En diciembre de 1921, en México, Manuel Maples Arce[1] publicó el “Primer Manifiesto Estridentista”. Programa intelectual y artístico de un movimiento de vanguardia, artístico-estético-político, en el contexto contradictorio dejado por la Revolución Mexicana. “El Estridentismo no es una escuela, ni una tendencia, ni una mafia como las que aquí se estilan; el Estridentismo es una razón de estrategia. Un gesto. Una irrupción”.
La nueva Constitución Política de México, pensada también para pacificar al país, fue promulgada en 1917; no obstante las refriegas revolucionarias continuaron hasta 1920, e incluso más tarde. Pocas cosas cambiaron. Estaban virtualmente paralizadas la agricultura, la minería, la actividad industrial incipiente y buena parte del comercio; quedó destruida la infraestructura de caminos, puentes, ferrocarriles, telégrafos… “Muchos hombres y mujeres salieron del país, sobre todo a los Estados Unidos de América, para buscar trabajo, o perseguidos por sus enemigos políticos. Otros se fueron a vivir a las ciudades, en especial a la capital, porque eran más seguras. En 1910 México tenía algo más de quince millones de habitantes; en 1921, contaba con poco más de catorce millones. Entre muertos, desaparecidos y exiliados, durante la revolución la población del país disminuyó en aproximadamente un millón de personas.”
Los Estridentistas asumieron una tarea, intensa e inmensa, con sus ideas “revolucionarias”, en un México agrario que volteaba apenas al “desarrollo industrial” y que veía venir una época con épica nueva en su lucha de clases: “los espejos de los días subversivos”, el “palpitar con la hélice del tiempo”. Se pronunciaron en defensa de Sacco y Vanzetti. Redactaron ensayos para mejorar la producción industrial, agraria… “socialismo a la jarocha”. Enfrentaron con su poesía las contradicciones de la época y la modernidad capitalista. Vieron venir la barbarie actual, quisieron ponernos en guardia, quisieron despertar las conciencias y soltaron al viento todas sus alarmas, sus bofetadas, sus alertas y sus estridencias: “Es necesario exaltar en todos los tonos estridentes de nuestro diapasón propagandista, la belleza actualista de las máquinas, de los puentes gíminicos recientemente extendidos sobre las vertientes por músculos de acero, el humo de las fábricas, las emociones cubistas de los grandes trasatlánticos con humeantes chimeneas de rojo y negro (…) junto a los muelles efervescentes y congestionados, el régimen industrialista de las grandes ciudades palpitantes, las blusas azules de los obreros explosivos en esta hora emocionante y conmovida…”.
Los Estridentistas se sumaron a la lucha revolucionaria que muchas vanguardias artísticas sembraran por todas partes acompañadas por Marinetti, Huidobro, Reverdy, Tzara, Yvan Goll, Apollinaire, Breton. Produjeron poemas, cuentos, hojas volantes, manifiestos, novelas, grabados, máscaras, pinturas, fotografías…
Y ahora, los burgueses ladrones,
se echarán a temblar
por los caudales
que robaron al pueblo.
Hay un florecimiento de pistolas
después del trampolín de los discursos.
Los ríos de blusas azules
desbordan las esclusas de las fábricas,
y los árboles agitadores
manotean los discursos en la acera.
Los huelguistas se arrojan
pedradas y denuestos,
y la vida es una tumultuosa conversión hacia la izquierda.
Las hordas salvajes de la noche
se echaron sobre la ciudad amedrentada.
Los discursos marihuanos
de los diputados
salpicaron de mierda su recuerdo.
En el corazón del Movimiento Estridentista se incuba una poesía que no rechaza la palabra “obrero”, que no se asusta con la palabra “proletario”, que no esquiva la palabra “Revolución”… que mira en las máquinas, en su expropiación obrera, una oportunidad de desarrollo colectivo. Como arma de liberación, como terreno que se debe conquistar incluso poéticamente. Como signo e historia que debe ser de todos. “El tren es una ráfaga de hierro que azota el panorama y lo conmueve todo”. Hay una relación poética con las masas y una fascinación por la mecánica y sus aparatos. Su imaginario escenifica el conflicto, el gran parto, la desgarradura del mundo bucólico y agreste mexicano frente a la dinámica de un tiempo de vértigos desiguales y combinados. No se les escapó el amor, la fe absoluta en el amor, ni sus dolores bajo el mismo techo histórico.
Se reúne la luna allá en los mástiles,
y un viento de ceniza
me arrebata tu nombre;
la navegación agitada de pañuelos
y los adioses surcan nuestros pechos,
y en la débil memoria de todos estos goces
sólo los pétalos de sus estremecimientos
perfuman las orillas de la noche.
La etapa más virulenta del Estridentismo ocurrió desde 1922 hasta 1927. Europa presenciaba el influjo del Cubismo (1907), el Futurismo (1909), el Dadaísmo (1916), el Surrealismo (1924).
