Los derechos humanos cuentan hoy con un extenso reconocimiento a nivel internacional y nacional a través de normas que definen su alcance y contenido, y de instituciones destinadas a velar por su cumplimiento. Sin embargo, el goce de estos derechos dista mucho de ser una realidad. Desde las libertades individuales hasta el derecho a una vida digna, millones de seres humanos se encuentran en una situación de vulnerabilidad.
Para dar respuestas a esta realidad el Papa Francisco ha promovido en el ámbito de la Pontificia Academia algunas actividades especialmente referidas a las Américas.
En marzo de 2023, tuvo lugar la Cumbre sobre Colonialismo, Descolonización y Neocolonialismo: Una perspectiva de justicia social y bien común, realizada en Roma, en la cual más de 60 participantes de todo el mundo reafirmaron la voluntad de auspiciar y defender “las culturas decoloniales y descolonizadoras como base necesaria de la formación jurídico-política y académica de los Magistrados, sean ellos Defensores, Fiscales o Jueces, así como de quienes conciben y promueven el acceso a la justicia de los jurídicamente más débiles, descartados por el sistema”. Esta relevante Cumbre se realizó en colaboración con el Comité Panamericano de Juezas y Jueces por los Derechos Sociales y la Doctrina Franciscana (COPAJU), que el Papa Francisco estableció en junio de 2019 luego de algunos encuentros regionales incipientes. Este Comité se propone para abordar la exigibilidad y justiciabilidad de los derechos sociales, culturales, económicos y ambientales (ver aquí) .
El 15 de agosto de 2023, el sumo pontífice tomó otra iniciativa institucional de largo alcance con su Quirógrafo que funda el Instituto para la Investigación y Promoción de los Derechos Sociales “Fray Bartolomé de las Casas”, en el marco de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales. En su Junta Académica Fundadora designó para el quinquenio 2023-2028, a “los Profesores Doctores Raúl Eugenio Zaffaroni, Alberto Filippi y Marcelo Suárez Orozco”. A través del mismo instrumento, fue nombrado el Juez argentino Roberto Andrés Gallardo en la presidencia del COPAJU.
Para realizar un trabajo en todo el continente, la Junta Académica estableció un Comité Internacional de Profesores Fundadores ad honorem entre los que se encuentran Gustavo Gutiérrez, Luis Arroyo Zapatero, Nilo Batista, Elías Carranza Saroli, Cosimo Cascione, Gisele Cittadino, José Luis de la Cuesta, Graciela Otano, Mauro Palma, Patricio Pazmiño Freire, María Cristina Perceval, Caroline Proner, Fernando Tenorio Tagle y Juarez Tavares, coordinados por Lucas Ciarniello.
Finalmente, el 28 de febrero de 2024 se inauguró la sede del Instituto lascasiano en Buenos Aires. El saludo inaugural del Papa Francisco y la presencia de representantes de todo el quehacer cultural, religioso, social, político y sindical, entre los cuales se encontraba el Rector de la Universidad Nacional de Lanús, Daniel Bozzani, mostraron la importancia de este espacio.
El pontífice nos indicó la responsabilidad compartida que tenemos en dar respuestas a los dramáticos desafíos del presente, uno de los cuales es lograr formas concretas de Justicia Social, puesto que no hay democracia si se acrecientan la pobreza y la inequidad. Resaltó la necesidad de contar con un Estado que lleve adelante políticas adecuadas, racionales y equitativas que sostengan el efectivo cumplimiento de los derechos sociales. Pero también recordó que se necesita la vocación de servicio por parte de quienes toman decisiones, En ese marco, expresó que “el Poder Judicial es el último recurso en el Estado para remediar las vulneraciones de derechos y preservar el equilibrio institucional y social”. Esta actuación implica enfrentar los modelos económicos y sociales deshumanizantes y violentos tanto como crear las condiciones para un cambio sostenido.
