El mundo vive, desde hace unos años, un período de emergencia en un doble sentido. Por un lado, han aparecido dinámicas económicas, sociales, políticas e internacionales signadas por el descalabro, la urgencia, la convulsión, el apremio, la dificultad y la perentoriedad. Pero por otro, esa emergencia tiene otro sentido: es aparición, surgimiento, novedad, desenvolvimiento de nuevas realidades y nuevos protagonistas.

El estallido de la grave crisis económico-financiera iniciada en diciembre de 2007 en los Estados Unidos, que tuvo también repercusiones en las economías europeas, fue un exponente del primer tipo de emergencias; la afirmación de la presencia protagónica de países que se ha dado en llamar precisamente emergentes, lo es del segundo tipo. Notoriamente, países como los que constituyen actualmente el conjunto denominado BRICS (Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica) han pegado un salto hacia adelante. China es, en 2014, la primera economía del mundo en tamaño, India la tercera, Rusia la sexta y Brasil la séptima.

En el terreno de la seguridad internacional ha habido también emergentes notorios. El saldo de ausencia de éxitos que arroja el intervencionismo bélico norteamericano es digno de reflexión y estudio. Pero además, han aparecido modalidades bélicas novedosas, tanto del lado de los Estados Unidos y sus aliados cuanto de sus contendientes del mundo musulmán, que desafían viejas y acreditadas concepciones sobre la guerra.

Estas emergencias negativas y positivas han dado lugar a un proceso de reconfiguración de las constelaciones de poder que cruzan el mundo, que se refleja –entre otros planos- en la recomposición de instituciones preexistentes o en la aparición de nuevas.

En materia de incertidumbre es mucho lo que se podría decir. Apenas como ejemplo puede decirse que junto a las demoras en recuperarse de sus respectivas crisis, tanto en Estados Unidos como en Europa se percibe un rasgo que ya está siendo caracterizado como estructural de las economías maduras: han perdido dinamismo económico y se ha comenzado a hablar, incluso, de una tendencia al estancamiento. También se reconoce una desaceleración económica de algunas de las más importantes economías emergentes, como la china y la rusa. Como consecuencias pueden anotarse, entre otras, una declinación del ritmo de crecimiento del PBI mundial y una marcada caída de los niveles de comercio internacional, cuadro del que no escapa nuestra América del Sur.

 

Emergencias

El G7 se constituyó en 1977. Inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín y de la desaparición de la Unión Soviética, esos países se distinguían por integrar un gallardo conjunto cuyas economías se habían convertido en el centro del mundo. Seis de ellos integraban, además, la poderosa OTAN; Japón no lo hacía por una razón geográfica, pero era –y es- un aliado estratégico de los EE.UU. en el Lejano Oriente. Sin embargo, 17 años después, en 2008, esos mismos países del G7 consideraban necesario poner en marcha la constitución del G 20.

La crisis norteamericana había venido a poner de manifiesto que las cosas no eran tan sólidas como aparentaban en el ámbito de las triunfantes economías avanzadas, en las que, con la desaparición de la bipolaridad y el equilibrio del terror, se había venido abriendo camino aceleradamente un orden capitalista globalizado con una fuerte orientación neoliberal. Como consecuencia de esta crisis, EE.UU. demoró –y demora aún- su recuperación. A la Unión Europea no le ha ido mejor. En la vereda de enfrente se hallan China e India. Sus PBI crecieron en tan solo ocho años un 101,59% y un 78,32% respectivamente. Sus participaciones porcentuales en el PBI mundial también crecieron.

Otro indicador de la misma oscilación puede encontrarse en la comparación de los respectivos PBI/ppa del G7 y los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) en 2007 y en 2014. Entre un año y otro, el G7 creció un 16,87%, mientras los BRIC crecieron un 75,85%. China tiene hoy la economía más grande del planeta e India la tercera.

En materia de gasto militar es posible visualizar también una dinámica de emergencia. Salvo los EEUU y Alemania, sus aliados en el G7 y en la OTAN disminuyeron su gasto militar. China, Rusia e India tuvieron, en cambio, un aumento significativo del gasto militar entre ambos años; el de Brasil, fue apenas moderado. Hubo asimismo un importante incremento en Corea del Sur, Arabia Saudita, Emiratos Arabes y Turquía.

