“La obra educacional implica conciencia, esencialmente. Frente al problema productor, se nos ofrecen dos soluciones fundamentales: imitar a los países industrializados o industrializarse con criterio propio. Lo primero, si no fuese deprimente, debería descartarse por ineficaz. Esta solución postergaría indefinidamente nuestra iniciativa cultural, sin lucimiento ni provecho, porque aspirar a la cultura propia por medio de la incorporación de progresos ajenos, sería lo mismo que aspirar a la originalidad por la copia. No queda entonces más camino que el de formar una conciencia regional, bien nuestra…De este modo es que podrá formarse no sólo la conciencia del dirigente, sino la popular, como único medio de perfilar nuestra autonomía, nuestra individualidad, nuestro carácter: resultado que no puede esperarse de una conciencia refleja, libresca, la que comienza por no ser conciencia”
Pedro Figari
Los pensamientos, los escritos y propuestas educativas de Pedro Figari fueron oscurecidos por su reconocida paleta artística. Así es como su propuesta en Educación y Arte es poco conocida aún hoy así como su pensamiento acerca de la función del arte, y su idea acerca de la vinculación con la particularidad y originalidad en la formación educativa de Nuestra América. En algo que pudiéramos sintetizar en la exposición de motivos de su propuesta, podríamos con sus propias palabras decir: Onos industrializamos o nos industrializan.
En 1915, como Director de la Escuela de Artes y Oficios, propone una reforma que como decía Simón Rodríguez, sostiene que el que copia se equivoca. Figari lo explicita cuando sostiene que es necesario “no hacer sino cosas originales, y todo lo americanas que fuese posible… Eso propendía por un lado a despertar el espíritu de observación amplia, libre de prejuicios, y por el otro a descubrir los elementos autóctonos, su fisonomía-que debió ser fruto de la tradición en el ambiente precolombino, y por lo propio estimable y lógica-con lo cual se iba modelando un espíritu autónomo americano, no simiesco y comodón”.
En nuestro esfuerzo por lograr la descolonización cultural y pedagógica en Nuestra América, hemos citado varias veces al boliviano Franz Tamayo que en su libro “Creación de una pedagogía nacional”[1] en 1910, sostiene que la suprema aspiración de los pedagogos bolivianos sería “hacer de nuestros nuevos países, nuevas Francias y nuevas Alemanias, como si esto fuera posible, y desconociendo una ley biológica histórica, cual es la de que la historia no se repite jamás, ni en política ni en nada”[2]. Para él, la pedagogía ha sido hasta principios del siglo XX una labor de “copia y calco”.
Tamayo propone la creación de una pedagogía boliviana y no plagiar una pedagogía “transatlántica cualquiera” ya que hay que operar sobre la vida misma y no sobre papel impreso. Hay que tratar de formar bolivianos y no “jimios franceses o alemanes”. Al extraño vicio de la inteligencia de nuestra América de aparentar una cosa que no es realmente “y es la simulación de todo: de talento, de la ciencia, de la energía, sin poseer nada de ello… de la simulación de la ciencia pedagógica… Es lo que llamaría el excelente Gautier el bovarysmo pedagógico”[3]. Los talentos bovárycos por excelencia son el calco y el plagio.
Su propuesta es: “Dejar de simular, renunciar a la apariencia de las ciencias, y emprender la ciencia de las realidades, trabajar, trabajar, y en el caso concreto, cerrar los libros y abrir los ojos… sobre la vida”[4].
Pedro Figari abrió los ojos sobre la vida real de su época y la pinceló por primera vez, sus tradiciones, como los pericones o el candombe, sus pobladores originales, gauchos negros e indígenas, sus costumbres o su hábitat, su religión, sus supersticiones, sus curanderas o su paisaje autóctono, sus alegrías y sus dolores.
En su libro Educación y arte sostenía:
“Pueblos de idéntico origen, de necesidades y aspiraciones idénticas, hasta la propia distribución de sus riquezas, complementarias, deben asociarse para la obra americana, que es de cooperación, así como debe encaminarse a conquistar su eficiencia. ¿Qué otro ideal superior pueden ostentar nuestros pueblos? Hay que formar conciencia sobre este punto angular, porque sólo una comunidad de ideas, bien firme, puede afrontar tan grandes realizaciones. ¿Qué significado mejor tendría el panamericanismo, si esto se excluye de su significación?
