El año que viene se cumplen 70 años de la desaparición de Benedetto Croce, quien falleció en Nápoles el 20 de noviembre de 1952. Es más que conocido el hecho de que Croce fue uno de los grandes pensadores del siglo XX: escritor, filósofo, historiador y político nacido en Pescasseroli en 1866, dio a luz una extensa obra capaz de influir en pensadores de posturas tan disímiles como Antonio Gramsci, Giovanni Gentile o Piero Gobetti.
Quizás no tan conocida sea su afición por Lo cunto de li cunti ovvero Lo trattenimento de’pecerille, obra del cortesano, soldado, poeta y administrador napolitano Giambattista Basile (1575-1632), quien volcó en tinta y papel las fábulas tradicionales y populares que se contaban en Nápoles. Basile lo escribió en el dialecto napolitano de la época y su publicación fue póstuma, en 1636.
En 1891 un Benedetto Croce de 25 años, lector apasionado del libro, prologó la edición en napolitano. Más tarde, en 1924, tradujo la obra del napolitano antiguo al italiano de la época. “Italia posee en el Cunto de li cunti o Pentamerone de Basile el más antiguo, el más rico y el más artístico de todos los libros de fábulas populares”, comienza el prólogo de Croce.
Cuentos maravillosos situados en el tiempo y en el espacio
Las fábulas del Pentamerone son, en realidad, cuentos maravillosos. Una de las características de este género es la ausencia de marcas de tiempo y de lugar. Si bien los cuentos que conocimos en nuestra niñez occidental remiten a un mundo feudal y europeo, no hay mención de años, ni de ciudades ni de países. En este sentido, los cuentos de Il Pentamerone son muy diferentes: el ambiente se corresponde con el barroco del siglo XVII y transcurren en Basilicata y en Campania, lugares donde el autor pasó la mayor parte de su vida con los nobles locales; en muchos de ellos incluso la localización es muy precisa: una Nápoles que, en el caso de Lo cunto…, es decididamente plebeya, miserable y ruidosa.
Quizás esta sea una de las razones por las que uno de los creadores del historicismo -que postula que la realidad, todo lo que conocemos y los hechos que suceden son producto del desarrollo histórico- se haya visto desde su juventud fuertemente atraído por los relatos de esta obra, enmarcados en un tiempo y un espacio. No hay que olvidar que también Benedetto Croce contrastó el pensamiento lógico con las formas más concretas de la intuición individual, y que solo poniéndose en el lugar de la intuición -y no el de la tan mentada racionalidad- es posible disfrutar de todo lo que Il Pentamerone tiene para ofrecer a los lectores de ayer, de hoy, de siempre.
El libro comienza con la historia de la princesa Zoza, una princesa que está tan triste que su padre, el rey, no sabe a qué recurrir para arrancarle una sonrisa a esa joven empeñada en encontrarle la parte negra a la vida. Pero la brillante idea paterna de colocar una fuente de aceite en la puerta para que se resbalen los que pasan y la chica se ría de algo, deviene en la maldición de una vieja sobre uno de los ítems más caros a una princesa: el amor. Zoza viaja durante años hasta encontrar a su media naranja: Tadeo, un bello príncipe que ya murió y al que se puede revivir si una doncella se sienta junto a su tumba y llora hasta llenar tres tinajas con sus lágrimas. Ya sabemos que para Zoza, eso no es ningún desafío. Pero cuando está por completar la última tinaja se duerme, y ahí entra en acción una pérfida esclava que con unas pocas lágrimas la llena hasta el tope y despierta de la muerte al príncipe, quien nomás verla la toma por esposa. La esclava queda embarazada y se demuestra harto caprichosa: llega a amenazar a Tadeo con matar al futuro hijo si no satisface sus antojos. Uno de ellos –sugerido por Zoza mágicamente- es que le cuenten cuentos. Así el príncipe resucitado introduce en el palacio a las diez mejores narradoras orales de la comarca, quienes durante cinco días despliegan cincuenta relatos maravillosos.
La estructura de la obra es lo que dio origen al nombre de Pentamerone por similitud con el Decamerone de Bocaccio, por eso de una cierta cantidad de días dedicados a contar y escuchar cuentos. Es preciso recordar que, a pesar de su nombre original (El cuento de los cuentos o Entretenimiento para niños), “il Basile” escribió el libro no para chicos, sino para un público adulto.
