El 1º de mayo de cada año se conmemora el Día Internacional de los Trabajadores, fecha que desde fines del siglo XIX ha tenido un alcance planetario. Ya en 1890 se celebraba en nuestro país y en la mayoría de los países del planeta, salvo algunas excepciones como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, que lo celebran en otra fecha; en lugares como Japón, Arabia Saudita, Sudán, Yemen, Dinamarca y unos pocos más, ni siquiera se realizan marchas o alusiones.

La fecha, que no podría ser considerada como una jornada de festejo —aunque generalmente los trabajadores y trabajadoras del mundo aprovechan para encontrarse con sus compañeros y compañeras de trabajo disfrutando de un momento de distensión y hasta diversión—, se ha utilizado habitualmente en los países periféricos (“del tercer mundo”[i]) para mostrar las injusticias, abusos, arbitrariedades y atropellos que sufren los trabajadores por parte de sus patrones. Mientras que en los países del llamado “primer mundo” comenzó con el objetivo prioritario de hacer valer la jornada máxima de “ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso” (Dommanget, 1956, p. 158), una vez logrados estos reclamos, el 1º de mayo ha tomado un carácter más conmemorativo, salvo algunas excepciones (discusión de leyes laborales, reclamos por represión de las fuerzas de seguridad, aumento de la edad de trabajo para jubilarse, etc.).

Más allá de la histórica proclama de la Internacional Socialista[ii] —“¡proletarios y proletarias de todos los países, únanse!”—, sería muy ingenuo pensar que las condiciones de trabajo, las horas y la remuneración de un trabajador inglés, finlandés o alemán, son similares a las de un trabajador uruguayo, tailandés o argentino. De hecho, como se ha discutido en el Congreso de la Segunda Internacional Socialista de Ámsterdam (1904), todavía esperamos, los trabajadores del sur global, que aquellos trabajadores del Atlántico Norte hagan una huelga exigiendo que se nos reconozcan las mismas condiciones de trabajo y remuneraciones que se les reconocen a ellos.

Desde la caída de la Unión Soviética (1989-1991) se instalaron nuevos pensamientos que promovieron otras formas de “internacionalización” como, por ejemplo, la idea de “una globalización” y de un “one world”, oscuriendo u ocultando las asimetrías presentes antes, durante y después de la llamada “Guerra Fría” (URSS-EEUU). Distintos estudiosos (Hirch, 1997) (Beck, 1998) (Ianni, 1999) (Mazzeo, 2008) sostienen que este proceso se define con el nombre de “globalización”, en parte por considerar que mediante las modernas tecnologías de la información y de la comunicación, el desarrollo del capital trascendió fronteras, regímenes políticos y proyectos nacionales, regionalismos y políticas geográficas, culturas y civilizaciones. Para la realización de “una concepción global” fue (y es) necesario el establecimiento de ciertas ideas, nociones y categorías en apariencia “neutras”. Fue imprescindible crear “un modo de pensar” unificado. En este proceso, el pensamiento único operó y opera como un mecanismo articulador y, al mismo tiempo, desglosador y eliminador de todo obstáculo “no global” —cultural, ideológico, social, histórico, tradicional, regional—, encimando y alineando aspectos culturales de regiones distintas, lejanas y heterogéneas hasta el punto de explosionar en una suerte de hiperculturalidad (Byung-Chul Han, 2021). Es un modo de pensar que actúa como herramienta de la globalización: en ese sentido, tiende a ocultar la cara oscura del proceso relacionado con el desarrollo desigual entre las metrópolis del Atlántico Norte y las zonas periféricas.

No obstante, toda ideología tiene su contra ideología y toda hegemonía tiene su contra hegemonía (Gramsci, [1929-1935] 2008). Inmediatamente, distintos pensadores iberoamericanos tales como Ignacio Ramonet (Pontevedra, 1943), Wagner de Reyna (Lima, 1915-2006) o Alberto Buela (Buenos Aires, 1946), afirmaron que la globalización es un concepto ideológico. Dice Buela: “El concepto de globalización es un concepto ideológico lanzado por George Bush (padre) en 1991 cuando fundamento la teoría del one world y el nuevo orden mundial. La globalización cuenta con dos medios fundamentales: a) la producción de sentido de los hechos [pensamiento único] y acontecimientos con el control total de los mass media internacionales y b) la producción de dinero electrónico en un volumen casi setenta veces mayor que el dinero comercial.” (Buela, 2018, pp. 9-10). Dice Wagner de Reyna: “[…] Esta globalización, cuyo sentido calificaremos de ideológico, no es tampoco anónima y en beneficio de todos sus componentes, sino que la inclusión se efectúa en relación con un elemento dominante, que a su vez es un composito en que se adunan determinados aspectos, rasgos o tendencias de la realidad, que de este modo resultan solidarios, entretejidos y unificados” (Wagner de Reyna, 2000, p. 50). En palabras de Ramonet, el pensamiento único es «una especie de doctrina viscosa que, insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza y acaba por ahogarlo» (Ramonet, 1995).

Como puede observarse, por izquierda y por derecha la idea de una internalización, universalización, homogenización, ha sido irreal y artificial: sin embargo, ha mutado a lo largo de la historia tomando diferentes formas que actuaron diluyendo otros modos de expoliación y explotación sufridas por los trabajadores del tercer mundo. Como señala Jorge Abelardo Ramos (ciudad de Buenos Aires, 1921-1994), desde que “América Latina fue sometida al capitalismo europeo, que después de ‘balcanizarla’ la arrastró y adaptó en su carrera como un complemento colosal de sus metrópolis industriales” (Ramos, 1949, p. 8), los trabajadores de esta zona del planeta sufrieron la doble explotación de las potencias del norte y de las oligarquías enquistadas en los gobiernos latinoamericanos. 

