Epidemias vs nuestros doctores y nuestras vacunas (1400-1852)

Durante la época feudal en “el mundo del Mediterráneo”, como diría Braudel, se produjo una peste que según los cronistas dejó sin un tercio de su población a Europa: la peste bubónica. Unos cincuenta años después se produjo la expansión de Europa hacia otros lugares del mundo, como dice el historiador J.H. Parry, “el descubrimiento del mar por los europeos” dando inicio a un largo periplo de conquista, colonización y extracción de recursos naturales, y por naturales entiéndanse también los humanos. Lo cierto es que la conexión entre regiones distantes del planeta durante el siglo XV produjo como nunca antes una oleada de epidemias y pestes en todos los continentes. Si bien los narradores mestizos de la época colonial, Felipe Guamán Poma de Ayala (1615) y el Inca Garcilaso de la Vega (1616), mencionan la existencia de “chuchos” o enfriamientos (gripes, con toses y mucosidades) que causaban algunas muertes entre los pueblos andinos antes de la llegada de los europeos, es a partir de 1492 cuando las enfermedades pasan a ser un problema para estos pueblos. En América, la viruela, sarampión, tos ferina, gripe, difteria, tifus, tracoma, muermo, rabia, gonorrea, tuberculosis, lepra, fiebre amarilla, sífilis, generaron, según los estudiosos del tema tales como Karl Theodor Sapper (1924), Paul Rivet (1924), William M. Denevan (1956), entre 40 y 70 millones de víctimas.

En nuestro país se sufrieron epidemias de toda clase desde el momento de la fundación de Buenos Aires. La modernidad, más bien como dice Walter Mignolo, la cara oculta de la modernidad con su obsesión por la plata del Potosí, hizo llegar a las poblaciones de África, y con ellos más epidemias. Es importante recordar que la mayor cantidad de víctimas siempre estuvieron del lado de los más pobres: indígenas, esclavos y mestizos además de quienes se ocupaban de los cuidados de los enfermos, desde sacerdotes principalmente jesuitas hasta los vecinos que se convertían en enfermeros. Por ejemplo, una crónica de Barco Centenera afirmaba que entre 1595 y 1599, una epidemia de viruela “se llevó a más de la mitad de los habitantes”.[i] 

Tras la emancipación las epidemias continuaron aunque comenzó una lucha constante entre los virus y las vacunas. La Primera Junta de Gobierno impulsó en 1810 la vacunación obligatoria. Vale recordar a los doctores Miguel O´Gorman, quien fue uno de los primeros en elaborar vacunas en el país, Cosme Argerich quien vacunó a cientos de niños, Saturnino Segurola quien tuvo que lidiar contra los curanderos que lo acusaban de inyectar el virus a gente sana.[ii] Otros logros fueron los llevados a cabo por el Gobierno de Juan Manuel de Rosas, quien motorizó los experimentos necesarios para no depender de vacunas importadas (muy caras). Feliciano Pueyrredón y el Doctor Francisco Javier Muñiz lograron obtener la vacuna antivariólica en el país y así comenzar a erradicar esta peste.[iii]

Historia de las epidemias. La Guerra fratricida y sus consecuencias (1864-1874)

El historiador uruguayo Luis Alberto Herrera en 1926 publica el libro La culpa mitrista: en ese libro, entre otras interesantes hipótesis sobre el conflicto denominado “Guerra de la Triple Alianza” o “Guerra del Paraguay” (1864-1870) que cruzó a las naciones hermanas de Uruguay, Brasil, Argentina y el Paraguay, se encuentra la relacionada con las condiciones generadas por los cuerpos desfigurados de los combatientes que las corrientes del río Paraná hacían llegar hasta la ciudad de Buenos Aires.[iv] En aquel entonces se comenzó a usar la frase de “paraguayitos” cuando los palitos de la yerba flotaban en los mates mal cebados; en realidad, la mayoría de esos cadáveres que comenzaban a aparecer hacia 1867 eran de porteños, uruguayos y brasileros, ya que tras la batalla de Curupaytí (22-11-1866) murieron cerca de 8000 de los aliados, mientras que del bando paraguayo las bajas fueron menos de 100.