La extraordinaria modernidad y el humanismo del pensamiento de Fray Bartolomé de las Casas es un fundamento para una nueva concepción de Justicia. Al afirmar que todos los seres humanos son portadores de derechos sin condicionamientos, permite pensar y actuar en clave de multiculturalidad en tiempo presente, cuando esa misma desprotección se impone desde una mirada economicista sobre las personas. Es casi un imperativo que repensemos los procedimientos judiciales, las burocracias o las políticas públicas, a partir de una mirada centrada en lo humano, que contemple las identidades culturales, la clase social, el género y las diversidades sexuales.
Se trata entonces de fundamentar esa concepción desde la diversidad y la mirada de Nuestra América; centrada en la dignidad de los seres humanos, el respeto a los derechos colectivos y la redistribución de la riqueza con equidad. La tarea va a la par de construir nuevas prácticas basadas en la escucha de quienes padecen la vulneración de sus derechos, vinculadas a la realidad social, que pongan límites a la arbitrariedad, la insensatez y la intolerancia pero también que avance hacia una sociedad con justicia social.
Publicamos, en exclusiva para Viento Sur, la versión integral de los discursos de los Profesores Alberto Filippi –docente desde hace años de nuestro ateneo y en el Instituto de Justicia y Derechos humanos– y del Profesor Raúl Zaffaroni, Emérito de la Universidad de Buenos Aires y ex-ministro de la Corte Suprema de la Nación y la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Fray Bartolomé de las Casas vuelve a las Américas: razones del Instituto que lo honra
Por Alberto Filippi
Buenos días e buon pomeriggio, en Buenos Aires y en Roma.
Tenemos solo seis meses de existencia desde que el Quirógrafo, el rayo vaticano que nos lanzó el Papa Francisco el 15 de agosto de 2023, nos ha puesto a trabajar como Junta Académica Fundadora en la constitución del Instituto que lleva el nombre del insigne jurista y teólogo Fray Bartolomé de las Casas, desde una perspectiva filosófica descolonizadora, como testimonio permanente de resistencia y de liberación. Para ello contamos con el formidable apoyo de los dirigentes del Comité Panamericano de Juezas y Jueces por los Derechos Sociales y la Doctrina Franciscana y el de todos los colegas que, desde México a Chile, desde Brasil a Perú, nos acompañan en esta meritoria misión.
He dicho seis meses, pero en realidad nuestro empeño viene desde muy, muy lejos, desde la perspectiva escatológica que nos han legado las incansables, valientes luchas jurídicas y religiosas que Bartolomé de las Casas supo emprender para «defender en las Indias el manifestísimo juicio de Dios, y para que se cognosciese la iniquidad, injusticia y crueldad que a estas gentes se hacía, y cuan bañado en sangre humana era todo lo que adquirían«, como atestigua Fray Bartolomé citando uno de los tantos acontecimientos vividos y relatados en el capítulo 36 de su monumental Historia de las Indias, repleta de excepcionales documentos que registran las múltiples consecuencias de la Conquista que él pudo ver de cerca durante los casi treinta años que vivió en las Américas, habiendo atravesado el Atlántico nada menos que nueve veces. La Historia de las Indias junto a las dos mil páginas desu Apologética Historia Sumaria constituyen el mayor acervo de fuentes documentales del siglo XVI para el estudio de las instituciones jurídico-políticas americanas y sus relativas historiografías comparadas.
Todo ello, precisamente, con una visión crítica y desde afuera de Europa, que reconocía la plena racionalidad de los Indios como sujetos de derecho, valorando positivamente, a la vez, las centenarias sociedades y culturas precedentes al crucial año 1492. El conjunto de vida y los escritos de las Casas constituyen un paradigma formidable y duradero de la decolonialidad jurídica y de la reivindicación del valor universal de la lucha por la justicia, la libertad, la igualdad y la paz, en contra de toda “justa guerra”.
