Sobre los diálogos interculturales

No es tarea sencilla llevar adelante diálogos interculturales. En ese desafío nos encontramos quienes consideramos que las epistemologías del sur, las metodologías colaborativas, tienen la potencia de abonar a la emancipación de nuestros pueblos, para hacer aportes desde la academia.¿Cómo generar diálogos entre los saberes académicos, la mayoría de ellos producidos en el Norte Imperial y los saberes propios de la comunidad? Se trata de interrogarnos sobre cómo construir la ecología de saberes planteada por De Sousa Santos, entendiendo que la misma “privilegia la incorporación y el enriquecimiento recíproco del conocimiento académico comprometido y del conocimiento construido a partir de las luchas sociales. En virtud de ello, está basada en el reconocimiento de la heterogeneidad de las formas de conocimiento y de los vínculos horizontales entre ellas”[1].

En un intento de construir una ecología de saberes, esto es, la búsqueda de la revalorización de la diversidad de conocimientos, prácticas y saberes que fueron invisibilizados por el colonialismo, por la modernidad capitalista y por el patriarcado, nos interesa rescatar la experiencia de las mujeres indígenas y campesinas participantes de distintas organizaciones de las provincias de Mendoza y Santiago del Estero, en función de que sean ellas quienes hablen en este trabajo sobre cómo son representadas en los medios de comunicación y cómo deberían serlo según sus propias demandas y necesidades. Para descolonizar las formas de conocer y de comunicar, se hace necesario aceptar “el desafío de ir para el Sur y aprender con el Sur, no como Sur imperial (que reproduce en el Sur la lógica del Norte, asumida como universal); al contrario, es preciso aprender del Sur anti-imperial”[2]. La autora nos invita a trabajar en red, a producir saberes de forma dialógica y autorreflexiva para promover el intercambio de formas de conocer y entender el mundo desde y para las comunidades que fueron invisibilizadas y representadas desde la objetivación y subalternización.

Feminismos otros y medios de comunicación

Nos preguntamos ¿Qué sucede con las mujeres no blancas? ¿Cómo son representadas en los medios masivos? ¿Se realizan aportes desde la comunicación hegemónica para visibilizar las opresiones que sufren mujeres racializadas? ¿El movimiento feminista habla de estas mujeres cuando tiene la oportunidad de amplificar sus voces en los medios masivos?

El concepto de interseccionalidad nos da luces para complejizar nuestros análisis y avanzar en la construcción de las epistemologías otras. Se trata de comprender que existen intersecciones entre las formas de opresión –raza, género, clase, entre otras muchas- correspondientes al sistema colonial, patriarcal y capitalista que el sistema-mundo global ha logrado implementar. Analizar la interseccionalidad nos permite visualizar las distintas jerarquías entre varones y mujeres pero también que hay ciertas mujeres que detentan poder y que también pueden oprimir. Lugones explica que “la matriz de dominación de una sociedad se encuentra ordenada por intersecciones y esos dominios se corresponden con lo económico, político e ideológico”[3]. Los medios de comunicación naturalizan el predominio de la blanquitud y el racismo como estrategia de sometimiento, presentándose desde un patrón de neutralidad.

A partir de diálogos interculturales tuvimos la oportunidad de acercarnos a mujeres campesinas e indígenas en la provincia de Santiago del Estero y de Mendoza para discutir respecto de las representaciones en los medios de comunicación de sus historias, sus narrativas, sus sentires y pareceres. ¿Existe alguna cobertura o representación mediática que ponga en juego el enfoque de la interseccionalidad? A partir de la puesta en marcha de procesos participativos, de escucha mutua y metodologías colaborativas, las mujeres construyeron colectivamente una narrativa respecto a cómo se sienten representadas.

