Juega el cuarto de baño un papel peculiarísimo en la configuración de la personalidad particular y colectiva de los seres urbanos. Un baño es, hoy por hoy, escenario de múltiples intimidades cuidadas celosamente porque permite con exclusividad despliegues conductuales tramados cuidadosamente entre lo privado y lo cultural. Vamos al baño solos. En él, por él y para él protagonizamos aquello para lo cual requerimos o exigimos privacidad absoluta. De la exoneración del vientre al ludismo de lo cosmético, la mayoría de los humanos acude al baño por razones cuasi litúrgicas reconciliadoras con lo individual necesario. En el baño se opera esa magia sedante del distanciamiento momentáneo ante ciertos contextos. Descargamos pesos fisiológicos y también filosóficos, recomponemos la autoestima y lustramos el ego, reivindicamos lo higiénico medicinal y muy frecuentemente desdoblamos cualidades artísticas, del canto al drama. Vamos solos pero acompañados por una síntesis cultural que por cotidiana perdemos de vista fácilmente. Vamos solos al foro histórico que la cultura urbana encontró, casi por accidente, entre arquetipos y estereotipos, paradigmas y moralismos, éticas y estéticas antes no conocidos.

Descubierto o inventado, virtualmente por casualidad, el cuarto de baño es en muchos sentidos hijo de un conflicto hidráulico. Por resolver el tránsito de un sistema para cañerías que pusiera cerca funciones que en otras épocas requerían del agua separadamente, surgió, no sin evoluciones complicadas, la idea de crear el «water closet». El siglo XIX vio proliferar la invención de artefactos y muebles revolucionarios de la intimidad, que resolvieron esas urgencias del WC, finalmente integrado al espacio nuclear del hábitat y en plena explosión urbana de la modernidad.

Cada una de las funciones incorporadas al cuarto de baño tiene historias y anecdotarios independientes. El lavamanos que solía ser artículo casi exclusivo del dormitorio finca su desarrollo en hábitos relacionados principalmente con la cultura de lo cosmético. La regadera, ducha, tina y bidé, como todo lo relacionado con el lavado del cuerpo, posee relaciones importantísimas con tradiciones medicinales y/o terapéuticas. Por su parte exonerar el vientre tuvo casi siempre por locación espacios alejados de la casa, preferentemente traspatios o rincones pudorosamente marginados. Debajo de las camas solía haber recipientes cuyas denominaciones, diseños y manejo pasaron por el repertorio más estrambótico de eufemismos: en todo caso cumplieron con simplificar algo que por distancia siempre fue incómodo. Todas estas actividades del cuerpo o relacionadas con él, tuvieron y tienen historias que no son ajenas a torceduras maliciosas de la ideología dominante autora de un cierto divorcio entre el cuerpo y el alma. Las necesidades del cuerpo, sus intimidades y desechos, signos de lo feo, lo sucio, lo callado y lo escondido suelen estar en contacto con esas partes de la anatomía acusadas históricamente de sucias, feas, vergonzantes y escondibles. Por si esto fuese poco, se acumuló además en el baño una lógica higienista fundada por ese funcionalismo decimonónico de la estandarización.

El baño también resultó reducto complejísimo por peligroso. La sobredosis cultural que quedó atrapada en el cuarto de baño convirtió a este espacio inocente en un lugar amenazante que propicia desahogos multimodales, desde lo más oculto del ser urbano incluido lo sexual y lo teatral. La desnudez que tantos y tan complicados fenómenos ha provocado a lo largo de la historia, tiene en el cuarto de baño espacios liberadores que suelen no existir en otros lugares, incluido el dormitorio.

Exigir hoy, sobre la base de un ejercicio critico de la cultura, el desarrollo de diseños mejores y más cercanos a la complejidad humana contemporánea no es asunto exclusivo del confort. Tiene que ver con la distribución social de la riqueza, la democracia y el entendimiento honesto de lo humano. El cuarto de baño que cada quien tiene para uso personal o colectivo expresa cierto estado real de nuestra existencia, nuestra intimidad real y nuestra cultura. El baño nos retrata, delata nuestras limitaciones y restricciones, involucra a la historia toda, el cómo evoluciona y cuánto realmente somos sus autores todos. Se pone en evidencia esa parte de lo que somos en lo íntimo expresado tarde o temprano en lo colectivo, ambos hoy urgidos de análisis, crítica y transformaciones en las que bien puede influir entender el papel del baño.

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