No obstante, a pesar de estas tendencias extranjeras y extranjerizantes desde 1890 y hasta nuestros días, la conmemoración del 1º de mayo forma parte de una jornada de lucha y reivindicación para los trabajadores argentinos, constituyéndose como parte de su historia. Se ha transmitido de generación en generación. Hoy tenemos en nuestro país una tradición de lucha que se liga directamente con nuestros abuelos: en otras palabras, que se ha cultivado en peñas, unidades básicas, gremios, sindicatos, comunas, talleres, juntadas, huelgas, rebeliones y demás formas de resistencia al avance intempestivo del poder económico.

Bibliografía citada:

  • Dummanget, Maurice, Historia del primero de mayo, Buenos Aires, Editorial Americalee, 1956.
  • Byun-Chul Han, Hiperculturalidad, Lanús, Herder, 2021. 
  • Buela, Alberto, “Prólogo al libro de Alan Benoist, Rebelión en la Aldea Global. Ensayos escogidos”, Buenos Aires, Nomos, 2018.
  • Cole, George Douglas Howard, La Segunda Internacional (1889-1914) [2 tomos], en: Historia del Pensamiento Socialista, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1964.
  • Di Vincenzo, Facundo, “El Posmoprogresismo: Liberales de corral y Progresistas sin nido”, Revista Viento Sur, Remedios de Escalada, Universidad Nacional de Lanús, 3 de marzo de 2022. En: http://vientosur.unla.edu.ar/index.php/el-posmoprogresismo-liberales-de-corral-y-progresistas-sin-nido/
  • Gramsci, Antonio, Notas sobre Maquiavelo. Sobre la política y sobre el Estado moderno [1929-1935], Buenos Aires, Nueva visión, 2008.
  • Hirsch, Joachim, “¿Qué es la globalización?”, Realidad Económica, N° 147, 1997.
  • Ianni, Octavio, La era del globalismo, México, Siglo XXI, 1999. 
  • Mazzeo, Miguel, “La globalización neoliberal. Algunas definiciones generales, en: Historia Argentina Contemporánea. Pasados presentes de la política Argentina, la economía y el conflicto social, Vicente López, Dialektik, 2008. 
  • Ramonet, Ignacio, “El pensamiento único”, Revista Le Monde Diplomatic, enero de 1995.
  • Wagner de Reyna, Alberto, Crisis de la Aldea Global, Córdoba, Ediciones del Copista, 2000.

[i]El término “primer”, “segundo” y “tercer mundo” aparece luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética y Estados Unidos discuten la división del mundo tras vencer en la guerra a Alemania. En las Ciencias Sociales el uso de estas palabras fue propuesto en 1952 por el economista francés Alfred Sauvy (1898-1990), en una publicación titulada “Tres mundos, un planeta” en el diario L’Observateur. En este texto Sauvy diferenciaba entre los dos bloques políticos e ideológicos enfrentados: el bloque capitalista liderado por Estados Unidos (el “primer mundo”) y el bloque comunista liderado por la Unión Soviética (el “segundo mundo”). A aquellas naciones que procuraban mantenerse al margen del conflicto capitalismo-comunismo las llamó el “tercer mundo”.

[ii] La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional Obrera, adoptó como sede la ciudad de Londres y estuvo integrada por partidos, sindicalistas, socialistas, anarquistas y asociaciones obreras de variado signo. El encargado de redactar sus estatutos fue Carlos Marx. En 1868, a raíz de la incorporación de Bakunin, la AIT sufrió una polarización que condujo a enfrentamientos entre dos tendencias irreconciliables: por un lado, la anarquista (con Bakunin a la cabeza), por otro, la marxista, cuyo liderazgo intelectual ostentó Marx.

Episodio decisivo en la división del movimiento internacionalista lo constituyó el fracaso de la Comuna de París (1871), experiencia de carácter revolucionario que surgió tras la derrota de Sedán (1870) sufrida por las tropas francesas de Napoleón III frente a Prusia. El fiasco de la Comuna de París agravó los enfrentamientos en el seno de la Internacional. En el Congreso de La Haya (1872), los anarquistas fueron expulsados de la organización, que pasó a ser controlada por los marxistas hasta su disolución en 1876. Después de la división que se produjo en el Congreso de la Haya (1872), lo que en Europa quedó de la Primera Internacional había pasado a manos de aquellos que sostenían las formas federalistas, generalmente más cerca de las concepciones anarquistas y cooperativistas (sindicalistas), estos mismos que rechazaron la dirección autoritaria de Karl Marx. Entre 1872 y 1889 hubo congresos de la Internacional Federalista, también llamada “Internacional Anarquista”, que en parte oscurecían la posibilidad para los socialistas de reanudar los congresos de la Internacional. Tras un acuerdo de representantes del pensamiento socialista alemán, belga y francés para dejar de lado a los anarquistas, se dio nacimiento a la Segunda Internacional Socialista que congregaba a los representantes de las instituciones, organizaciones y sindicatos liderados por socialistas pero que también daba lugar para que participaran otros militantes del campo de las izquierdas. La Segunda Internacional duró hasta el estallido de la Gran Guerra (1914), suceso que volvió a dividir las aguas entre los representantes de las organizaciones socialistas de las principales naciones en pugna, entre los franceses y los alemanes.   

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