Cuidar, Comer, AMMAR
Durante la pandemia, las trabajadoras informales que vivíamos al día, nos encontramos impedidas de trabajar y comenzamos a vivir en situación de emergencia alimentaria. Además, diversas políticas sociales implementadas para atenuar la pérdida del poder adquisitivo, no tuvieron alcance suficiente en el barrio de Constitución: muchas de nosotras no podíamos acceder a planes sociales dada la precariedad de nuestra documentación, ni a programas laborales porque el trabajo sexual no cuenta con personería jurídica. El estigma que padecemos es tal, que tampoco nos permitieron inscribirnos en el Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Informal. Y no vimos ningún noticiero que hablara de los desalojos que sufrimos, a pesar de que estaban prohibidos por Decreto Presidencial. En nuestro barrio, los dueños de los hoteles nos quisieron desalojar de forma masiva, violenta y clandestina.
Ante tanta angustia, las trabajadoras sexuales solo pudimos hacer lo que siempre hicimos: organizarnos. Y sin saberlo, desde nuestra Casa Roja de AMMAR CTA nos convertimos en actoras comunitarias dentro de la organización social del cuidado de Constitución.
Para eso, dejamos de lado nuestras históricas rivalidades porque el hambre no tiene banderas y, así, las compañeras migrantes sumamos salsa y sazón al trabajo esencial de todos los días para sobrevivir. Los mismos vecinos que antes se cruzaban de vereda cuando nos veían venir, se acercaban preguntando “¿Qué es la Casa Roja?” “¿Entregan mercadería?”.
En la pandemia, Casita Roja (como nos gusta llamarla) fue un espacio esencial no solo para las prostitutas del barrio, sino también para todos sus vecinos y vecinas que ahora retiraban viandas y donaciones, se conectaban al Wi-Fi para realizar diversos trámites, para comunicarse con su familia. Tramitaban su DNI, papeles migratorios o el subsidio habitacional para evitar ser derivadas a paradores. Celebramos con cada compañera que lograba cerrar sus causas penales con nuestros abogados, especialmente las compañeras migrantes que terminaban de una vez por todos con el fantasma de la deportación. También pasábamos horas escuchando las disputas entre colegas que venían a demandar que el sindicato realice mediaciones para evitar, así, la escalada de violencia interpersonal que tantas veces hemos lamentado. Pasábamos horas hablando sobre nuestros dramas sin juzgar, porque todas estuvimos allí alguna vez.

Mucha gente del barrio empezó a vernos diferente y a respetarnos, ya no como trabajadoras ni como vecinas, sino como referentes que nos encontramos a disposición 24/7. Nos peleamos con las académicas y los políticos que, desde la comodidad de sus notebooks, pretendían indicarnos cómo manejar los recursos que nosotras mismas conseguimos para un barrio que nunca habían pisado. Siempre con muchas fotos y poco tiempo.
Tampoco vinieron cuando la policía nos detenía argumentando que estábamos violando la cuarentena cuando paseamos nuestros perritos o hacíamos las compras por el barrio. Eso no impidió que corriéramos a sacar a las compañeras a las comisarías; a “pechear” contra los dueños de los hoteles que nos querían desalojar (o nos cortaban el agua y la luz para que nos fuéramos solas); a realizar jornadas de limpieza en los hoteles, o de vacunación. Así, logramos que ninguna compañera muriera de Covid-19, aunque tuvimos que ir a las morgues a reclamar que nos devolvieran los cuerpos de las que seguían muriendo por tuberculosis, VIH o en transfemicidios. ¿Por qué el sistema solo entrega los cuerpos a las familias de origen, esa misma familia que las expulsó y las abandonó? Nosotras sí somos familia. Y así como lloramos de bronca e indignación esa muerte injusta, celebramos su funeral con la misma euforia con la que vivimos la vida.
Porque el sindicato nos enseñó a reivindicarnos, reconocer que lo que hacemos es un trabajo digno, y que “vergüenza” es pedir coimas. Que tenemos derechos y podemos denunciar cualquier atropello. Este cambio empezó por afuera, y luego vino un cambio por dentro, querer estar mejor, saber que merecemos vivir bien.
Comenzamos a tener mayores certezas sobre un futuro desolador: si algo me pasa, sé que puedo mandar un mensajito y que mis compañeras van a venir como leonas. Y tengo la seguridad de que van a mover cielo y tierra para que yo sea enterrada con el nombre que yo elegí y mi verdadera identidad. Aprendimos que lo que logramos como organización de ninguna manera podemos hacerlo solas; y que al reivindicarnos como trabajadoras, nos reconocernos en los ojos de nuestras compañeras y en sus perfumes libidinosos.
La Casa Roja durante la pandemia por Covid-19 fue para nosotras el verdadero ministerio desde donde supimos construir un barrio ni mejor ni peor que otros, pero habitable. Y bien diferente a las representaciones negativas que suelen tener las personas sobre Constitución. Así, sin más reivindicamos nuestro trabajo convirtiendo el insulto “putas” en organización.

Terminada la pandemia, hoy continuamos desde la Casa Roja de Constitución brindando un servicio integral a las trabajadoras sexuales. Continuamos realizando atención inmediata en casos de detenciones de la policía y violencia institucional, contamos con servicio legal, social y psicológico con profesionales. Contamos con comedor, baño y duchas para las chicas en situación de calle. La Casa Roja es un espacio abierto para las personas que conviven con consumos problemáticos de Constitución. Además de las articulaciones y operativos de salud que se realizan en este espacio ampliando los niveles de accesibilidad del Estado, colaboramos en la formación profesional de diversas disciplinas abriendo nuestra organización a estudiantes universitarios. La carrera de Licenciatura en Enfermería de la Universidad Nacional de Lanús, desde el Taller Integrador de Práctica e Investigación en Salud Comunitaria, viene trabajando para desarrollar estrategias que garanticen o mejoren el acceso al sistema de salud como así también en las estrategias de cuidado en salud junto con las trabajadoras sexuales de AMMAR en el barrio de Constitución.
Hacer Comentario
Haz login para poder hacer un comentario