Prepárense: esta nota es inevitablemente extensa, como extensa y agradabilísima fue la charla con Graciela Guiñazú, biógrafa oficial de Sandro. Entre 1996 y 2055, Graciela lo entrevistó cerca de 30 veces, escribió un libro sobre él, forma parte de Sandro Producciones, tiene acceso a la mansión de Banfield y a su familia y es, sin duda, la fuente obligada cuando una intenta abrevar en la vida del ídolo y del hombre: incluso si se trata de algunos detalles quizás no tan difundidos, como que Sandro fue siempre muy patriota, que le gustaba mucho el folklore, y “que lo agarró el corralito”.
“No hay casualidades sino causalidades —dice Guiñazú—. En estos años siento que Sandro me viene dando señales en muchos momentos. Si bien él todo lo dejó etiquetado y catalogado en archiveros en su biblioteca y en distintos lugares de la casa de Banfield, siento que encontramos las cosas cuando él quiere”.
¿Por ejemplo…?
Él escribió una ópera rock en el año 81, la anunció a la prensa, alquiló la sala del Teatro Astral, empezó los ensayos, encargó parte de una escenografía muy espectacular, pero al final la ópera se canceló. La buscamos con Olga (Garavano, su viuda) un montón de tiempo y un día apareció en un lugar en el que ya habíamos buscado. Lo mismo nos había pasado con Tú me enloqueces, la película que escribió, dirigió, produjo y protagonizó con Susana Giménez: de repente un día con Pablo, el hijo de Olga, encontramos la copia completa en la antesala de la biblioteca. Y esto me pasó con muchísimas cosas, por ejemplo con el cuaderno de contabilidad donde estaba anotado todo lo de Sandro y Los de fuego. También usaba unos cuadernos que él llamaba “de almacenero”, de esos con anillados chiquitos.
Es difícil imaginarse a un ídolo yendo de gira y haciendo innumerables shows, y al mismo tiempo creando y escribiendo constantemente en un cuaderno.
Ese es su rasgo más impactante. El hallazgo de los cuadernos de Sandro y Los de fuego te permite hacer la línea de tiempo y el recorrido de cómo él fue creando, construyendo, viviendo y sintiendo a Sandro. Ahí está todo el inicio: al principio cantaban covers, pero él ya escribía canciones y también las rutinas de los shows, dibujaba los vestuarios, cómo iba a ser la escena… Contaba que les sacaba las armas a unos soldaditos de plomo, les ponía instrumentos y disponía la escena. Una puede pensar que era una fantasía, pero esos soldaditos estaban en Banfield. Muchas veces lo escuché decir “yo practiqué la firma de Sandro sin saber a quién le iba a firmar el primer autógrafo”: y en ese cuaderno de Sandro y Los de fuego, sobre las hojas de contabilidad, está la firma de Sandro en una doble página, repetida como cien veces.
¿También dibujaba?
Sí, era sumamente creativo y talentoso. Dibujaba muy bien y no solo las cosas relativas a sus shows, sino que me contó que dibujaba y pintaba de todo, también naturaleza muerta. A lo largo del tiempo nunca usó internet ni tenía mail: recién cuando estuvo internado esperando el trasplante en el 2009, Olga y sus hijos le regalaron un celular y le mostraron YouTube: estaba maravillado porque podía ver los videos de sus películas y las de Palito Ortega. Estaba descubriendo un mundo que para él era desconocido, porque no quería saber nada con esa parte de la civilización moderna.
Siempre me resultó asombrosa la manera en que podía separar al ídolo Sandro de la persona Roberto Sánchez. ¿Cómo llegó a lograrlo?
Él contaba que eso lo aprendió siendo muy joven. A los 20 años ya tenía su nombre y a los 22, 23, se estaba comiendo América porque en el 67 es cuando gana el primer Festival Buenos Aires con Quiero llenarme de ti y en febrero del 68 va a Viña del Mar. A partir de ahí empezaron las giras. Era muy jovencito y lo tenía todo: seguía viviendo en la casa de inquilinato en Valentín Alsina pero ya tenía su auto italiano convertible, que después canjea por una casita en Lanús para los padres. En un momento él se da cuenta de que si no empieza a separar al hombre del ídolo va a vivir su vida en una fantasía y obligado a estar todo el tiempo a disposición de los demás, no solo de su público, y de que no quiere eso para él. Necesitaba una custodia especial porque en cualquier presentación suya la gente se le abalanzaba, le arrancaba el pelo, le tiraban del vello del pecho a un punto que a veces corría riesgo su vida. Después de un proceso que fue del año 63, cuando todavía estaba con Los de fuego, hasta su explosión como solista, se dio cuenta de que tenía que protegerse de algún modo. Cuando ya vivía en Banfield decía “soy Roberto Sánchez del paredón para adentro, y del paredón para afuera, Sandro, Sandrito”.
