Hacia finales de los noventa, la industria editorial argentina manifestaba contundentes rasgos de extranjerización, transnacionalización y concentración. Luego de la crisis de 2001 emergen nuevos proyectos editoriales con iniciativas creativas y de pequeña escala. Desde Almagro, en el año 2003 nace Eloísa Cartonera, la primera editorial que marca un hito a la hora de difundir a escritores de la región, con énfasis en la poesía y a su vez, con la difícil tarea de generar trabajo genuino. “La Carto” es una iniciativa del escritor Washington Cucurto y del diseñador Javier Barilaro, con la colaboración de Fernanda Laguna. Junto con los cartoneros —recolectores urbanos de deshechos re-utilizables y sujetos paradigmáticos del empobrecimiento de la sociedad—, desarrollaron este proyecto sin fines de lucro que buscaba editar por cuenta propia, relacionarse con autores a través de vínculos cercanos y vender en la calle o en cualquier evento cultural. “La Carto” se formalizó como cooperativa en el 2008 y hoy celebramos sus veinte años de trayectoria.
“Siempre nos decían que éramos producto de la crisis, pero en ese momento no asumíamos esa etiqueta”, afirma María Gómez, integrante de la editorial. María llegó al local de Guardia Vieja para hacer un trabajo de la facultad en 2004 y desde entonces nunca más abandonó el proyecto; es Comunicadora Social (UBA) y en el año 2019 desarrolló Nebli Plateada, una editorial de poesía contemporánea. En este aniversario de Eloísa, conversamos con ella acerca de la singularidad de este movimiento creador del libro cartonero.
¿Qué rasgos destacarías del nacimiento de “La Carto”?
En 2003 irrumpieron en la calle los cartoneros y mucho cartón con su historia. Por otro lado, el cooperativismo impulsaba y le daba una impronta punk a la idea de organizarse y de hacer por uno mismo. Por un acto poético y artístico surge esta idea de que los libros también están hechos de cartón y que había que hacer una reapropiación. Así, nos apropiamos de todo lo que la sociedad descartaba y el cartón es también un símbolo de esa sociedad de consumo que se caía y colapsaba. Por otra parte, estaba también la poesía y esa posibilidad de creación. La editorial surge como un hecho artístico, como intervención poética. Y todo inspirado en Belleza y Felicidad y en editoriales como Siesta, Ediciones del Diego y Vox. Espacios anteriores y que ya venían editando libros independientes, de tiradas pequeñas y de autores jóvenes.
¿Cómo es la interacción con las y los cartoneros?
En aquel momento éramos un grupo integrado por cartoneros, artistas, escritores, periodistas y universitarios. Estaban los hermanos Ramos, después vinieron los Portillo. Mucho tiempo después, ya en el local de La Boca, vino la Osa[1]. Todos eran cartoneros que dejaban de cartonear o que cartoneaban, y también hacían libros. Todos combinábamos nuestra vida con los libros, no era que podíamos solo hacer trabajo editorial. A las y los cartoneros se les pagaba el día y les comprábamos el cartón. Y había que generar ese dinero con la fabricación de libros y su venta. El proyecto incluía todas estas actividades.
¿Cómo llegaron a ser una cooperativa formal?
En un momento nos quedamos sin local y nos mudamos a lo de una compañera en Varela. Estuvimos ahí seis meses hasta que conseguimos el local de La Boca. Estaba hecho pedazos. Ahí quedamos Cucurto, Ricardo, Celeste y Carolina Portillo y se sumaron Alejandro y llegó la Osa. Pero hubo compañeros que se fueron del proyecto porque no ganábamos dinero y la gente también tenía que vivir. Con la Osa y Alejandro, un compañero chileno que después se hizo parte del proyecto, hicimos la cooperativa de forma legal. Antes de eso trabajábamos como cooperativa, pero no era legal y había algunas diferencias. La Osa y los cartoneros cobraban y nosotros que también trabajábamos, no. Eso generaba ruidos, tensiones; igual, eran ruidos necesarios porque eran parte del trabajo. Por eso decidimos ser cooperativa con todas las de la ley. Y la matrícula salió en el 2008. Desde entonces fuimos todos iguales en el trabajo, en los ingresos.
Un kilo de pan
De la propuesta editorial resaltamos su carácter artesanal y cartonero que contrasta con los formatos industriales predominantes. Cada libro es un ejemplar único, elaborado con cajas de cartón, con tapas pintadas a mano y tiradas limitadas y a demanda.
