El doctor Héctor Saint-Pierre, argentino radicado en Brasil desde hace varias décadas y Director del Instituto de Políticas Públicas y Relaciones Internacionales de la Universidad Estadual Paulista (UNESP), visitó la UNLa en el mes de noviembre. Esta vez lo hizo en su carácter de profesor consulto del Proyecto “Malvinas: recuperación de la soberanía, ofensiva diplomática y contexto geopolítico», investigación radicada en el Instituto de Problemas Nacionales de la Universidad y dirigida por Ernesto López. El Dr. Saint-Pierre se desempeña en el área de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, con énfasis en Integración Internacional, Conflicto, Guerra y Paz.

-Usted habla en varios trabajos de la necesidad de conceptualizar claramente qué es “defensa” y qué es “seguridad”. ¿Cuál es la diferencia?
-Básicamente esa preocupación surge de un intento de frenar una onda política continental de mezclar los conceptos para imponer políticas hemisféricas en el área de la defensa, un área bastante sensible. Sin hablar de recursos naturales ni de soberanía, las decisiones nacionales deben ser defendidas. América del Sur debe tener condiciones de, con su propia fuerza, defender sus decisiones. Hay una política que surge en los primeros años de los ’90 y se consolida formalmente en el 95 en la reunión de Williamsburg, que es la convergencia del Consenso de Washington por un lado, y por otro la necesidad de retomar las redes estratégicas continentales por parte de los EE.UU. bajo el argumento de reducir el Estado. Decían “ustedes tienen fuerzas armadas costosísimas que están siendo pagadas por la población y que no tienen ningún uso porque está descartada la posibilidad de guerras interestatales, entonces esas fuerzas armadas ya no tienen utilidad para su misión fundamental”. Por lo tanto sugerían aprovechar económicamente esos recursos y emplear las fuerzas armadas para una agenda de amenazas que ellos colocaban como prioritarias para el hemisferio, dentro de las cuales la primera era migraciones. Claro, para los EE.UU. sí las migraciones eran un problema, pero para Ecuador, por ejemplo, las remesas de dinero de los ecuatorianos eran el segundo recurso económico más importante después del petróleo. Colocaban a las fuerzas armadas para eso, el narcotráfico, la trata de blancos, la venta de armamentos. En el quinto lugar de la agenda estaba el terrorismo a pesar de que aquí ya habían acontecido los atentados de la AMIA y de la Embajada de Israel, pero ellos veían eso demasiado lejos como para que fuera una cosa importante. Así, nosotros tendríamos que colocar a nuestras fuerzas armadas a resolver problemas de seguridad pública, que para ellos eran los problemas que acuciaban a la sociedad. Decían bastante claramente “coloquen sus fuerzas armadas a resolver esos problemas y dejen la defensa en las manos de los norteamericanos: nosotros los vamos a defender”. Inclusive crearon el “Center for Hemispheric Defenses Studies”, que tenía como objetivo hacer la cabeza de líderes civiles y militares en el área de la defensa.
Con ese objeto se buscaba mezclar los conceptos de “seguridad pública” y “defensa” como para decir “bueno, la fuerza es una, el monopolio de la violencia es apenas uno, y hay que usarlo donde realmente lo precisamos”. Pero hay toda una estructura institucional que define unas fuerzas como “fuerzas armadas” y otras fuerzas como “policía’. Ambas tienen el mismo monopolio legítimo de la violencia. Solo que en un caso tiene un sentido protector; claro que las policías actuales no aparentan ser eso, pero teóricamente tendrían que proteger a los ciudadanos, inclusive aquellos que son un problema para el resto de la sociedad tienen que ser neutralizados, controlados y respetados en su dignidad. Por tanto la policía es una fuerza protectora: no por casualidad la raíz de “policía” es la misma raíz de “polis”, es decir que es el orden político de la ciudad.
La policía controla ese orden social que a su vez vive entre otros órdenes internacionalmente, que tienen otras decisiones normativas: un ordenamiento de lo social es un orden normativo, y ese orden normativo es lo que se defiende entre otros órdenes normativos en el mundo. Internamente al país esa normatividad le permite cierta previsibilidad: si yo vengo conduciendo por la calle y veo un semáforo rojo, paro; y si está verde, continúo con la certeza de que el que viene por la transversal va a parar. Es decir, la normatividad con la fuerza que impone la punición para que esa normatividad sea funcional, me da una cierta previsibilidad que me deja vivir tranquilo y seguro. Internacionalmente no hay una previsibilidad porque no hay un orden normativo ni hay un monopolio de la violencia. Por tanto, lo que se da internamente como monopolio, externamente se da como libre concurrencia de la fuerza. Yo no puedo prever cómo van a funcionar los demás países. Tengo que calcular si aquel que está a mi lado puede ser una amenaza o puede ser una cooperación para la seguridad de los ciudadanos. Ahí se impone un cálculo de seguridad que se hace en función de proyección de la otra parte, del otro uso del monopolio de la violencia. Ese uso es característicamente letal si lo que yo procuro es ser lo más letal posible para ser entendido internacionalmente, para que el cálculo que haga con mi vecino sea suficientemente disuasorio para que ellos no me invadan, no quieran imponerse su voluntad, o que si hacemos un pacto, ese pacto sea cumplido. La defensa no es apenas un acompañamiento: es estrictamente política externa, porque la política externa es una lógica que se manifiesta con dos gramáticas: una es la gramática diplomática y la otra es la gramática militar.
Entonces, defensa y seguridad son dos conceptos diferentes: una es la fuerza letal, la otra la fuerza protectora. Eso caracteriza dos doctrinas diferentes. La doctrina de la policía, que es una doctrina vaciada de derechos humanos, y la doctrina de la letalidad del ejercicio de la fuerza que es vaciada de derechos humanitarios, que son los que rigen el Derecho de la guerra.

