Del juicio a “las Juntas”, a escaparse de la policía en combi y por la vereda. Historia de una rebeldía con causa.

El pasado martes 22 de abril se cumplieron 40 años de la primera audiencia del juicio a los comandantes de las tres primeras Juntas de la dictadura cívico-militar.

Aún hoy quienes juzgan positivamente la política en materia de derechos humanos de Alfonsín, llaman «Juicio a las Juntas» al proceso, como si fuera el de Núremberg. Lo cierto es que no fue «a las Juntas» sino tan solo a los comandantes de las tres primeras. Porque los dictadores Reynaldo Bignone y Cristino Nicolaides, que encabezaron la cuarta y última, y entregaron el poder a Alfonsín, no fueron alcanzados por el decreto de juzgamiento dictado por el primer presidente de la post dictadura.

Se entiende por qué: la Junta saliente y la multipartidaria habían pactado las condiciones en las que la dictadura saldría del poder, y ese arreglo incluía, evidentemente, algunas cláusulas de impunidad.

Además, si hubiera sido “a las Juntas”, el proceso tendría que haber sentado en el banquillo a la entera cadena de mandos, y no solo a los comandantes.

Por otra parte, no fue un solo decreto de juzgamiento, sino dos, simultáneos: mientras el 158/83 establecía el enjuiciamiento de los comandantes militares ante tribunales castrenses, uno anterior, el 157/83, ordenaba el proceso penal contra los líderes de las organizaciones armadas que sobrevivieron al aniquilamiento ante tribunales civiles.

En la secuencia de ambas medidas había un mensaje cifrado: la periodización que suponían sugería que la acción militar había sido en respuesta a la acción guerrillera. Una reacción a una agresión previa. En otras palabras: “la empezó la subversión”. “Se la buscó”. “Que se la aguanten, entonces”.

Las Madres de Plaza de Mayo se opusieron concienzudamente a toda esta política, que dio en llamarse “Teoría de los dos demonios”, y que como está visto, excedió la formulación expresada en el prólogo del libro Nunca Más, atribuido a la pluma del presidente de la CONADEP, Ernesto Sábato. 

Foto: Estanislao Santos

La enorme mayoría de homenajes que vimos en estas semanas, incluyeron no pocos olvidos. Como si la distancia temporal con el Juicio, en vez de mejorar la perspectiva, la hubiera nublado aún más. Los comentarios celebratorios y acríticos abundaron.

Nos adelantamos, entonces, a las felicitaciones que el próximo 9 de diciembre recibirá seguramente la sentencia del Tribunal, a 40 años de su dictado: elogios que no repararán siquiera en que cuatro genocidas (Oscar Graffigna, Arturo Lami Dozo, Leopoldo Galtieri y Jorge Anaya), sobre un total nueve comandantes militares, fueron absueltos.

La memoria sobre estos hechos no es un ejercicio sencillo ni lineal. Se encuentra en disputa permanente, y es objeto de potentes operaciones culturales para manipularla.

A propósito, en la película Argentina 1985, el famoso incidente entre Hebe y la dupla fiscal Strassera-Moreno Ocampo durante el día de la sentencia, es narrado como si hubiese sido un hecho risueño. Como si Hebe no se hubiera dado cuenta de que llevaba el pañuelo blanco sobre la cabeza y aceptara mansamente que no podía «portar símbolos políticos». Como si hubiera ido con la ropa descosida a la audiencia, y el Tribunal se la hubiera hecho sacar de buenas maneras, alegremente, para remendarla.

Nada de esto ocurrió así.

Hebe portaba, además del pañuelo blanco que no le dejaron ingresar, otro escondido entre la pollera y la bombacha, que se pondría una vez y otra, hasta que, harta, aceptó quitárselo de la cabeza con un plazo autoimpuesto: salir ante la primera absolución.

Fue lo que hizo. Cuando se dictó el primer sobreseimiento, Hebe se paró de su asiento, se puso el pañuelo y salió de la sala. Creía que detrás de ella saldrían todos los presentes. Pero no: se quedaron.