Habíamos perdido el rumbo. El cosmopolitismo arrasó lo nuestro, importando civilizaciones exóticas, y, nosotros, encandilados por el centellar de la añosa y gloriosa cultura del Viejo Mundo, llegamos a olvidar nuestra tradición, acostumbrándonos a ir al arrastre, con la indolencia del camalote, cómodamente, como si nonos fuera preciso, por deberes de dignidad y conciencia, preparar una civilización propia, lo más propia posible. Todo esto nos hizo vivir por muchos años una vida refleja, casi efímera.
…No es con aparatosidad, que hemos de hacer la obra de América: es con hechos, con ordenamiento, con obras, con obras juiciosas, efectivas, productivas, progresivas, promisorias. No es tampoco con imitaciones inconsultas que hemos de colocarla en su mejor sitial frente al mundo, es con estudio, con trabajo y probidad que es eficiencia.
…Hay que organizar pues, y no por imitación, sino por educación. Sólo por medio de una conciencia autóctona, apta a compulsar los factores que contiene el ambiente, y a arbitrar los recursos más apropiados a la prosperidad positiva, complexiva y firme, sólidamente cimentada en las peculiaridades del medio, y en las aptitudes y modalidades de la raza, podremos afrontar esta fructuosa empresa seguros de su resultado.
…Por otra parte, después del pan, la educación es la mayor necesidad de un pueblo, hay que cumplir este deber sin vacilaciones y de buena fe.
Figari era un artista y un educador, no sólo por su propuesta de reforma a la Escuela de Artes y Oficios en 1917 o sus libros sobre educación, sino porque su pintura refleja la experiencia y condiciones de su época. El arte es moral y educador, a pesar de los moralistas y los educadores,y, a menudo en contra de ellos, nos dice el prologuista Jordi Claramonte, del libro Arte y experiencia de John Dewey.
En 1934, el filósofo y pedagogo Dewey sostenía: “Cuando los objetos artísticos se separan tanto de las condiciones que los originan, como de su operación en la experiencia, se levanta un muro a su alrededor que vuelve opaca su significación general de la cual trata la teoría estética. El arte es un objeto separado que aparece por completo desvinculado de los materiales y aspiraciones de todas las otras formas del esfuerzo humano, de sus padecimientos y logros”[5].
Para Figari, “Sólo aquí en Sud América, hemos podido creer que basta la teoría, en el orden educacional, y que, en el orden económico, basta explotar las materias primas para su exportación, bien que pretendamos un puesto internacional honroso de pueblos modernos, cultos, lo cual es un contrasentido”.
En la Universidad Nacional de Lanús sostenemos que su currícula es la comunidad. Su apertura epistemológica, tanto para la enseñanza como para la investigación, no se hace por disciplina, sino por problemas. La demanda permanente de legisladores, educadores e intelectuales se refiere a la necesidad de exclaustrar a la Universidad para que sirva al desarrollo nacional y coadyuve a solucionar los problemas sociales, ya que el pueblo todo es quien la financia. Sin embargo, la universidad tradicional sigue teniendo disciplinas y la indisciplinada realidad sigue teniendo problemas. Es por ello que la Universidad Nacional de Lanús pretende articular con los saberes producidos en el conjunto de la sociedad así como, enseñar e investigar en forma transdiciplinar para servir al pueblo y a la Nación.
En el momento en que la Universidad Nacional de Lanús creó su Escuela de Artes y Oficios, Felipe Vallese, y el Estado nacional había decidido becar a miles de jóvenes para que estudien, ya que han abandonado sus estudios o han perdido la cultura del trabajo, vemos que los principios básicos planteados por Figari hace un siglo, para la Escuela Pública de Arte Industrial siguen vigentes. No han perdido su actualidad y como sostiene Arturo Ardao en el prólogo al libro Educación y arte, de Figari, tiene gran afinidad con la pedagogía de Dewey.
