Juan Moraña es coordinador del Programa Compromiso Educativo que depende de la Secretaría de Bienestar y Compromiso Universitario. En sus propias palabras, las becas son “un andamiaje a la política de la UNLa de ser más inclusiva, porque aseguran el fortalecimiento del derecho a estudiar y el acceso a la universidad. Ante la ausencia del Estado, nuestra universidad termina dando respuestas a muchos problemas estructurales”.
¿Cómo nace la idea de crear el sistema de becas?
Había que dar respuesta a una demanda de la población que era totalmente distinta de la actual. En 1999 los estudiantes eran principalmente personas mayores de 30 años, sobre todo jefes de familia o mujeres que habían postergado el inicio de sus estudios por cuestiones socioeconómicas, cuidado de sus familias, o porque las universidades que estaban en ese momento no quedaban muy cerca de sus barrios. A partir de la idea de una universidad urbana y comprometida que se empezaba a gestar en las distintas líneas, se empieza a pensar en el programa de becas. Pero la propuesta tuvo una característica particular que hasta ese momento no tenían las universidades nacionales, que fue la forma en la que se financiaba: los trabajadores docentes y no docentes podían aportar voluntariamente el 1 por ciento de su sueldo, mientras que los directivos donarían el 2 por ciento. Además se estableció que la Universidad destinara el 1% de su presupuesto en forma directa al Fondo.
Eso fue innovador…
Sí, porque este Fondo no recibe aportes de Provincia ni de Nación. Después de algunos años la UNLa comenzó a asesorar a otras universidades, como la de San Martín y la de General Sarmiento, en su implementación.
¿Cómo evolucionaron las becas a lo largo de los años?
Con el tiempo, las becas se diversificaron y aumentaron exponencialmente en cuanto a la cantidad. Durante el período del kirchnerismo en el que las universidades tuvieron mucho más presupuesto y los salarios se incrementaron, el Fondo creció. En los primeros años teníamos más demanda que oferta, es decir, teníamos muchos becarios, pero podíamos adjudicarles una pequeña suma. A partir del 2005-2006 nos encontramos con otra lógica, porque teníamos más oferta, entonces podíamos pensar otro tipo de becas.
¿Qué becas surgieron?
Al principio eran solo económicas a partir de dos llamados: para los ingresantes –cubriendo el segundo cuatrimestre del año-, y para los estudiantes avanzados –en 10 cuotas-. Después del 2012, teniendo en cuenta el crecimiento del Fondo y que se contaba con un resto de dinero para cumplir con otras demandas, se decide diversificar el programa. Se modifica el reglamento e incorporamos la beca de apuntes y de materiales, la beca de comedor, la de transporte. Un par de años después, cuando se crea el Jardín Maternal, impulsamos una figura para darles respuesta a aquellos estudiantes con problemas económicos que quedaron en lista de espera, porque la matrícula del jardín es reducida. Otras becas con el tiempo se dejaron de ofrecer, como la de transporte, porque la provincia de Buenos Aires instaló el boleto universitario; y la del comedor porque la UNLa no posee un comedor propio sino que está concesionado, entonces se incorporaron menúes con precios accesibles a los pliegos de licitación.
Hace unos años existían distintas becas que ahora son parte del Progresar, pero tenían una dificultad con respecto a las adjudicaciones porque los jóvenes eran evaluados en marzo pero les adjudicaban la ayuda en septiembre, entonces perdían todo sentido. La beca de apuntes surgió para poder cubrir el primer cuatrimestre de los ingresantes, porque llegábamos tarde para poder ayudarlos y mantenerlos en el sistema universitario. Nos encontrábamos con que en el segundo cuatrimestre un gran número de estudiantes se caía porque no llegaban a cubrir los gastos básicos.
¿Cómo influyen las becas en el desempeño de los estudiantes?
