La solidaridad del humanismo sincretista como identidad Iberoamericana

Como historiador debo señalar, para quienes afirman que no es posible hoy pensar en la integración porque atravesamos un “contexto sin precedentes en Latinoamérica”, que en otros momentos Iberoamérica ha sufrido pestes con consecuencias terribles para todos sus pueblos.

Durante la época feudal, en “el mundo del Mediterráneo” como diría Fernand Braudel[i], se produjo una peste que dejó sin un tercio de su población a Europa: la peste bubónica. Por diferentes razones (ausencia y fugas de campesinos de los campos de los señoríos, deterioro de las economías basadas en las relaciones feudales, aprovechamiento de la situación por los mercaderes/burgueses), la peste motivó que unos cincuenta años después se produjera la expansión de Europa hacia otros lugares del mundo: como dice el historiador J.H. Parry, “el descubrimiento del mar por los europeos”[ii].  En realidad, una nueva forma de ver el mundo, una cosmovisión ambiciosa y mercantil, se lanzaba al mar dando inicio a un largo periplo de conquista, colonización y extracción de recursos naturales, y por naturales entiéndanse también los humanos. Entre los siglos XV y XVI la conexión entre regiones distantes del planeta no produjo un tiempo de bonanza como suelen remarcar los historiadores liberales[iii] sino una oleada de epidemias en todos los continentes. Solo en América, trajo la viruela, sarampión, tos ferina, gripe, difteria, tifus, tracoma, muermo, rabia, gonorrea, tuberculosis, lepra, fiebre amarilla, sífilis, generando según los estudiosos[iv] entre 40 y 70 millones de víctimas. En resumen, en Iberoamérica desde el momento de la llegada de los europeos se sufrieron epidemias de toda clase. La modernidad, más bien como dice Walter Mignolo, la cara oculta de la modernidad con su obsesión por los metales preciosos de los valles centrales de México y del Potosí, hizo llegar a las poblaciones de África; y con ellos, más epidemias.

En este punto me interesa detenerme para señalar que al mismo tiempo que América era atropellada por la cosmovisión ambiciosa y mercantil, otra cosmovisión, humanista y solidaria, había arribado a las Américas. Mientras las pestes se llevaban a los más pobres -indígenas, esclavos y mestizos-, un grupo de clérigos comúnmente conocidos como “los jesuitas” se ocuparon del cuidado de los enfermos.

En la gran epidemia de cocoliztle que se desarrolló en el centro del actual territorio de México durante el año 1575 y que, según algunos cronistas, causó más de 2.000.000 de muertes, los jesuitas, además de asistir a los enfermos y por ello sufrir cuantiosas muertes, publicaron y alcanzaron a las autoridades coloniales el libro Summa y Recopilación de Cirugía con un arte para sangrar muy provechoso del sacerdote jesuita Alonso López de los Hinojosos. Gracias a su difusión, fue posible atenuar los contagios y reducir los efectos de las enfermedades.[v] En la Cuenca del Plata durante el año 1614, el sacerdote jesuita Antonio Ruiz de Montoya atajó una peste que diezmaba a los indios de Guayra (en el actual Paraguay) con un jarabe confeccionado con ciertos conocimientos y asistencia de los nativos. En 1618, gracias al licor de San Nicolás, el padre Roque González logró curar a decenas de indígenas de la Residencia de Yaguapoa[vi]

Cuatro siglos después

Prácticamente a cuatrocientos años de aquellas pestes asistimos a un hecho inédito: por primera vez el mundo católico tiene un Papa jesuita y latinoamericano. El Papa Francisco, como sus predecesores, combatió otra peste, la de la COVID-19 que en estos tiempos acecha a la región. ¿Cómo lo hizo? Denunciando la inequidad, desigualdad y abuso de los países poderosos sobre las demás regiones del planeta pero también con un mensaje a la unidad y acción conjunta de los pueblos hermanos. Dijo: “los problemas y las injusticias socio-económicas que ya afectaban gravemente a Latinoamérica» […] “Frente a estos grandes desafíos, pidamos a la (Virgen) Guadalupe que nuestra tierra latinoamericana no se desmadre, es decir: que no pierda la memoria de su madre. Que la crisis, lejos de separarnos, nos ayude a recuperar y valorar la conciencia de ese mestizaje común que nos hermana y nos vuelve hijos de un mismo Padre. Una vez más nos hará bien recordar que la unidad es superior al conflicto», […] “El virus nos recuerda que la mejor forma de cuidarnos es aprendiendo a cuidar y proteger a los que tenemos al lado: conciencia de barrio, conciencia de pueblo, conciencia de región, conciencia de casa común».[vii]