¿Cómo se define el precio de tapa?
Buscamos que el libro sea barato. Sería hermoso que saliera el equivalente a un kilo de pan, como el lema del Centro Editor de América Latina de Boris Spivacow. Por mucho tiempo era equivalente al de un atado de cigarrillos. Hoy siguen siendo accesibles, salen mil pesos, salvo los más gorditos que están más caros. O vendemos tres por dos mil quinientos. El criterio es de tres libros por menos. Estamos en contra de aumentar y estiramos el precio al máximo. Comercialmente tenemos algunos pequeños problemas, porque nuestra política es que el libro sea bien barato.
¿Y cómo son las decisiones de diseño editorial?
El libro es algo conjunto. Se diseña su interior, la tapa se pinta, pero todo es un bloque sin jerarquías. Nos decimos que somos “No Logo”. No nos interesa crear una imagen. Nuestra imagen son los libros que son únicos y que los reconoces de inmediato. Lo que representa ese libro, su realización y circulación en su conjunto. No queremos transmitir ningún valor como catálogo, no vendemos una ideología, sino que simplemente lo que pensamos lo hacemos.
¿Hacen impresión a demanda?
Siempre es a demanda, porque hacemos tiradas chicas. Después, cuando tuvimos la imprenta hacíamos más. De quinientos ejemplares, aunque las tapas las vamos haciendo a medida que se agotan. No todas juntas. El interior sale primero porque es más barato producir así y más práctico. Y vamos sacando diez, veinte. Se venden y reponemos. Todo lo va organizando el trabajo, la demanda y la necesidad.
¿Cómo es la circulación y venta de los libros?
Antes estábamos mucho en la calle, pero era otra época. Incluso antes de la pandemia y un poquito antes también. Poníamos los libros en el piso, en las marchas, en todos lados. Estamos también en algunas librerías que nos compran. Librerías importantes y chiquitas, solo con una pequeña cantidad. Nosotros no podemos consignar. Y tenemos una página web que activamos cuando nos subimos a Instagram. Le tuvimos que dar más ritmo con la pandemia. Necesitamos hacer algo para no desaparecer. Y vamos a ferias. A la FED, a EDITA de La Plata. Este año estuvimos incluso en la Feria del Libro compartiendo un stand junto con otras editoriales muy hermosas, con catálogos e historias que tienen mucho que ver con nosotros.
El catálogo: cercanía y rentabilidad social
“La Carto” reúne en su catálogo cerca de doscientas treinta obras que se caracterizan porque las, los y les escritores ceden sus textos, de modo gratuito, a la cooperativa. Además en términos cualitativos, su identidad se define a partir de la valoración de los textos con independencia de su “éxito” comercial. “Cuando lo armamos, había poetas muy importantes como Enrique Lihn (Chile), Gonzalo Villán (Chile) que no se habían publicado en Argentina. Se conocían de algunos libritos que traía alguien de algún viaje, de Chile o de América Latina. La apuesta de Eloísa fue hacer circular toda esa literatura, como así también literatura contemporánea y de escritores y escritoras jóvenes. Literatura queer también, que es un género que nuestra editorial desarrolló mucho. Pero el género que mayormente compone nuestro catálogo es la poesía, aunque también cuentos, novelas breves, un par de ensayos”, afirma María.
Dentro del catálogo hay autores muy relevantes, ¿cómo fue esa incorporación?
Publicamos dos obras de Ricardo Piglia, El pianista y El joyero, él siempre tuvo muy buena onda con nosotros. De César Aira tenemos tres libros: El todo que surca la nada (2010), Cerebro musical (2005) y Mil gotas (2003). A Pedro Lemebel lo publicamos también con Bésame de nuevo forastero (2008). Salvadora Medina Onrubia, con dos cuentos. Ella es una escritora feminista de principio de siglo olvidada, abuela de Copi y más reconocida como escritora de teatro con la obra Las descentradas. También publicamos a Gabriela Bejerman, a Dalia Rosetti, a Cecilia Pavón, autoras que son una inspiración para nosotros. Dani Umpi y Aún soltera (2003). Y así José Ángel Cuevas que era un poeta tremendo. La lista sigue…
¿Cómo es la relación con los autores?
