“Nadie sabe lo que puede un cuerpo”

  Baruch Spinoza 

El cuerpo puede leerse, es un texto; no es ajeno a la cultura y a sus códigos. El cuerpo es la representación del cuerpo, se relaciona con el entorno sociocultural: lo constituye y a su vez es constituido por él. Más que tener un cuerpo, nos construimos cuerpo en el devenir de ser sujetos. El poder se entrama en el tejido corporal, en el existir. Foucault se refiere a una “anatomía política”. Desde el disciplinamiento se fabrican cuerpos sometidos y al mismo tiempo dóciles; y siempre que se condicione la libertad del cuerpo la reacción será una lucha por su liberación, transformándose el cuerpo en el lugar de la resistencia para que el sujeto pueda experimentar su voluntad de poder.

Claro que a lo largo de la Historia es Spinoza, en el siglo XVII,  quien ilumina el tema del cuerpo al instaurar la idea de la unidad entre el cuerpo y el alma y su teoría sobre los afectos del cuerpo.

La potencia de un cuerpo o el cuerpo como potencia según Spinoza radica en el esfuerzo o “perseverancia en su ser”. Un cuerpo mediante sus afectos y pasiones se convierte en una figura subversiva de resistencia. Potencia y fuerza de un discurso corporal que se enfrenta a la razón en un ejercicio de resistencia y de combate.

Si se analiza la historia en general comprendemos que las formas de representar a la mujer responden a una fuerte voluntad por contener su sexualidad y regular su cuerpo. Esto está indiscutiblemente ligado a factores de tipo social, económico, político y cultural que representan los valores y creencias vigentes de una determinada cultura en una época; de esta manera el sometimiento fue difundido como una necesidad y una característica propia de la mujer.

En la década de los ’50 una muchacha entrerriana, de condición humilde, criada por su madre y con la carga del abandono del padre, empezaba a trazar un camino que las sacase de la situación de pobreza y abandono que vivían. Ella se había preparado, tenía hecho el secundario y había estudiado inglés. Consiguió un puesto de secretaria y, ya instaladas en Buenos Aires, podría cambiar su suerte. Claro que falta destacar un detalle. Un detalle importantísimo, evidente: la muchacha era descaradamente hermosa. Dueña de una belleza natural pocas veces vista, mezcla de inocencia y voluptuosidad. Estamos hablando de Isabel Sarli, o Hilda Isabel Gorrindo Sarli, o la “Coca” Sarli, apodo que deriva de la comparación de su cuerpo escultural con la botella de una famosísima gaseosa.

La Coca, además de carencias económicas, sufrió carencias afectivas; su padre los abandonó cuando ella tenía 6 años; un pequeño hermanito murió a los cinco años, y creció con una madre que odiaba a los hombres y la cuidaba demasiado. Para incrementar los ingresos hizo anuncios de electrodomésticos y ropa interior en los que su imagen escultural se resaltaba. Su cuerpo empezaba a tener entidad propia. Empezaba a ser leído.

Todo cambió en 1955 cuando Isabel Sarli fue elegida Miss Argentina. “Usted es la más importante de mis embajadores”, se cuenta que le dijo Perón cuando pidió verla luego del certamen. Esa muchacha se convertiría en  embajadora de la belleza autóctona, ejemplo de la morocha argentina; pero también en la incauta seductora, la pornógrafa naif.

Hubo en nuestro país una mitificación de la relación de Isabel con Armando Bo, tan clandestina como popular. Se los reconocía y respetaba como una pareja consolidada en lo emocional y económico-laboral, juntos fueron una máquina de producir películas, comentarios, críticas, aplausos, dinero y taquillas completas. Se los admiraba y se los criticaba. Se naturalizaba esa relación de amantes clandestinos a los ojos de todos.

La Coca y Armando formaron una pareja indestructible y fundaron una sociedad comercial perfecta, que se constituyó en símbolo del erotismo, el camp y el kitsch del cine local e incluso del latinoamericano y europeo, con filmes como El trueno entre las hojas, Sabaleros, Carne, Fiebre, entre otros.

En las películas de la Sarli el sometimiento a ese cuerpo maravilloso es el centro del relato, sin embargo su cuerpo despliega en sí mismo una poesía que va leyéndose y que se impondrá: poiesis es ese poder de la poesía del cuerpo desplegándose en los filmes frente a los ojos de generaciones de admiradores o detractores mientras va construyéndose libre y potente.

La sumisión de las chicas fue naturalizada en todos los estratos sociales, de tal forma que se invisibilizó la manipulación y el sometimiento.

Sin embargo mediante las películas de Bo pareciera que frente a lo espectacular de ese cuerpo, que se muestra y provoca mirarlo, cuestionarlo, se fuera instalando un espacio de discusión y también de resistencia.

La exposición, la mirada, la cámara, los ojos de los adolescentes que se escapaban del colegio secundario para ir a la oscuridad de un cine de barrio a ver “una de la Sarli” seducidos por la potencia de su cuerpo, fueron parte de un fenómeno artístico y social que dejó huella.

Nadie sabe lo que puede un cuerpo, el espacio que ocupó y la luz que distribuyó, perseverando en su ser, el cuerpo de la Sarli creó una poiesis única, una posibilidad de lectura en sus admiradores que supieron adorarlo en su magnificencia.  

A lo largo de toda la historia, el cuerpo de la mujer ha sido objeto de uso y abuso.  Hoy podemos discutirlo porque la sumisión se nos hizo visible. Hoy hemos encontrado nuestra voz para decir y decirnos lo que nos pasaba, y resulta que estábamos rotas. Hoy empezamos a sanar. Hemos aprendido a visualizarnos y entendernos entre nosotras mismas. Nos hemos iluminado unas a otras. Hoy el cuerpo de la Sarli se nos transforma en espacio de resistencia y liberación.

El cuerpo de la Coca en las aguas calmas ha hecho visible la belleza del erotismo y el valor de mostrarlo. Ha sido lugar de resistencia y subversión. Ha desarrollado su potencia y se ha legitimado poderoso en un mundo de hombres.

Ya no importa qué es lo que pretenden, sino cuál es nuestro deseo libre de sumisiones.


*Foto de portada: «La Coca» de Juan Alberto García

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