Por él circulan varios antepasados non sanctos de los angelicales héroes y heroínas que conocemos desde la niñez, los más diversos rituales de iniciación laten bajo viajes, desapariciones y cambios de estado, y las historias parecen narradas en medio de un silencio reverencial, según conviene a los cuentos compartidos alrededor del fuego y a lo sacro devenido, de un golpe, profano. Difícil no encontrar en La Gatta Cenerentola los elementos básicos de la Cenicienta; sin embargo Cenerentola se encarga de desnucar personalmente a la primera madrastra para que su padre se case con su gobernanta, quien a su turno la maltrata e instala seis -¡seis!- hermanastras malísimas en casa de la pobre chica. ¿Cómo no reconocer a Blancanieves en Lisa, la protagonista de La joven esclava? Cierto es que la sucesión de peripecias difiere bastante de la que conocemos, pero la presencia pregnante de la envidia femenina como leit-motiv se suma a un par de notables coincidencias: a los siete años Lisa muere, herida por un diente del peine con el que su madre la está peinando; la afligida madre la coloca en siete ataúdes de cristal, uno adentro del otro, de donde será rescatada sin querer por la tía política, quien al arrastrarla de los pelos hará que el diente del peine se le salga del cuero cabelludo y la chica reviva. (El detalle es que durante los años que estuvo muerta Lisa siguió creciendo y los siete ataúdes, crecieron junto con ella). Otro ejemplo: El sol, la luna y Talía. Talía es la hija de un gran señor, a quien le predicen que la recién nacida morirá joven, cuando se pinche con una astilla de lino. Demás está decir que, a pesar de que el gran señor destierra de la comarca todo aquello que pueda lastimar a su hija, el destino es inexorable: un día una vieja le presta inocentemente a Talía un bollo de lino, la chica se pincha y se muere. Vencido por el dolor, el padre la deja durmiendo su sueño eterno en una de sus varias residencias. Casi La bella durmiente. Pero no tanto, porque un día un rey que salió a cazar –y sufre de una indudable necrofilia- se topa con la difunta Talía; deslumbrado por sus encantos la lleva a la cama y la deja embarazada. Nueve meses después nacen Sol y Luna, hermosos gemelos que, desesperados de hambre, buscan leche en los dedos de Talía; al chupar le extraen la astilla y vuelven a su madre a la vida, y así, hasta el final feliz en que el rey incinera a su esposa legítima y vive por siempre con Talía y los chicos.
Giambattista Basile, el precursor
Unos 60 años después, Charles Perrault publicó Histoires ou Contes du Temps Passé, subtitulado Les Contes de ma Mère l’Oye (“Los Cuentos de mi Madre la Oca”). Varios de esos cuentos ya se habían paseado por las páginas de Il Pentamerone, solo que en este caso las versiones son diferentes: Perrault había perdido su puesto en la Academia Francesa y al mismo tiempo a su mujer y, consagrado a la educación de sus hijos, transcribió cuentos heredados de la tradición oral y literaria y leyendas de origen exótico, a las cuales adosó moralejas para hacerlos útiles “para la educación de las jovencitas”; al final de cada historia, incluyó una enseñanza moral que destaca los valores que estas proponen.
A comienzos del siglo XIX los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, filólogos alemanes y patriotas, editaron los Cuentos para la infancia y el hogar. Originalmente los dos volúmenes estaban plagados de citas eruditas que, con el correr del tiempo y el consejo de los editores, fueron desapareciendo. Del mismo modo que Il Pentamerone, en un principio el libro estaba dirigido a adultos: al transformarse en un libro para niños perdió gran parte de su dramatismo: la madre abandonadora de Hansel y Gretel pasó a ser la madrastra; lo mismo sucedió en Blancanieves, en cuya primera versión había sido “mamá” la que encargaba el asesinato de la nena en su séptimo cumpleaños.
Tenía que pasar, todavía, más de un siglo para que Walt Disney llevara a la pantalla su visión edulcorada de los héroes y las heroínas y los ogros y las brujas que habían nacido al abrigo de un mundo primitivo y de sus ritos de iniciación y de pasaje: historias en las que existían el bien y el mal pero de un modo mucho más rudo y mil veces menos maniqueo que en las versiones en technicolor a las que Hollywood nos fue acostumbrando.
+ Hay una edición de editorial Siruela de Pentamerón. El cuento de los cuentos, con el fantástico prólogo de Benedetto Croce y un epílogo (también fantástico) de Italo Calvino.
+ En la web pueden encontrarse varios de los cuentos en castellano, publicados en diferentes portales.
+ También circulan por Internet unas cuantas versiones del libro completo: Il Pentamerone en dialecto napolitano original con introducción y notas de Benedetto Croce en http://archive.org/stream/locuntodelicunti01basi#page/n0/mode/2up; en inglés, Il Pentamerone or The tale of tales en la traducción de 1893 de Richard Francis Burton en http://burtoniana.org/books/1893-Pentamerone/burton-1893-pentamerone-vol1.pdf; una versión en yiddish de 1945 de algunos de los relatos, traducidos por Isaac Horowitz bajo el título Vunder Mayses http://archive.org/stream/nybc206064#page/n0/mode/2up.
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