Observo que el mensaje humanista y sincretista que nos define y constituye como pueblos hermanos vuelve a sonar en la voz de un jesuita. Como dice el papa Francisco, “el tiempo es superior al espacio”. Ahora bien, no solo los jesuitas han invocado al mestizaje y a la comunión espiritual de los pueblos Iberoamericanos como pilares de la unidad necesaria en una región acechada por la cosmovisión (mercantil y ambiciosa) de las potencias del Atlántico Norte.

El pensador, filósofo y educador José Vasconcelos (Oaxaca de Juárez, 1882-1959) en su libro La Raza Cósmica, escribe: “En cambio, nosotros los españoles, por la sangre, o por la cultura, a la hora de nuestra emancipación comenzamos a renegar de nuestras tradiciones; rompimos con el pasado y no faltó quien renegara la sangre diciendo que hubiera sido mejor que la conquista de nuestras regiones la hubiesen consumado los ingleses. Palabras de traición que se excusan por el asco que engendra la tiranía, y por la ceguedad que  trae la derrota. Pero perder por esta suerte el sentido histórico de una raza equivale al absurdo, es lo mismo que negar a los padre fuertes y sabios cuando somos nosotros mismos, no ellos, los culpables de la decadencia.”[viii]

El ensayista, político e historiador Germán Arciniegas (Bogotá, 1900-1999) también alertó sobre el alejamiento de nuestra historia y tradiciones, escribió: “La filosofía de la historia preparada por los europeos –así la formulan Kant, Hegel, Marx, Spengler o Toynbee- se quiebra al llegar al suelo de nuestra América. De suyo el problema del mestizaje, de los caudillos, de las vacilaciones democráticas, de la convivencia en la misma casa grande del compadre rico y el compadre pobre, de los americanos del norte y los americanos del sur, el bombardeo constante de filosofías extrañas desde los tiempos de la Enciclopedia hasta los tiempos del comunismo, la persistencia con que han querido infiltrarse dentro de nuestros ambientes políticos el nazismo, fascismo, falangismo español, comunismo chino, la dificultad de los viejos imperios europeos por retirarse del suelo americano, la penetración del capitalismo anglosajón […] crearon circunstancias y la siguen creando, dentro de nuestra América, que solo nosotros podríamos interpretar. Pero, sobre todo, crean problemas.”[ix]

En resumen, observo que estos pensadores latinoamericanos, que hablan de una identidad sincretista y humanista, son silenciados, poco difundidos o eclipsados por otras voces, que casualmente no recurren a la tradición mestiza y espiritual que nos hermana. En cambio, el progresismo liberal de la OTAN ha determinado que otros términos son los que nos definen. ¿Qué significaciones tienen estas palabras para nosotros?  

El diccionario progresista y sus progresos

Es difícil pensar con las palabras de otro. Y en esas condiciones además, como señalaba Arciniegas, es muy fácil quedar entrampado en los problemas de otros. Como escribió el Papa Francisco, “la realidad siempre es más importante que la idea”[x].

Me propongo revisar la noción de “propiedad» instalada por una cosmovisión ajena y nacida bajo el influjo del iluminismo y la ilustración (la racionalidad europea); luego trataré la idea extraña “de una unión surgida a partir de la suma de la diversidad”, propia de la concepción posmoderna y progresista promovida por la OTAN.

