Reseñar los orígenes de nuestro cine excede por completo los límites de una nota y hasta de un libro de volumen único. Pero ante un nuevo aniversario del sonoro sí podemos elegir una butaca y pasar con cámara rápida las instancias decisivas de su nacimiento. Conviene recordar que ponerle voz a esas figuras fantasmales fue un proceso lento y no un fogonazo mágico. Hubo experiencias previas de malos resultados: las más meritorias sin duda, las de José Agustín Ferreira –un intuitivo total, lleno de ideas y entusiasmo pero carente de formación técnica y ganas de adquirirla- con La canción del gaucho y Muñequitas porteñas a través del llamado sonido fotográfico. Fue un comienzo que interesó pero no capturó el interés masivo.

El gran creador fue Luis Miguel Moglia Barth, un porteño nacido el 12 de febrero de 1903 que se sintió muy atraído por la imagen en movimiento y colaboró con el célebre dibujante Quirino Cristiani, cuyos diseños también fueron fundacionales de nuestro cine. Así tomó contacto con los distribuidores de las películas europeas que empezaban a llegar a Buenos Aires: eran títulos importantes, casi todos basados en grandes obras literarias, pero se trataba de películas muy largas, lentas y no fáciles de digerir. Moglia Barth adquirió una notable habilidad para modificarlas, darles agilidad con un nuevo montaje y cortarlas con escasa piedad pero astucia para los empalmes. Cuando mandaba al canasto demasiado celuloide y en la pegatina final se quedaba corto, filmaba escenas complementarias menores como una mano abriendo una puerta o una pierna bajando de un coche, o sea puentes, enganches. A mediados de 1932 le empezó a picar el bichito por hacer su propia película nacional. Y obvio -como en Estados Unidos con Al Jolson- la fuente inmediata fue nuestra música popular: ahí estaba todo el tango con sus melodías y sobre todo, sus melodramas para brindar la historia. Se largó a filmar, todavía con sonido fotográfico, Consejo de tango, que interpretaron María Esther Gamas y el cantor Carlos Viván: fue un mediometraje y resultó la génesis de Tango! Primero pensó extender a largo Consejo… pero después tuvo la muy afortunada idea de encargarle el guión al estupendo poeta marginal Carlos Muñoz y Pérez, conocido como el Malevo Muñoz o Carlos de la Púa, que también sabía de cine porque escribía el subtitulado de las películas extranjeras que Moglia despanzurraba. El elenco allí estaba servido en bandeja y resultó un luminoso de super lujo para esta nueva aventura que ahora ya tenía sonido óptico. La actuaron y cantaron Tita Merello, Luis Sandrini (que ya había impuesto en el teatro su tan rendidor personaje), Azucena Maizani, Libertad Lamarque, Pepe Arias, Mercedes Simone, Alicia Vignoli, Juan Sarcione y Alberto Gómez como figuras principales, y las orquestas de Roberto Firpo, Juan D’Arienzo y Freddy Scorticatti entre otras, con aportes de Homero Manzi y Sebastián Piana en nuevos tangos.

Obviamente, su otra movida brillante fue llevarle el proyecto a don Angel Mentasti que ya distribuía cine extranjero y este lo alentó a buscar aportes que permitieran financiarlo. Moglia Barth consiguió dos y decidió juntarlos para convencer a Mentasti de acompañarlo como productor de una empresa ambiciosa que se llamaría Argentina Sono Film. Este vio enseguida el negocio y juntos la fundaron. Tango! fue un éxito colosal que dejó al final de su explotación la enorme cifra para la época de un millón de pesos. Y Argentina Sono Film se convirtió –primero sola, luego con otras como Lumiton- en la gran fábrica de sueños y estrellas que fue desde entonces el cine argentino. 

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