Efectivamente, el filósofo norteamericano sostiene que: “Deben ofrecerse facilidades escolares de tal amplitud y eficacia que, de hecho y no simplemente de nombre supriman los efectos de las desigualdades económicas y que aseguren a todos los sectores de la Nación una igualdad de condiciones para sus carreras futuras.”…No hay que huir de las condiciones y hechos reales y tampoco hay que aceptarlos pasivamente, es preciso utilizarlos y dirigirlos. O bien son obstáculos para nuestras finalidades, o de lo contrario son medios para su realización”.[6]
Coincidimos con Rubén Tani[7] en que no hay acumulación lineal de capital simbólico, menos aún en las artes, como expresiones y experiencias de una cultura particular, de una experiencia situacional e histórica, que sin desconocer mestizajes e hibridismos culturales, tiene su propia genealogía, su propia arqueología, sus propios problemas así como sus posibles soluciones.
Dewey vuelve a enseñarnos:“El filósofo social que vive en la región de sus conceptos, ‘resuelve’ los problemas poniendo a la vista la relación de las ideas, en lugar de ayudar a los hombres a resolver los problemas en el terreno de lo concreto, suministrándoles hipótesis de las que puedan servirse y a las que poner a prueba en proyectos de reforma.
…los conceptos no se expresan teniendo en cuenta lo que puedan valer en relación con fenómenos históricos especiales. Son contestaciones generales a las que se supone un significado universal que abarca y domina a todas las particulares. De nada nos sirven, pues, en la investigación. La cierran.”
Sin embargo , las modas o el esnobismo, al decir de Figari, y la influencia imperial a lo largo de la historia rioplatense y latinoamericana, no sólo influyó en copiar modelos institucionales estatales, constitucionales, jurídicos, universitarios o burocráticos, sino en aceptar el racionalismo universal abstracto que deshistorizó la academia y la educación, así como por una supuesta superioridad, provocó en nuestros pueblos, el deseo de la mímesis artística del viejo mundo, al mismo tiempo que desindustrializaba y profundizaba la dependencia de Nuestra América.
En 1925, Figari hablaba de la felicidad que se sentía por las formas diversas de un despertar autónomo en la conciencia de los pueblos americanos del Sur. Había que arquitecturar el alma americana y para ello no basta “que imite y asimile, sino que es preciso que se la prepare para producir, por sí misma, para construir su ciencia, sus artes e industrias, según lo exigen los tiempos”.
Pero hoy más que nunca, en el siglo XXI, América Latina tuvo otro despertar para recorrer juntos el camino de la descolonización, no sólo en términos económicos sino fundamentalmente reconociendo su propia identidad y creatividad cultural y comenzando a sustituir la importación de ideas.
Creemos que la propuesta de inversión epistémica de la Universidad Nacional de Lanús se refleja en la inversión del mapa de Latinoamérica del artista oriental Torres García, así como el giro copernicano por el cual nuestros pueblos comienzan a mirarse desde acá y no desde Europa o Estados Unidos. El multiculturalismo que se va reconociendo en Occidente, no sólo hace decir a los políticos y sociólogos europeos que llegamos a la “edad de los derechos”, sino que las culturas comienzan a apropiarse subjetivamente de su propio derecho y a transitar un camino propio, inédito, creativo que reconozca sus propios problemas de los cuales se debe partir para poder solucionarlos.
Para Figari, era necesario crear una Escuela de Arte Industrial que será trascendente para “el completo desarrollo de la industria y la cultura nacional ya que propagaría la enseñanza artística especialmente cuando se dedique a difundir aplicaciones a la industria en bien de las clases menesterosas”, una enseñanza artística e industrial que debe ser práctica y utilitaria sería una educación integral.
En esta época de pandemia, reflexionemos como encarar la educación y la cultura para dejar de imitar otros modelos pedagógicos para no ser simios, que más que crear, copian, así como la cultura que crece desde el pie, debe dejar de asimilar irreflexivamente los modelos europeos o norteamericanos como si fueran lineales con sus parámetros de la belleza.