En el continente más desigual del planeta, la idea de propiedad inalienable e individual siempre fue un problema. Recordemos que en la época precolombina no existía la idea de propiedad privada. Los pueblos nativos concebían la relación con la tierra de una forma diferente a la que intentaron imponer los europeos. Innumerables ejemplos podría mencionar, desde la idea de “herencia partida”[xi] andina a la “tierra sin mal” de los guaraníes.[xii] Al mismo tiempo, la cosmovisión humanista y sincretista que llegó a estos suelos en el violento proceso de conquista interpretó de una forma similar la relación con la tierra, desde los sacerdotes que organizaron las producciones colectivas de las misiones jesuitas hasta los líderes de las luchas campesinas: José María Morelos (Morelia, 1765-1815), Miguel Hidalgo (Corralejo de Hidalgo, 1753-1811) y Emiliano Zapata (Anenecuilco, 1879-1919). En todos estos casos defendían los derechos sobre la tierra que tienen quienes la trabajan. En ese sentido, la lógica implantada de “una necesidad ecológica” también nos es ajena. Antes que el problema ecológico, en esta región se encuentra el problema de la tierra, ya por su relación mítica con los hombres y mujeres que la trabajan como por el uso de la misma desde una cosmovisión (de la OTAN) que hace usufructo hasta su destrucción total. Durante la tormenta de las Revoluciones Mexicana (1910-1917) y Boliviana (1952) surgieron gritos que cuestionaron en profundidad la lógica de explotación del suelo, sin olvidar otros movimientos asociados al mismo problema: Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (Brasil), Los Zapatistas en Chiapas (México) o el Movimiento de Empresas Recuperadas (Argentina), entre otros tantos. Hay pocos momentos en que se asumió una nueva forma jurídica para tratar la cuestión del sentido y razón de la propiedad. En 1949 y en Argentina, durante el Gobierno de Juan Domingo Perón, se sancionó una Constitución que se encargó de dar respuestas al problema de la propiedad con una definición situada, enlazada a la lógica humanista que nos precede. Dice el texto en su Artículo 38: “La propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común. Incumbe al Estado fiscalizar la distribución y la utilización del suelo e intervenir con el objeto de desarrollar e incrementar su rendimiento en interés de la comunidad. […] La expropiación por causa de utilidad pública o interés general debe ser calificada por la ley y previamente indemnizada.”[xiii]

Otro problema es el relacionado con la palabra “diversidad” y su sinfín de significaciones. “La diversidad” es un antónimo de “la unidad” y observo que para nosotros el uso de la palabra es político, cultural, social y geopolíticamente incorrecto y peligroso. Principalmente porque se lo utiliza con una valoración positiva. Rápidamente intentaré explicar la ligazón de este término con la cosmovisión que propone para el mundo la OTAN (liberal, individualista, mercantil, imperialista). Varios pensadores han estudiado las cuevas ocultas del progresismo (Leonardo Castellani, Julio Meinvielle, Ramón Doll, Alberto Buela, Aleksandr Dugin, Esteban Montenegro[xiv]). Estos autores, en la mayoría de los casos, rastrearon la etimología de la palabra “progreso”. El término “progreso/progressus” que se usa en nuestros días deriva del término griego próodos, que significa “salir de sí mismo y dirigirse hacia lo otro”[xv]. Los neoplatónicos llamaron proódos al recorrido o manifestación que nace del origen, de DIOS, y que se dirige hacia lo terrenal, al humano y su pensamiento. Han pasado muchos años y la palabra ha sido reconvertida en nuestros tiempos: parecería que el progresismo aceleró la marcha y desde mediados del siglo XX se ha alejado más y más de la unicidad (lo Iberoamericano), entendiendo por ello la identidad mestiza con su cultura iberoamericana (indígena e ibérica), su lenguas latinas y su cristianismo plebeyo. La diversidad es la expresión de la lejanía. Es la aceptación de que somos diferentes, distintos, ajenos y, peor aún, que todas esas bifurcaciones tienen una valoración positiva.