¿Cuándo lo entrevistaste por primera vez?
Frente a frente nos vimos en el año 96. Yo ya había empezado a hacer mi doctorado/maestría/licenciatura en Sandro a partir de 1994, cuando empezó a transmitir Crónica: yo era cronista y hacía los informes especiales. Si bien él no hablaba de su vida privada, justo lo conocí en un momento en que sí contaba algunas cosas. Tal vez él con este regreso y esta revalidación que hace de sus títulos —como le gustaba decir a él— también aprendió que había determinadas cuestiones que no le hacía daño compartir. El mundo había ido cambiando. Él, que se conquistó toda América con su valijita y sus deseos y a lo sumo con faxes intercambiados, ni siquiera imaginaba que las comunicaciones podrían ser instantáneas. También Crónica tuvo mucho que ver con ese cambio de los medios en nuestro país, porque nosotros estábamos en vivo los 364 días del año: no había redes sociales, pero Crónica funcionaba como una red social con sus placas rojas y su dinámica.
¿Sandro miraba TV?
Sí, él miraba mucho la tele y también escuchaba radio. Escuchaba un programa en Radio del Plata y muchas veces llamaba, pero le cortaban porque no creían que fuera él. “Hola, habla Roberto Sánchez, Sandro”, le decía a quien atendiera: conozco a muchas productoras que me contaron que le habían colgado el teléfono. Como miraba mucha TV por ahí veía que en un programa de espectáculos hablaban sobre él y sobre su familia, entonces empezó a preferir hablar él. Fue cambiando y adoptando las reglas del mundo, que también había ido cambiando. Lo que sí, él te pedía respeto por su intimidad.
Siempre me pareció increíble la relación de Sandro con “las nenas”, esa fidelidad mutua…
¡Y hoy eso continúa! En estos días estoy recibiendo tarjetas de Navidad y de cumpleaños de unas “nenas” de Puerto Rico que me contactaron hace muchísimos años a través de las redes.
¿Hay “nenas y nenes de Sandro” también fuera de la Argentina?
Sí, en toda América y también en Italia, Israel, España… Muchas de estas personas viajan a la Argentina para conocer el país donde nació o para el 19 de agosto, el día de su cumpleaños. Una “nena” de Puerto Rico que vino con su hija nos contó que ama a Sandro desde que era muy chica, no solo ella sino también sus hermanas, su mamá, su tía… Sandro vivió un tiempo en Puerto Rico porque grabó una novela allá, y fue muchísimas veces. También conocí acá “nenas” de Chile, de Estados Unidos, de República Dominicana, y estoy contando solo algunas. Vienen y van a visitar los lugares que son significativos en su vida: la mansión de Banfield, el teatro Gran Rex, Valentín Alsina, el Club Deportivo Alsina, la escuela donde estudió, la Biblioteca Popular Sarmiento donde iba con la mamá a retirar libros. También vienen nenas que no son de Buenos Aires “aunque Dios atiende acá”, como decía Sandro.
Lo más asombroso es que era un ida y vuelta, él tenía muy en cuenta a “las nenas y los nenes de Sandro”.
Justamente lo que más me impactó del primer show en vivo que vi en San Nicolás fue la conexión con el público. Había un clima muy especial, una vibración. Era un mundo que yo veía desde afuera maravillada, lejos de ser crítica o peyorativa como muchas veces han sido con las nenas o los nenes de Sandro. Tuve la oportunidad de ir a un montón de recitales de artistas internacionales pero esto era otra cosa, y sigue: por ejemplo sigue el programa de radio con muchas de las nenas históricas, “Sandro para todos”, que sale desde el Castillo de Sandro en Boedo —el lugar donde tenía sus oficinas y la escenografía de los shows—. Este año hubo un ciclo con once de sus películas en el cine Gaumont, y estaban las históricas y también nuevas nenas y nenes que lo conocieron a través de TikTok. Conozco generaciones en las que la abuela, la hija, la nieta y la bisnieta han seguido y siguen a Sandro. Los 19 de agosto, el día del cumpleaños, él salía a saludarlas y ahora lo sigue haciendo Olga.
