“Haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. La famosa frase, de autor desconocido, bien podría aplicarse a lo que el especialista en relaciones internacionales Marcelo Gullo denominó “Teoría de la insubordinación fundante”, la cual detalla cómo la mayoría de los países centrales logró su desarrollo, poder y, por ende, bienestar. En síntesis –explica-, estos se construyeron negando todos los principios del mito del “libre comercio”. Hicieron todo lo contrario de lo que dicen los economistas neoliberales hoy que hay que hacer. Y en un mundo actual en guerra comercial con creciente proteccionismo, nuestro país lamentablemente ingresó a fines de 2015 en un período de apertura indiscriminada de las importaciones, de no regulación del comercio internacional, destrucción del consumo interno, tarifazos y otras medidas que llevaron al país a un nuevo “industricidio” que llevará tiempo revertir.
¿Por qué será complicado revertirlo en el corto plazo? Por múltiples razones. Entre ellas, debido a que se destruyeron líneas de producción de mucho valor agregado que ni en los anteriores “industricidios” neoliberales (comandados por José Martínez De Hoz y Domingo Cavallo, entre otros tristemente célebres personajes) habían podido ser desmanteladas por completo. A modo de ejemplo se pueden citar determinados componentes de las industrias autopartistas y textiles.
En sus poco más de tres años, las políticas económicas del gobierno de la alianza Cambiemos destruyeron más de 130 mil puestos de trabajo industriales. Se trata de un genocidio industrial, una sangría que no se detiene. El “cráter social” que deja cada planta que no abre más sus puertas tiene gran impacto en el Gran Buenos Aires y el interior. Los datos se equiparan a los de la crisis del 2001, lo que genera alarma y angustia.
Son los hombres y mujeres que el modelo económico que lleva adelante el gobierno de Mauricio Macriva dejando por el camino, y que luego de tres años y meses se cuentan de a miles. Como ellos, en todo el país hay una toma, un acampe, un corte, una protesta. El cierre de fábricas y los despidos en el sector industrial crecen a medida que la crisis se profundiza, y parece no detenerse. “Es un industricidio planificado”, afirman tanto empresarios como dirigentes sindicales, que incluso llevan adelante una alianza inédita para enfrentar la avanzada neoliberal de la gestión Cambiemos.
Radiografía del desastre
El cierre de empresas, en especial pequeñas y medianas, afecta a todos los sectores. En el conurbano bonaerense hay textiles, metalúrgicas, mecánicas, curtiembres, empresas multinacionales o pequeños talleres familiares que no pueden soportar la combinación explosiva de recesión, devaluación, inflación y presión tributaria.
En el interior del país la situación no es muy distinta. Cada empresa que deja de funcionar es un cráter social, como sucede en la localidad entrerriana de Gualeguaychú, donde el cierre de Imperial Cord –la única productora de neumáticos para motos del país– dejó a 140 personas en la calle, y parte de un pueblo desolado.
El golpe a la producción en el Gran Rosario y Gran Santa Fe es tan devastador que el gremio metalúrgico UOM está reclamando se declare la “emergencia industrial”. En el Gran Córdoba, cuna de la industria automotriz y las grandes rebeliones obreras, el año pasado creció el desempleo por encima del promedio nacional, y hoy ya está en dos dígitos.
Los despedidos se unen y tratan de salir adelante. Pocos logran volver a sus puestos de trabajo. La solidaridad del barrio se hace notar, y en muchos casos enfrentan juntos la ofensiva del gobierno. En Esteban Echeverría, los vecinos cercanos a la planta 2 de Cresta Roja se enfrentaron a la policía cuando reprimía a los despedidos, que participaban de un acampe. “Este modelo solo cierra con la fuerza”, suelen decir los trabajadores y gremios. Como todo genocidio.
La destrucción de la industria es un agujero negro en la economía argentina, y deja a miles de trabajadores en la calle. Porque más allá de los porcentajes, el “industricidio” lo padecen los empleados que deben luchar por el pago de indemnizaciones, los cesanteados que pasan días y noches frente a las plantas reclamando por su derecho a trabajar.
No ataquen a las Pymes
La catástrofe industrial golpea con especial fuerza a las pequeñas y medianas empresas. Como denunció el Centro de Economía Política Argentina (CEPA), desde diciembre de 2015 ya han cerrado sus puertas más de 9.600 pymes “en una situación que pone en jaque miles de trabajos ya que ese sector representa, aproximadamente, el 70 por ciento del empleo privado registrado”. Además, unas 15 mil dieron de baja su CUIT, lo que marca el fin de la actividad.
El dato de CEPA es escalofriante: 25 pymes cierran por día al no poder afrontar el pronunciado deterioro económico. “Sacaron el agua de la pecera pero dejaron los pescaditos adentro”, resumió Daniel Moreira, titular de Asociación Pyme e integrante del Frente Productivo Nacional.
Los problemas que sufre la industria no conocen de rubro o de lugar. Cierran fábricas como la multinacional Cofco de Lanús, dejando casi 200 operarios en la calle, o pequeños talleres de cinco empleados. Nadie está a salvo. En el interior, los cierres masivos precipitan la crisis social.
Un informe del Observatorio Laboral de la UOM Rosario alertó que en los tres años de gestión macrista colapsaron 110 pymes metalúrgicas. Por eso reclaman que se declare la “emergencia industrial”. Por su parte, la Fundación Pro Tejer, que nuclea a pequeños y medianos empresarios textiles, también alzó la voz respecto de la realidad que vive el sector. Según sus datos, son el rubro “más castigado por lejos desde fines de 2015”, y solo el año pasado acumulan una caída de la actividad del 13,2 por ciento”, y en tres años de gestión Cambiemos casi supera los 23 puntos porcentuales de desplome.
La luz al final del túnel
Es complejo el panorama que viven los trabajadores; la situación económica los corre de atrás. Pero en general, al juntarse, hay buen ánimo: son conscientes de que si no los “quiebran” pueden dar un gran paso. Con esa fuerza, los grupos de despedidos se juntan, se apoyan y realizan marchas para hacer visible el “industricidio”. Porque esta crisis es profunda, pero de eso el país y sus trabajadores saben. Y no hay mal que dure 100 años…
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