Esos cuerpos en descomposición trajeron dos de las epidemias más terribles al Río de la Plata. La primera, de cólera, que estalló en Rosario en marzo de 1867 y en pocas semanas llegó a Buenos Aires cobrándose más de 9000 vidas. Para enfrentar a esta peste se tomaron medidas extraordinarias: las provincias suspendieron la circulación de carros y personas, y se prohibió el ingreso de transportes ya fuesen trenes, barcos o mensajerías a caballo. La cantidad de víctimas se multiplicaban, principalmente por la falta de respuesta del Estado ante los enfermos. Se agravaron las demandas y hacia diciembre de 1867 frente a una ola de reclamos, todos los miembros de la Municipalidad fueron obligados a renunciar.[v]

Entre enero y febrero de 1868 llegó a Buenos Aires una nueva epidemia: la fiebre amarilla, que se prolongó hasta 1874 con un saldo de más de 17.000 muertos. Peor aún, entre 1871 y 1874 se conjugó con un rebrote de cólera. Las cifras oficiales hablan de que durante el año 1874 hubo un porcentaje de 29 fallecimientos por día. Una de sus víctimas fue el Vicepresidente Marcos Paz, quien ejercía la Presidencia por ausencia de Bartolomé Mitre, comandante de las tropas en la guerra.[vi]

Me interesa señalar que estos episodios trágicos, iniciados por una trágica guerra (de oscuros orígenes, en donde se entrecruzan los intereses librecambistas de las elites portuarias del Brasil, Argentina y Uruguay con el avance del imperialismo británico en la región), también transformó la disposición de los barrios en Buenos Aires. Los sectores más pudientes se retiraron a sus “quintas” ubicadas en las “afueras”: Palermo, Recoleta, Olivos, Banfield, Temperley, Adrogué y alrededores. El folklorista e historiador León Benarós señala que cerca de 190.000 habitantes salieron del centro de Buenos Aires quedando solamente 45.000. La ciudad quedó desierta y las crónicas hablan de una seguidilla de saqueos. La gente con algún recurso se retiró a los barrios de Flores, Belgrano, Colegiales y Caballito. Los únicos diarios que no cerraron en aquellos tiempos, “La Prensa” y “La Nación”, hablan del cierre de escuelas, iglesias, bancos, comercios, oficinas de Gobierno y Tribunales. Relatan que por las calles desiertas de Buenos Aires, carros precarios conducían los cuerpos en cajones humildemente construidos. Hasta el Presidente Domingo Faustino Sarmiento abandonó la ciudad. Bartolomé Mitre, en su diario, aprovechó la ocasión para escribir en su editorial del 21 de marzo: “Hay ciertos rasgos de cobardía que dan la medida de lo que es un magistrado”.[vii]


[i] CORDERO DEL CAMPILLO, MIGUEL, “Las grandes epidemias de la América Colonial”, en Archivos de zootecnia,  vol. 50, núm. 192, 2001.

[ii] YEDLIN, DANIEL (Coord.), El derecho a la salud. 200 años de políticas sanitarias en Argentina, Buenos Aires, Presidencia de la Nación – Ministerio de Salud, 2012.

[iii] LUNA, FELÍX (Dir.), “Medicina, epidemias y otras enfermedades”, en Revista Todo es Historia, Buenos Aires, N° 501, Abril 2009.

[iv] HERRERA, LUIS ALBERTO, La culpa mitrista (2 tomos) [1926], Buenos Aires, Ediciones Pampa y Cielo, 1965.

[v] ALVARADO, CARLOS, Boletín del Departamento Nacional de Higiene, Buenos Aires, 1937.

[vi] SCENNA, MIGUEL ÁNGEL, Cuando murió Buenos Aires, Buenos Aires, Editorial La Bastilla, 1967.

[vii] BENARÓS, LEÓN, La epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires, Buenos Aires, Garramone, 2000.

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