La producción de Fermín Chávez (1924-2006) en torno a la figura de Juan Manuel de Rosas se encuentra reunida en diversos libros, entre los que se destacan la reedición y ampliación de la obra de Juan Pradere Juan Manuel de Rosas. Su iconografía (1970); La cultura en la época de Rosas. Aportes a la descolonización mental de la Argentina (1973); y la gran cantidad de colaboraciones del autor en la revista y el boletín del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.

Sin embargo, existen múltiples trabajos de Chávez sobre Rosas que permanecieron inéditos hasta la actualidad. El objetivo de este artículo es dar a conocer algunos de estos documentos que integran el archivo personal del autor, que está siendo relevado, ordenado y analizado en el marco de la investigación Archivo Fermín Chávez dirigida por el profesor Francisco Pestanha.

Un primer tema al que Fermín Chávez le otorga suma importancia es la actividad cultural en la Confederación rosista. Esto se debe a que, a partir de la derrota nacional en la Batalla de Caseros del 3 de febrero de 1852, el bando vencedor impuso como relato histórico oficial que los años del rosismo fueron una etapa negra para la cultura argentina. Los impugnadores de Rosas adoctrinaron a generaciones enteras de argentinos con la imagen perversa del Tirano y sus mazorqueros que, entre degüello y degüello, también aniquilaban las letras, la música, las modas, la filosofía y todo lo referido a la cultura que, para los unitarios embriagados de iluminismo, solo podía emanar de tierras europeas.

Fermín Chávez considera que un paso decisivo –tal vez el más importante– para recobrar la soberanía nacional es llevar a cabo una tarea de autoconocimiento, es decir, remover de lo profundo de nuestra historia todo aquello que nos fue escamoteado deliberadamente con el fin exclusivo de cegar el desarrollo de un pensamiento descolonizador. No debe olvidar el lector que en el libro Pensamiento Nacional. Breviario e itinerario, Fermín Chávez afirmó: “Si cultura es poder, cultura nacional es poder nacional”. En este sentido, la recuperación de la labor cultural del rosismo para derribar los mitos instaurados con insidia por sus oponentes contribuye a fortalecer el poder nacional de un país tributario también en el orden de las ideas.

A diferencia de la gran mayoría de los trabajos que tratan este período, en los que parecería que los únicos portadores del conocimiento y el saber fueron los miembros de la intelligentzia antirrosista, Fermín Chávez exhuma la amplia tarea cultural del gobierno de Rosas. En su escrito La barbarie. 1840-1848 el autor enumera la gran cantidad de colegios que funcionaban en el Buenos Aires de aquellos años. Solo por nombrar algunos podemos mencionar la Academia Porteña Federal, el Colegio Republicano Federal, la Escuela Española e Inglesa, la Academia de la Juventud, el Colegio de Huérfanas, el Establecimiento de Educación para Señoritas, el Colegio Filantrópico Bonaerense y el Liceo Argentino. Al parecer, a los “bárbaros” federales también les importaban la cultura y la educación.

El folleto Rosas educador (2003) también pudo titularse “La barbarie educadora”. Fermín Chávez comienza recordando que Rosas manifestó un temprano y permanente interés por enseñar y escribir. Esto se vio reflejado en sus Instrucciones a los mayordomos de estancias de 1819 así como también en la Gramática y Diccionario de la Lengua Pampa. En dicho folleto, Fermín polemiza con Horacio Sanguinetti y Juan José Sebreli, quienes en sendos artículos acusaron a Rosas de despreciar la educación y cerrar escuelas. Para responder a estas opiniones infundadas y malintencionadas, Chávez detalla las decenas de tesis doctorales presentadas durante los años de la Confederación. Asimismo, recuerda que las dificultades presupuestarias que afectaron a la educación en 1838 se debieron a las exigencias de la guerra con Francia que, dicho sea de paso, no impidió el funcionamiento regular ni el ritmo normal de la enseñanza. “Ni los establecimientos primarios, ni la Universidad, cerraron sus puertas, doctor Sanguinetti”, corrige Chávez.