No obstante, el poder militar de los EEUU sigue siendo muy grande. A su enorme capacidad para proyectar fuerza debe agregarse el apoyo de sus aliados y amigos. Pero se percibe, no sin asombro, que en este terreno ha estado más cerca del fracaso que del éxito. Ha sido incapaz, hasta el momento, de imponer una decisión tanto en Afganistán como en Irak. Ha derrapado en Libia, que se ha convertido en un territorio desgarrado y poco controlado, y se ha comprometido en Siria de una forma que, por un lado, no le ha acarreado mayores beneficios, y por otro ha debilitado al Estado y ha sembrado la semilla de una guerra brutal. Todo esto ha contribuido al desarrollo de esa especie de nuevo Estado islámico denominado Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL); ha conseguido así convertir los desiertos en pantanos.

 

Reconfiguraciones

Bajo estas circunstancias y condiciones, el mundo vive desde hace alrededor de quince años un proceso de surgimiento de nuevas configuraciones así como de reconfiguración de las relaciones económicas y de las constelaciones de poder preexistentes. Esto probablemente acarreará transformaciones y abrirá las puertas a nuevas oportunidades.

La aparición de nuevos e importantes actores económicos y la pérdida de importancia relativa de algunos otros, está marcando una de las dimensiones del proceso de reconfiguración en curso. Lo mismo puede decirse de la ausencia de resultados favorables que caracteriza la proyección de fuerza de los Estados Unidos y sus aliados, al menos en la última década. Aparecen (o reaparecen) otros actores que comienzan a destacarse en el campo del gasto militar. Entre estos, los únicos que están en condiciones de efectuar despliegues de fuerzas convencionales a escala internacional son Rusia y más limitadamente China. No se puede descartar, sin embargo, que en el corto o mediano plazo incrementen sus capacidades y su actuación en este terreno.

Una dimensión específica de las reconfiguraciones es la que se patentiza en la aparición de nuevas instituciones en el plano internacional y/o en la renovación de otras, tales como la ampliación de la OTAN (proceso que comenzó inmediatamente después de terminada la Guerra Fría, ya sea por la vía de incorporación de nuevos miembros, ya por la de buscar asociaciones para la instalación de bases), la Organización de Cooperación de Shangai (OCS) (que concentra más de 30 millones de km2 y 1.500 millones de habitantes), el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la UNASUR, la CELAC, la Organización para la Unidad Africana, la Alianza del Pacífico, etc.

 

Incertidumbres

Las incertidumbres son cuantiosas. Aquí solo se retomarán tres cuestiones.

Primera: las economías maduras atraviesan un largo ciclo caracterizado por la pérdida de dinamismo económico.

Segunda: Esas economías también han vivido unas crisis económico-financieras que las han afectado de manera aguda en momentos clave pero además se demoran en alcanzar una recuperación.

Tercera: Se ha instalado una nueva coyuntura de desaceleración económica a escala mundial que no involucra ya solo a las economías maduras sino también, en distinto grado, a las emergentes.

 

América del Sur

El marco económico general no es favorable. Pero en nuestro caso se presenta otro ingrediente que complica todavía más las cosas. Da toda la impresión de que se ha terminado el ciclo de exportación de commodities a precios favorables, lo que probablemente agrave el cuadro de situación de nuestro comercio internacional. Por añadidura, la proyección mercantil de China hacia la región comienza, en algunos casos, a producir desbalances en el plano comercial.

Este escenario se presenta, en mayor o menor medida, como común para todos los países de la región. Naturalmente, la bifurcación de caminos abierta por la existencia de dos polos de agrupamiento subregionales, Mercosur y la Alianza del Pacífico, se va a mantener.

 

Preguntas y conclusiones

Dados los descalabros que presenta el decurso de la globalización bajo ordenamiento neoliberal ¿por qué es tan difícil introducir cambios?, ¿por qué ni siquiera es posible hacer avanzar una reforma de orden moderadamente desarrollista, que además de alivianar la sacrosantidad del mercado y de la valorización financiera, se plantee mejorar los niveles de inclusión social y sea capaz de recuperar a la política de la neutralización o incluso de la impotentización a la que ha sido conducida?

