Latinoamérica conmemora el último tercio del bicentenario del proceso histórico de ruptura del vínculo colonial con las potencias europeas. La Revolución de Haití de 1805, los levantamientos de Chuquisaca y la Paz de 1809 y los acontecimientos de 1810, que dieron lugar, particularmente, a las gestas Sanmartiniana y Bolivariana, las cuales convergieron en 1824 en la Batalla de Ayacucho poniendo fin al dominio español en Sudamérica.

El 5 de abril de 1818, en los campos de Maipú, cercanos a Santiago de Chile, el Ejército Unido chileno-argentino derrotó a las fuerzas realistas, asegurando la independencia de ambas naciones y legando a la posterioridad un símbolo de unidad continental en el abrazo que los libertadores José de San Martín y Bernardo O’Higgins estrecharon al fin de la batalla, y que fuera inmortalizado por el pintor Pedro Subercaseuax.

El acceso al trono de España de los Borbones implicó, en Suramérica, un profundo reordenamiento territorial y político. La creación del Virreinato del Río de la Plata orientó la producción minera potosina hacia la salida atlántica, privando a Lima de la posición estratégica que había detentado hasta entonces. Esta articulación generó una nueva vinculación de intereses entre Potosí y Buenos Aires que tendría una influencia fundamental en el posterior proceso de definición de identidades nacionales.

Como parte de las reformas administrativas borbónicas, ingresaron a través de las universidades -particularmente las del Alto Perú- las ideas liberales, en una versión aggiornada del Iluminismo francés que postulaba un Estado altamente centralizado que actuara acorde a la razón a través del dictado de leyes generales, siendo este entramado institucional un factor de progreso funcional al desarrollo económico. Esta ideología, con sus ajustes, fue el núcleo de pensamiento de las facciones centralistas asociadas a los intereses portuarios del comercio ultramarino que también enarbolaron las banderas del librecambio económico propiciado por los ingleses para levantar las barreras proteccionistas a sus manufacturas.

A principios del siglo XIX, el conflicto entre las potencias europeas desatado con las guerras napoleónicas, el debilitamiento del Imperio Español y la emergencia de Inglaterra como el gran imperio naval que alcanzó el control hegemónico de los océanos tras la batalla de Trafalgar (5 de octubre de 1805), fue el marco de las guerras de la independencia sudamericana, en las cuales confrontaron una diversidad de proyectos e intereses, muchas veces cambiantes

En el contexto suramericano, fueron dos los conflictos que se plantearon casi simultáneamente de manera compleja e imbricada: la lucha por la ruptura del vínculo colonial contra la corona española y las luchas por las autonomías de una nueva legitimidad política construida alrededor de las provincias que confrontaron contra los intereses centralistas y portuarios. Ambos conflictos fueron complementarios y desataron novedosos canales de participación popular en cuestiones políticas.

Halperín Donghi denominó a este proceso “Revolución y Guerra”. La guerra se instaló en el Río de la Plata con la Invasión Inglesa de 1806 y durante décadas de lucha por la emancipación y por la organización nacional, los pueblos estuvieron en armas y su movilización a través de las milicias rurales y urbanas, fue la principal forma de expresión política ciudadana.

La idea central de este artículo consiste en proponer una explicación de la campaña de emancipación de Chile tomando como punto de partida el concepto de “Guerra del Pueblo” formulado por Carl Von Clausewitz en su obra De la Guerra, elaborada de manera contemporánea a la gesta de la independencia americana. Clausewitz, protagonista y observador de los conflictos napoleónicos y, particularmente, de la resistencia española de 1808 y de la posterior invasión a Rusia, infirió que en los conflictos armados de su tiempo existía un cambio de naturaleza respecto de aquello que denominaba “la Guerra de los Reyes”. La nueva guerra era la lucha de sectores sociales que, asumiendo una identidad nacional, luchaban para adquirir derechos a la participación política.