-¿Cómo ve el panorama actual latinoamericano en cuanto a seguridad y defensa, y también con respecto a los EE.UU.?
-Tengo la impresión de que los gobiernos populares que llegaron al poder al comienzo del siglo llegaron con un esfuerzo muy grande de política de instalación en el poder, mucho más fuerte que en el plano de acción de gobierno. Fueron gobiernos que distribuyeron y eso no es poco; se sacó a muchísimos millones de personas que estaban por debajo de la línea de pobreza. Por otro lado hubo lo que yo llamo “una década de sonambulismo estratégico” de los EE.UU., en la que EE.UU. se pierde en los desiertos buscando terroristas. Eso nos dio cierta tranquilidad. Hubo un auge de los commodities empujado básicamente por el petróleo y el crecimiento de China necesitando recursos; América que fue siempre exportadora de primarios, se habilitó para eso y se aprovechó la capacidad de los recursos primarios para mejorar la distribución de renta. Pero no hubo una sustitución de política económica. Se continuó con el mismo capitalismo predatorio, solo que un poco más humano. En un momento en que había una constelación política de sintonía ideológica como nunca hubo y tal vez nunca más haya, se dieron algunas crisis importantes como la Medialuna de Pando en Bolivia, la cuestión de Ecuador y Colombia en La Angostura, y finalmente el intento de Colombia con las bases militares de los EE.UU.: tres acontecimientos que promocionaron en 2008 la creación del Consejo de Defensa Suramericano. Fue un momento riquísimo. Cuando la presidencia del Consejo fue para Ecuador se avanzó muchísimo. Ahí empezó a tener ciertas influencias “centrífugas”: algunas extrarregionales como la Alianza del Pacífico, otras nacionales; hay partidos políticos que son más centrífugos que otros, y también dentro de todos los partidos hay grupos centrífugos y grupos centrípetos; institucionalmente también dentro de las fuerzas armadas hay fuertes países con fuerzas armadas centrípetas. Particulamente en el caso de la Argentina, que pensó estratégicamente en la recuperación. Otros países estaban más nostálgicos de su vinculación con los EE.UU. Eso se aprovechó poco pero fue suficiente para crear una mínima institucionalización. Para el Centro de Estudios Estratégicos de Defensa de la UNASUR la Argentina cedió el edificio y cedió funcionarios; el primer director fue argentino. Básicamente, ese Centro de Estudios Estratégicos estaba montado encima de las delegaciones militares que había en Buenos Aires, con algunos representantes civiles. Brasil finalmente mandó un representante civil, algo muy importante porque eso fue arrancado de los militares. Las cosas no son fáciles, llevan mucho tiempo. Nosotros todavía estamos en un proceso de transición a la democracia.

-Nosotros, ¿quiénes?
-América del Sur. Particularmente Brasil, Chile… No se consolidó el control civil sobre los militares y mucho menos la conducción política de la defensa. En Brasil ahora tenemos solo un ministerio, pero antes teníamos cinco ministerios militares para la defensa: de Marina, de Ejército, de Aeronáutica, la Casa Militar, la agencia brasilera de inteligencia. Si había una reunión de ministros, había que mandar cinco militares. Quedó claro que aquellos países donde estaba más consolidada la conducción política de la defensa conseguían articularse políticamente mejor dentro del Consejo de Defensa Suramericano que aquellos que mandaban militares que no tienen condiciones de decidir, porque tienen que consultar a su superior.

