“La voz que van a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora”
August Spies, mártir de Chicago
La huelga iniciada el 1º de mayo de 1886 en numerosas fábricas de Estados Unidos no fue en vano. Tampoco lo fue la ejecución de un grupo de sindicalistas anarquistas llamados los “Mártires de Chicago”, quienes exigían una jornada laboral de 8 horas. Estos hechos marcaron un hito en la historia mundial y por eso desde 1889 se celebra el “Día Internacional de los Trabajadores”.
En la Argentina, la Ley 11.544 sancionada en 1929 estableció que la jornada de trabajo no puede superar las 8 horas diarias. Cuatro año más tarde, la Ley 11.723 incluyó licencia por maternidad, indemnizaciones y vacaciones pagas aunque solo se aplicaba al sector comercial. Tras incontables reclamos, en 1945, y a través del secreto 1740, se generalizaron estos beneficios para los trabajadores de todos los sectores y se establecieron el salario mínimo y vital, el aguinaldo y la estabilidad del empleo.
La reforma de la Constitución Nacional de 1949 le dio rango constitucional al derecho al trabajo y se incorporaron, además, la retribución justa, las condiciones dignas de trabajo, la seguridad social y la agremiación, entre otros derechos. En 1957 se incorporó a la Carta Magna el artículo 14 bis que refiere especialmente a los derechos laborales.
En ese marco, en Viento Sur analizamos las condiciones laborales hoy junto a referentes de nuestra Universidad: Diego Raus, director de la licenciatura en Ciencia Política y Gobierno; Rubén Heguilein, titular de la licenciatura en Relaciones Internacionales; y Miriam Wlosko, coordinadora del Programa de Salud, Subjetividad y Trabajo del departamento de Salud Comunitaria.
Diego Raus
La situación en Argentina
Desde hace tiempo en los medios aparece la frase “la destrucción del empleo”. ¿Qué implica?
La destrucción del empleo es un fenómeno que se da a nivel mundial. Pensemos que nuestro país siempre se caracterizó desde los años ’20, ’30 y mucho más después del peronismo por formar un mercado de trabajo que tendía al pleno empleo. Así lo indican las estadísticas donde la tasa de desempleo abierto era del 3 o 4 por ciento de la población económicamente activa. Y la tasa de empleo era casi similar al empleo formal, es decir, bajo contrato de trabajo, con recibo, registrado. Con estos antecedentes, en la Argentina impactó mucho esto de la destrucción del empleo a diferencia del resto de Latinoamérica, donde predominó bastante la informalidad. El desarrollo tecnológico de fines de los ’70 modificó y flexibilizó los procesos productivos, amplió las cadenas de producción, abarató los costos y extendió los tiempos de trabajo. Todo ese proceso desplazó puestos e implicó la flexibilización del trabajo y la recalificación de la mano de obra, por lo tanto, el trabajador calificado quedó fuera del mercado. Aunque sí entraron jóvenes más adaptados a las tecnologías y los cambios laborales de acuerdo a las demandas. Entonces, subió el desempleo, pero lo más importante fue que creció la informalidad en el sector. Las estadísticas dicen que en la población activa hay un 10 por ciento de desempleo, pero el empleo informal ocupa entre el 30 y el 40 por ciento, lo que significa que el 50 por ciento del empleo es precario, transitorio, de mucho menos ingresos que el empleo formal y, por lo tanto, una gran parte de la población tiene graves problemas para subsistir económicamente. Lo que produjo también el avance tecnológico es la heterogeneidad del mundo laboral: tenés trabajadores altamente calificados con salarios excepcionales en las grandes empresas multinacionales; otros que van subsistiendo; y una gran franja de empleados descalificados que constantemente van perdiendo ingresos.
En esa heterogeneidad están también los emprendedores.
