Hubo una época en que las paredes de la provincia se pintaban con el corazón. Donde los militantes salían a arremangarse a los barrios, a dibujar y expresar sus ideas. Sus consignas. Su mensaje. Esta es una nota sobre una pared de la UNLa.

Un amigo y estudiante de la licenciatura en Derechos Humanos (Martín Sanabria, hincha del tricolor) de la UNLa, me cuenta: “Era cal Milagro con agua. Y el engrudo para la pegatina era harina, agua y soda cáustica. La cal Milagro era para blanquear. Brochas, pinceles, la cantidad de personas que salieran y baldes de pintura vacíos para cargar la cal para el blanqueo. Ese era el folklore de la militancia que no cobraba un mango: lo hacíamos como un juego. También se interactuaba con gente que eran militantes de otros lados o que no conocías. Se diferenciaban los del gremio de los militantes políticos (Martín es del sindicato de estatales de Almirante Brown). Después de las elecciones está el reconocimiento de quienes caminaban los barrios, quienes pintaban, etc. Había un respeto”. Martín me repite, para despejar mis dudas de abogado recoleto: “Cal Milagro, nene. Es para hacer los revoques finos. No es cal común. Claro que había códigos y una conducción y compañeros que se ocupaban de que no faltara nada y que todo el que salía tenía que volver. Es una cal que es blanca, antiguamente el que no tenía para un látex exterior pintaba el frente con esa cal y quedaba blanquísima. Con el tiempo se salía, vistes cuando te apoyás en una pared y te queda el polvillo blanco. En vez de cal común se llama ‘Milagro’. Luego atrás venían los letristas. Era un arte. Si querés te llamo en un rato y te cuento” dice Martín, y al rato: “Agarrábamos una camioneta F-100 y en esos tachos que usan los achureros, de plástico, de 200 litros, se ponía cal Milagro con engrudo y soda cáustica: eso se preparaba la misma tarde, o una noche antes. Y el día que se salía a blanquear, se dividían camionetas en doce localidades. Salíamos en varias camionetas. Venían compañeros porque en eso entonces los partidos tenían mucha influencia, el Radicalismo tenía influencia, el Frente Grande, el PI, nunca pasaba a mayores, lo peor que podía pasar era que te pintaran una pared».

La pared dice y resiste

Esta nota es sobre una de las paredes de la UNLa. Una pared en Remedios de Escalada, ubicada en la entrada de la Universidad, al lado de otra pared que tiene dibujados 30 mil puntitos blancos en referencia a los 30 mil desaparecidos del Proceso. Esa otra pared, en la bifurcación de un pasaje que lleva por nombre, en una universidad montada sobre viejos talleres ferroviarios ingleses, Raúl Scalabrini Ortiz (quien denunciaba con pasión la política británica en el Río de la Plata, algo que Donghi, siempre irónico con el revisionismo histórico, denuesta como una persecución “paranoica” en sus primeras páginas de Revolución y Guerra, en obvia aunque no explicitada alusión a Scalabrini). Sobre una pared tan alejada de la ciudad de Buenos Aires, sobre ladrillos rojos, cerca del gimnasio Gatica de la Universidad, dice Memoria, Verdad, Justicia, Democracia, Soberanía. Libertad a lxs presos políticos. Y luego aparecen en esténcil dibujado en negro, sobre la pared blanqueada a la vieja usanza, con cal Milagro, dos rostros: uno joven, de un tal “Carlos», preso de Videla, y otro, de un Carlos ya más adulto, de traje, que dice “Zannini”, y debajo: “Preso de Macri”. Esta pared resiste. Dice una verdad.

En Argentina se ha violado durante varios años –y todavía se viola- el debido proceso. Se mancillan garantías elementales. Se encierran personas sin condena alguna, durante el proceso, en forma ilegal, “preventiva”, violando además el derecho de defensa en juicio, que presupone igualdad de armas: una persona presa, violando la ley, invirtiendo la carga de la prueba, y presuponiendo la culpabilidad, no se defiende en las mismas condiciones que otras que esperan el proceso libres y sin estigmatización masiva, ni presiones ni extorsiones en celdas “alambradas”. Son varias inversiones en la “carga” de la prueba. No es solo una. Varias afrentas al Estado de Derecho. En Argentina nos hemos acostumbrado a menospreciar la importancia del debido proceso. De las garantías constitucionales más básicas. Es curioso que quienes mancillan estas garantías luego alzan la voz en nombre de las instituciones y de la República. Hablan en nombre de la independencia de la “Justicia». Como si el problema en países tan castigados como Perú o Argentina, con la mitad de sus chicos revolviendo la basura para vivir, fuera el exceso de “garantismo», el exceso de “garantias”. El exceso y no la falta atroz de derechos. El garantismo “extremo” puede ser (naturalmente no lo es, es lo que explica a fondo su éxito, no su fracaso) un problema en Dinamarca, no en Argentina. La pared resiste. Expone. Lo que muchas veces no encontramos en los medios, lo encontramos dicho en las paredes. Hay que cuidar eso. En una sociedad que todo lo cosifica, mercantiliza, ese es el último lugar de la palabra genuina. Real. Firme. El último resquicio. El último lugar.

