Fundada en febrero de 1874, Mar del Plata —una de los lugares favoritos de los argentinos y argentinas— guarda historias interesantísimas. La ciudad que el 10 de febrero pasado cumplió 151 años fue primero “la Biarritz argentina” —un enclave exclusivo de la alta sociedad—, y devino con el tiempo un destino abierto a todos los niveles socioeconómicos a partir del turismo social, las mejoras viales y la amplificación del acceso al ocio y el tiempo libre. Millones de personas descubrieron así en “la Feliz” un lugar soñado y una costa maravillosa; muchas de ella vieron, por primera vez en sus vidas, el mar.
Muy cerca de Mar del Plata se alzaba La Copelina, una embotelladora de agua mineral famosa en su momento y un polo de atracción turística. Sobre ella hablamos con Gustavo Visciarelli, periodista del diario local La Capital, y director del proyecto comunitario “Fotos de familia – El Gran Álbum de Mar del Plata”.
¿Dónde estaba La Copelina?
Se encontraba en un paisaje serrano, a unos 50 kilómetros de Mar del Plata y a unos 30 de Sierra de los Padres, a la vera de la Ruta 226, donde hoy quedan las ruinas del establecimiento. El edificio —un gran chalet— en nada se parecía a una planta industrial en su apariencia exterior.

¿Era un emprendimiento nacional?
Perteneció al estanciero Bartolomé Finocchio, que adquirió las tierras, las forestó con especies no autóctonas (incluyendo palmeras) y decidió explotar una vertiente de agua mineral que de antiguo era conocida como «Manantial Copelina». El establecimiento, administrado por la firma Bartolomé Finocchio e hijos Ltda., con sede en Buenos Aires, fue inaugurado en enero de 1931 y cerró en fecha imprecisa, no menos de treinta años después, con lo cual nacieron algunos mitos y leyendas sobre su desaparición. Entiendo que el proceso que condujo a su cierre fue gradual y eso nos priva de una fecha concreta.
La importante revista Caras y Caretas publicó el 27 de febrero de 1932 un artículo de cuatro páginas dedicado a La Copelina. Si bien no está firmado (solamente dice «enviados especiales») en una de las fotografías podemos reconocer con su boina y sus negros anteojos circulares al periodista y escritor Juan José de Soiza Reilly, que habitualmente «cubría» las temporadas marplatenses. El texto contiene abundante información que hoy nos resulta de utilidad, pero es evidente que se trató de una nota comercial o, al menos, el cumplimiento de un compromiso comercial entre las dos empresas. Copelina era anunciante de Caras y Caretas. Los avisos y carteles publicitarios de Copelina, artísticamente ilustrados, nos dejan saber que la etiqueta del agua gasificada era celeste y la del agua sin gasificar, rosa. Pero lo más interesante está en la firma del autor de esas ilustraciones: Lucien Achille Mauzan, un pintor, cartelista y escultor francés que entre 1927 y 1932 estuvo radicado en la Argentina, donde forjó inmensa reputación e influyó profundamente en el arte del cartel en el país. Quizás su trabajo más conocido sea la publicidad de Geniol… Sí, esa de la cabeza con clavos, tornillos y alfileres incrustados. Todo esto nos habla de la profusa y onerosa campaña de marketing que instaló el producto en el mercado nacional, con preponderancia en el porteño. El primer cartel luminoso que tuvo el muelle del Club de Pesca en Playa Bristol fue el de Copelina, precediendo al de Gancia. Caras y Caretas relató con asombro el despliegue tecnológico de la planta, que incluía lavadoras, envasadoras, un depósito de 25 mil litros, una usina propia y cañerÌas revestidas de vidrio para mantener la pureza del producto. Bartolomé Finocchio, además de explicar el funcionamiento de la planta, les dijo a los enviados especiales que en la lengua de los pueblos originarios, “Copelina” significa “continua garganta de agua”. Otro de los entrevistados fue el asesor técnico de la empresa, doctor Manuel Carbonell, miembro de la Academia Nacional de Medicina y ex profesor titular de Higiene de la Facultad de Ciencia Médicas de la Universidad de Buenos Aires, quien detalló las bondades terapéuticas que se le adjudicaban al producto, que no eran pocas. Y al referirse a la excelencia del agua mineral, ponderó sin rodeos sus componentes radiactivos.

La radiactividad, ¿era un beneficio, u obraba contra la imagen del producto?
Un mito que pretende explicar los motivos del cierre de la planta indica que en determinado momento se descubrió que el agua mineral Copelina tenía radiactividad y que eso determinó que el público la rechazara masivamente. El agua allí embotellada contaba con las certificaciones propias de la época y esas certificaciones eran usadas publicitariamente por la empresa, incluyendo el de sus componentes radiactivos, que provienen de la naturaleza geológica del terreno y son inocuos. Lo que varió fue la percepción social de la palabra “radiactividad”. Hasta entrado el siglo XX, merced al descubrimiento de Marie Curie, era sinónimo de potencialidad curativa. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki le impusieron un significado oprobioso. Sin embargo, no podemos sostener que esta situación haya signado el cierre de la planta. Otras firmas superaron el trance retirando la palabra “radiactividad” de sus etiquetas y de sus publicidades.