Esa idea del emprendedor que con su esfuerzo a pesar de este mundo ingrato puede ganarse la vida es un caso frente a miles de africanos que cruzan el mar para ir a Europa. Es un concepto muy atado también al del capital financiero, porque estos grandes emprendedores empiezan con una idea, pero después necesitan dinero para desarrollarla. Por el otro lado, es uno de los mantos ideológicos que se empezaron a tender frente a una situación donde se deshizo el pleno empleo, la movilidad social ascendente, la mejora en el trabajo, etc. Entonces surgen los triunfadores, los emprendedores en medio de este mundo descuartizado. El concepto sería que con innovación, paciencia, creatividad uno puede llenarse de dinero, que actualmente es el valor predominante.
¿Qué pasa con los jóvenes en este contexto?
Uno habla de la pobreza, del desempleo como algo estático y en verdad es un problema que ya lleva más de 20, 30 años. Hay una reproducción generacional de estos hechos, o sea que los chicos ya nacen fusilados. Hay un 30 por ciento de nuestra población que no lo puede hacer, entonces estás reproduciendo estructura. Obviamente los jóvenes que vienen a la Universidad “zafaron”, nosotros tratamos de darles herramientas, pero a diferencia del mundo anterior nadie tiene nada atado. Los chicos que eligen carreras más vocacionales, como humanísticas, sociales, nos dicen ¿qué hacemos? Uno no puede solucionar esa incertidumbre. Esto se piensa que lo arregla la economía, pero no porque este modelo económico es lo que lo genera. Si crece la economía el único que gana es aquel que tiene más capacidades para meterse en el mercado, porque la distribución no es acorde. Por eso, no creo que la solución a este problema venga del mismo modelo que los produce. Habría que armar un nuevo contrato social donde no solo se le dé de comer a la gente, sino barajar y dar de nuevo.
Rubén Heguilein
Contexto internacional
Este año se cumplen 100 años de la creación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). ¿Qué análisis se hace de eso?
Si vemos los objetivos de hace un siglo no podés explicarte cómo seguimos luchando contra la trata porque los dispositivos ya estaban establecidos. Hay una serie de problemas que no se pudieron resolver. Creo que hoy esos hombres estarían pensando cómo impactan las tecnologías en el mundo del trabajo. Las innovaciones tecnológicas siempre estuvieron, como en la Revolución Industrial. Pero en ese momento había un mundo por ocupar. Hoy pareciera que esa capacidad de ocupación está agotada y eso es probable en tanto sigamos haciendo lo mismo. Tampoco están muy claras las funciones de la inteligencia artificial y las pocas aplicaciones que se dan en ese campo están yendo sobre sectores muy sensibles. En los organismos donde deberían debatirse estos temas se plantea un sistema un poco facilista que es el de dividirse en dos bandos: optimistas y pesimistas.
¿Qué dicen cada uno de ellos?
En la visión optimista se apela a extrapolaciones o a hechos que están un poco descontextuados. Es verdad que las innovaciones tecnológicas ampliaron en su momento el mundo del trabajo, pero hoy la fábrica se reemplaza por teletrabajo, por ejemplo. Igual no todas las tareas pueden hacerse de esa manera. La visión pesimista sale del mismo circunvalen y propone una solución, que es un impuesto por cada máquina o autómata que reemplace el trabajo humano. Eso debería cubrir un impuesto universal de quien pierde el trabajo, sería como una regulación a las innovaciones y su impacto. Ahora, ¿cómo se hace? ¿Cómo regulás la creatividad? Entonces esa certeza se vuelve una incertidumbre. El gran problema de las innovaciones es el de la oportunidad, porque llegan muy temprano o tarde para dar una solución. Es muy difícil regular esta clase de jurisdicciones.
¿Cuál es la realidad de los países periféricos, como la Argentina?
En los países periféricos la realidad está llena de simultaneidades no contemporáneas, o sea, se dan cosas que en su origen pertenecen a momentos diferentes del desarrollo. Entonces hoy tenés gente que vende su tiempo, como un guardia de seguridad; sus ideas; y todo eso a la vez. Es muy difícil darle una solución a todo este mosaico de realidades y se necesita de una gran capacidad analítica para paliar, contener, analizar. ¿Es el trabajo el organizador de nuestras vidas? Creo que eso es el fondo de la cuestión.