Más allá de la transmisión familiar o afectiva, ¿pensás que la figura de Sandro creció en estos 15 años desde su fallecimiento?
Sí, y eso también es un fenómeno para mí, porque hay otros artistas de la envergadura de él, como Mercedes Sosa, Gustavo Cerati, Luis Alberto Spineta —por nombrar de la Argentina algunos que son más o menos de la misma época—, con los que es diferente. Yo pienso —y fue mi experiencia— que él eso lo construyó a partir del año 93 cuando empieza a presentarse en el Gran Rex. Él mismo construye su leyenda, su mito, la cosa épica que ya tenía cuando era “Sandro de América”. En los 80 tal vez esa imagen se desdibujó, pero después salió de esa meseta y construyó mucho. Tal vez el fenómeno esté en que hay muchos imitadores y recreadores de Sandro, que hacen sus propios tributos. El fenómeno de la serie también fue algo importante. Hay otros artistas jóvenes de música urbana, por ejemplo un chico que se llama Milo J., que es de Morón, y tiene unos comienzos muy parecidos: la diferencia es que él fue futbolista, y a Sandro no le gustaba el fútbol. Hace poco hizo una versión de Trigal y, como la de él, hay muchas reversiones. Todo tiene que ver con que Sandro no es un cantante, un compositor o un actor, sino un artista integral. Y además transgresor y creativo: mucha gente joven lo está descubriendo desde ese lugar y muchos artistas jóvenes le reconocen lo pionero y avanzado que era.
Además de buena persona…
Su rasgo más importante es que era muy solidario, con esa generosidad que no se cuenta, porque pedía que no se hiciera público. En el 98, cuando Mirtha Legrand comenta la difícil situación económica de la Casa del Teatro, él fue el primero en hacer una donación enorme en forma anónima. Además hacía campaña por las cosas: arranca con lo de la Casa del Teatro, hace una campaña en el 94 para que la gente se solidarice participando en un recital por la campaña por el SIDA en el Maipo, cuando se enferma hace una campaña doble por el EPOC: por el consumo de cigarrillo y por la donación de órganos. Todo el tiempo a lo largo de su vida, que coincide con su carrera, fue una persona muy solidaria y de expresarse, y no digo que inocentemente porque él era muy consciente de que su voz servía para concientizar. Él decía “yo vengo de la época en que se decía permiso, por favor, gracias”, y eso creo que lo define bastante.
¿Qué prevén para este 2025, en que Sandro habría cumplido 80 años?
El 19 de agosto de este año se anunció Sandro el musical, una “obra teatral musical” porque así le gustaba a él definir sus obras. Se va a estrenar en abril en el Teatro Coliseo, un teatro que significa mucho en su historia. Tenemos un proyecto con Sony que seguramente verá la luz el 14 de febrero, el Día de los Enamorados, porque nos gusta hacer cosas ese día. También estamos con otros proyectos que abarcan un poco todo. Alguno tiene que ver con la ficción, otro con las muestras como la “inmersiva” que hicimos en Lomas de Zamora en 2018. Lo que nosotros queremos, es que todo lo que se viva en 2025, que llamamos El año de Sandro, sea una experiencia hermosa desde todo lugar y sigamos difundiendo su legado, enalteciéndolo y respetándolo. En estos 15 años no hubo un día sin que las nenas y los nenes y nosotros, como Sandro Producciones, dejáramos de proyectar sueños, uno más lindo que otro; muchos de ellos no se pudieron concretar y aparecen otros como la inauguración de la escultura de Alejandro Marmo, el “Sandro iluminado” en la estación de Banfield y el del Castillo, o los sellos postales que hizo hace unos años el Correo Argentino. También cosas que no son artísticas, como la campaña de donación de sangre del 19 de agosto con la Fundación Hematológica Sarmiento, o el hecho de que el Hospital de Diagnóstico Inmediato de Banfield lleve el nombre de Roberto Sánchez. Poner su nombre ayuda muchísimo a estas causas: no es un nombre cualquiera, y él lo habría ofrecido con todo gusto.
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