Al asignarle el Papa Francisco el nombre de las Casas a este Instituto que estamos inaugurando en la Argentina en la nueva sede del COPAJU, no solo perfecciona la memorable decisión tomada por Papa Paulo VI, en las conclusiones del Concilio Vaticano II en 1965, de haber liberado la obra de Fray Bartolomé de la censura establecida por la Inquisición en 1659, sino que resalta lo que considero como uno de los ejes fundamentales de su propio magisterio, que auspicia acrecentar el diálogo interreligioso y con los laicos, como estamos tratando de hacer para el surgimiento de nuestro Instituto, invitando a las personalidades y las organizaciones aquí presentes, así como todos aquellos que entre Italia, España y las Américas están colaborando, con reconocida generosidad con todos nosotros.
Si bien el punto de partida de nuestras labores es el conjunto de los escritos de las Casas, vamos también a trabajar para rescatar y repensar a los autores que componen la variada y enriquecedora tradición que denomino como lascasiana, de autores sea religiosos o laicos, a partir de Guamán Poma de Ayala hasta Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Francisco de Miranda, Fray Servando Teresa de Mier, José Martí y en el siglo pasado el teólogo de la liberación Gustavo Gutiérrez, que —vaya feliz coincidencia— en este año 2024 cumplirá dos décadas de haberse recibido en Francia como Frère Dominicain en el Convento del Santo Nombre en Lyon y que, como acaban de escuchar, es el primero inter pares de nuestros Profesores Fundadores ad honorem.
Tradición lascasiana que, a pesar del regalismo borbónico y las reiteradas censuras, pudo llegar hasta el Virreinato del Río de la Plata, en el cual en 1806 fue nombrado Arzobispo el jurista, teólogo y erudito bibliófilo Don Benito María Moxó y de Francolí, quien custodiaba un verdadero tesoro: una de las compilaciones más relevantes que conozcamos de escritos de las Casas. Añádase que Don Benito desempeñó su alto cargo en Intendencias y ciudades con notables poblaciones de indios y mestizos: La Paz, Asunción, Santa Cruz de la Sierra, Buenos Aires, Córdoba y Salta de Tucumán, que por cierto fue la primera en reconocer a la Junta de la Revolución de Mayo de 1810.
El Códex que Moxó trajo desde México —excelente ejemplo de circulación clandestina de las ideas— estaba compuesto por 215 textos manuscritos con diferentes tipos de letras en 229 folios de papel de hilo, resulta ser indispensable para la comprensión de la implantación de la “monarchia universalis” de Carlos V en los espacios americanos, así como los sistemas políticos, las «virtudes sociales» y la religiosidad de las civilizaciones indígenas. Un siglo y medio después el Códex fue rescatado del olvido por el jurista e historiador venezolano Cristóbal Mendoza de la Academia Nacional de la Historia, y parcialmente editado en la Argentina por mí como uno de los textos clave del manual Constituciones, dictaduras y democracias. Los derechos y su configuración política, que escribí en 2014 para la Escuela del Servicio de Justicia. En efecto, los imprescindibles textos del Códex tienen su origen y su razón de ser en el ejercicio de la protección de los “naturales de las yndias” que son jurídicamente los más débiles, “porque siempre y por doquier se debe actuar —amonestaba Fray Bartolomé con fundada sabiduría— según las reglas de los derechos humanos, confirmados por la razón y la ley natural y mucho más por la ley de charidad y christiana”. Conceptos y hasta palabras subversivas que por su valor filosófico-jurídico anticipan en siglos las teorizaciones sobre derechos del hombre y nos obligan a revisar las consolidadas y erradas cronologías eurocéntricas de historia de los derechos.
Para finalizar, no puede faltar en esta ocasión tan especial la evocación a María Antonia de Paz y Figueroa, quien a raíz de la expulsión de la Compañía de Jesús en 1757 fue encargada, ella que era mujer, a cumplir la misión que marcó su vida: realizar los ejercicios espirituales que hasta entonces impartían los jesuitas y que ella organiza en Buenos Aires a partir de 1795 en la Casa que luego se transformó en el actual Convento de la calle Independencia entre Santiago del Estero y Lima.