Mujeres blancas – Mujeres indígenas campesinas

Lo primero que planteaban es que ellas no están representadas en los medios masivos. Una invisibilización total de sus prácticas, sus vivencias, sus historias. “La sobrerrepresentación blanca que realizan aquellos que tienen el poder para construir consensos sociales y sentidos comunes se convierte en un sutil, simbólico mecanismo de dominación”[4]. Esto es, existe la representación de mujeres blancas, desde los cánones de la belleza, como amas de casa, a cargo de las tareas de cuidado, etc. Pero no se trata de la misma representación cuando hablamos de mujeres indígenas y campesinas. Asimismo, no son el sujeto protagonista en sus demandas en este movimiento feminista que ha cobrado gran visibilidad en la escena pública y mediática.

Los debates que se abordan respecto de la invención de la raza en la cuestión de género tienen que ver, en principio, con recuperar la categoría de la raza por fuera del multiculturalismo y entenderla como centro estructurante de la modernidad. Esto es, en palabras de Quijano, que “raza e identidad racial fueron establecidas como instrumentos de clasificación social básica de la población”, y con esto se justificó la dominación.

María Lugones[5] plantea que las desigualdades de género fueron también producto del colonialismo, esto es, así como se inventó la categoría de raza para justificar la superioridad de unos sobre otros, también se inventó la inferiorización de la mujer a los efectos de la dominación. Las relaciones desiguales en relación al género también fueron producto de una invención colonial. Las mujeres indígenas y negras entraban en la clasificación de no humanos, es decir, “animales, incontrolablemente sexuales y salvajes”, a diferencia de la “pureza sexual, su pasividad, y su atadura al hogar en servicio al hombre blanco europeo burgués”[6] de las mujeres blancas occidentales. Así como Quijano[7] establecía que se construyó una jerarquía poblacional a partir del color de las personas, también se racializó a las mujeres indígenas, que fueron degradadas ontológicamente. Es así que se puede hablar de una “colonialidad de género” con la que define al “análisis de la opresión de género racializada y capitalista”[8].

En definitiva, las mujeres quedaron subordinadas al hombre blanco colonizador y al hombre no-blanco colonizado. Las identidades construidas para mujeres blancas y para mujeres indígenas por el patriarcado es diferente: las blancas occidentales servían para la reproducción de la “raza” blanca y para la educación en los valores burgueses. Por el contrario, las indígenas o negras, asociadas a lo salvaje, lo exótico y la reproducción de la mano de obra gratuita o barata[9].

Se trata, entonces, de construir una ecología de saberes feministas, recuperando la propuesta de Rosalva Aida Hernández[10], donde diversidad de voces sean escuchadas. En la comunicación desde los márgenes, comunitaria y popular es necesario que también otras voces feministas y no feministas construyan su espacio de enunciación.

Magalí Gómez

Las voces de las mujeres indígenas y campesinas

A partir de metodologías colaborativas y luego de un espacio de debate respecto de los feminismos, la perspectiva de géneros y el enfoque interseccional construimos junto a las mujeres y de manera colectiva, un diagnóstico de cómo se sienten representadas en los medios de comunicación hegemónicos. ¿Cuáles son los estereotipos que de ellas se construyen? y ¿qué relación tienen estas construcciones con el colonialismo, el patriarcado y el capitalismo? Para ello analizamos en grupos qué sucede con las representaciones en las ficciones y en las coberturas periodísticas.

Sus opiniones manifiestan cómo todavía los medios de comunicación reproducen estereotipos que ubican a las mujeres indígenas y campesinas como seres inferiores, que rozan lo salvaje. Cuerpos racializados atravesados por la degradación ontológica de la que habla Boaventura de Sousa Santos[11]. “Nos muestran brutas”, “no tenemos estudios”, “somos vulgares, sucias”. “A la mujer indígena se la ve desprolija, en su vestimenta, en el calzado, en su cabello”, “incapaces de tomar decisiones”, “sumisas, débiles, agresivas (Milagro Sala por ejemplo)”, “pasivas, no tenemos palabra ni voz”. Las mujeres “escuchan y obedecen”.

