Desde el 2000, los eneros en la UNLa son ciento por ciento de los chicos. Porque en ese año en que el siglo cambió de nombre se realizó por primera vez en el campus de Remedios de Escala el Programa de Verano “Los derechos de los niños no se toman vacaciones”. Una forma inédita de insertarse en la comunidad por parte de una universidad nacional, que desde entonces demuestra la validez de su compromiso fuerte y sincero con el pueblo que, con sus impuestos y sus responsabilidades ciudadanas, posibilita que miles de jóvenes estudien en las aulas de la UNLa.

El Programa de Verano es más, mucho más que una colonia de vacaciones. Se desarrolla durante todos los días del primer mes del año, cuando la Universidad Nacional de Lanús está en pleno receso académico, entre el mediodía y la hora de la merienda. Los edificios emblemáticos, el gran parque poblado de árboles, el cine universitario Tita Merello, aun el Aula Magna Bicentenario, se convierten entonces en un gran espacio abierto al aprendizaje y la diversión destinado exclusivamente a nenas y nenes de 5 a 13 años que concurren a comedores y merenderos de la zona de Lanús y partidos aledaños. Un batallón de profesores de educación física y ayudantes contratados con este único fin se ocupa cariñosamente de los numerosos chicos que concurren año a año, organizados por grupos etarios. En cada jornada los chicos asisten a dos talleres a cargo de profesores y especialistas en diversas artes, deportes y disciplinas: desde taekwondo y gimnasia rítmica hasta ajedrez y bijouterie; desde talleres de oficios donde los asistentes aprenden carpintería, mecánica e informática hasta iniciación deportiva, teatro y percusión. Al llegar a la Universidad en micros rentados especialmente por la UNLa para el traslado reciben un refuerzo de almuerzo, y antes de volver a sus casas toman una merienda. Mientras tanto, los y las referentes de los merenderos y comedores que los acompañan tienen también la posibilidad de asistir durante la tarde a talleres formulados especialmente para ellos y ellas. Durante el mes del programa, además, médicos y odontólogos visitan el campus para realizarles chequeos a todos los asistentes.

Hasta el infinito y más allá

Dar cuenta de la realización del Programa, y de la cantidad creciente de niños y niñas que vienen al mismo -este año rondaron los 700 asistentes- es casi un clásico de nuestra revista. También hablar de la tradicional fiesta de cierre en el Aula Magna, en la que los chicos disfrutan, todos los años, de divertidísimos espectáculos de magos y payasos coronados por la visita de los Reyes Magos con regalos para todos y todas.

Creo sin embargo que, a 20 ciclos de “Los derechos de los niños no se toman vacaciones” realizados en forma ininterrumpida desde el año 2000, es imprescindible consignar que las actividades, el cuidado y la diversión no conforman el principal bagaje que chicos y chicas se llevan de su verano en la UNLa, sino que el diseño y la ejecución del Programa conllevan una riqueza simbólica sobre la que es preciso detenerse.

Para hacerlo, vamos a tomar dos jornadas especiales que se vivieron en la UNLa en este verano de 2019.

Plantación de árboles y «Arte en Carrera»

En tres grandes grupos conformados por edades de 5 a 7 años, 8 a 10 años y 11 a 13 años, nenes y nenas se congregaron en el inmenso parque de la UNLa para plantar tres jóvenes árboles de palta. La rectora Jaramillo, invitada especial al evento, fue la encargada de empuñar la pala y colocar las plantas en sus hoyos rodeada por niños y niñas: en cuanto los árboles fueron ubicados, los chicos colaboraron tirando tierra a los hoyos para asegurar una buena plantación. “¿Ven esos árboles? -dijo Ana Jaramillo señalando las especies más añosas del campus-, también eran chiquitos como estos que acabamos de plantar. Ustedes también van a crecer así, y entonces los esperamos en la Universidad para que vengan a estudiar”.

La tarde siguió con una actividad de dibujo libre bajo los árboles con los mejores estímulos para el vuelo y la imaginación: hojas, lápices y pinturitas donadas para el Programa, y el sonido de fondo de la orquesta de la Universidad desde los altoparlantes distribuidos en el parque.

