1917-2017. A cien años de la Revolución bolchevique
Hace cien años, Rusia, un país a miles de kilómetros de América Latina, distante a nivel social y cultural, pasaba a ser uno de los principales focos de interés para los ámbitos culturales y políticos latinoamericanos.
Filósofos, historiadores, sociólogos y políticos reflexionaban, discutían, y buena parte de ellos no comprendía, cómo en un país atrasado económica, política y culturalmente, según lo que creía la intelectualidad europea de izquierdas, se producía la primera Revolución socialista de la historia.
Con su Revolución de noviembre de 1917, Rusia y no Alemania, como auguraban Marx y Engels, pasaba a la fase superior del desarrollo social. Es decir, se socializaban los medios de producción. De ahora en más, en Rusia todos los medios de producción se convertían en colectivos y pasaban a ser administrados, planificados y dirigidos desde el Estado. Ahora bien, ¿qué significado tuvo esta Revolución para los latinoamericanos?
Viajeros latinoamericanos en la URSS
Tras una investigación iniciada hace diez años, observo que existe una abundante cantidad de libros de viajeros latinoamericanos a la Unión Soviética. En el plano cuantitativo, llegan a superar los sesenta libros, sin contar los artículos, conferencias y discursos. A pesar de la cantidad, resulta llamativo que a la fecha ningún estudioso haya explorado el tema en profundidad.
Mientras que en el plano cualitativo, por mencionar algunos relatos, encuentro desde las impresiones de Manuel Ugarte, que en noviembre de 1917 se encuentra en Moscú como representante de la delegación de América Latina de “Amigos de la URSS”, hasta los artículos que Rodolfo Puiggrós escribe en las páginas de Brújula sobre su viaje de 1921. Asimismo, se pueden leer las notas de los mexicanos Diego Rivera y José Revueltas o los relatos de los médicos motivados por observar las novedosas formas utilizadas en la URSS para curar diferentes enfermedades, tales como Lelio Zeno (1933 y 1936) y Atilio Reggiani (1953). También se pueden encontrar relatos de trabajadores y trabajadoras argentinas, que tras el inicio de las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, establecidas recién en 1946 por iniciativa de Juan Domingo Perón, son invitados e invitadas al país de los soviets, como el caso de Julio Llago, Vicente Marischi, Antonio Acedo y Francisco Hanglin (1950), Adela Betinelli (1953) e Irma Othar (1954).
Más conocidas son las crónicas de viajes de los diferentes militantes de izquierda, también llamados “compañeros de ruta” de la Revolución bolchevique. Por mencionar solo algunos, están los dos libros del poeta peruano César Vallejo (1931 y 1932), del político e intelectual Víctor Raúl Haya de la Torre (1932), de los intelectuales argentinos Aníbal Ponce y Héctor Agosti (1953) o las crónicas del primer Premio Nobel de Literatura latinoamericano, el colombiano Gabriel García Márquez (1955).
En este punto, volvamos a la primera pregunta: ¿qué impulsó a estos latinoamericanos a emprender el viaje a la Unión Soviética?
En primera instancia puedo dar una respuesta desde dos niveles. A nivel espacial, a partir de 1917 Rusia se convierte en el primer lugar en donde se desarrolla el ansiado experimento de una sociedad socialista; mientras que a nivel temporal, se convierte en un nuevo punto de referencia en la secuencia de revoluciones iniciada desde la independencia americana. En las crónicas de los viajeros latinoamericanos, se la leyó en el contexto en el cual se desarrollaban las primeras interpretaciones sobre la Revolución mexicana (1910-1920) y hasta se la llegó a vincular con la rebelión de Sandino contra el avance norteamericano en Nicaragua (1927-1934). Además, fue un suceso que se amalgamó a las discusiones en relación a las propuestas del aprismo de Haya de la Torre en la cordillera, que se vinculó con la Unión de Escritores e Intelectuales Latinoamericanos promovida por José Ingenieros y que hasta sirvió de modelo para el proyecto educativo que José Vasconcelos ensayó en el México post revolucionario de 1920-1921.
En consecuencia, observo que la recepción de la Revolución en nuestra región fue bastante más compleja que aquello que escribieron los militantes o simpatizantes de los partidos comunistas latinoamericanos. Subrayo: la Revolución bolchevique lejos de marcar el camino de las revoluciones en nuestra región, en realidad lo que hizo fue motorizar aquellas perspectivas de revolución social ya presentes en los ámbitos intelectuales latinoamericanos. Hay que tener en cuenta que desde los organismos oficiales de los diferentes partidos comunistas de la región, se promovía el viaje a la Unión Soviética, hablando maravillas sobre lo que acontecía allí. Al mismo tiempo, desde los diferentes ámbitos, privados y estatales, se criticaba duramente al proceso iniciado por los bolcheviques. En este sentido, considero que los relatos de viaje pasan a adquirir una funcionalidad extraordinaria: la de intentar “contar la verdad” sobre lo que ocurre en la Unión Soviética, diferenciándose frente a los otros relatos con mayor circulación y difusión en aquellos tiempos, como lo eran los de militantes comunistas o las adversas versiones promovidas por las agencias de noticias internacionales.
