EUDEBA —Editorial Universitaria de Buenos Aires— fue fundada el 24 de junio de 1958, hace exactamente 64 años. En ese momento el rector de la UBA, Risieri Frondizi, convocó para su puesta en funcionamiento al mexicano Arnaldo Orfila Reynal, desarrollador del Fondo de Cultura Económica de México y de la editorial Siglo XXI; a su vez Orfila Reynal designó como director de la flamante editorial a Boris Spivacow, un profesor de análisis matemático que venía formándose en la industria cultural desde la editorial Abril.

En los ocho años siguientes, bajo el lema “más libros para más gente”, Spivacow llevó a cabo una gestión notable en todo sentido: en mayo de 1966 la editorial celebró el ejemplar número 10 millones convirtiendo a Spivacow en el editor que más libros publicó en la historia de América Latina. Poco después, Spivacow y sus colaboradores presentaron su renuncia ante los entonces interventores de la Universidad, designados por el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. En menos de una década Spivacow había cumplido su principal objetivo: vender libros a un costo menor al de un kilo de pan. En ese tiempo la editorial había sido pionera en llevar los libros a los kioscos y en crear las llamadas “Ediciones Previas” en cuanto espacio para la difusión y discusión de la producción académica mientras esta se iba construyendo. La funesta “Noche de los bastones largos” de 1966 truncaba así, junto con muchas otras cosas, un proyecto editorial sin precedentes.

Hace unos años la periodista Judith Gociol participó en un proyecto de la Biblioteca Nacional orientado a recuperar las experiencias editoriales impulsadas por Spivacow —EUDEBA y posteriormente el Centro Editor de América Latina—. Para llevar a cabo el estudio, el equipo revisó las actas de las reuniones de directorio de la editorial universitaria desde su fundación hasta 2012. Además de contener información muy valiosa, el trabajo, de libre acceso, evidencia que, lejos de menospreciar los libros, los gobiernos de facto tuvieron miedo de esta forma de difusión de la cultura e hicieron todo lo que tenían a su alcance para prohibirlos, censurarlos o restringirlos de la manera que fuera.

Comenta Gociol que, según el investigador Leandro de Sagastizábal, “la intervención del onganiato consideró que la editorial era un reducto de comunistas y actuó en consecuencia”: a partir del 66, durante el primer año de intervención la principal preocupación fue detectarlos. Medidas tales como reducción de nuevas ediciones, aumento de precios, reducción de personal fueron un comienzo de asimilación de la editorial universitaria a la lógica del mercado, mientras surgía uno de los criterios básicos de la editorial bajo las dictaduras militares: la militarización de los contenidos.

Tendría que restaurarse la democracia en 1973 para que llegara a la presidencia de EUDEBA don Arturo Jauretche, al frente de un directorio del que formaba parte Rogelio García Lupo como director ejecutivo. En una entrevista del noticiero de Canal 7, fechada 18 de junio de 1973, Jauretche, a punto de asumir, se declaraba “contento de colaborar a la descolonización intelectual del país”: “EUDEBA debe estar al servicio de una cultura nacional y popular”, era el nuevo lema de la editorial. En mayo del 74, el mes en que falleció, Jauretche seguía en su puesto y sostenía a su grupo de trabajo y la línea editorial a pesar de las amenazas de bombas ultraderechistas.

En agosto de ese año, con la misión Ivanissevich y Alberto Ottalagano como rector interventor de la Universidad llegó a la gestión de EUDEBA el sacerdote lefebvrista Raúl Sánchez Abelenda, decano de Filosofía y Letras, de quien se dice que recorría los pasillos de la facultad de Independencia con inciensos encendidos “para exorcizar al demonio marxista”. En las actas del directorio de la editorial comienza a aparecer la expresión “libro retenido” antecediendo el horror de la dictadura del 76, cuando se designó interventor de EUDEBA a un capitán de navío. La bibliografía comenzó entonces a ser clasificada en “libros en situación de alerta” y reediciones ordenadas por distintas urgencias. Un acta de esos tiempos dice:

            “Heidegger y metafísica tomista………………… Se posterga su reedición.

            Testimonios, juicios y documentos………………Se saca de catálogo.

            Evolución y porvenir del sindicalismo …………..Se funde plomo.

            Roberto Arlt, novelista de la ciudad………………Se devuelve al autor.

            Música, ciencia y arte y Curso de física óptica: destruirlos”.

La censura evidencia que, lejos de desestimar la cultura, los militares la consideraban una poderosa herramienta de transformación. En junio del 76 un memo del director Suárez Battán determinaba la censura de 15 libros editados durante la gestión de Jauretche, comenzando un itinerario que se presume terminó con la quema de esos libros en el Comando del Cuerpo I del Ejército.

Como ejemplo de esa etapa cito un acta de agosto de 1978 en la que se establece:

            “Memorias del Dr. Ramón Carrillo. Se resuelve introducirle las modificaciones que se detallan a continuación a la edición actual a efectos de posibilitar su venta sin los elementos ideológicos que el texto actual contiene (en suma, se quitaron del primer tomo el acápite y el prólogo escritos por J.D. Perón y del segundo tomo, el capítulo sobre la “sanidad justicialista”).

            Las constituciones argentinas del Dr. Arturo Sampay. Se resuelve introducirle las modificaciones que se detallan a continuación a la edición a efectos de posibilitar su venta sin los elementos ideológicos que el texto actual contiene y conservar el resto de la obra cuya necesidad en el orden académico ha sido comprobado a través de consultas oficiosas realizadas por esta Dirección Ejecutiva”.

Ya no solo se sacaban de circulación los libros, sino que directamente los militares quitaban partes a los libros que se reeditaban. Incluso un convenio secreto entre la editorial y el Ministerio del Interior encabezado por Albano Harguindeguy estableció la edición de una cantidad de títulos que según la dictadura debían ser leídos por los estudiantes universitarios: es decir, libros cuya publicación era decidida por los militares y no por la editorial.

Con el fin de la dictadura y una nueva gestión comenzó a introducirse el pensamiento neoliberal en la universidad y por lo tanto también en su editorial: en los 90 el contenido de las obras se relegó en función de criterios de mercado, el libro pasó a ser considerado un producto y llegaron a las actas términos tales como marketing y packaging, acordes a un mercado editorial que evolucionaría hacia una panorama regido por megagrupos editoriales de capital extranjero. Pero esa es otra historia. En suma, y al contrario del mítico relato de La cuba electrolítica, el caso de EUDEBA muestra que los gobiernos ilegítimos de la Argentina supieron muy bien que “los libros no muerden”, y extendieron su furor represivo también sobre esta forma de crear, recuperar y difundir la cultura de todo un pueblo.

Fuentes

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