Anivé angana, che compañero,
ore korazö reikyti asy…
No más, no más, compañero
rompas cruelmente nuestro corazón
Augusto Roa Bastos, Hijo de Hombre
“Seremos vilipendiados, el día antes de morir, seremos vilipendiados por una generación surgida del desastre que llevará la derrota en el alma y en la sangre, como un veneno, el odio del vencedor. Pero otras generaciones que vendrán después, nos harán justicia, aclamando la grandeza de nuestra inmolación. Yo seré más escarnecido que vosotros, seré puesto fuera de la ley de Dios y de los hombres”. Las últimas palabras que Solano López le dirigió a sus soldados antes de ser asesinado en Cerro Corá contenían la fuerza premonitoria de quien conoce su historia. Maldito por los cultores de la “civilización”, tildado de bárbaro, infame, feroz, Atila de América, el Mariscal López, Karaí Guasú, representó en su vida y en su muerte la lucha de un pueblo que había creado un camino distinto al que se intentaba condenar a América Latina.
Francisco Solano López había nacido en Asunción un 24 de julio de 1827. Insólito Paraguay, al decir de León Pomer, insólito y excepcional Paraguay ese donde le tocó crecer y que muchos años después moriría defendiendo. En aquel entonces todavía estaba fresco el recuerdo de Ayacucho y el exilio obligado de San Martín, Artigas hacía lo propio en Paraguay, mientras en la Guerra del Brasil, porteños y brasileños se mataban por su querida Banda Oriental. Las guerras civiles que desangraron Nuestra América habían comenzado con el esponsoreo vil de los empréstitos británicos y esa garra peligrosa que estaría detrás del desmembramiento de la Patria Grande que habían soñado los libertadores.
Pero el Paraguay donde nació Solano López era distinto. Allí gobernaba el Doctor Francia con la férrea convicción de que era posible que nadie fuera demasiado rico, ni demasiado pobre. Florecían las Estancias de la Patria y el Estado regulaba el acceso generalizado a la tierra y a las herramientas de trabajo. Mientras a su alrededor cundía la guerra y las disputas políticas, Paraguay se aislaba económica y políticamente para proteger su propio desarrollo, la producción local, la diversificación de su estructura productiva y el bienestar de su población. Los beneficios de su producción y de un sistema impositivo que quitó presión sobre los más vulnerables de la población, haciéndola recaer sobre los más ricos, redundaría, por ejemplo, en el fomento de la educación del pueblo. La generalización de la educación primaria y la erradicación casi total del analfabetismo era algo prácticamente inédito en aquel tiempo a nivel mundial.
Francisco Solano era hijo de Carlos Antonio López, quién sucedería al Doctor Francia en el gobierno como primer presidente constitucional y profundizaría la política de desarrollo interno a partir de un incipiente desarrollo industrial que envidiaban las principales potencias de la época. Paraguay tenía ferrocarril. Paraguay tenía fundiciones de hierro y altos hornos. Paraguay tenía telégrafo. Y tal vez lo más importante, Paraguay no tenía deuda externa y era una amenaza para los que no querían que hubiera imitaciones de ese tipo.
Hacia 1845 se sumó a la dirección del ejército y luego fue a continuar su formación militar en Europa, a la vez que gestionaba el reconocimiento de la independencia paraguaya y la adquisición de buques y armamento que más adelante serían fundamentales para la defensa de su tierra. Para ese entonces Paraguay, que había pasado décadas forjando su desarrollo, había empezado a romper su aislamiento interviniendo en las disputas de la región e imponiéndose frente a voluntades tan poderosas como las del Brasil imperial, inevitable titán de la región. Solano López tuvo a su cargo numerosas gestiones diplomáticas y militares que lo enaltecían como referente regional por sus importantes intervenciones y su enorme formación. Hasta Bartolomé Mitre, el mismo que años después sería el verdugo de todo un pueblo, dedicaba halagos para el “Leopoldo” de estas tierras, sorprendido por su inteligencia y su conocimiento de las grandes líneas del saber de aquella época. Una marca de la “civilización” que luego les sería negada tanto a los López como a todo el pueblo paraguayo.