En el Capítulo XXVI, denominado “La Guerra del Pueblo”, Clausewitz definía el nuevo fenómeno sosteniendo que “…ha roto sus antiguas barreras, por consiguiente, como una expansión y un fortalecimiento de todo el proceso fermentivo que llamamos guerra…”[1]. También infería que la participación de los nuevos sectores sociales era percibida: “…como un medio revolucionario, un estado de anarquía declarado legal, tan peligroso para el orden social de nuestro país como para el del enemigo…”.[2]

Su agudo análisis sociológico le permitió advertir los cambios que se estaban desarrollando alrededor del arte militar como el sistema de requisiciones, el reclutamiento general y el empleo generalizado de las milicias[3], concluyendo que: “…La nación que hiciera un uso acertado de este medio adquiriría una superioridad…”[4].

Finalmente, como aporte de su análisis proponía la estrategia que debería adoptar un conductor militar para emplear con éxito los instrumentos que planteaba la Guerra del Pueblo.

 

La gesta

Volviendo a la gesta sanmartiniana, resulta necesario retrotraernos al año 1815, cuando el proceso revolucionario se hallaba en pleno retroceso en toda Suramérica. Bolívar, derrotada la Segunda República Venezolana, debió exilarse en Haití; el Río de la Plata se hallaba dividido en dos proyectos irreconciliables entre el Directorio de Buenos Aires y la Liga de los Pueblos Libres, mientras que el desastre de Sipe Sipe[5] desarticulaba el Ejército del Norte y dejaba al Alto Perú  librado a la resistencia de las Republiquetas, cuyos líderes principales serían derrotados al año siguiente.

Frente a la desfavorable situación estratégica, tras la caída del Director Supremo Carlos de Alvear en enero de 1815, el sector que nucleaba a José de San Martín, Manuel Belgrano, José Moldes, Martín Güemes y Juan Pueyrredón, entre otros, acordó un giro decisivo hacia la independencia del Río de la Plata. Ese mismo año, el Congreso de Ayuí convocado por José Artigas había declarado la independencia “…de España y de toda otra potencia extranjera…”, como “…la autonomía de las provincias respecto a Buenos Aires…”. Este espacio abarcaba la Banda Oriental y las provincias del Litoral, incluida Córdoba.

En marzo de 1816, José Rondeau como Jefe del Ejército del Norte, y Martín Miguel de Güemes como Gobernador elegido por la provincia de Salta y Jefe de la Vanguardia del Ejército, sellaron en el Pacto de Cerrillos el fin de los desacuerdos entre las milicias gauchas y las tropas regulares, así como también acordaron que Pueyrredón fuera el nuevo Director Supremo y Belgrano el Jefe del Ejército. También se proporcionaría el apoyo necesario a San Martín para organizar el Ejército de los Andes y se convocaría un Congreso General en la ciudad de Tucumán. Este acuerdo político es el que concretaría, finalmente, la Declaración de la Independencia y establecería una nueva estrategia para la guerra: la resistencia gaucha en el Norte y la Campaña de los Andes.

San Martín escribió a Pueyrredón desde Mendoza sobre la importancia estratégica que representaba para la Campaña de los Andes la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas: “…Yo no puedo ir a Chile a imponer la independencia nacional como un revolucionario; tengo que ir como un guerrero. Tengo que ir en representación de un país libre para ser un guerrero y no de colonia en rebelión…”.

Este plan estratégico tuvo objetivos claros en relación con la independencia americana pero no así respecto a la organización nacional, y demostró una llamativa incapacidad para consensuar con la Liga de los Pueblos Libres, cuya consecuencia fue la desarticulación de un gobierno central: esto impidió al Río de la Plata lograr la unidad necesaria para continuar la guerra, encontrando Suramérica en Simón Bolívar, las mejores condiciones para alcanzar la victoria.

Mientras en el Río de la Plata se preparaba el Plan Continental, el Virrey de Lima, Joaquín de la Pezuela, a fines de 1816 recibía refuerzos desde España y también planificaba una ofensiva sobre el Río de la Plata y Chile, al mando de los generales José de la Serna y Mariano Osorio respectivamente.

