Debo ser muy honesto y muy franco en mi semblanza personal del doctor Alfonsín. Tengo para mí una caracterización un tanto ambivalente de su personalidad. Y digo que debo ser franco porque a veces —sobre todo a partir de su proyección histórica y de la perspectiva que nos da la historia al ir alejándose el momento en que le tocó protagonizar la política argentina—, desde el Movimiento Nacional y Popular se intenta construir una imagen del doctor Alfonsín asimilable a una figura de FORJA moderna, capaz de empalmar las distintas etapas expansivas de ese Movimiento Nacional y Popular.
Creo que el doctor Alfonsín quiso hacerlo, que pudo haber encarnado esa imagen y también que es parte de ese proceso pero que, lamentablemente, no logró completarlo. En parte por un contexto extremadamente difícil.
El doctor Alfonsín asume la Presidencia de la Nación después de la noche más oscura por la dimensión del terrorismo de Estado aplicado en la Argentina, en ese sentido el país más emblemático de la región, quizás con sesgos de gravedad comparables con el proceso chileno. Hablo de un contexto extremadamente difícil no solo por eso: también por la situación económica. Al menos un 80% del territorio de América Latina estaba sumido en dictaduras más o menos neoliberales en lo económico, que habían entregado la soberanía productiva y financiera a los grandes centros de poder del bloque capitalista, el cual, en plenos años 80, se encontraba camino a la globalización. Esto implicó a nivel interno la destrucción, o al menos el desmantelamiento, de la burguesía nacional que tan trabajosamente se había construido durante las décadas anteriores a partir del primer peronismo: una burguesía que ni siquiera las dictaduras que se sucedieron luego de 1955 habían podido destruir por completo. Pero sí lo hizo la dictadura cívico-militar iniciada en 1976.
En ese momento todo el bloque capitalista, altamente impactado por la crisis del petróleo, debía financiar la revolución tecnológica y los adelantos en materia de bioingeniería, genética e inteligencia artificial; al mismo tiempo, en términos políticos se encaminaba a destruir al bloque socialista. Necesitaba una acumulación de capital muy grande a la que estos procesos de entrega financiera de América Latina le fueron altamente funcionales.
Alfonsín asume entonces con una crisis del sector productivo interno y del sector financiero internacional que se traducía en un tremendo endeudamiento. Los centros financieros que por entonces —no como ahora— estaban concentrados en grandes bancos transnacionales sabían perfectamente que, con las políticas aplicadas, la deuda contraída por América Latina y en particular por la Argentina, sería impagable. ¿Por qué le prestaron ese dinero al país, entonces? No fue por razones que se expliquen desde el punto de vista contable ni económico, sino para condicionarnos políticamente y sostener esos condicionamientos a lo largo del tiempo por más que asumiera un gobierno popular.
Además, acechaba el poder militar que, como se vio luego, impediría llevar adelante la investigación y los procesos judiciales iniciados con el histórico Juicio y Condena a las Juntas Militares.
En suma: dictaduras que rodeaban a la nueva democracia argentina, crisis productiva interna y financiera internacional, poder militar en acecho.
La única herramienta que el doctor Alfonsín tenía para contrapesar semejante volumen de poder adverso era la concientización, la organización y la movilización del pueblo argentino. Con esas herramientas él ganó la campaña interna del partido radical. En un momento en que no existían las elecciones primarias, en que solo votaba el aparato partidario de afiliados, el doctor Alfonsín ostentaba una clara minoría al interior de su partido. ¿Cómo hizo para ganar la interna? Recurrió al pueblo, abrió las compuertas y convocó a la sociedad. Cientos de miles de personas se movilizaron y se afiliaron. Es decir, ganó afuera para poder ganar adentro, y así consiguió la Presidencia de la República, extendiendo las fronteras de su convocatoria mucho más allá de su partido político y convocando a una nueva etapa del Movimiento Nacional y Popular.
Eso fue lo que nos enamoró y nos convocó a muchos jóvenes que habíamos comenzado nuestra militancia en los últimos tramos de la dictadura. Y eso fue lo que le pedíamos que continuara haciendo durante su Presidencia desde la Juventud Radical que me tocó conducir, y desde el Movimiento de Juventudes Políticas. Recuerdo numerosos momentos en los que le decíamos “Doctor, su único capital es el pueblo. Hay que concientizarlo, organizarlo y movilizarlo, y con eso tendrá mucha más fuerza para derribar los obstáculos que se le interponen en el camino”.
Lamentablemente, por razones que me sobrepasa entender, no se utilizó a pleno el camino de la organización y la movilización popular. Y eso, cuando sucede, acarrea dos consecuencias negativas: la primera, debilita a las fuerzas populares en su confrontación de intereses frente a los poderes fácticos; la segunda es el desencanto. Después de aquella noche oscura, las demandas de políticas estatales fuertes en respaldo del pueblo eran más grandes que nunca, pero el legado que la dictadura nos había dejado era un absoluto debilitamiento de las herramientas para sostenerlas. Es decir, las promesas de salir de aquella noche oscura, las esperanzas de que se podía salir, no contaban con las herramientas objetivas necesarias y no se hizo lo suficiente para obtenerlas.
No solo se desmovilizó, sino que en las contadas oportunidades en que sí se convocó al pueblo a la calle, no se le dijo la plena verdad. Como en aquel abril de 1985 cuando se describió “una situación de economía de guerra” pero no se clarificó cuál había sido el enemigo económico y financiero que nos había vencido en esa guerra para poder enfrentarlo con claridad. En la Semana Santa de 1987 se prometió no negociar, y a los pocos días se estaba negociando. ¿De mala fe? No, en absoluto. El doctor Alfonsín lo hizo con la convicción de que de esa manera salvaba al país de un baño de sangre.
Nosotros, desde la juventud partidaria, no veíamos riesgos de baño de sangre y le decíamos que si la democracia que se intentaba salvar iba a ser con el pueblo en sus casas porque “la casa estaba en orden”, se salvaría una democracia profundamente condicionada por el poder; en cambio, una democracia que asumiera los riesgos del pueblo en la calle, iba a ser una democracia verdaderamente popular.
Lo que rescato del doctor Alfonsín es que siempre fue un hombre de la política, que lo intentó, que no claudicó ideológicamente y que, a mi humilde juicio, no utilizó todas las herramientas que la nueva democracia y la enorme expectativa popular le brindaban. Ese es el corte histórico que sí hizo Néstor Kirchner a partir de 2003, y esa es la razón por la cual quienes defendíamos aquellos valores durante la gestión del doctor Alfonsín hoy estamos en esta ala mayoritaria del frente de gobierno, y le reclamamos a este frente de gobierno que, adaptado a las circunstancias actuales, haga lo que también le reclamábamos a aquel doctor Alfonsín.
Hacer Comentario
Haz login para poder hacer un comentario