A continuación fue el turno de la “Carrera de aventuras” por toda la Universidad, en la que nenes y nenas participaron corriendo cada uno de ellos con sus respectivos grupos etarios. No compitieron, no hubo ganadores ni perdedores -si bien todos se sintieron ganadores-, sino que disfrutaron del trote al aire libre y de salvar los obstáculos diseminados por el parque por el solo gusto de hacerlo.

En solo una tarde hubo tres acciones que expresaron muchísimo más que lo evidente: plantar un árbol es un acto que mira al futuro, que implica en sí mismo un proyecto; dibujar libremente y usar los colores es practicar la libertad de imaginar y de plasmar; correr en grupo y por diversión expresa un modelo muy diferente de la competencia donde solo hay ganadores o perdedores, en una relación antisolidaria como la que sustenta la meritocracia que hoy tanto se promociona.

La gran barrileteada

Pocos días después de la plantación, en una tarde soleada y ventosa, el cielo de la Universidad se pobló de cientos de barriletes. Cada nene y cada nena del Programa recibió su cometa con un ovillo de hilo y se fue a correr por el parque para tratar de llegar siempre un poco más arriba. Más o menos hábilmente, llegando casi hasta las nubes o remontando solo algunos metros, los chicos contaron con la guía y la colaboración de profesores y ayudantes para que nadie se perdiera la diversión.

Por una hora el campus fue una fiesta de figuras ondeantes en el aire, de piolines rebeldes que se cruzaban en el momento menos indicado y de niños y niñas corriendo de aquí para allá, en una hermosa celebración a la que se sumaron numerosos docentes y no docentes de la Universidad. Cuando el viento cesó y se hizo la hora de volver a casa, los chicos se fueron cada uno con su barrilete, para seguir jugando con el viento y con los cielos de sus barrios. El Programa cuenta, además, con un taller eventual para que aprendan a construir sus propios barriletes.

De la misma manera que el hecho de plantar árboles constituye en sí mismo un proyecto, remontar un barrilete es lanzarse hacia lo alto, soñar con llegar más arriba de las nubes, intuir que se puede ir cada día un poco más allá. Una acción que, mientras rescata un antiguo juego casi artesanal -que muchos chicos desconocían, concentrados en las diversiones electrónicas actuales-, propone algo invaluable: que no es preciso limitarse al suelo conocido: que la imaginación puede volar tan alto y tan libre como un barrilete..

De la imaginación al proyecto

Es muy difícil -casi imposible- proyectar sobre lo que se desconoce. Por el contrario, a menudo nuestros proyectos de futuro responden a la realidad que nos rodea: esta es una de las razones por las que muchas veces los jóvenes se ven a sí mismos, adultos, repitiendo los oficios, las actividades y las labores de sus madres, de sus padres o de cualquier otro referente de generaciones anteriores.

En su joven historia, la Universidad Nacional de Lanús se ha presentado ante la comunidad como la posibilidad real de seguir una carrera universitaria en una institución abierta e inclusiva, para asistir a la cual no es necesario viajar durante horas, poseer determinada cantidad de recursos económicos, ni adecuarse a un entorno hostil. Hoy, uno de los mayores orgullos de la UNLa es contar con una nutrida población de primera generación de estudiantes universitarios.

El Programa de Verano adelanta y profundiza aún más esta percepción.

Al recibir en el campus a cientos de niños y niñas que probablemente no hayan tenido contacto, ya sea por cercanía o por relaciones amistosas o familiares, con estudiantes o profesionales universitarios, amplía el imaginario de chicos y chicas a partir de la experiencia directa del campus y de los diversos aprendizajes hechos durante esos inolvidables veranos (aprendizajes que, una vez cumplidos los 13 años, pueden continuar durante toda la adolescencia en el Programa “La UNLa de los Jóvenes” que se realiza los días sábados del ciclo lectivo).

Abrir la Universidad a los niños y las niñas todos los eneros es expandir su rango de opciones y proponerles un nuevo imaginario, más amplio, más diverso, en el que la fuerza simbólica de plantar un árbol o remontar un barrilete será el impulso para intuir y saber que otra realidad es posible.

Tan posible como soñar, y como transformar los sueños en un proyecto de vida.

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