En los 20 años hubo casi 3900 becarios, algo así como 8600 becas otorgadas. Y tenemos 300 graduados, es decir, que casi el 10 por ciento de los estudiantes terminaron con un título de grado. Después hay algunos que finalizan con títulos intermedios, como por ejemplo los de Enfermería, nuestra población más grande. Eso no los contamos, sino el porcentaje sería mucho mayor.
¿Cómo se accede a una beca?
Tenemos un plantel de profesionales, trabajadores sociales, que se dedican a realizar entrevistas exclusivas con cada solicitante. Son un espacio de charla para que los estudiantes puedan contar todo lo que un formulario frío no te muestra, cómo son los ingresos, si tienen personas a cargo, enfermedades crónicas. En las evaluaciones que hacen las computadoras todos estos datos no salen. Generalmente surgen situaciones y problemáticas sociales que exceden al programa de becas, les abrís la puerta a los jóvenes para que hablen y te encontrás con situaciones que no podemos resolver, pero sí acompañarlas. Hay todo un trabajo detrás. Las distintas líneas que tiene la Secretaría, como el Programa de Género, la Comisión de Discapacidad y otras, son políticas transversales. También están los docentes tutores que están presentes de manera pedagógica y como referentes para ver qué dificultades tienen los becarios. Los acompañan y nos prenden la luz de alarma ante situaciones que están por fuera de lo pedagógico.
¿Aumentó la solicitud de becas en los últimos años?
Sí, y es cada vez mayor. Primero por cuestiones socioeconómicas y segundo porque las políticas que tenía el Estado para sostener a los estudiantes en la universidad se fueron recortando. El programa de becas tiene una mirada más global sobre la realidad del estudiante, que va más allá de su desempeño académico. Hay una evaluación de su situación socio-económica-afectiva porque evaluamos la relación que tienen con los familiares, con su situación económico-laboral y con su proyecto de estudio. Entonces, no hay un promedio mínimo para poder adjudicarlas. Claramente si hay un estudiante que está cumpliendo con el plan de estudio y tiene buen promedio, tendrá un mejor posicionamiento. Pero no hacemos una evaluación y decimos este entra y este no, sino que los evaluamos individualmente con un puntaje global y una lista de orden de mérito. De acuerdo con el presupuesto con el que contamos hacemos una línea de cuántas becas podemos adjudicar en el año. Comprendemos que la población que hoy solicita la beca no puede cumplir con un plan de estudios como cualquier otra que tal vez tenga un trabajo asegurado o posea el apoyo de la familia para poder estudiar. Esta es la principal diferencia que existe con las becas Progresar, a las que volvieron muy meritócratas y están más apuntadas para una universidad privada; desconocen las características de los estudiantes, especialmente los del conurbano.
¿Cuál es el compromiso que asumen los estudiantes con respecto a la beca?
Tienen un Compromiso de Honor del Becario. Buscamos darle una vuelta de tuerca al concepto de compromiso. La institución está comprometida en hacer un esfuerzo financiero para que puedan estudiar, lo mismo para quienes trabajamos acá, la idea es que los estudiantes se hagan carne de ese compromiso, no con una devolución monetaria o de trabajo, sino con la participación desde un lugar de valoración y de reforzar derechos, como el de acceder a una educación superior de calidad. Varios becarios comenzaron su carrera docente ad honorem o son tutores pares, que es un claro ejemplo de compromiso y de devolución.
¿Cuál es la visión del programa a 20 años de su creación?
Creo que la UNLa gestó un programa que estaba 10 años avanzado en lo que era el sistema universitario, porque todos estamos comprometidos en darle al estudiante la posibilidad de que entre al aula y pueda estudiar. Muchos no continúan, porque las dificultades no siempre son económicas y existen un montón de variables que juegan en contra. No obstante, sea corto o largo el trayecto que hayan hecho les abre la cabeza y les da la posibilidad de conocer otras instancias, otra manera de relacionarse y de empoderarse. La idea es que puedan salir con un título, pero aquellos que no pueden seguir que entiendan que la universidad es para todos.
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