Una leyenda indica que en algún momento el lugar fue un refugio nazi. ¿Hay alguna prueba sobre esta versión?
No existe un solo documento o testimonio que permita acreditar que las instalaciones de La Copelina hayan sido utilizadas como refugio de nazis prófugos. Tampoco hay circunstancias fácticas que nos hagan sospechar que eso haya sido posible, ni siquiera el famoso episodio de los submarinos alemanes que se entregaron en la Base Naval de Mar del Plata en julio y agosto de 1945, cuyas tripulaciones fueron inmediatamente detenidas. Se trata, sin dudas, de un mito. El único episodio donde la historia de La Copelina y del nazismo coinciden ocurrió a fines de 1937, cuando el buque escuela alemán Schiesen, comandado por el capitán de navío Friedrich Fleicher, llegó a Mar del Plata durante un viaje de instrucción. Fue, además, un viaje de propaganda. Adolf Hitler ya concentraba el poder en Alemania, pero faltaban dos años para el inicio de la Segunda Guerra Mundial. El mundo no interpretaba aún a la bandera nazi como un símbolo de horror. El Schiesen se enseñoreó en el puerto local, donde desplegó un estandarte con la cruz esvástica. Hubo visitas del público y personas que se fotografiaron junto a la bandera (hay material que lo acredita) luciendo gorras marineras e insignias facilitadas por la tripulación. El capitán de navío Fleicher, cargado de condecoraciones, fue recibido en su despacho municipal por el intendente José Camusso. Una visita a La Copelina formó parte de los agasajos que recibieron los visitantes. Hay quienes creen que ese episodio, distorsionado en el tiempo, dio origen al mito de los nazis en La Copelina, pero es improbable.

¿Era también una atracción turística?
En sus años de apogeo La Copelina era un polo de atracción y hasta disponía de un pequeño zoológico, con la salvedad de que el visitante debía superar el inconveniente del traslado. Por eso había micros especiales que salían del centro de Mar del Plata. El lugar aparece en clásicas postales de la época, documentado su importancia. Hay un detalle interesante: buena parte de las imágenes que conocemos fue tomada por fotógrafos que tenían sus locales en la Rambla Bristol. Era común que esas firmas no solo se desempeñaran en la rambla o la playa, sino que también extendieran sus actividades a lugares que concentraran flujo turístico. Esto nos lleva a otra lectura: el recuerdo de La Copelina, con sus consecuentes mitos y leyendas, no se vincula con el agua mineral, sino con el lugar. Cuando abordamos este tema en las redes, pronto aparecen comentarios de personas que lo conocieron en su infancia. Lo tienen en su memoria como un recuerdo imborrable. No hablan del agua mineral, sino de la desaparición de un sitio incorporado a sus afectos.

¿Por qué se cerró la planta?
Se desconocen a ciencia cierta los motivos del cierre de la planta y también su fecha exacta. La generalidad de los relatos la ubican en la década del ’60. He visto fotografías de grupos familiares que se fotografiaron en el lugar en el año 1971, ya en color y con cámaras fotográficas propias, pero cabe la posibilidad de que el lugar haya desarrollado algún tipo de actividad turística cuando la planta ya estaba inactiva. Sin que haya una versión oficial, todo indica que el final estuvo signado por cuestiones económicas y de mercado en un proceso que habría incluido problemas insalvables con las maquinarias y dos asociaciones con otras empresas en procura de salvarla. La fuerte irrupción de Coca-Cola y de Pepsi en el mercado del agua mineral en Argentina no habría sido ajena a la muerte operativa de la planta. En el versionero popular quedó instalado que tras el cierre sobrevino un largo litigio judicial sobre el cual no tengo detalles ni constancias. Solo se sabe que el lugar quedó cerrado con todo lo que tenía en su interior y afrontó décadas de abandono y vandalismo que lo redujeron a ruinas, invadidas hoy por la vegetación. El bajo perfil cultivado por los propietarios del campo —destinado actualmente a la actividad ganadera— le impusieron al sitio y a la misma historia un hermetismo que potenció las leyendas. El acceso al lugar está prohibido y tal disposición es ejecutada por cuidadores, pero eso no ha impedido que furtivos visitantes ingresaran y obtuvieran fotos de su lúgubre presente. Y que se llevaran, a modo de souvenirs, antiguas botellas o tapas metálicas que quedaron abandonadas junto a la maquinaria e, incluso, documentación de la empresa.


Foto de portada: Postal de La Copelina circulada en 1939
Hacer Comentario
Haz login para poder hacer un comentario