Miriam Wlosko
El trabajo es salud
¿Cuál es el impacto de la falta de trabajo en la salud?
Existe sobrada evidencia científica respecto de lo que ocurre en situaciones de recesión y despidos como la que estamos viviendo. Por ejemplo, estudios realizados en Europa luego de la crisis de los años 2000 muestra que por cada punto porcentual de aumento en la tasa de desempleo, hay un 0,79% de aumento en la tasa de suicidios en menores de 65 años. Otros estudios comprueban que los despidos masivos se asocian con un aumento de padecimientos psíquicos -principalmente estados depresivos y de ansiedad-, y consecuentemente, con el aumento del consumo de medicamentos psicotrópicos, principalmente ansiolíticos. Es importante señalar que las “reestructuraciones” de organizaciones laborales con reducción de personal tienen consecuencias negativas directas e indirectas, es decir, no solo impactan en las personas despedidas sino también en quienes siguen trabajando, los denominados “sobrevivientes”. En nuestro país, tan solo el año pasado murieron 743 trabajadores/as, un 5 % más respecto de los registros del año anterior. Los despidos son generalmente sin causa y pueden dar lugar a una herida específica que puede traducirse en vivencias dehumillación e injusticia, y en algunos casos, en un cuestionamiento del propio valor y la propia identidad. Los despidos masivos funcionan como amenaza colectiva, estructural y que generalmente es “desocializada” en el sentido de que aunque ser despedido es un fenómeno social, se vive frecuentemente como un fenómeno individual. Los despidos son despojados de su dimensión social, e incluso son decodificados en clave de responsabilidad individual. Incluso cuando intelectualmente se entienda que no es así.
¿Por qué se habla tanto de la figura del “emprendedor”?
La figura del “emprendedor” es una de las figuras paradigmáticas del neoliberalismo, y va pegada a las ideas de rendimiento, competencia, meritocracia, etc. Se trata sin duda de un proyecto político logrado: la gran innovación de la tecnología de gobernabilidad neoliberal es hacer coincidir el objetivo de rendimiento impuesto con el propio deseo: querer ser exitoso, vivir ese éxito como deseo íntimo y personal, es un enorme logro ya que es funcional al objetivo de rendimiento impuesto. Es decir, este modelo no se limita al campo visible sino que se mete en la interioridad articulando a su favor los deseos y el imaginario social compartido. No se limita a fabricar un producto o una cosa sino que produce el mundo donde ese producto se incluye a través del deseo. Es por esto que es necesario entender la dimensión del emprendimiento no solo como algo externo sino como un elemento constitutivo de la interioridad o la subjetividad, de una forma de gobierno de sí. Para el modelo neoliberal de lo humano, tanto la relación consigo mismo como la relación con los bienes exteriores toma como modelo la lógica de la empresa, entendida como unidad de producción que entra en competencia con otros.
¿Cuál es la relación de los jóvenes con
el empleo? ¿Cómo cambió en relación con las generaciones pasadas?
Para responder a esta pregunta hay que comenzar puntualizando que las tasas de desocupación entre los jóvenes llegan casi al 50%. Este es un fenómeno mundial, no solo local. Asimismo, las trayectorias laborales de los jóvenes suelen estar signadas por el paso de un trabajo precarizado a otro: trabajos de call centers, de vendedores de McDonald’s, de repartidores de delivery. No se puede dar una respuesta única a esta pregunta: no hay una “única relación” de los jóvenes con la precarización, ni los “jóvenes” son un grupo homogéneo. Sin embargo tal vez lo que puedan tener en común respecto del trabajo es una suerte de “desesperanza aprendida” ya que es difícil encontrar un trabajo con sentido, que los motive, que sea en alguna medida satisfactorio. Más en general, estamos ante la crisis de la sociedad salarial, es decir, la crisis de un modelo laboral incapaz de integrar por la vía del salario a porciones cada vez más grandes de la población. La precariedad se impone como modelo social y sin duda esto marca la subjetividad de los jóvenes.
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