Los seres humanos son más parecidos a monstruos

chapoteando en las tinieblas

que a los luminosos ángeles de las historias antiguas.

Roberto Arlt

Durante décadas, los literatos argentinos expresaron en su desinterés por la historia nacional el tradicional desarraigo que caracteriza a la intelligentzia de un país vasallo. Después de la derrota patria en Caseros (1852), la Argentina se convierte en un apéndice económico del Imperio Británico y la intelectualidad es subordinada, al decir de Liborio Justo, tanto a través de las libras como de los libros. En el clima espiritual de una semicolonia, no es frecuente hallar obras literarias enraizadas en los momentos más dramáticos de nuestra historia por lo que resulta imperioso recuperar aquellas creaciones que quiebran esta tendencia.

Al cumplirse un nuevo aniversario del atroz bombardeo a la Plaza de Mayo, acontecido el 16 de junio de 1955, en el presente artículo recorreremos someramente dos obras ambientadas en este teatro sangriento. En primer lugar, hablaremos de la novela Tránsito Guzmán de Manuel Gálvez y, a continuación, trataremos el cuento Desagravio de Ricardo Piglia.

Antes de ello, repasemos brevemente los hechos de aquel día aciago. El mediodía del 16 de junio el gobierno peronista había organizado un desagravio al General San Martín, debido a que cinco días atrás en una manifestación opositora se había incinerado una bandera argentina. La nutrida concentración popular aguardaba la llegada de una formación de aviones de la VII Brigada Aérea que estaría a cargo de llevar a cabo el acto.

Sin embargo, el cielo de aquella mañana cargada de neblina no será surcado por los aviones previstos sino por los de la Marina de Guerra en su aventura criminal de asesinar al presidente democrático Juan Perón. A las 12:40 hs. son arrojadas sobre la Casa Rosada las dos primeras bombas, de cien kilos cada una. Minutos después, otra bomba cae sobre un ómnibus dejando un saldo de aproximadamente 75 personas masacradas. Al día de la fecha, no existe plena certeza del número total de muertos que arrojó el levantamiento, aunque diversas investigaciones sostienen que oscila entre los 300 y 400 asesinados.

Pese a que el presidente Perón logra salvar su vida y los insurrectos son derrotados por los militares y civiles leales al gobierno, esto sería tan solo el preludio del golpe cívico-militar de septiembre de 1955 que daría inicio a la Contrarrevolución “Libertadora”. No olvidemos que, en otro junio negro para la historia de nuestro país, tan solo un año después del bombardeo a la Plaza de Mayo, se producirían los fusilamientos denunciados en dos obras imprescindibles para recobrar nuestra conciencia histórica: Mártires y Verdugos de Salvador Ferla y Operación Masacre de Rodolfo Walsh.

Antes de continuar nuestro relato, recordemos a los lectores que la sedición de la aviación naval contó con la complicidad civil, entre otros, del socialista Américo Ghioldi, el conservador Oscar Vichi y el radical Miguel Ángel Zavala Ortiz. Este último participó directamente en el bombardeo a bordo de un avión DC-3 a cargo del capitán Mones Ruiz. Pese a contar en su prontuario con tamaña infamia —o tal vez gracias a ello— Zavala Ortiz se desempeñó pocos años después como Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno escasamente democrático de Arturo Illia. Como nos enseñó Arturo Jauretche, no es posible afirmar un proyecto nacional sobre la base de una historia falsificada y es tiempo de reaccionar contra las más recientes tergiversaciones sobre nuestro pasado.

Avancemos, ahora sí, hacia las obras literarias mencionadas. La reducida extensión de este artículo y la estatura literaria de Manuel Gálvez y Ricardo Piglia nos eximen de mayores comentarios acerca de los autores.

A fines de 1956, Manuel Gálvez publica su novela histórica Tránsito Guzmán. Este escritor e historiador, que proviene de las filas del nacionalismo, enmarca su novela en el conflicto del gobierno peronista con la Iglesia Católica. Tránsito —la protagonista— y su núcleo de familiares y amistades integran la conspiración contra el presidente Perón, presentado como un tirano al que es legítimo darle muerte. Los personajes que adhieren al peronismo son escasos, tienen una presencia marginal en la trama y no dan cuenta de la totalidad de las fuerzas sociales que articulaba el Movimiento Nacional Justicialista. Estos personajes son una trabajadora doméstica (“una chinita santiagueña” dispuesta a dar la vida por Perón), un joven militante de la Alianza Libertadora Nacionalista, y un policía delator sumado a las filas del peronismo más por conveniencia que por convicción.