Una respuesta corta sería que los poderes económicos de las economías maduras tienen la misteriosa y también asombrosa capacidad de imponerle decisiones al poder político. Si en los países de economías avanzadas o maduras las cosas no van bien, si las consecuencias sociales que este fracaso acarrea son numerosas y negativas ¿por qué no se produce un cambio? Aquí es donde gravitan la neutralización y/o la impotentización de la política.

Otra pregunta es ¿cómo se explica el “divorcio” entre el cuantioso gasto militar que sostienen los EE.UU. y sus aliados, y la pobreza de los resultados que han alcanzado? Es curioso. El poder económico ¿tiene capacidad para imponerle decisiones al poder político pero no para imponerle correcciones a la política de proyección de fuerza? Es probable que el poder económico sea “cómplice” del fracaso: no pocas campañas parecen haberse lanzado en regiones en las que se podía husmear el aroma a petróleo. Al fin y al cabo, los recursos que se comprometen en las guerras son públicos, no privados… El poder económico no corre mayor riesgo y puede, por lo tanto, lanzarse a la aventura. Al mismo tiempo se han impuesto doctrinas de empleo de recursos militares que se afanan por minimizar el uso de tropas propias (de los EEUU) de infantería. Esto ha llevado, primero, a la sobreabundancia de ataques aéreos tripulados y, más tarde, al uso cada vez más frecuente de drones. Sin actuación eficiente de la infantería no hay dominación efectiva del territorio.

Si se observa el accionar jihadista no se tarda en advertir que ha modificado una premisa importantísima del viejo arte de la guerra. En un contexto bélico se producen bajas personales y se destruyen medios. En el marco de una desigual guerra asimétrica, ya sea mediante el ejercicio del terrorismo extremo, ya por la acción individual desesperada, se ha introducido una nueva premisa bélica: matar y morir. Una innovación escalofriante pero funcional al objetivo del jihadismo.

En Sudamérica, la neutralización o impotentización de la política también se ha intentado y/o se intenta. Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Kirchner y Dilma Rousseff, entre otros, lo han padecido y padecen. Una de las formas predominantes de vehiculizar la imposición de condiciones a la política, se materializa a través de lo que Octavio Ianni llamó el príncipe electrónico, ese conglomerado de poder económico-financiero, mediático y cultural que trabaja como una hydra de mil cabezas. Es una entidad nebulosa y activa, presente e invisible que permea todos los niveles de la sociedad. Procura activar una “democracia electrónica” que apunta a metamorfosear la mercadería en ideología, el mercado en accionar republicano y el consumismo en ciudadanía. A medias intangible, procura dar contenido a aquello que el escritor alemán Hans Magnus Herzenberger entrevió en 1969: la industria de la manipulación de las conciencias. Contra esta hydra y los poderes que la sustentan lidian nuestras experiencias heterodoxas, en combate también asimétrico.

¿Cómo afectarán a América del Sur las nuevas condiciones económicas y comerciales que vienen abriéndose camino?, ¿impactarán sobre la unidad sudamericana o no? Tanto la declinación del crecimiento económico como la del comercio internacional forman parte de la escena mundial. Pero todo pasa, como canta Serrat; a esto lo sabemos bien los sudamericanos.

Lo importante sería, en primer lugar, que nuestros gobiernos se movieran  con precaución: por ejemplo, no tomar crédito irresponsablemente y procurar contener o aminorar los efectos sociales que se derivarán de las dificultades económicas. En segundo lugar, convendría tomar la situación desfavorable como una oportunidad: sobre esto ha llamado la atención la Cepal en su último Panorama de la Inserción Internacional de América Latina y el Caribe (2015). Si esto ocurriera, UNASUR podría incluso cobrar un nuevo impulso.

Finalmente: la realidad histórica necesita un cierto despliegue para ser mínimamente comprendida. Pero si se la examina con paciencia y rigor, con ayuda de información que muestre tanto las puntas de algunos ovillos de las que se pueda comenzar a tirar, como ponga límites a derivas fantasiosas, sesgadas por algún desmedido interés inmediato político o ideológico, pero también con imaginación sociológica como pedía Wright Mills, tal vez se pueda atisbar una pizca del porvenir.

 

 

 

 

 

 

*Síntesis de la conferencia inaugural presentada en el V Simposio de Relaciones Internacionales (SimpoRi) del Programa de Posgraduación San Thiago Dantas, San Pablo, noviembre 2015. En prensa.

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