Afuera del Palacio, ante los periodistas, declaró: «Me hacen sacar el pañuelo blanco porque saben que esa es la única condena en este juicio». Pablo Llonto agrega que si se mira con detenimiento la filmación oficial del hecho, pueden leerse los labios del presidente del Tribunal, León Arslanian, quien ordenó detener a Hebe, aprehensión que no concretó porque la presidenta de las Madres alcanzó a salir rápidamente.

Foto: Luis Iramain

Ruptura en Madres: crisis de crecimiento

Las Madres de Plaza de Mayo, casi en soledad, se opusieron fuertemente a Alfonsín por estas debilidades constitutivas de su gobierno respecto del poder militar. Marcaron con énfasis las continuidades entre la etapa dictatorial y la constitucional, y no sus rupturas, que desde luego las hubo también. Y constituyeron un verdadero estorbo para el gobierno radical. Tanto, que Alfonsín celebró la crisis interna en Madres, y su derivación: la ruptura producida en su seno en enero de 1986.

En efecto, los posicionamientos tan críticos de las Madres respecto del camino que empezaba a transitar el gobierno radical, fueron muy discutidos al interior del movimiento. Mientras el sector mayoritario de Madres apoyaba la voz disonante y cada vez más potente de Hebe de Bonafini, otro grupo, infinitamente menor en cantidad de Madres pero hegemónico en la Comisión Directiva de la Asociación, disentía.

Esa tensión llegó a su punto máximo en diciembre de 1985, tras la sentencia en el Juicio. En la reunión de Comisión Directiva de las Madres posterior al fallo, un grupo de Madres proclive al gobierno radical, que veía avances democráticos donde la mayoría de ellas observaba debilidades ante el poder militar, solicitó elecciones internas para dirimir la discusión a través de una nueva conducción de la organización.

Se acordó realizar el comicio pocas semanas después, en enero de 1986, para el cual se presentaron dos listas: una que encabezaba Hebe de Bonafini, presidenta de las Madres, y otra, presidida por María Adela de Antokoletz, vicepresidenta.

Sin embargo, el día de la elección, el grupo de Antokoletz, que había reclamado el procedimiento, se presentó para impugnarlo, debido a su rechazo a que votaran las Madres de las filiales de las provincias del país, que venían protagonizando la organización desde el Primer Encuentro Nacional de Madres, en 1981. El grupo que lideraba Hebe planteaba que el movimiento desde su creación había crecido en cantidad, organización, enfrentamiento, alcance de su acción, y que, por lo tanto, en la elección debían votar todas sus integrantes, no solo las domiciliadas cerca de la Plaza de Mayo.

Cuando la impugnación fue rechazada, y se produjo el voto de las Madres de todo el país —en la Casa de las Madres y a través de un escribano público en el interior—, resultó triunfadora por amplio margen la lista encabezada por Hebe de Bonafini, quien revalidó así la presidencia confiada por sus compañeras en 1979. El sector que perdió el comicio optó por retirarse, y pasó a conformar el grupo Madres-Línea Fundadora, afín a Alfonsín y a los organismos de derechos humanos que acompañaban la política oficial, desde la CONADEP hasta los juicios y las exhumaciones de cadáveres.

Tener razón

En política, y según el grado de desarrollo que tengan los conflictos, puede que ganar una discusión en torno de ellos no necesariamente signifique tener razón.

Y al revés.

Hebe las perdió muchas veces, pero generalmente tenía la posición correcta, en especial en las disputas en las que le resultaba más difícil argumentar. Con su tempranero apoyo a Néstor Kirchner, a la semana de haber asumido en 2003, fue exactamente así. Mientras los sectores de izquierda con los que las Madres articulaban hasta 2003, veían en Kirchner un reaseguro del aparato justicialista y un líder solapado de los grandes capitales, Hebe confió casi ciegamente de entrada. Priorizó sus intuiciones y todavía pocas certezas sobre Néstor, en vez de permitir que prevalecieran los preconceptos ideológicos. Las Madres fueron duramente criticadas por sus ex aliados.