A lo largo de esta obra, Gálvez se encuentra mucho más afligido por la quema y el saqueo de la curia metropolitana y las iglesias de Santo Domingo, San Francisco o San Ignacio que por el bombardeo fratricida. Aquí no se trata de una mera interpretación del autor de este artículo sino que el propio Gálvez lo explicita en la introducción de la novela: “Tengo la certeza de que nadie, en todo el país, ha aprobado la barbarie que fue el incendio de los templos el 16 de junio de 1955, como creo también que ninguna persona culta aplaudió el incendio del Jockey Club”.

No obstante, Gálvez nos ofrece el siguiente retrato de aquella luctuosa mañana del 16 de junio:

          [La Plaza de Mayo] estaba como pavimentada con pequeños trozos de vidrio y con esquirlas. Aquí y allí un cadáver yacía. Una de las cosas que más horrorizó a Tránsito Guzmán fue el ver, colgado en un árbol, un sobretodo de color crema oscuro. El color se advertía aquí y allí, como en pequeñas manchas: el resto, es decir, la prenda casi entera, era toda sangre. ¿Dónde estaría su dueño? ¿No habría quedado sino eso de su persona?

Más adelante, Gálvez narra la muerte de uno de los personajes de la novela durante el bombardeo:

          (…) sintió en la espalda como un golpe. Le pareció que algo debió habérsele roto en el interior de su cuerpo. Le dolieron los pulmones, y empezó a echar sangre, aunque no en mucha cantidad, por la boca. (…) Estaba casi en medio de la calle. Cerca de él había un ómnibus derrumbado. Calculó que allí podía meterse y esperar a que alguien viniese a salvarlo. Algunas personas había por ahí, pero como al cruzar por el cielo un avión toda la gente se dispersara y la plaza se convirtiera en un desierto, le pareció que allí solo él quedaba y que ahora moriría.

          Se arrastró hasta el ómnibus. Pero no tuvo fuerzas para subir, y permaneció como escondido entre las ruedas que tocaban el suelo. Ya no debía haber sangre en su cuerpo.

A diferencia de Manuel Gálvez, que era un literato consagrado, cuando Ricardo Pigliapublicó en 1963 el cuento Desagravio era un joven escritor que estaba dando sus primeros pasos en el campo literario. Como es evidente, el título del cuento dialoga con el acto de reparación a la bandera argentina organizado por el gobierno peronista, que dio lugar a la gran concentración popular que sería masacrada por la aviación naval.

Fabricio, el protagonista del cuento, se había acercado a las inmediaciones de la Plaza de Mayo el mediodía del 16 de junio con el propósito de realizar su propio desagravio, es decir, exigirle a Elisa, su esposa que lo había abandonado dos meses atrás, que regresara al hogar común. De esta manera, Piglia relata el drama nacional que transcurre en paralelo al de los propios personajes:

          (…) los aviones empezaron a bombardear la plaza. Caían en picada y volvían a levantar y caían otra vez hacia la ciudad, rozando la Casa de Gobierno, ametrallando las calles.

          Una explosión extraña, sorda, se oyó en el borde de la Recova y el trole se quebró al recibir la bomba. La gente caía una sobre otra; se los veía por la ventanilla moverse y agitarse, lejanos, como suspendidos en el aire sucio. Los asientos vacíos arrancados. Una mujer abría y cerraba los brazos, gritaba, en silencio, del otro lado del vidrio.

El propósito de este artículo fue doble. Por un lado, invitarlos a la lectura completa de ambas obras para que elaboren sus propias apreciaciones acerca de las mismas y de sus autores. Por el otro, fortalecer la conciencia histórica en torno a uno de los hechos más abyectos de nuestro pasado que, pese al silencio obstinado y cómplice de tantos académicos y formadores de opinión, permanece inquebrantable en la memoria del pueblo argentino.

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