También surgía la sexualización de las mujeres indígenas y campesinas: “somos objetos sexuales o amantes del patrón” o solo nos queda “esperar que llegue el salvador para sacarnos de la pobreza”. “Se presentan relaciones románticas entre mujer indígena y hombre blanco, sin hablar de la violencia sexual”.

Respecto del mundo espiritual, decían que “nos muestran como hechiceras, brujas” y las hechiceras son oscuras, “con collares con cráneos, pelos desprolijos; el mundo espiritual es representado como lo oscuro”. O bien, “la muestran recogiendo plantas medicinales y dicen que es brujería”. Aquí también se hacen presentes los rasgos del colonialismo. Estos seres sin humanidad ni cultura, que deben ser educados en la religión católica.

Las mujeres indígenas casi nunca son las protagonistas de las historias ficcionalizadas, sino que se las muestra como “empleadas domésticas, sirvientas, cocineras o lavanderas, sirviendo al jefe” pero siempre desde un lugar de inferiorización, y nunca reivindicando sus prácticas, sus trabajos, su rol en la comunidad.

En las coberturas periodísticas se invisibiliza la opresión sufrida por las mujeres en tanto relaciones asimétricas de poder. “Muestran a las mujeres indígenas como indigentes, muertas de hambre, llenas de hijos, utilizando esa condición para apropiarse de tierras y que el Estado les dé ayudas económicas, sin trabajar”. En este testimonio se puede vislumbrar cómo los medios de comunicación discriminan desde la reproducción de imaginarios sociales vinculados a las situaciones de pobreza como mujeres indígenas. “Nos cuestionan si tenemos muchos hijos y nos dicen que no sabemos criarlos, que solo queremos los planes”. “No se visibiliza nuestro rol en la producción, como clase trabajadora, nuestros saberes y conocimientos, ni ocupamos lugares como periodistas”. También se omite representar la soberanía en las tierras y territorios que corresponden a los pueblos originarios, reconocida en la Constitución Nacional: “nos representan como usurpadoras de tierras”. “Culpan a las mujeres indígenas de agitadoras y promotoras de marchas inconclusas”.

A partir de estos testimonios podemos vislumbrar que existen dos formas de abordar lo indígena, tal como plantea García-Mingo[12] en su estudio sobre los pueblos mapuche, pero que aquí también se hace presente. Por un lado, lo que denomina el “abordaje folclórico” y, por el otro, el “abordaje policial”. El folclórico tiene que ver con esta idea del pasado y de la representación de lo exótico, lo turístico, el “paisaje” como decían las mujeres. El segundo caso tiene que ver con la idea “reproducida sistemáticamente desde la época colonial, de que el indígena es un ser bárbaro, periférico, salvaje, primitivo, premoderno y anacrónico con una cultura tradicional, local y estática, incapaz de integrarse y convivir con la civilización moderna”[13].

Ellas quieren ser representadas desde sus saberes ancestrales, su respeto hacia la naturaleza y su dualidad pero desde un lugar de resistencia. Queda esbozado en sus palabras y en sus propuestas que a lo largo de la conquista y la modernidad han logrado resistir y han logrado sostener prácticas y formas de entender el mundo más allá de las imposiciones culturales y económicas de la modernidad occidental. Creemos entonces que esto tiene que ver con el concepto de resistencia, con esta posibilidad de ser agentes, de producir cambios desde esta resistencia, de articular luchas y estrategias para construir alternativas y transformaciones sociales.

Las mujeres indígenas y campesinas con quienes trabajamos reivindican su ancestralidad pero desde el presente. Buscan reconstruir su historia, muchas de ellas se encuentran en el camino del “autorreconocimiento, porque hemos perdido mucho de nuestra lengua, de nuestras costumbres, de nuestras comidas” pero desde el presente, buscando no esencializar, entendiendo que ya no existe esa pureza completa. En Santiago del Estero, una de las propuestas para realizar un programa de radio fue la de entrevistar a una niña que afirmaba “soy de Jujuy y soy colla como mi papá”, con la idea de “romper con la idea de una vieja milenaria. Queremos mostrar el futuro y el presente en la voz de una niña campesina e indígena”.