La paradoja surgida con esta palabra ha llegado a tal punto, que hoy esas “diversidades” parece que nos unen más a quienes explotan nuestros recursos, destruyen nuestros ecosistemas y nos dominan con los mecanismos más siniestros, que a nuestros vecinos, hombres y mujeres que viven lejos de las ciudades puertos latinoamericanas. En nuestra región, lo distinto se ensambla, muta, se incorpora y unifica. No se acepta ni se respeta. Esos son modismos de las urbes europeas mal copiados por una casta de periodistas, políticos e intelectuales (ensamblados por la colonización cultural ejecutada por la OTAN o por sus fiestas con drogas de laboratorio) que dominan los medios de comunicación hegemónicos y que hoy constituyen lo que llaman “opinión pública”. Además, ¿la OTAN tiene pensamiento diverso cuando se trata de resolver qué se debe hacer respecto a los territorios ocupados por los imperialismos del Atlántico Norte en Iberoamérica (Islas Malvinas, Panamá, Puerto Rico, Guantánamo, etc.)…? 


[i] BRAUDEL, FERNAND, El Mediterráneo y el mundo del Mediterráneo en la época de Felipe II [1949], México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 

[ii]PARRY, JHON HORACE, El descubrimiento del mar [1974], Madrid, Grijalbo, 1991. 

[iii]WALLERTEIN, IMMANUEL, El moderno sistema mundial [3 tomos], México,  Siglo XXI, 1991.

[iv]CÉSPEDES CASTILLO, GUILLERMO, América Hispánica (14921898), Barcelona, Labor, 1992.

[v]FLORESCANO, ENRIQUE, Ensayo sobre la historia de las epidemias en México, Volumen 1, México,  Instituto Mexicano del Seguro Social, 1982; CORDERO DEL CAMPILLO, MIGUEL, “Las grandes epidemias de la América Colonial”, en Archivos de zootecnia,  vol. 50, núm. 192, 2001; LUNA, FELÍX (Dir.), “Medicina, epidemias y otras enfermedades”, en Revista Todo es Historia, Buenos Aires, N° 501, Abril 2009.

[vi] FURLONG, GUILLERMO S.J., Los Jesuitas y la cultura rioplatense, Buenos Aires, Editorial Biblos, 1994.

[vii]Papa FRANCISCO, «América Latina: Iglesia, Papa Francisco y los escenarios de la pandemia», el documento completo se encuentra disponible en: https://www.cepal.org/es/discursos/seminario-america-latina-iglesia-papa-francisco-escenarios-la-pandemia  

[viii]VASCONCELOS, JOSÉ, La Raza Cósmica, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1948, p. 23. 

[ix]ARCINIEGAS, GERMÁN, Nuestra América es un ensayo, París, Biblioteca Cuadernos, 1962, pp. 28-29. 

[x] Papa FRANCISCO, Evangelli Gaudium [2013], Buenos Aires, Agape Libros, 2016. 

[xi]ROSTOWOROWSKI de DIEZ CANSECO, MARÍA, Historia del Tahuantisuyu, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1988; ESPINOZA SORIANO, WALDEMAR, Los Incas. Economía, Sociedad y Estado en la era del Tahuantisuyo, Lima, Amaru Editores, 1997; JARAMILLO, ANA, (dir.), “Los orígenes”, en Atlas Histórico de América Latina y el Caribe, UNLa, 2016, pp. 42‐130.

[xii]CADOGÁN, LEÓN, CAROBENI. Apuntes de Toponimi Hispano Guarani, Asunción, Impresora Paraguaya, 1959; CLASTRES, HÉLÈNE, La tierra sin mal. El profetismo tupí-guaraní, Ediciones del sol, Buenos Aires, 2007.

[xiii]Constitución para la Nación Argentina de 1949, Buenos Aires, Edición de la Universidad de Buenos Aires, 1950. 

[xiv]CASTELLANI, LEONARDO, Esencia del Liberalismo, Buenos Aires, Ediciones Dictio, 1976; MEINVIELLE, JULIO, Un progresismo vengonzante, Buenos Aires, Cruz y Fierro Editores, 1967; DOLL, RAMÓN, Liberalismo. En la literatura y en la política, Buenos Aires, Claridad, 1934; BUELA, ALBERTO, El sentido de América. (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), Buenos Aires, Theoria, 1990; DUGIN, ALEKSANDR, Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur, Buenos Aires, Nomos, 2018; MONTENEGRO, ESTEBAN, Pampa y estepa, Buenos Aires, 2020.

[xv]DUGIN, ALEKSANDR, Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur, op., cit., p. 21.

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