Pero Hebe siempre fue así. Entre 1979 y 1986, cuando se produjo la ruptura, y aun encontrándose en minoría en la comisión directiva de las Madres, se dio maña para lograr sus objetivos.

Desde 1980, cuando se produjo una profunda crisis ética en el seno de la Asociación (el ofrecimiento extorsivo, perverso, de una lista de 20 desaparecidos a ser salvados de la muerte), Hebe entendió que una catástrofe semejante no podía ser resuelta por métodos democráticos únicamente.

No había juego de mayorías y minorías que valiera. El debate excedía los argumentos políticos y comprendía razones profundamente morales. Aludía a zonas vitales de la subjetividad. Y comprendía elementos constitutivos del grupo, principalmente el compañerismo entre ellas, puesto en riesgo por la discusión.

He ahí el germen de la «socialización de la maternidad», que en su envés implica un corte con el lazo filial individual, con cada hijo o hija en particular, para asumir una maternidad colectiva.

Tan grave fue el conflicto de 1980, que Hebe decidió renunciar a las Madres apenas se saldó la discusión. Cuando sus compañeras la fueron a buscar para que regresara, incluidas las Madres con las que Hebe rivalizaba fuertemente, aceptó volver, pero con una condición: ahora mandaría ella.

Y se daría a la construcción de una nueva hegemonía al interior de las Madres, en la que resultaron clave las compañeras que hasta entonces no protagonizaban la organización ni tomaban parte en las decisiones: las Madres de condición social más humilde y las integrantes de las filiales del interior. A eso se refería Hebe cuando hablaba de «lucha de clases» al interior de la Asociación.

Así fue todo en Madres desde entonces y hasta el día que Hebe entró a la sombra para siempre, el 20 de noviembre de 2022. Con una novedad histórica, que se desconoce si Hebe alcanzó a prever: la continuidad del grupo aún sin ella.

Foto: Oficina de prensa del Vaticano

Detengan a Hebe

Hace pocas semanas, en lo que fue el último y quizás único fallo firmado por García Mansilla en la Corte, fue confirmado el sobreseimiento de Pedro Hooft, el juez de la dictadura, cómplice de La Noche de las Corbatas, que cuando vino Alfonsín se recicló en la democracia. 

Pero no perdió las mañas.

En 1985, el juez Hooft denunció a Hebe de Bonafini por haberse resistido a una exhumación de cadáveres a realizarse en el cementerio de Mar del Plata, a pedido de una Madre de la filial local de la Asociación, que no quería que su hija fuera dada por muerta por decreto y resistía su identificación.

La denuncia de Hooft derivó en la orden de prisión preventiva de Hebe dictada por el juez Jorge García Collins. Tras la apelación de la medida y el avance del proceso, Hebe fue finalmente sobreseída; García Collins, en cambio, sería destituido muchos años después por coimero.

Aquella posición individual de la Madre de Mar del Plata fue luego la posición política de la Asociación Madres de Plaza de Mayo: rechazo a las exhumaciones, que durante el alfonsinismo fueron una política de Estado.

Las Madres decían: cuando haya decisión política de condenar a los asesinos quizás sí aceptemos la exhumación, como condición para las condenas. Mientras no la haya las rechazaremos, porque constituyen un show del horror tendiente, entre otras cosas, a dar por muertos a nuestros hijos y cancelar nuestra exigencia mayor: APARICIÓN CON VIDA.

El juez federal Marcelo Martínez de Giorgi, durante el macrismo, no fue el primer juez en querer presa a Hebe. Además de Arslanian y Hooft, hubo otra orden de detención por un juez de Tucumán, que acusaba falsamente a Hebe de haberle robado una gorra a un policía. No lo lograron, ni entonces, ni ahora. Y cuando más cerca estuvieron, Hebe se escapó por la vereda, en agosto de 2016.


Demetrio Iramain es poeta, periodista y militante. Docente de Historia de las Madres de Plaza de Mayo en la Universidad de las Madres. Autor del libro Hebe y la fábrica de sombreros, sobre la vida de Hebe de Bonafini, publicado por Grupo Editorial Sur en 2023.

Foto de portada: Estanislao Santos

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