Werner Jaeger, en su libro Paideia[8] nos enseña que ya en la antigüedad, la filosofía griega entendía que la educación “es el principio mediante el cual la comunidad humana conserva y trasmite su peculiaridad física y espiritual”[9]como una función natural y universal de la comunidad humana pero que tarda mucho tiempo en llegar a plena conciencia de aquellos que la reciben y la practican. Su contenido en todos los pueblos es semejante, al mismo tiempo moral y práctico.
Para el filósofo, “En la educación, tal como la practica el hombre, actúa la misma fuerza vital, creadores y plástica, que impulsa espontáneamente a toda la especie viva al mantenimiento y propagación de su tipo. Pero adquiere en ella el más alto grado de su intensidad, mediante el esfuerzo consciente del conocimiento y de la voluntad dirigida a la consecución de un fin”.
Concluye en primer lugar “que la educación no es una propiedad individual, sino que pertenece, por esencia, a la comunidad. El carácter de la comunidad se imprime en sus miembros individuales…” Y continua en que en ninguna parte adquiere mayor fuerza el influjo de la comunidad sobre sus miembros que en el esfuerzo constante para educar a cada nueva generación de acuerdo con su propio sentido”[10].
Entendemos, como los antiguos griegos, que la educación no es posible sin que se ofrezca al espíritu una imagen del hombre tal como debe ser. Para Jaeger, la marcha de la historia de la educación se hace patente en el esfuerzo artístico del genio creador de la época para eternizar las normas ideales. Y el desarrollo social dependerá de los valores que rigen la vida humana y la educación está condicionada por los valores de cada sociedad.
El arte es educador, entonces, cuando hunde sus raíces en las capas más profundas del ser humano y alienta un ethos, un anhelo espiritual, una imagen de lo humano capaz de convertirse en una constricción y un deber. Allí, en la expresión artística, los valores adquieren el significado permanente y la validez universal, así como la fuerza emocional capaz de mover a los hombres. Ellas a su vez, constituyen las condiciones más importantes de la acción educadora.
Seguimos creyendo que la utopía no es una quimera, tarda y cuesta un poco más al decir de José Mujica.
Porque somos tercos en sembrar y cultivar un mundo más justo en nuestra tierra, sembramos nuestra universidad con edificios que recuerdan a hombres y mujeresde la misma especie, como Arturo Jauretche, Leopoldo Marechal, Manuel Ugarte, Raúl Scalabrini Ortiz, Germán Oesterheld, Enrique Santos Discépolo, Juana Manso, Lisandro De la Torre, Rodolfo Puiggrós, Tita Merello, Roberto Arlt, Manzi, Rodolfo Ortega Peña, Azucena Villaflor, Lola Mora o José Hernández, con esculturas y pinturas de todas y todos las artistas para enseñar los valores de nuestra comunidad. Y por eso también, las y los estudiantes transitano toman clases en la Plaza de la Democracia, la Plaza de los Derechos Humanos, la Plaza de la Gratuidad, la Plaza de la Dignidad o de Nuestra América.
Le agradecemos nuevamente al Ministerio de Educación del año 1914, el permiso para reeditar el libro de Pedro Figari, Educación y arte, en 2014 a la Universidad Nacional de Lanús, ya que desde la publicación de la obra publicada en 1965 por el Ministerio de Instrucción Pública y Previsión social de la Republica Oriental del Uruguay nunca se había reeditado. Seguimos siendo de las dos orillas, como Figarique se radicó en Argentina en 1921 y seguiremos intentando reunificar a Nuestra América.
[1]Tamayo, Franz: Creación de la pedagogía nacional, Universidad Mayor de San Andrés, Biblioteca Central,1986, la Paz, Bolivia, Librería Editorial Juventud, http//www.bv.umsa.bo
[2]ibídem
[3]ibídem
[4] ibídem
[5] Dewey, John: El arte como experiencia, Paidós, Barcelona 2008
[6]Op. cit.
[7]Tani, Rubén: Pensamiento y utopía en Uruguay, HUM, Montevideo, 2011
[8] Jaeger, Werner: Paideia, FCE.1993, Bs. As
[9] ibídem
[10] ibídem
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