“El colonialismo ideológico siempre acompaña al colonialismo económico
y la liberación económica no es posible sin la liberación ideológica”.
Rodolfo Puiggrós
De suyo la universidad es, en simultáneo, producto y productora de Cultura, comprometida en construir comunidad (hacer comunicación) basada en la riqueza dinámica del conocimiento, de sus redes interpersonales y su responsabilidad social pública, política y científica. Investiga, enseña, propaga e incide en la dialéctica histórica de los pueblos. En todo caso su ética es no ser ajena a la realidad de la vida en comunidad, en todo caso es su responsabilidad y es su definición esencial ser y hacerse saber común para la comunidad en la que vive… gracias a la que vive.
No es, entonces, ilógico que la universidad sustente un Instituto de Cultura y Comunicación que es, también, producto Cultural y productor que observa, y se observa a sí mismo, envuelto en la inercia Cultural de la universidad, de la sociedad y del mundo. Incluso tal como está hoy en contradicciones y dilemas decisivos para la humanidad y para el planeta. No es ilógico que, entre sus desafíos centrales, un Instituto de Cultura y Comunicación deba desarrollar su marco teórico y metodológico como instrumental de ideas y de escrutinio en sociedades cada día más complejas en el plano material y en el plano simbólico e ideológico.
En ninguna de sus expresiones la Cultura es un ser inmaculado ni intocable. Su existencia misma requiere de la crítica como condición necesaria y como motor de su desarrollo histórico (especialmente hoy) cuando llegamos al punto en que la palabra “Cultura” puede ser usada para significar casi cualquier cosa. Merece mucho la pena mantener abiertos los debates sobre la Cultura y sus significados. “Cultura de masas”, “Cultura de elite”, “Cultura culinaria”, “Cultura indígena”, “Cultura popular”… “Antropología Cultural”, “Políticas Culturales”, “Industrias Culturales”, “Narco Cultura”… En fin, hoy se trata de un concepto comodín que puede sacarse en todo momento para dar lustre retórico a sinnúmero de actividades, intenciones o falacias.
Pasamos de cultivar los campos a cultivar el espíritu y el siglo XVII inclinó su significado al cultivo de las facultades intelectuales. Con la Ilustración la palabra “Cultura” se hizo sinónimo de “civilización” en oposición de clase al concepto “barbarie”, en oposición de clase entre las fuerzas de la naturaleza y las fuerzas de la Cultura… Actualización a medida tomada de la Grecia clásica en la división artificial capitalista entre el trabajo físico y el trabajo intelectual. Nace la idea de que la Cultura es un instrumento de dominación expresada en las Bellas Artes, en los logros de la burguesía. Solo la clase culta produce “Cultura”, “saberes”, “progreso”, “razón”, “educación”.
También el etnocentrismo se adueñó del concepto para modelar los imaginarios colectivos al servicio del consumismo de mercancías como máximo logro Cultural permitido para los pueblos. Por colmo, eso que se llama “Cultura”, se barniza con la idea del folklore en oposición –matizada- frente al Iluminismo y el Romanticismo y por lo tanto no hay “Cultura” sino “Culturas”. Incluso con una carga, no pocas veces, racista. Y hemos llegado a usar el concepto Cultura como sinónimo -reduccionista- de organización de espectáculos, ferias y exposiciones.
Y hoy (sin que sea una novedad) nos domina planetariamente la Cultura de la Guerra (el comercio por otros medios) camuflada por todos los Mass Media. Cine, literatura, televisión, videojuegos… son hoy nuevos campos de disputa de la lucha de clases que (también) se libra con valores, conductas y con signos… en la cabeza y en los corazones. Es una disputa de intereses, en sociedades divididas en colonizadores y colonizados, para ganar el terreno de los imaginarios donde se yerguen los principios, las ideas, los afectos… escenarios de la Batalla de las Ideas, de los Gustos y de los Hábitos. Disputa añeja por dominar los valores sociales, para poner el mundo patas arriba, para hacer invisibles las cosas que realmente valen e imponernos como valiosas solo las mercancías y la ideología dominante. Claro que es una disputa edificada sobre misiles, cañones, metralla y golpizas… cimentada con terrorismo financiero, chantaje inversionista y vampirismo bancario.
