La cuarentena y el tiempo disponible bajo techo, posibilitan algo saludable como es el acercarse y descubrir clásicos, que en otros momentos, tapados por el mundo exterior y su ajetreo, quedan postergados en beneficio de los estrenos, las series y las varias plataformas. Libros, música, teatro y cine por supuesto, de distintas épocas es revisado, lo que nos hace reflexionar en el impacto que tendrá a futuro la pandemia en cuanto a lograr un mayor acrecentamiento en el capital intelectual del público. Muy interesante por cierto y otra de las mil y una implicancias que ocasiona este momento tan especial, inédito y movedor de fichas en todo el mundo.
Pero estamos en la Argentina y nos parece muy bueno, hacer un llamado de atención, recomendación o comentario, sobre la necesidad de ver a los clásicos fundamentales de nuestro cine argentino. Es ahí donde surge el nombre y la figura del gran Hugo del Carril, uno de nuestros cuatro digamos directores esenciales del cine argentino. La obra de este realizador fundamental merece una revisión urgente y justiciera. O mejor dicho, un descubrimiento, ya que la mayoría de quienes estudian, hacen o escriben sobre cine argentino, la conocen apenas tangencialmente y por un par de títulos como el siempre citado Las aguas bajan turbias y muchos lo asocian con su cine social, al que se suman Las tierras blancas, Surcos de Sangre y Esta tierra es mía. Los cinéfilos citarán con razón Más allá del olvido, obra maestra del melodrama argentino, cautivador clásico en la que el uso de luces y sombras es un actor más en esa historia de amor loco, que anticipó a Vértigo, de Hitchcock.
Hay más. Vale la pena, que no es tal, entregarse a sus films y apreciar su cine en el que las imágenes tienen una fuerza fuera de lo común. Su biógrafo Gustavo Cabrera lo entrevistó preguntándole por su método al dirigir, a lo que el ya veterano Hugo respondió diciendo que en cuanto a la letra daba cierta libertad, pero no así en cuanto a los movimientos y disposición en el cuadro. Esto se puede apreciar en películas como La Quintrala, donde el rostro de Ana María Lynch es enmarcado tanto en la cruz calada en la pared de un confesionario como en un círculo de antorchas infernales. Un personaje diabólico que seduce a un sacerdote.
En Amorina, título con audacias visuales que acompañan el enloquecimiento gradual de la protagonista (Tita Merello) yendo desde el naturalismo inicial hasta el expresionismo pocas veces visto. En Ezeiza, Tita es sacudida por una tormenta y baño de agua extremo que se alterna con tomas alucinantes de una hélice del cuatrimotor que está a punto de llevarse a su esposo bien lejos de su posesividad. Minutos antes Hugo del Carril intercambia con María Aurelia Bissuti unas líneas memorables: -Cómo estás?, le pregunta ella, su joven amante a punto de dejar de serlo. Él le contesta: -Acá me ves, pagando los intereses de una deuda tremenda: la de vivir. El hombre, culpable de sus errores, es una constante que notamos en el cine del director en ese momento, reflejado en esa película y también en Culpable y La Sentencia.
Este último, un muy poco valorado film maldito en el que las escenas de sexo y amor tienen una intensidad imposible de lograr por los jóvenes directores de la generación del 60. Y sorprende el grado de audacia formal y experimentación en escenas fuera de contexto del cine nacional de aquella época, que hasta pareciera emparentarlo con climas de Füller o Berlanga: un patio sirve para reunir a una decena de grotescos habitantes de conventillo que miran en televisión una película española. Ese mismo patio sirve de escenario a un inusitado momento actuado por Beba Bidart. La secuencia comienza con un plano de la cabeza de la Bidart invertida, después de un par de segundos el plano abre y vemos que está acostada y retorciéndose con furia, sufriendo un ataque de epilepsia. Formas de un creador para condenar el entorno que a la vez está condenando a los dos protagonistas. Filmado en exteriores de un Florencio Varela de calles de barro,de gran autenticidad, opresión y falta de ascenso social, muestra de algún modo un barrio humilde después del peronismo. Esa autenticidad que ha pasado por alto en los análisis que se han hecho de la obra de este realizador inquieto, idealista y romántico en el sentido que se le daba al término a principios de siglo pasado. En Culpable, de comienzo electrizante, vemos lo bien que manejaba un contexto de acción, como la fuga del protagonista de una comisaría, dejando de seña a su esposa y su amante. Opuesto al romance de barrio y de gente joven que protagonizan Gilda Lousek y Enzo Viena en la querible Una cita con la vida.
Si buscan en youtube, encontrarán estas películas, a veces con mejor sonido o imagen que otras. Es hora de que comience a mirarse desde otra perspectiva su obra y todo lo bueno que tiene por enseñarnos del director y su época.
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