Cuando empezamos, todo el mundo se acercaba. Era muy distinta la movida. Había muchos festivales de poesía. Me acuerdo del Festival de Poesía con Salida al Mar en 2006, lo organizaba Cristian de Nápoli, además de Cucurto y otros poetas. Por esa época vinieron un montón de poetas brasileños como Duglas Diegez, Camila Dovalle, Angélica Freitas y de otros lados. Y ahí los poetas se juntaban, se pasaban los libros. Era una época especial. Y así viajaba uno u otro poeta al festival de poesía de Rosario. En esos lugares se conocían e intercambiaban los libros. Así publicamos a Gonzalo Millán, cuando el poeta chileno no estaba publicado en la Argentina. Y a Enrique Lihn que sí estuvo publicado en Ediciones de la Flor y en Sudamericana, pero no sus poesías. Nosotros le publicamos cinco libros a este poeta inmenso. Eso es la poesía, una conexión subterránea que trasciende cualquier cosa, que irrumpe.
¿Cómo hace un/a/e escritor/a/e para publicar con ustedes?
Varias personas se acercan, presentan su obra y nos gusta. Hemos hecho también varios concursos. El primero fue Nuevo Sudaca Border en el 2005. Piglia fue parte del jurado. De ahí ganó, entre otros, Leandro Ávalos Blacha que ahora está por publicar con Caballo Negro, y Marcelo Guerrieri que publicó muchos libros después. Después hicimos varios concursos más, aunque también publicamos por lazos y afinidad.
“Poliniza una semilla al viento”
Eloísa, editorial madre cartonera, creó una tradición que se expandió por América Latina. En Brasil nomás, en la actualidad existen cincuenta y seis editoriales de este tipo.
Le preguntamos a María sobre el derrame de esta experiencia. “Sarita Cartonera fue la primera que se armó en Perú. Luego, nació Yerba Mala (de Bolivia). Tenemos un mail de 2006 que se llamaba “Permiso y Acreditación”, nunca lo voy a olvidar. Lo escribió Crispín Portugal, poeta boliviano que se suicidó hace poco. Él fue uno de sus fundadores. Les dijimos que sí, que las ideas no tienen dueño y que le den para adelante. Después nos escribieron de la Animita Cartonera, que son las chilenas. Nos visitaron en el local de Guardia Vieja, estuvieron una semana con nosotros aprendiendo y después fuimos para allá. Más tarde llegaron las brasileñas y las paraguayas. En Brasil, el libro cartonero es un fenómeno cultural y en las universidades hay un montón de tesistas investigando y escribiendo”, afirmó.
Reconocimientos, la pandemia y 20 años sostenidos
Con esta trayectoria, afirma María, aprendieron mucho, conocieron y se despidieron de mucha gente. Y pasó la pandemia. Sonriendo, dice “no sé cómo sobrevivimos”. En esta línea, agradece al premio Príncipe Claus que ganaron en el 2012, gracias al cual pudieron comprar el local de Boedo donde trabajan en la actualidad. “Es loco porque a ese premio no nos postulamos. Creo que esa es la magia de la editorial, porque cuando estamos sin un mango siempre algo pasa. En eso se juega la energía de ‘La Carto’, que es muy potente. De repente no tenemos un mango y viene un italiano y nos compra doscientos libros. Esas cosas pasaron. La editorial tiene eso, es como una poesía viva. Y con el Príncipe Claus resolvimos nuestro karma de sostener el alquiler. Con la pandemia estuvimos mucho tiempo parados y sin ingresos. Fue muy duro”, afirma María.
Para cerrar le preguntamos por los nuevos objetivos: “Seguir sosteniendo —responde—, eso es lo más complejo. Me pone contenta el recorrido que hicimos y que sigan pasando cosas. Conocer un autor, a una autora o poeta. Seguimos vivos. Nunca buscamos ser más que esto y disfruto mucho de ser parte”.
[1] Miriam Sánchez, más conocida como “la Osa Poderosa”, tenía 23 años cuando se sumó al proyecto, y una remera de Boca gastada que nunca se sacaba. Cumplía múltiples funciones, desde pintar hasta distribuir los libros en ferias, librerías, puestos callejeros e instituciones como la Universidad de las Madres. Nos cuenta María que a la Osa le llamaban mucho la atención las pinturas y colores que había en la calle Brandsen. “Siempre la invitábamos para trabajar y ella nos respondía, no, si yo gano más que ustedes y era verdad (risas). Pero de tanto insistir, un día se quedó; hasta hace poquito, que nació su segunda hija y ya no pudo sostener la logística”.
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