Si el mundo se estremece por la crisis prolongada del capitalismo, que en su agonía depreda y mata todo a su paso, si especialmente, “Nuestra América” ha sido considerada “traspatio” donde el imperialismo ha practicado todas sus monstruosidades, que incluyen en la lista los estragos terribles causados por la ideología de la clase dominante… no vamos a silenciarnos. No permaneceremos callados, y menos hoy cuando la guerra psicológica permanente, que el capitalismo despliega con sus máquinas de guerra ideológica (radiales, televisivas, impresas, digitales…) se ha traducido en golpes de Estado, magnicidios y genocidios.
No vamos a enmudecer ante la presión cotidiana del consumismo enfebrecido, no seremos indiferentes ante la intoxicación de los pueblos con la mentalidad individualista. No vamos a evadir nuestra responsabilidad crítica ante la manipulación de los gustos, de los valores bajo las manías disfrazadas de “entretenimiento”, noticieros, diversiones, juguetes, juegos… Incluso disfrazadas de escuelas, institutos y universidades, todo ello ofensiva servil a la lógica del imperio para saquear y esclavizar recursos naturales, mano de obra y conciencia de los pueblos.
Necesitamos blindajes para la esperanza de impulsar una gran Revolución Cultural desde lo mejor que han logrado nuestros pueblos en centurias de luchas emancipadoras, en siglos de aprendizajes y como resultado de millones de experiencias teórico-metodológicas. En un continente que ha sido sometido a barbaridades de todo género; en un continente que ha sido pisoteado por, casi, todos los imperios del planeta; en un continente extraordinariamente rico en materias primas, herencias culturales y diversidades identitarias… en un continente victimado, con toda impunidad, por la avaricia colonialista para esclavizar la conciencia y la mano de obra de sus pobladores, el desarrollo de una gran Revolución Cultural para la integración -desde las bases- no solo parece una necesidad suprema, lógica y urgente… es especialmente un acto de justicia social de primer orden. Y no es que semejante Revolución no esté, a su modo y con sus limitaciones, en marcha.
Nosotros pondremos los granos de arena que tengamos para entender y atender científicamente el escenario actual de la disputa cultural y soñar, objetivamente, con cambios históricos verdaderos. “Si no cambiamos las ideas, no cambiamos nada”. Desde el Instituto de Cultura y Comunicación, con su marco teórico y con sus líneas de investigación científica, maduramos un pensamiento orientado hacia la emancipación cognitiva y expresiva que no puede concebirse más que como humanista y anticolonialista. El pensamiento y la acción del Instituto asume esa Filosofía porque está en su raíz la dignificación de los seres humanos como protagonistas cognoscentes, prácticos y dialécticos en la transformación de su propia realidad histórica.
El Instituto trabaja para superar los paradigmas mercantiles de la “Sociedad de la Información y del Conocimiento”, fundados en los intereses de coloniaje tecnológico de las décadas recientes, y nos disponemos a su profundización axiológica y deontológica para reorientarlos en contribuir a consolidar el desarrollo de una sociedad libre, creativa y creadora; una sociedad en la cual una epistemología superadora, e incluyente, ayude a fundamentar proyectos culturales, comunicacionales, científico-tecnológicos que respondan a la Ética y a las necesidades de la comunidad que es inspiración de la Universidad Nacional de Lanús como Proyecto Nacional y Latinoamericano.
En la tarea de elevar la conciencia, de afirmar los derechos y la dignidad humana, el Instituto anhela ser útil en la tarea de consolidar la Justicia Cultural como creación, también, de Cultura emancipada y emancipadora en la determinación de las relaciones sociales nuevas. Sin entelequias.
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