En 1862, luego de la muerte de su padre, el Mariscal Solano López asumió la presidencia. Pero ya no eran los mismos tiempos insólitos de antes para el Paraguay. Ese mismo año, Mitre también se hacía cargo de la presidencia de la Argentina, luego de haber controlado la oposición de las provincias del interior. Como denunciaba Olegario Andrade, “ni un solo día de paz” para las montoneras federales en esa guerra de policía en la que también participaría Sarmiento, sucesor de Mitre tanto en la presidencia como en el crimen de la guerra. Al mismo tiempo, en el Imperio del Brasil se preparaban las cosas para retomar el control de la región, tanto ayudando a los colorados uruguayos a reinstalarse en el poder como volviendo a enfrentar a las soberbias del Paraguay soberano que a sabiendas asistiría a su aliado blanco en Uruguay si el gobierno de Berro tambaleaba. La Triple Alianza, pero que no fue de Argentina, Uruguay y Brasil, sino de sus clases dominantes que alistaron su unidad estratégica con el imperialismo británico para eliminar una de las amenazas más poderosas frente a su modelo de país. Guido y Spano lo señaló con certeza: «la alianza es de los gobiernos, no de los pueblos». Esto se hizo especialmente evidente en el apoyo que recibió Paraguay por parte de los caudillos federales que se negaron recurrentemente a ir a la guerra contra un pueblo al que consideraban su hermano y que además tenía los mismos enemigos. “Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para combatir a porteños y brasileros. Estamos prontos. Esos son nuestros enemigos”: palabras de López Jordán que le anunciaban a Urquiza tan temprano como en 1865 cuál sería la posición de los pueblos frente a la guerra y que se expresaría en la resistencia a ir al frente de batalla y en la continua organización de núcleos de lucha para acompañar al Paraguay, como la Unión Americana de Felipe Varela.
“Ni un solo día de paz” tampoco para el Paraguay una vez que en 1865 diera inicio una de las guerras más sangrientas de nuestra historia. La saña con la que fue perpetrado el genocidio paraguayo nos habla de lo amenazante que era su modelo alternativo de desarrollo autónomo. Sarmiento, que no tenía ni la vergüenza para jactarse, no escatimó en palabras para describir el crimen perpetrado: “Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto o falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial… Son unos perros ignorantes… Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho de Solano López lo acompañan miles de animales que obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era necesario purgar la tierra de toda esa excreción humana, raza perdida de cuyo contagio hay que liberarse” (El Nacional, 1877). Así de implacable fue la “civilización”, así de cruel su intento de borrar a un pueblo entero de la historia.
Karaí Guasú es un reconocimiento que no le toca a cualquiera, está reservado para aquellos grandes hombres que quedaron en el corazón del pueblo. Se lo ganó el Doctor Francia, “el Supremo”, en su proyecto de crear un Paraguay distinto. Dicen que también lo mereció Artigas mientras transitaba su exilio en tierra paraguaya. Solano Lopez sabía bien el destino que les deparaba, no muy distinto al de otros y otras referentes latinoamericanos: “seremos vilipendiados, el día antes de morir, seremos vilipendiados”. El “odio del vencedor” se esparciría para justificar una guerra criminal que acabó con dos tercios de la población paraguaya, su modelo productivo y su independencia. Sarmiento tildaba de ignorantes y enceguecidos a aquellos que habían peleado hasta el último aliento por defender un proyecto que los contenía. Tildaba de bárbaro y feroz al Mariscal López, el último Karaí Guasú que sí fue acompañado por su pueblo fue porque su causa era la causa de todos y todas los que dentro y fuera del Paraguay pensaban en una América Latina realmente libre de las ataduras imperiales. “Pero otras generaciones que vendrán después, nos harán justicia”: la certeza de esa afirmación en las horas finales, ya rodeado con los últimos hombres y mujeres que quedaban de pie para defender su patria en Cerro Corá, solo se explica por la convicción en su causa y en que la lucha por un Paraguay y una América libre seguiría latiendo más allá del día de su muerte, el 1° de marzo de 1870.Y hoy, ese día, es el Día de los Héroes.
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