Estos relatos, una vez publicados, rápidamente agitaron las aguas, impulsando los debates en las diferentes agrupaciones de “las izquierdas” de la región. En algunos casos, hicieron astillar a los políticos socialistas y comunistas latinoamericanos; en otros casos, encauzaron movimientos o perspectivas de revolución social preexistentes.
Ahora bien, llegamos a la segunda pregunta: ¿qué impresiones tuvieron estos viajeros una vez que estuvieron allí? Para un primer acercamiento a la respuesta, recorramos tan solo un puñado de las impresiones de uno de nuestros viajeros: Elías Castelnuovo.
De Boedo a la Unión Soviética
Elías Castelnuovo nace en 1893 en Montevideo, en el barrio obrero de Palermo. Sin embargo, vive la mayor parte de su vida en Buenos Aires. Obrero linotipista, escritor social de orientación anarquista, tras un breve acercamiento a los ámbitos culturales comunistas argentinos, adhiere luego al movimiento peronista pasando por distintas agrupaciones de la izquierda nacional y popular. Sin embargo, a pesar de todas estas actividades, su reconocimiento pasa por ser uno de los fundadores del grupo de escritores y artistas conocido como “Grupo de Boedo”.
Tras huir de su casa a los quince años, vagabundea desde Rio Grande Do Sud hasta Entre Ríos y trabaja en los más diversos oficios: mozo de cuadra, peón de saladero, albañil frentista y constructor. Finalmente se instala en Buenos Aires en 1910, donde consigue trabajo como linotipista y tipógrafo.
Rápidamente se vincula con los grupos literarios y culturales anarquistas. En 1917 forma parte del ala libertaria “emergente” que simpatiza con la Revolución Rusa y el gobierno bolchevique. Colabora en la revista Prometeo y en el diario La Protesta con poemas de adhesión a la Revolución Rusa. En la imprenta donde trabaja entabla amistad con el ya mencionado médico rosarino, Lelio Zeno. Como Castelnuovo, el médico también simpatiza con el grupo de los llamados anarco-bolcheviques. Juntos se radicaron en 1919 en una isla al este del Río Paraná para, como dice Castelnuovo en sus memorias, “vivir libremente y ejercer la medicina entre los isleños”. El proyecto termina con el arresto y encarcelamiento de ambos, por ocupación ilegal de tierras fiscales.
En 1931, Lelio Zeno es invitado a viajar a la URSS por el doctor Sergio Iudin, director del Instituto Sklifosovsky, el establecimiento de cirugía de urgencia más grande de Moscú. El médico puede llevar dos invitados más. Uno de ellos es nuestro Castelnuovo, que rápidamente busca al tercer integrante del viaje: Roberto Arlt. Al respecto dice Castelnuovo:
“Justamente, el día mismo que le hice la proposición a Roberto Arlt, fue ejecutado el último anarquista de la vieja guardia, Severino Di Giovanni, a cuya ejecución asistió en calidad de periodista, escribiendo luego una aguafuerte en El Mundo.
-¿Ir a Rusia en este momento? ¿Yo? —exclamó él, alarmado, mudando de semblante y retrocediendo. Como si le propusiese asaltar un banco. -¿Lo dice en serio?
—En serio, sí.
-¿Con lo que presencié esta madrugada en la Penitenciaría Nacional? ¿Usted sabe lo que es ver colocar a un gigante contra la pared frente a un pelotón de fusileros, eh? ¿Oír después una descarga cerrada y ver caer en seguida sobre el piso, bañado en sangre, al gigante como si fuese un muñeco de trapo? Déjeme. No, no, no. Todavía siento en la cabeza el retumbo de las balas.
-La invitación es sin gastos.
-No. Gracias.
-Con todo pago.
-Le digo que no. Que no.
-Pero ¿y por qué?
-¿Por qué? ¡Porque no quiero morir fusilado!” (Castelnuovo, E., Memorias, Ediciones Culturales, Bs. As., 1974, p. 150).
Algunos días después de su regreso de Moscú, la policía allana la casa de Castelnuovo, llevándose toda la documentación del viaje al Departamento Central de Policía. De memoria, nuestro autor tuvo que reconstruir su viaje.