Estridentismo
“… Los pocos intelectuales que fueron a la revolución estaban podridos. La tiranía intelectual siguió subsistiendo y la revolución perdió toda su significación y todo su interés (…). A los sacudimientos exteriores no correspondió ninguna agitación espiritual (…), pero las inquietudes post-revolucionarias, las explosiones sindicalistas y las manifestaciones tumultuosas fueron un estímulo para nuestros deseos iconoclastas y una revelación para nuestras agitaciones interiores. Nosotros también podíamos sublevarnos. Nosotros también podíamos rebelarnos”.
El Movimiento Estridentista abrió muchos frentes de guerra. Combatieron a la “literatura” oficial y a las corrientes estéticas dominantes, entre otros, a los modernistas tardíos o postmodernistas. Sus guerras atizaron ráfagas a discreción contra el folclore de Estado, el tradicionalismo retrógrado y la cursilería en la cultura sacrosanta de los burócratas ignorantes. Combatieron la versión oficial de la intelectualidad, el arribismo y la burocracia. Combatieron el vicio de nombrar a intelectuales como embajadores. Abrieron, en México, frentes nuevos para la poesía en las fábricas, en las calles, en las oficinas. Poesía para los obreros, los revolucionarios y las máquinas.
Maples Arce publicó, en 1924, su poema “Urbe, Super-poema bolchevique en cinco cantos”. Compromiso político de una poesía que emerge en una época con exigencias revolucionarias a diestra y siniestra. Poesía que no se escribe solo por escribir “bonito”, ni “original”, sino porque habita en ella un aliento revolucionario oportuno, necesario. México vivía (vive) los estragos contradictorios y desbordados de una Revolución traicionada que amenazaba con soldar sus acuerdos de paz, inter-burgueses, a punta de balazos y crímenes. Así fue asesinado Villa, así fue asesinado Zapata, entre otros muchos.
Al margen de la almohada,
la noche es un despeñadero;
y el insomnio
se ha quedado escarbando en mi cerebro.
Ciudad de México azteca, negra, colonial, católica, barroca… moderna, postmoderna, rebasada, póstuma, miserable… donde los tiempos se superponen inconexos y miméticos. Ciudad de México megalópolis pueblerina y antigua, industrial y agraria, superpoblada y vacía, dolorosa e inmobiliaria.
Oh ciudad toda tensa
de cables y de esfuerzos,
sonora toda
de motores y de alas.
País de México, colonizado y semi-colonizado de ida y vuelta, bajo el impulso dominante de maquinaria y las técnicas para el saqueo de las materias primas y la mano de obra. México “Urbe”. México prehispánico, colonial, afrancesado, turístico entre rascacielos, miseria y catástrofe; 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar; vidas amontonadas en el olvido, la demagogia, el abandono, la delincuencia y la violencia. Bajo el volcán.
Oh ciudad fuerte
y múltiple
hecha toda de hierro y de acero (…)
Y la fiebre sexual
de las fábricas.
Urbe:
Escoltas de tranvías
que recorren las calles subversistas.
Los escaparates asaltan las aceras,
y el sol, saquea las avenidas.
Los Estridentistas ardieron en guerras y guerrillas semánticas, sintácticas. No bastaba con imponer formas nuevas si las ideas eran viejas, retrógradas, lugares comunes, provincianismo, payasada de poetas pálidos, melancolía ilustrada y abuso de los recursos culturales en beneficio de billeteras particulares. En su mejor momento abrieron guerras incendiarias, provocadoras. “Vivir emocionalmente”, “Ponerse en marcha hacia el futuro”, “Como única verdad, la verdad estridentista. Defender el Estridentismo es defender nuestra vergüenza intelectual. A los que no estén con nosotros se los comerán los zopilotes. El Estridentismo es el almacén de donde se surte todo el mundo. Ser Estridentista es ser hombre. Sólo los eunucos no estarán con nosotros…”. Bravuconadas poéticas cuyo brío contrastaba con la delicadeza de los señoritos cultos que en sus liceos y gabinetes redactaban la literatura dulce y las ideas clásicas para un país inexistente que no lograba esconder la plena barbarie del hachazo yanqui, que se quedó con medio país, las genuflexiones de los licenciados, el robo degenerado de los hacendados y los banqueros, las bofetadas a la dignidad de los colonizadores españoles, ingleses, franceses… y el genocidio interminable contra los pueblos originarios: 56 etnias.
Para los Estridentistas la ciudad naciente es un escenario prismático, cargado de electricidad y velocidad. Escenario revoltijo donde hay, por un lado “indios” que según los nuevos licenciados, los ingenieros nuevos y los comerciantes con vuelos cosmopolitas, entorpecen, afean, el paso promisorio hacia el “futuro”. Ciudad donde hay tranvías y chimeneas al lado de donde piden limosna, en náhuatl o en zapoteco, en maya o purepecha, esas “indias” que solo tienen futuro como servidumbre. “¡Qué lindos colores de las ropas de estos indios!… Lástima que sean tan mugrosos”. Ciudad hacinamiento, carnaval, circo grotesco… hija de la “modernidad” colonizada.
