El 1º de junio hubiera cumplido 119 años una de las figuras más exitosas y queridas del espectáculo argentino, Niní Marshall. Su verdadero nombre era Marina Esther Traverso, nació en Buenos Aires en esa fecha de 1903.

Que su vida iba a tener que ver con la ficción quedó claro desde muy joven por el fuerte interés que ese universo había despertado en ella y potenciado cuando empezó a escribir en la revista Sintonía, una  publicación especializada y competidora de la más vendida Radiolandia. La futura Niní practicó allí un ejercicio que más tarde iba a ser trampolín de su tan brillante carrera: escribir. De asomarse a la vida pública y privada de los artistas fue pasando —primero en privado para los amigos— a la actuación. Observadora muy sutil de los personajes más pintorescos de los vecindarios donde abundaban los inmigrantes y espectadora ávida de los infinitos sainetes que los retrataban en el teatro, hizo crecer dentro suyo personajes similares. Pero con una gran diferencia respecto a sus colegas que poblaban sobre todo el mundo resplandeciente y rendidor de la radio, un medio que estaba en su apogeo: ella empezó a escribir sus propios libretos. Muy graciosa y llega de ingenio, entendió que si hacía nacer esas criaturas lanzadas de lleno a la caricatura y la sátira, debía también hacerlas hablar. Y no imitó a nadie. Catita y ndida, dos golazos de su exclusiva creación, no necesitaron autores de afuera: Niní Marshall (un seudónimo muy de la época con sonoridades extranjeras) supo generar también las situaciones para que se lucieran.

Esta mujer tan intuitiva era una estupenda actriz y aunque muy cada tanto dejaba filtrar una lágrima de emoción en sus historias, jamás cayó en la tentación del melodrama —columna vertebral del radioteatro— y se quedó tras las fronteras de la comicidad. Esa era su verdad, su triunfo y su negocio.

El cine argentino, que empezaba su formidable expansión, no tardó en convertirla en figura. Primero con el múltiple profesional Luis Bayón Herrera que rodó ndida, y luego de la mano de un notable director y autor, el tan prolífico Manuel Romero. Le dio un papel muy fuerte en Mujeres que trabajan, un exitazo de aquellos con un tema de vibrante vigencia social, y luego la elevó a estrella de una trilogía muy eficaz: Divorcio en Montevideo, Casamiento en Buenos Aires y Luna de miel en Río. Poco después sería otro grande detrás de las cámaras, Luis César Amadori,  quien habría de cimentar su consagración cinematográfica aprovechando al máximo su comicidad espontánea y contagiosa. Lo hizo con tres títulos de muy generosa producción, tal como acostumbraba el creador de las películas de teléfono blanco. Esos títulos fueron Carmen, Madame Sans Gene y Mosquita muerta. Mientras rodaba la primera, Niní mirando a las extras, le dijo al realizador “Por qué no le das un poquito de letra a esa chica de rostro tan especial y fino, parece una actriz norteamericana…” Amadori le hizo caso y así nació la super diva del cine nacional y luego su esposa: Zully Moreno.

En su larga trayectoria Niní Marshall conoció muchos halagos pero también algunos tragos amargos. Primero no aceptó las modificaciones que el flamante gobierno revolucionario de Ramírez quiso imponer a sus libretos, considerados “una deformación del idioma” aplicando el mismo criterio elitista que con la letra de numerosos tangos. Y se fue a México. Más tarde, ya de vuelta, el encontronazo habría sido con Apold, un funcionario de Perón que tenía fuerte incidencia en el mundo del espectáculo. Estos episodios interrumpieron su continuidad de trabajo. Y aunque en el 56 estrenó Catita es una dama, la repercusión fue bastante inferior. Su gran época había quedado atrás.

Retirada, tranquila y sin resentimientos, Niní pasó a ser un ícono del espectáculo argentino y recibió múltiples homenajes. Pensó que su carrera estaba definitivamente cerrada pero un joven y talentoso empresario teatral, Lino Patalano, montado en el gran impacto del café concert y regenteando dos salitas del género la convocó en 1973 para volver como figura única con un desfile de sus antiguos personajes en Y se nos fue redepente… Se hicieron más de 1.500 funciones en todo el país y Niní resucitó, generando una explosión de cariño por parte del público.

A  los 92, en marzo de 1996, la actriz sufrió una descompensación respiratoria y tuvo dos internaciones. De la segunda no pudo salir. Hoy la inimitable Niní Marshall es uno de los queridos fantasmas del mundo de los artistas, esos que como dijo María Elena Walsh, hacen al mundo desaparecer.

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