La novedosa iniciativa pedagógica de Mama Antula (como se hizo conocer por el apelativo quichua) representó una forma original de religiosidad popular en los años de crisis profunda del sistema colonial y de resistencia al antijesuitismo militante del virrey Juan José de Vértiz, enconado represor de la rebelión de 1780 conducida por Túpac Amaru II, nieto del último Inca. El magisterio de la carismática predicadora, famosa por las reiteradas caminatas evangelizadoras junto a sus colaboradoras indias, mestizas y criollas, prosiguió hasta su muerte en 1799 y en devoción a su personalidad en 1906 se inició la centenaria causa de beatificación, concluida hace pocos días el pasado domingo 11, con la ceremonia en la Basílica de San Pedro, con la cual el Papa la ha proclamado como la primera Santa de Argentina.
Y es justo al Papa Bergoglio, que en nombre mío y de los colegas fundadores ad honorem, que manifiesto mi agradecimiento hondo y sincero por este encargo fundacional del Instituto, concebido, como otras iniciativas desafiantes a las que nos tiene acostumbrados, desde su excepcional perspectiva existencial e histórica de ser el primer Obispo de Roma nacido y formado afuera de Europa, quien con admirable perseverancia en su larga vida religiosa e intelectual ha logrado poner en acción conjunta la espiritualidad jesuita con la fraternidad franciscana, plasmadas y proyectadas en la Encíclica Fratelli Tutti. Magistral y apasionada síntesis de valores cristianos y de imperativos éticos que nos van a inspirar en nuestras luchas presentes y futuras, porque sabemos que la lucha es luchando, y hacerlo por los derechos es el punto más alto de la lucha misma.
Muchas gracias a todas y a todos.
El Legado de Bartolomé de las Casas y la responsabilidad en el presente
Por Eugenio Raúl Zaffaroni
Estamos aquí reunidos por la esperanzadora generosidad del Papa Francisco.
Lo primero que debo señalar es el profundo agradecimiento por la confianza que nos dispensa al crear este Instituto, a la que solo podemos responder asumiendo plenamente la enorme responsabilidad del caso: no se trata solo de un honor –que por supuesto agradecemos- pero poco importan los honores en esta hora de Nuestra América y del mundo, lo que importa es que nos encomienda una difícil tarea: llevar adelante un Instituto para la investigación y promoción de los Derechos Sociales. No nos deja sin brújula, porque decide que este Instituto lleve el nombre de Fray Bartolomé de las Casas. Con eso nos dice: prosigan, avancen por el camino de medio milenio, actualicen la senda lascasiana.
Por esa senda es que debemos marchar, o sea, por la del respeto a la dignidad de todos los seres humanos por el solo hecho de ser humanos, tal como lo exigía ante la deshumanización de nuestros semejantes por parte de los criminales europeos.
Ese fue el objetivo de Fray Bartolomé denunciando como herejes a los ladrones de oro y plata y asesinos de nuestros hermanos originarios. El discurso y la acción de Fray Bartolomé nos lo señala como el pionero –hace quinientos años- de la concepción y defensa de lo que ahora llamamos “derechos humanos”.
La idea de los “derechos humanos”, es decir, de una suerte de elemental ciudadanía mundial, planetaria, enunciada justamente cuando una Europa debilitada se ensañaba impiedosa para explotar a la población de nuestra América. Esa idea fue concebida como reacción contra el crimen del colonialismo y del esclavismo. Se alzó precisamente con la voz y la acción de Fray Bartolomé.
Como “leyenda negra” pretendieron descalificar su palabra, su acción y su testimonio los psicópatas de sucia conciencia beneficiarios del crimen cuya magnitud no lograron ocultar ante la historia.