La ciudad insurrecta de anuncios luminosos
flota en los almanaques,
y allá de tarde en tarde,
por la calle planchada se desangra un eléctrico.
El insomnio, lo mismo que una enredadera,
se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
y mientras que los ruidos descerrajan las puertas,
la noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.
Nos hacen falta los Estridentistas, incluso sus contradicciones, que los atraparon y en no poca medida desdibujaron algunas de sus aportaciones. Necesitamos a los Estridentistas, lo mejor de ellos, su fuerza y su porosidad, su capacidad de dejarse mojar por la humedad de la historia y responder correctamente con su metralla simbólica, poética, semiótica. Necesitamos no olvidarles, no academizarlos, no mausoleolizarlos. Que no se ahoguen en las librerías ni en los museos. Que no se olviden entre homenajes ni “ediciones especiales”. Que no nos los ganen los snobistas ni los burócratas. Que no mueran en la complacencia de los progres, los posmo, los nice que creen tenerlo superado todo.
Dejemos a Maples Arce vivito y coleando en los campos y las trincheras de la cultura y la poesía. Dejemos que milite con sus compañeros de armas y de rutas haciendo su mejor revolución y aprendamos de ella… dejemos que se defina y caminémosla juntos.
Yo soy un punto muerto en medio de la hora,
equidistante al grito náufrago de una estrella.
Un parque de manubrio se engarrota en la sombra,
y la luna sin cuerda
me oprime en las vidrieras.
Dejemos a los Estridentistas que sigan atribulándonos e incendiándonos con sus voces frescas bien puestas sobre el pecho de la historia. Sus voces de cañón y de cenzontle. Sus voces de oración y dialéctica revolucionaria. Sus voces que, por lo poco o lo mucho, con sus mejores ideas, siguen siendo voces herejes y militantes. Sus voces de Einstein y Huitzilopoxtli, de obrero y de tlacuilo, de Lenin y de Netzahualcoyotl.
“Excito a todos los poetas, pintores y escultores jóvenes de México, a los que aun no han sido maleados por el oro prebendario de los sinecurismos gobiernistas, a los que aun no se han corrompido con los mezquinos elogios de la crítica oficial y con los aplausos de un público soez y concupiscente, a todos los que no han ido a lamer los platos en los festines culinarios de Enrique Gonzalez Martínez, para hacer arte con el estilicidio de sus menstruaciones intelectuales, a todos los grandes sinceros, a los que no se han descompuesto en las eflorescencias lamentables y mefíticas de nuestro medio nacionalista con hedores de pulquería y rescoldos de fritanga a todos ellos los excito para que vengan a batirse a nuestro lado en las lucíferas filas de la ‘decouvert’, en donde creo con Lasso de la Vega: ‘Estamos lejos del espíritu de la bestia…’”.
“¡Feliz año nuevo! ¡Apagaremos el sol a sombrerazos! ¡Viva el Mole de Guajolote!”
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Nota: Manuel Maples Arce nació en Papantla, Veracruz, México, el 1 de mayo de 1898. Murió en la ciudad de México en 1981. Fundador del Movimiento Estridentista, fue escritor, político y diplomático. Estudió en la Escuela Libre de Derecho de México y literatura francesa e historia del arte en la Universidad de París. Como secretario de gobierno de su estado natal ayudó a la publicación de obras educativas y literarias. Entre estas, la revista Horizonte. Fue colaborador de los periódicos veracruzanos El Dictamen y La Opinión. Fue diputado local en Veracruz y al terminar su gestión, en 1930, emigró a París para estudiar derecho diplomático. Después de ejercer labores políticas en Secretaría de Educación Pública y como diputado federal, Maples Arce inició su carrera diplomática en 1935. Los países en los que representó a México, desde muy distintos cargos y hasta llegar al puesto de embajador, fueron Bélgica, Polonia, Italia, Inglaterra, Panamá, Chile, Colombia, Japón, Canadá, Noruega, Líbano y Paquistán. Fue autor de poesía, narrativa y ensayo sobre literatura y arte. Algunos de sus libros son: Rag. Tintas de abanico (1920), Andamios interiores (1922), Urbe (1924), Poemas interdictos (1927), A la orilla de este río (1964), El paisaje en la literatura mexicana (1944), El arte mexicano moderno (1945), Incitaciones y valoraciones (1957) y Ensayos japoneses (1959).
A propósito del Estridentismo es fundamental no perderse una lectura crítica, y acaso abrir algunos debates, sobre el magnífico trabajo El Estridentismo o una Literatura de Estrategia: Luis Mario Schneider, Primera Edición en Lecturas Mexicanas 1997. Consejo Nacional para La Cultura y las Artes.
[1] “En verdad el Estridentismo nace e irrumpe en los últimos días de mes de diciembre de 1921…”. Arqueles Vela, Germán List Arzubide, Ramón Alva de la Canal y Leopoldo Méndez Maples Arce, Miguel Aguillón Guzmán o Luis Quintanilla.
Por Fernando Buen Abad Domínguez
Director del Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
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