Al mismo tiempo que San Martín daba inicio a su campaña, el general José de la Serna invadía el norte de la Provincias Unidas en marzo de 1817, con la intención de obligarlo a volver a cruzar la cordillera para enfrentarlo. Sin embargo, las tropas europeas fueron derrotadas por las milicias gauchas de Güemes en la batalla del Valle de Lerma librada entre el 15 y el 28 de abril de ese año, mediante un desgaste permanente que les afectó suministros y les impidió realizar ningún tipo de movimiento. San Martín le escribió a Guemes: “…la batalla del Valle de Lerma, fue tan importante como Chacabuco a la causa de la emancipación americana…”[6]. Lamentablemente la Guerra Gaucha es apenas conocida por la historiografía argentina, aún la militar, tal vez porque para la historia académica, Güemes era demasiado gaucho.

 

Maipú, la batalla de la Independencia

Tal como San Martín lo había planificado, el Ejército de los Andes era fuerza organizada con todas las previsiones que suponía el esfuerzo de cruzar la cordillera con el equipamiento necesario para librar una batalla. Esto suponía un esfuerzo logístico fenomenal para lograr una autonomía imprescindible para una fuerza a la cual no le sería posible abastecerse en un territorio controlado por los realistas.

En enero de 1817 comenzó a desplazar sus tropas por numerosos pasos cordilleranos para converger a poco más de 50 km al norte de Santiago de Chile. De acuerdo con sus previsiones, un ejército realista al mando del general Maroto le presentó batalla el 12 de febrero en el lugar denominado “la Hacienda de Chacabuco”. Esta fue la primera batalla que condujo San Martín, demostrando con la victoria su genio táctico. Poco después, el brigadier Bernardo O’Higgins fue elegido Director Supremo de Chile y San Martín se dispuso a reorganizar una fuerza militar compuesta por efectivos chilenos y argentinos.

Volviendo al planteo de Clausewitz sobre la naturaleza del conflicto, desde Chacabuco San Martín había inferido que, tal como sucedía en el Río de la Plata, la causa de la independencia en Chile tenía un respaldo popular que le aseguraba recursos humanos y materiales a los que los realistas no podían acceder.

A su vez el general Mariano Osorio -un profundo conocedor de la situación social y política en Chile por haber sido Gobernador y quien derrotara a O’Higgins en 1814- desembarcó en Talcahuano en enero de 1818, con una fuerza militar que constaba de más de 3.000 hombres bien equipados y con unidades veteranas de las guerras napoleónicas; sin embargo era conciente de que su situación era precaria, y de allí las dudas e inacciones que caracterizaron su campaña.

A mediados de marzo de 1818, el Ejército Unido se puso en marcha desde Santiago hacia la región del Maule en busca de las fuerzas realistas que acantonaban en la ciudad de Talca. San Marín era superior en número y confiaba lograr en poco tiempo una victoria definitiva. Pero la guerra no es simple matemática y los realistas, concientes de su inferioridad, decidieron atacar de noche, tomando por sorpresa a los patriotas en Cancha Rayada[7] en una acción que, si bien fue confusa en la magnitud de sus consecuencias, logró postergar la decisión de la guerra.

Tras el choque, la sensación de una derrota total del Ejército patriota cundió por todo Chile. O’Higgins estaba herido, se había perdido gran parte del parque y toda la artillería y se desconocía la magnitud de las bajas producidas. Sin embargo los realistas no dispusieron un rápido avance, tal vez creyendo que la acción de Cancha Rayada había tenido consecuencias irreversibles para San Martín.