En cuanto al objetivo del Instituto, puede no llamar la atención que Francisco quiera centrar su acción en los derechos sociales, como correspondería a la Doctrina Social de la Iglesia y a su larga tradición de justicia social, pero creo que también lo mueve otra consideración, acerca de lo cual no creo equivocarme.
En efecto: en tiempos en que se quiere glorificar la meritocracia conforme a un imaginario homúnculo emanado de la retorta ideológica que quiere dominar nuestra época, llamado “homo economicus”, no faltará alguna voz que quiera señalar la ausencia de referencia a los derechos individuales, renovando la falacia de la incompatibilidad entre ambos órdenes de derechos.
De esta falacia se abusó tanto en el siglo pasado, especialmente para estigmatizar a los defensores de derechos sociales como enemigos de los derechos individuales, que hoy podemos considerarla pasada de moda. Pese a eso, si alguien pretendiese esgrimirla, bueno será advertirle que no hay derechos sociales sin los individuales y viceversa.
Esta necesaria imbricación se debe a que no es posible garantizar la libertad sin pan, porque quienes sienten hambre la usarán para reclamar el pan y, por ende, se deberá atender el reclamo o privarlos de la libertad; tampoco se puede dar pan sin libertad, porque no se podría controlar su distribución y alguien acabaría quedándose con todo el pan.
En este sentido, la insistencia de Francisco en los derechos sociales no pasa por alto la inevitable conglobación de los derechos humanos, impuesta simplemente por la naturaleza de las cosas, sino subrayar la significación de los derechos que, con demasiada frecuencia, se pretende degradar de su condición de tales a meras declaraciones declamatorias de buena voluntad, cuya eficacia no sería exigible ante los estrados judiciales.
Este Instituto deberá “investigar” y “promover”. Con lo primero se adquieren conocimientos; con lo segundo se impulsa algo. ¿Qué es en ese “algo” en este caso? Creo que nada más ni nada menos que la propia eficacia del derecho, o sea, que el “deber ser” pase a “ser”. De este modo, Francisco nos encarga conocimiento y acción: un hermoso desafío.
Pero, en definitiva, no nos insta más que a asumir el desafío de todo jurista de buena conciencia. El saber jurídico no puede agotarse en lógica normativa: la lógica es imprescindible, pero no puede reemplazar a la ontología. Tampoco es posible quedarse en la mera vigencia normativa sin atender a su grado de eficacia en la realidad, para lo cual la construcción jurídica no puede prescindir de los datos de la realidad social, so pena de incurrir en delirios y paradojas y, lo que es peor, dar por ciertos los objetivos manifiestos de las normas y despreciar sus reales funciones latentes.
De incurrir en esta ceguera ante la realidad social, posibilitaría que, declamando los objetivos más excelsos, se legitimasen las normas más aberrantes.
En síntesis: ¿A qué nos convoca Papa Francisco? Creo que es a movernos en serio por la esencia del derecho, que no se agota en un montón de normas escritas en Constituciones y tratados, sino en la lucha por su eficacia, por su observancia en la realidad social.
En Nuestra América, hoy casi está todo previsto y normado en el plano del “deber ser”, solo que nos movemos en el terreno de la paradoja, pues cada día lo que “es” se distancia más de lo que “debe ser”. Con asombro y alarma vemos que el “ser” es cada vez menos como “debe ser”. La esencia del derecho consiste en la reducción de esta distancia, es decir, en la lucha por el derecho.
Al impulsar la eficacia del derecho, será inevitable que topemos con nuevos encomenderos y conquistadores y, por cierto, no será nada nuevo, porque toda lucha por la justicia debe enfrentar los intereses de los beneficiarios de las injusticias.
Y, por cierto, nuestros pueblos tienen el respaldo de la experiencia de cinco siglos de resistencia, o sea, de lucha por el derecho. Es a esa lucha a la que debemos sumarnos, para que les garantice a los pueblos el espacio de libertad social necesario para decidir democráticamente sus propias dinámicas.
Que Dios nos ilumine para ser dignos de semejante encargo.
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