-¿Qué pasa actualmente con el Consejo?
-En este momento hay algunas fuerzas centrífugas importantes. Tanto en Brasil como en la Argentina. En Brasil estamos en una situación más crítica, en lo que se puede llamar una “guerra híbrida”, es decir la guerra por otros medios: el uso de los monopolios de comunicación, grupos gubernamentales con financiamiento externo, trabajo de inteligencia externa, y un plan claramente calculado para todos los países. Tanto que aquí en la Argentina de forma legítima se llega a poner un gobierno de corte neoliberal que ya está desmontando todas las políticas de construcción de un Estado de Bienestar Social. En Brasil hubo un golpe inexplicable, a pocos meses de la reelección de Dilma. No importa por lo poco que sea que haya sido electa: lo que se llama “resolución abonal” de los conflictos es desconocer la victoria cuando las reglas fueron colocadas con anterioridad. Ya desde el principio se recontaron los votos, se quiso impedir la asunción de Dilma: y de pronto aparece una gran manifestación que no podía surgir de la noche a la mañana, donde no había sindicatos ni organizaciones de base, que son los que normalmente promueven una manifestación. Manifestaciones díscolas, parecidas a una tapa que recuerdo de 2001 de un periódico de la Argentina, con la foto de una rubia oxigenada con sus Ray-Ban y un cartelito que decía “Viva la Patria, quiero mis dólares”. Es una contradicción paradojal. Lo mismo era esto. Pedían inclusive a los militares. Ya había muñecos inflables, que llevan por lo menos una semana para hacerlos. La Rede Globo, el monopolio de comunicación más grande del mundo, paró su programación habitual para pasar a mostrar las manifestaciones con comentarios convocantes. Eso es parte de una organización. Por otro lado se ve a Correa muy contestado, a Bachelet también contestada con cuanto mucho un 20% de aprobación popular siendo un gobierno que está prácticamente recién electo. El único es Evo Morales que está más o menos firme, pero la última elección se le dio vuelta en la última semana con los mismos procedimientos que están descriptos en los manuales de los golpes de cuarta generación, que sería este tipo de guerra híbrida.

-¿Cuál es la proyección si gana Trump?
-Yo no sé si Trump está muy a la derecha de la Hillary. Él habla mucho pero esa es su forma de ser. El problema de él es que es imponderable. No se sabe lo que puede hacer. Y eso crea inquietud hasta en el propio Partido Republicano. Sea como fuere, gane uno o gane otro ya está prácticamente decidido el destino de América del Sur. Yo estoy tendiendo a pensar que nos tendremos que acostumbrar a gobiernos de reducción de la función del Estado, digamos a gobiernos de derecha por un buen tiempo. Pienso que el papel de la Academia, particularmente de la Academia de izquierda es, en primer lugar, hacer un análisis crítico. Nosotros comenzamos el siglo XX teniendo prácticamente todos los gobiernos de América del Sur y estamos saliendo derrotados en todos. Pensamos en lo nacional por sobre lo regional, y ellos nos están volteando regionalmente. Entonces, después de la autocrítica hay que empezar a construir un proyecto regional inclusive para la defensa. Lo nacional se defiende en lo regional. No hay posibilidad de defensa nacional en el mundo como está, con asimetrías tan gigantescas. Es en lo regional donde podemos encontrar alguna posibilidad de éxito para programas populares.

-¿Cuáles serían las posibilidades de conflicto en las que tendría que pensar esa defensa regional?
-No, no habría. Se puede pensar en las riquezas, pero por ejemplo decimos “bueno, vamos a defender las salinas de litio bolivianas”. Y Evo ya se las está vendiendo a los chinos. ¿Y yo voy a poner mis soldados por una defensa en la que el Presidente puede tomar otra decisión? Lo que yo tengo que defender es la decisión de Evo: si Evo decide vender, vamos a defender que Evo la venda como a él le parezca. O si la quiere nacionalizar, que la nacionalice. Lo que se defiende son las decisiones soberanas. El voto significa encaminar para alguien, en caso de un régimen presidencial, el poder de decidir por todos nosotros, los que lo votamos y los que no. En el caso de Brasil, por ejemplo, está constitucionalmente prohibido usar las fuerzas armadas fuera del país. La agresión o la estrategia de expansión está prácticamente anulada en América del Sur. Lo que tengo que hacer es defender, no atacar sino defender que alguien nos venga a imponer su voluntad. Esto significa poder decir “no”, impedir que alguien me imponga su “sí”; poder negarme a la voluntad del otro. Y eso depende de la voluntad de un pueblo, no apenas de las fuerzas armadas. Se precisan fuerzas armadas pero articuladas con la población porque el diseño que se impone en esas circunstancias es el diseño de lo que se llama “disuasión por la resistencia estratégica”. Yo no me preparo para impedir que me invadan, porque no tengo condiciones. Voy a comprar el mejor armamento, el mejor avión, y ellos me van a arruinar todo mi sistema antiaéreo sin entrar en mi territorio. Ahora, ellos, para hacer lo que quieren, van a tener que entrar en mi territorio y ahí yo no los voy a dejar administrar. Voy a tener tan claro los recursos que ellos se quieren robar que no les va a resultar negocio.

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