Cuando hablamos de cambio climático hacemos referencia a las alteraciones ocurridas en las últimas décadas en nuestro planeta en relación a las temperaturas y los patrones climáticos; la mayoría de los cuales tienen su origen en las actividades humanas de los últimos dos siglos, principalmente la quema de combustibles fósiles.
El uso de carbón, petróleo o gas para generar energía provoca emisiones de gases de efecto invernadero[1], conteniendo el calor proveniente del sol y elevando las temperaturas, cuyos efectos conducen al denominado calentamiento global.
Pero este no es el único problema; como resultado del cambio climático también podemos mencionar la pérdida de biodiversidad, las sequías intensas, la escasez de agua, los incendios forestales, así como el aumento del nivel del mar o el cambio de los regímenes hídricos y de lluvias.
Conforme el cambio climático se hace más evidente, resulta imprescindible adoptar medidas urgentes para combatir sus efectos, fundamentalmente en áreas urbanizadas donde se concentran las principales causas —así también como los más graves efectos— de este serio problema ambiental.
Pensando el desafío de disminuir los efectos del cambio climático en las ciudades
Actualmente el mayor porcentaje de la población mundial vive en áreas urbanas, tendencia que seguirá incrementándose dado que se prevé, según datos de la Organización de las Naciones Unidas, que el nivel de urbanización superará el 70% en 2050.
Debemos tener en cuenta a este respecto que, en los últimos 50 años, los países de menores ingresos son principalmente los que han experimentado un mayor crecimiento demográfico, y también son sus ciudades las que han sufrido un crecimiento sin planificación y especialmente el aumento de la población de menores recursos y en mayores condiciones de desigualdad en relación al acceso a la tierra, la vivienda, las infraestructuras básicas, los equipamientos y demás derechos asociados a un hábitat urbano digno.
Por otra parte, tal como ya señalamos, el cambio climático es un fenómeno que se produce fundamentalmente por la crisis ambiental originada por la acción antrópica[2], que al mismo tiempo tiene algunas de sus más serias manifestaciones en las ciudades, haciéndolas más vulnerables al momento de enfrentarlo.
Todo esto nos indica claramente que es en las áreas urbanizadas donde deben darse los más fuertes cambios culturales y tecnológicos para asumir la mitigación y adaptación a las presiones ambientales del cambio climático.
Surgen, a partir de este escenario, varias inquietudes acerca de cómo la gestión de las ciudades afrontará el reto de adaptarse a este desafío, dado que requerirá cambios que abarcan desde el modo en que se administran las capacidades y los fondos públicos (sobre todo a nivel local), hasta repensar cuál es la forma urbana que debe asumirse para garantizar el acceso a servicios e infraestructura básica para toda la población.
Acercándonos al 24 de octubre, establecido como el “Día Internacional contra el Cambio Climático”,más allá de que cada ciudad debe analizar particularmente sus propios criterios para balancear las mejoras ambientales en conjunto con sus aspiraciones de crecimiento económico y social, creemos que hay algunos criterios comunes a todas las escalas y categorías urbanas que deben atenderse ineludiblemente para disminuir la generación de gases de efecto invernadero, estableciendo estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático a través de un conjunto de políticas que se orienten a mejorar la calidad de vida de los y las ciudadanos y ciudadanas.
Estas deben encaminarse a reducir las emisiones contaminantes y los residuos, mejorar la eficiencia energética, modernizar los sistemas de transporte hasta lograr una movilidad sostenible, propiciar cambios en los modos de producción y consumo, y revisar el ordenamiento del territorio para que se priorice la distribución espacial de algunas actividades por sobre otras y se distribuya más equitativamente el acceso al suelo urbanizado.
Estos criterios deberán plasmarse en políticas de gestión urbana que sean sensibles además a las diferencias sociales, económicas, culturales y ambientales de cada población.
[1] Principalmente dióxido de carbono y óxido nitroso.
[2] Si bien la variabilidad climática puede deberse a procesos naturales del sistema climático, la mayoría de las emisiones de gas de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático son provocadas por las actividades humanas en zonas urbanas.
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