Cuando no ponemos en tensión el lenguaje naturalizamos la vulneración del derecho. Hace mucho que no pensamos el lenguaje que usa el derecho.

En muchos lugares se criminaliza el arte callejero. La pintada de una pared es “vandalismo”. No que haya miles de chicos revolviendo la basura en Buenos Aires. Eso no “incomoda” ni avergüenza nuestra “mirada”: sí una marca en una pared. Eso nos “espanta”. Nos parece un rasgo de “desorden». No que se mancillen garantías básicas. Eso está “bien“ sobre todo si el apresado es un “enemigo político”. Se justifica cualquier cosa.

Tenemos una dirigencia que emplea por momentos un lenguaje autoinfamante, con expresiones tales como “sector vulnerable” (cuando nadie “es” ni nace vulnerable, se es y se nace ya “vulnerado”, que es muy distinto), como “hay que bajar al territorio». Pero al territorio no se “baja”. Pienso en todos los que han sido y son hijos de grandes militantes, como Marco Enriquez-Ominami en Chile. No hay que descuidar esa memoria. Los hijos no pueden ser menos que lo que fueron sus padres. No pueden traicionar el mandato. Todos tenemos uno.

Volvamos a mi amigo Martín: “Competíamos por eso, para ver quién tenía la pared pintada. Terminábamos todos sucios. Eso era la política antes. Hoy ya nadie se ‘ensucia’ para pintar una pared, nene. Parece algo que es de otro siglo. Hoy es todo Instagram. Hoy distintos partidos pueden contratar a la misma ‘empresa’ pinta paredes, la misma empresa le pinta a todos los partidos políticos, la empresa está mucho más organizada, ya no baja con cal Milagro, blanquean con un compresor, con un soplete, como se pinta un coche: ya no bajan a pintar, no lo hacen con sentimiento, con el engrudo en tachos preparado la noche anterior: hoy pintar es un negocio, nene, se lo hace de modo prefabricado. Esto nos dice mucho de la política ‘prefabricada’ (y falta de corazón) que tenemos”.

Esta pared de la UNLa, por suerte, resiste este proceso. Dice una verdad.

Acceso universal al saber y la justicia

El anti garantismo es una rémora del Proceso. Encarcelar opositores, “alambrar” la cárcel, extorsionar judicialmente a las personas para que se “arrepientan» de cualquier cosa, también. Eso no es propio de una democracia. No es propio de un Estado de Derecho. Nadie puede ser forzado a declarar en su contra. Mucho menos se puede hacer eso a través de una “ley» del Congreso. Las leyes deben estar, como la Constitución liberal de Alberdi, para consolidar y construir un sistema republicano, donde prevalezcan, como reza nuestra Constitución, “los derechos y las garantías”. Alberdi era un garantista y por momentos un romántico lector de Savigny. Alberdi era un lúcido y consciente defensor del debido proceso. De la prisión preventiva como excepción. No como regla. No como extorsión política ni presión judicial para forzar a alguien a declarar contra sí mismo para obtener lo que es su derecho (no un “beneficio» discrecional que otorgan los jueces solo para los que se “arrepienten») durante el juicio: la libertad. La que es “preventiva» es la libertad. No el encierro “preventivo» en cárceles “alambradas” y degradantes, que indignan a nuestra sociedad y avergüenzan a nuestra República. La mitad de los presos están presos sin derechos. No tienen derechos ni antes ni después. Resulta curioso, por otro lado, que en pleno siglo XXI nuestra Constitución siga empleando la expresión “reos”. No son “reos”. Son personas. Personas con los mismos derechos “humanos”. El garantismo no es una veleidad extravagante ni una ideología “extrema”. Defender el debido proceso no es algo “extremo”, ni es algo “ideológico” ni algo “político”. En todo caso es una ideología constitucional. Era la ideología de Alberdi. Es, además, una teoría igualitaria sobre el Estado Constitucional. Una filosofía republicana. La más firme que tenemos. Por suerte quedan paredes en el Conurbano para decir lo que muchas veces debería decirse más alto, pero no se escucha.

Ni el conocimiento ni la justicia pueden quedar en pocas manos. La democracia argentina necesita, requiere, de acceso universal, tanto al saber como a la justicia, que son dos caras de lo mismo. El saber para pocos no genera una sociedad más justa. No genera unidad. No genera participación democrática. Las paredes dicen cosas que no deben quedar en el olvido. No deben olvidarse.

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