Las crónicas fueron publicadas en la revista Bandera Roja y en la revista Actualidad, de la cual es director desde el primer número de Abril de 1932. Ese año publica, pero en formato de libro, su relato de viaje: Yo vi…! en Rusia (Impresiones de un viaje a través de la tierra de los trabajadores).
Sus impresiones causan una profunda repercusión en los lectores, principalmente por una anécdota que el escritor incluye en el libro vinculada con un encuentro sexual con una mujer bolchevique, tras consentimiento de su marido. Los comunistas argentinos denuncian la forma en que nuestro autor describe este episodio. Como réplica a todos ellos, publica un segundo libro: Rusia Soviética (apuntes de un viajero) de 1933. ¿Qué es lo que molestó del primer libro? Lo dice el mismo Castelnuovo:
[…] “Declaro, ahora, que yo no tuve el propósito de ofender con ello a los casados. Tampoco tuve el propósito de estimular la gula de los solteros. Y declaro esto, porque los que se han sentido más vivamente lesionados en su dignidad por el relato, no fueron los solteros, sino los casados. Más de un cornudo, puso, naturalmente, el grito en el cielo.
-Usted debe declarar públicamente – me decía, mostrándome del saco, un ejemplar del ‘gremio magnífico’, – una de dos: o que eso es una mentira o que es una inmoralidad.
A fin de arreglar la situación de las personas comprometidas en mi relato y tranquilizar a los maridos desprejuiciados que son partidarios del amor libre, en abstracto, pero, en concreto, son partidarios del cepo de la edad media, volveré a retomar el hilo de tan escabroso asunto. Veremos si a la postre resulta peor el parche que la tajadura”. (Castelnuovo, E. Rusia Soviética. apuntes de un viajero, Raño, Bs.As., 1932, p. 65)
En los dos libros de viaje, Castelnuovo, lejos de lo que pretendía el PCA, narra las historias de aquellas voces silenciadas históricamente: ciegos, mendigos, artistas pobres, personajes enfermos. Sujetos con vivencias que expresan los espacios más marginales de la ciudad. Como en sus libros Tinieblas (1923), Malditos (1924), Entre los muertos (1925), Carne de Cañón (1927), Larvas (1930), hay una búsqueda de estos personajes que están en el borde de la sociedad.
En la Unión Soviética, Castelnuovo mateará con un viejo bolchevique, Víctor Serge, caído en desgracia por ser crítico de Stalin, bailará con campesinos en un vagón de tren, contará sus experiencias tras la visita a un circo obrero o indagará a un fraile que luego de la Revolución vagabundea harapiento por las calles. Pero no se conformará, Castelnuovo buscaba anarquistas en la Rusia de Stalin. Finalmente le avisa el obrero ruso afiliado al Partido que le asignaron para su tutela en Moscú: “-Yo creo que usted se quedará con las ganas de ver un anarquista en Rusia. Ni preso, ni en libertad.”
Como ocurrió con otros viajeros, la publicación de sus relatos de la visita a la URSS lo llevará a romper con los ámbitos culturales dominados por los comunistas. Tuvo que dejar la dirección de la revista Actualidad.
Por último, como sin quererlo, Castelnuovo nos deja una reflexión sobre la historia de buena parte de los militantes socialistas y comunistas en Argentina.
“Durante mi permanencia tuve la oportunidad de tratar con un centenar de viajeros ilustres. Muchos, no llegan allí en calidad de veedores sino de jueces. Traían ya su veredicto confeccionado. No iban a certificar un fenómeno. Iban redondamente a fallar sin apelación, como si el curso de la historia dependiese de su juicio.” (Castelnuovo, E. Rusia Soviética. apuntes de un viajero, Raño, Bs.As.,1932, p. 13)
A modo de cierre, dejo algunas reflexiones sobre el estudio de estos relatos de viaje a la Unión Soviética.
Primero, observo que en muchos casos, como el mencionado de Castelnuovo, nuestros viajeros lejos de alinearse con las líneas de interpretación impulsadas por el Partido Comunista argentino y Ruso o por las agencias de comunicación de los imperialismos norteamericano y británico, expresan en sus textos inquietudes y perspectivas ideológicas que son propias. Formas de interpretación internas y particulares, según cada grupo, país y ciudad.
Segundo, que en estos relatos la Revolución bolchevique, más que marcar el camino de las revoluciones en nuestra región, activó debates ya presentes en las diferentes agrupaciones del vasto mundo de “las izquierdas”. Evidentemente por esa razón, nuestros viajeros latinoamericanos -obreros y obreras, escritores, intelectuales, políticos, médicos-, no convencidos con aquello que se decía sobre Rusia, sintieron la necesidad de observar en primera persona lo que acontecía allí.
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Facundo Di Vincenzo es Historiador / Investigador del Instituto de Cultura y Comunicación / Docente de la UNLa
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