En Mendoza nos contaban, a veces con enojo, y otras con risa, que son cuestionadas por vestir ropas de la occidentalidad, por usar celular o electrodomésticos. Este cuestionamiento al estereotipo de personas que pertenecen al pasado se esgrime cuando plantean que quieren ser representadas trabajando en una oficina, accediendo a la política o a roles sociales y culturales importantes en la sociedad.

Estas lógicas de pensamiento, estas cosmovisiones distintas de la occidental, nos permiten preguntarnos por nuestro rol como comunicadores y comunicadoras comunitarias para llevar adelante procesos de descolonización y que construyen sentidos desde el enfoque de la interculturalidad y la interseccionalidad. La intención es rescatar las historias, saberes, pasiones, aspiraciones y sueños locales, teniendo como estrategia el diálogo y la organización social, con compromiso para la construcción de comunidad con modos de vida sostenibles, teniendo en cuenta la trama de relaciones, significados y prácticas entre todas las formas y modos de vida. Nos queda, como académicas y académicos, seguir repensando esos marcos posibles y acompañar esos procesos que, mucho más que deseables, son y tienen una frontera de posibilidad y empírea concreta. 


[1] Carta de Principios e Propuesta de metodología de la Universidad Popular de los Movimientos Sociales. Disponible en  http://alice.ces.uc.pt/en/wp-content/uploads/2012/02/Espanhol.pdf. P. 1

[2] Meneses, María Paula (2016), «Ampliando las Epistemologías del Sur a partir de los Sabores: Diálogos desde los saberes de las Mujeres de Mozambique», Revista Andaluza de Antropología, 10. P. 21

[3] Lugones, María (2011): Hacia un feminismo descolonial. La manzana de la discordia. Vol. 6, No. 2.

[4] Tornay Márquez, M.C. (2017). Comunicación, subalternidad y género: experiencias comunicativas comunitarias de mujeres afrodescendientes e indígenas en América Latina. (Tesis Doctoral Inédita). Universidad de Sevilla, Sevilla. P. 130

[5] Lugones, María (2008):Colonialidad y género. Tabula Rasa, nº 9.

[6] Lugones, María (2011): Hacia un feminismo descolonial. La manzana de la discordia. Vol. 6, No. 2. P. 106

[7] Quijano, Aníbal (2000). “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. En libro: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Edgardo Lander (comp.) CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina.

[8] Lugones, María (2011): Hacia un feminismo descolonial. La manzana de la discordia. Vol. 6, No. 2. P. 110

[9] Tornay Márquez, M.C. (2017). Comunicación, subalternidad y género: experiencias comunicativas comunitarias de mujeres afrodescendientes e indígenas en América Latina. (Tesis Doctoral Inédita). Universidad de Sevilla, Sevilla.

[10] Hernández Castillo, Rosalva Aída (2014) “Algunos Aprendizajes en el Difícil Reto de Descolonizar el Feminismo” en Margara Millán (Coordinadora) Más allá del Feminismo. Caminos por Andar. Ciudad de México: Red de Feminismos Descoloniales

[11] Santos, Boaventura de Sousa (2012), “Introducción: las Epistemologías del Sur”, Una epistemología del Sur. México: Siglo XXI.

[12] García-Mingo, E. (2014). Persiguiendo la Utopía: medios de comunicación mapuche y la construcción de la utopía del Wall Mapu. Anuario Deusto de Derechos Humanos.

[13] García-Mingo, E. (2014). Persiguiendo la Utopía: medios de comunicación mapuche y la construcción de la utopía del Wall Mapu. Anuario Deusto de Derechos Humanos. P.59

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