no suele tener a la realidad como contrastación necesaria. La configuración de un esquema de pensamiento realmente emancipatorio es una arista más de la lucha contra una forma de colonización que no se termina cuando emergen las banderas nacionales en los fuertes de cada pueblo.

 

Grandes hombres, grandes fechas

Nuestra vida cotidiana está signada por esa historia que muchas veces desconocemos. Y no solo en el sentido profundo de la idea, sino también en la cotidianeidad del calendario, que entre feriados y efemérides nos organizan un poco el día a día. Sin embargo, no siempre esas fechas importantes convocan en nosotros una elaboración en torno a su sentido. Su repetición exacta, año tras año, rutiniza las reflexiones y convierte a cada referencia en un lugar común, un suceso inmóvil. Es que la efeméride en sí no nos dice nada. Si no hay interrogantes detrás que motoricen nuevas preguntas y vinculaciones con nuestro presente, no estaremos más que repitiendo fórmulas, mascullando consignas viejas que no se conectan con nuestro devenir.

En el ámbito escolar, este divorcio se hace profundamente evidente, con el agregado irónico de que las efemérides suelen tener en las escuelas un protagonismo sin igual. Los actos escolares se suceden, año tras año, y las frases hechas no hacen más que llenar el vacío. Nada apela a nuestra realidad, otro 12 de octubre, con docentes malabareando discursos y estudiantes repitiendo indiferencias, mientras nada cambia alrededor de esa conmemoración que tiene de oficial todo lo que tiene de acartonada. Entonces, puede suceder que estemos hablando de la independencia de nuestro pueblo, de la Patria, de los pueblos originarios y que nada sintamos al respecto. Que todo sea una puesta en escena. Porque es un sombrero, que no sabe que hay una cabeza.

Y en particular con el Día de la Diversidad Cultural, que muchos estudiantes aún siguen llamando “Día de la Raza” (a pesar de que hace años, incluso antes de que entraran a la escuela, que no se llama más así, tal es el peso de la “costumbre”) que parece tan distante y tan ajeno culturalmente. Al no pensarnos en el marco de la América Profunda, al educarnos creyendo en la Patria Chica, al no traerlo a los problemas y necesidades de nuestro tiempo, el “12 de octubre” es un título de algo que sucedió en un mundo de fantasía, del que apenas sabemos que protagonizaba Colón.

La conexión con los procesos de nuestro pasado, la apropiación de esa historia tiene que tener una raíz en las preguntas y en los problemas actuales y debe proceder de un análisis que pueda partir de nuestra propia mirada, sin repetir esquematismos ni modelos exportados. Ante un nuevo 12 de octubre, más que pensar la efeméride en sí, es fundamental pensar el hecho colonial, la dominación que se yergue sobre nuestros pueblos. Y en el ámbito escolar, romper con la colonización pedagógica debe ser una búsqueda de todos los días y en todos los planos.

Por esta razón, ante una tarea que se viene encarando desde múltiples instancias, desde el esfuerzo individual de docentes, desde las reflexiones inquisidoras de estudiantes inquietos; el Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” se propuso un abordaje de las problemáticas que surgen de la labor pedagógica. En ese sentido, la elaboración de los cuadernillos “Educando para la Patria Grande” plantea una propuesta de trabajo para los docentes de Ciencias Sociales, abordando tanto los procesos históricos que han signado nuestra historia como las estrategias para pensar dentro del aula desde un lugar distinto. La mirada crítica, la posibilidad de reflexionar desde nuestros problemas actuales y las nuevas realidades de los estudiantes, precisan y son parte a su vez de una mirada de nuestra historia en clave latinoamericana.

[1] . “La soledad de América Latina”. Discurso de Estocolmo al recibir el Premio Nobel de Literatura

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Daniela D´Ambra es Profesora en Historia (UBA) / Investigadora del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana «Manuel Ugarte», UNLa

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