En la confusión de la noche Gregorio de las Heras había logrado sustraer toda una División y se dirigió en una épica marcha forzada rumbo a Rancagua, recorriendo 300 km en seis días. San Martín, que se hallaba reorganizando dispersos, una vez que tuvo un cuadro real de su situación lanzó una proclama convocando al pueblo chileno a la resistencia: “…Chilenos: Una de esas casualidades que no es dado al hombre evitar, hizo sufrir un contraste a nuestro ejército. Era natural que un golpe que jamás esperábais y la incertidumbre, os hiciese vacilar. Pero ya es tiempo que volváis sobre vosotros mismos y observéis que el ejército de la patria se sostiene con gloria al frente del enemigo; que vuestros compañeros de armas se reúnen apresuradamente, y que son inagotables los recursos de vuestro patriotismo. Al mismo tiempo que los enemigos no han avanzado un punto de sus atrincheramientos, yo dejo en el cuartel general una fuerza de más de cuatro mil hombres sin contar con las milicias. Me presento a aseguraros del estado ventajoso de vuestra suerte; y regresando muy en breve al cuartel general, tendré la felicidad de concurrir a dar un día más de gloria a la América del Sur….” [8].

Mientras tanto, en Santiago de Chile, O’Higgins reasumió el cargo de Director Supremo y convocó una reunión con todas las corporaciones, en la que expresó: “…He visto todo y abrigo la profunda convicción de que hemos de salir vencedores en la primera batalla…”[9], al tiempo que dispuso preparar la ciudad para su defensa, acuarteló las milicias, reunió armamento -en especial artillería-, y puso en funcionamiento las fraguas de la maestranza secundado por Manuel Rodríguez, quien había conformado el escuadrón de Húsares de la Muerte y armaba al pueblo para enfrentar a las fuerzas de realistas en caso que San Martín fuera derrotado.

San Martín y O’Higgins convocaron al pueblo chileno. Tuvieron voluntarios y recursos que llegaron para reforzar el ejército. San Martín pudo reemplazar el armamento y equipo perdido en Cancha Rayada y estar preparado, en solo 15 días, para enfrentarse nuevamente con Osorio en los campos de Maipú.

La batalla fue de las más sangrientas libradas en la Guerra de la Independencia con más de tres mil bajas en ambos bandos. La victoria patriota cambió definitivamente el curso de la guerra, y así lo expresó el Virrey Pezuela al enterarse de la derrota: entendió que la guerra había tomado una dirección definitiva y escribió en su diario “…Que nos hallábamos en la situación más crítica que había tenido el virreinato desde el principio de la Revolución, que debían aumentarse las fuerzas militares para defenderse porque se trataba nada menos que de existir o no existir…”[10].

Pezuela, sorprendido por el desenlace de Maipú, se preguntaba: “…Cómo pudo suceder que un ejército completamente dispersado en un punto, se rehiciese a los quince días en otro…”.[11]

La respuesta a esta pregunta se hallaba en la naturaleza del conflicto. San Martín y O’Higgins expresaban un pueblo que estaba en guerra, allí residía la capacidad de renacer y luchar por su libertad. Clausewitz, describiendo fenómenos sociales de su tiempo, expresó: “…No existe guerra más hermosa que la que libra un pueblo, en su propio territorio, por la defensa de su libertad…”.[12]

 

Por Fabián Brown
Director de la Licenciatura en Planificación Logística

 

[1] Carl Von Clausewitz: De la Guerra, Círculo Militar, Buenos Aires, Cap XXVI, Pág. 233.

[2] Ibid, Pag 234.

[3] Ibid, Pag 236.

[4] Ibid, Pag 237.

[5] N del A: batalla librada el 29 de noviembre de 1815.

[6] Güemes, Luis Adolfo (1979): Güemes Documentado. Buenos Aires, Ed. Plus Ultra. Tomo 10, Pág. 232.

[7] N del A: batalla librada el 19 de marzo de 1818.

[8] Barros Arana, Diego (1999): Historia General de Chile. Santiago de Chile, Editorial Universitaria, T I, Pág. 352.

[9] Ibid, Pág. 356.

[10] Joaquín de la Pezuela (Virrey del Perú) (1947): Memoria de gobierno. Sevilla, Edición de Vicente Rodríguez Casado y Guillermo Lohmann Villena, EEHH.

[11] Ibid, Pág. 121.

[12] Carl Von Clausewitz: De la Guerra, Círculo Militar, Buenos Aires, Cap XXVI, Pág. 233.

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