A la habitual acusación de que Rosas repelió y persiguió a la inmigración europea, Fermín replica con el folleto Rosas y la gringada. Para ello, el nogoyaense recuerda que “hubo gringos que fueron sus colaboradores inmediatos, y otros que tuvieron que ver con él y lo elogiaron, lo retrataron, le escribieron música, y lo tuvieron como paciente. Algunos pocos de ellos son más conocidos, como Pedro de Angelis, Carlos Enrique Pellegrini y Pierre Benoit, pero restan muchos protagonistas que solo aparecen en textos de estudiosos de la cultura de los días de la Federación”.

Rosas en la mirada de la intelligentzia

Una perspicaz estrategia de Fermín Chávez para demoler el relato historiográfico dominante fue recabar las opiniones vertidas sobre Rosas por figuras consagradas por la cultura oficial. De esta manera, intenta desmantelar la Leyenda Negra en torno al Restaurador utilizando la palabra de políticos y escritores sacralizados por la intelligentzia. Entre los muchos testimonios que Chávez recolecta en el folleto Liberales que hablan de Rosas recuperaremos algunas de las voces más importantes y menos esperadas.

Juan Bautista Alberdi, canonizado como el ideólogo de la Constitución liberal de 1853, dijo sobre Rosas en 1847: “Rosas no es un simple tirano a mis ojos. Si en su mano hay una vara sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano… Sé, por ejemplo que Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre, como el actual Gobernador de Buenos Aires. Sé que el nombre de Washington es adorado en el mundo, pero no más conocido que el de Rosas”.

En 1875 Domingo Faustino Sarmiento también dejó atrás algunos de los lugares comunes con los que había defenestrado al Brigadier General: “Rosas era un republicano que ponía en juego todos los artificios del sistema popular representativo. Era la expresión de la voluntad del pueblo, y en verdad que las actas de elección así lo demuestran… No todo era terror, no todo era superchería. Grandes y poderosos ejércitos lo sirvieron años y años impagos. Grandes y notables capitalistas lo apoyaron y sostuvieron. Abogados de nota tuvo en los profesores patentados del derecho. Entusiasmo, verdadero entusiasmo, era el de millares de hombres que lo proclamaron el Grande Americano”.

José Ingenieros, quien supo conjugar el positivismo con el socialismo y la historia mitrista, en 1910 afirmó que Rosas “(…) constituyó de hecho aunque no de derecho la nacionalidad argentina sobre el caos inorgánico. Conviene advertir que después de vencerlo, sus enemigos políticos han desfigurado su rol histórico presentándolo simplemente como un tirano implacable; tuvo, es cierto, los defectos políticos de su época y empleó procedimientos tan extremos como los de sus propios enemigos”.

Alfredo Palacios, otro reconocido dirigente socialista, en 1914 redime la figura de Rosas por su contribución a la unidad nacional: “Cuando estudiemos el pasado, no juzguemos a los hombres desvinculados de la época… Y veremos también cómo Rosas maldecido como tirano, realizó consciente o inconscientemente una obra de unificación que permitió la organización nacional”.

Por esos años, el nacionalista Ricardo Rojas encontró notables contrastes entre Rosas y los unitarios que lo combatieron: “Había más afinidades entre Rosas y su pampa o entre Facundo y su montaña, que entre el señor Rivadavia o el señor García y el país que querían gobernar. La Barbarie, siendo gaucha, y puesto que iba a caballo, era más argentina, era más nuestra”.

Por último, Fermín no deja pasar la palabra del joven Jorge Luis Borges, que allá por 1926 expresó: “Nuestro mayor varón sigue siendo Don Juan Manuel: gran ejemplar de la fortaleza del individuo, gran certidumbre de saberse vivir”.

En síntesis, resulta imprescindible recordar que Fermín Chávez caracteriza a Rosas como “el Gran Antiiluminista de nuestra historia”. La vindicación de su figura es la punta de lanza para librar la batalla contra la alienación colonial que predomina en la República Mercantil y Liberal, formada culturalmente en los principios falazmente universales del iluminismo y el liberalismo económico, que dejan como saldo la denigración institucionalizada del nativo y el criollo, y un sentimiento de minusvalía generalizado.

La reparación de la figura histórica de Rosas constituye el punto de partida para nuestras luchas por una autoconciencia nacional, pero la tarea en modo alguno se agota en la revisión del Restaurador y su tiempo. En la medida en que el Pensamiento Nacional no logre desarticular la cultura dependiente de la Argentina semicolonial, la misión del revisionismo, entendido como una historia de nuestra descolonización, permanecerá inconclusa.

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