“Solo el que vive de rodillas ve gigantes a sus enemigos”. Las palabras del General San Martín reflejan lo que hoy enfrentamos como pueblo y gobierno ante semejante pandemia: jamás de rodillas. Unidos y de pie.
El 11 de marzo del 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia por el brote de COVID-19. Nunca antes había vivido una situación de esta naturaleza: la propagación de un virus tan contagioso que al escribir estas líneas, según datos de la Johns Hopkins University de los Estados Unidos, registra -en el orden mundial- 12.382.748 infectados y la triste y lamentable pérdida de 557.241 vidas.
El mundo en pandemia muta con una velocidad vertiginosa donde se disputan la ciencia y la tecnología, el cambio climático, las tensiones comerciales, los recursos naturales, las posiciones geopolíticas y los modelos económicos, políticos y sociales. Estas tensiones no son ajenas ni al futuro de nuestra región ni al de Argentina.
Evidencia empírica demuestra que las grandes crisis generan cambios y que las pandemias relegan más a las poblaciones pobres. Con el COVID-19, si bien sus consecuencias son aún inciertas, nada indica que será diferente. Un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), publicado el 11 de mayo en su blog “Diálogo a fondo”[1], explica que las crisis sanitarias tienden a incrementar las desigualdades, ampliando la brecha entre quienes más y menos tienen. Consecuencia, sobretodo, del deterioro del empleo. Asimismo, los mecanismos de distribución del ingreso y las políticas sociales se vuelven fundamentales al momento de proteger a sus pueblos.
En la Argentina, y a cuatro meses de asumir el gobierno del presidente Alberto Fernández, se decretó una emergencia sanitaria sin antecedentes.
¿En qué contexto asume Alberto Fernández? A grandes rasgos: en diciembre de 2019 había un 40% de la población viviendo bajo la línea de pobreza; un 54% de inflación interanual; un 50% de la capacidad instalada ociosa y la deuda externa, que entre capital e intereses, sumaba USD 200 mil millones. Además, se contaba con un sistema sanitario debilitado por falta de vacunas, de insumos y una deficitaria infraestructura sanitaria que contaba con un total de 8.500 camas de cuidados intensivos. En suma, el Presidente asumió la responsabilidad de administrar un Estado con frentes internos y externos complejos para resolver en el corto plazo.
El 12 de marzo Alberto Fernández decretó la emergencia sanitaria en el país mediante el decreto 260/2020 y el 19 de marzo estableció, sin antecedentes previos, la medida del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. Frente a la incertidumbre que provoca un virus al cual todavía estamos conociendo, y para el que aún no hay una vacuna o tratamiento específico, se buscó informar y concientizar a la población, reducir al mínimo la incertidumbre y tomar medidas urgentes.
El Presidente instaló una serie de iniciativas de asistencia económica para paliar los efectos de la pandemia: el Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) que llegó a 2.4 millones de empleados y a 250 mil empresas; el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) que benefició a más de 9 millones de argentinos y argentinas y evitó que entre 2.7 y 4.5 millones de personas cayeran en la pobreza; los Créditos a Tasa Cero que llegaron a 380 mil monotributistas y autónomos; el aumento de jubilaciones, la asignación universal por hijo y la asignación universal por embarazo, entre otras. Al día de hoy, se construyeron 12 nuevos hospitales modulares, se intensificaron las campañas de vacunación y se incrementaron las camas de cuidados intensivos a 11.500 unidades.
Frente a este enorme reto, el Presidente le pidió al ministro de Defensa, Agustín Rossi, que ponga todas las capacidades de las Fuerzas Armadas a disposición para evitar la propagación del COVID-19. Bajo ese pedido, se organizó la operación “General Manuel Belgrano” que a la fecha se constituye como el despliegue de operaciones militares más grande desde la vuelta de la democracia.
Para cubrir el vasto territorio nacional, y así poder desarrollar las misiones subsidiarias de las Fuerzas Armadas de asistencia humanitaria y apoyo a la comunidad, se establecieron 14 Comandos Conjuntos de Zonas de Emergencia. En los más de 105 días que las Fuerzas llevan desplegadas en el territorio, se realizaron más de 7.400 tareas que empeñan el trabajo de 64.365 hombres y mujeres, se entregaron más de 5 millones y medio de raciones de comida caliente y más de 1 millón de bolsones con víveres secos; se realizaron 22 vuelos humanitarios que permitieron la repatriación de más de 1.500 argentinos varados en Perú, Ecuador y Brasil, y 19 vuelos de transporte de material sanitario al interior del país; se aumentaron las capacidades del sistema de salud incorporando camas críticas de cuidados intensivos, y se instalaron 2 hospitales reubicables del Ejército y la Fuerza Aérea. También se construyó un centro de aislamiento y atención médica en el Apostadero Naval de la Ciudad de Buenos Aires, se fabricó alcohol en gel y se confeccionaron cofias y camisolines para el uso del personal militar y reparticiones públicas.
No obstante a la ejecución de estos trabajos orientados a la pandemia, se mantuvieron la campaña antártica; la vigilancia y control aeroespacial; la vigilancia y control del mar; el apoyo logístico y comunitario en el operativo integración norte y los compromisos en las Fuerzas de mantenimiento de paz internacional.
Frente a un enemigo invisible que genera tanto daño, cuya consecuencia más cruel es la pérdida de vidas, estamos de pie con un Estado activo. La ciudadanía acompaña y hace posible transitar este momento con la menor pérdida de seres humanos. A sabiendas de que con lo hecho no alcanza, pero conscientes de que todas las medidas que se tomaron están orientadas al cuidado de la vida; no entrar en esa falsa dicotomía entre economía o salud fue un acierto.
Está comprobado que el virus afectó a las principales naciones del mundo. El informe sobre “Perspectivas económicas mundiales” publicado en junio por el Banco Mundial[2], advierte que en el 2020 la economía del mundo se reducirá un 5,2%, convirtiendo a la crisis en la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. Para ejemplificar, se prevé que la economía de Estados Unidos va a contraerse en un 6,1%, en la Eurozona la contracción será del 9,1%, en Japón un 6,1%, en Brasil el 8% y en Perú el 12%.
La pandemia va a terminar y van a manifestarse nuevas demandas en la sociedad. Por eso, es importante plantear un debate público, democrático y abierto a todos los sectores que proponga un nuevo contrato social. Para este fin considero fundamental hacer principal hincapié sobre una nueva mirada de la economía, orientada a la producción y a la generación de trabajo; una nueva mirada sobre la justicia social; una mirada sobre el compromiso por la sostenibilidad ambiental y un aporte para un orden internacional más justo.
En este tiempo que estamos viviendo, la universidad se revela como un actor fundamental en cuanto a la generación de conocimiento y la formación de profesionales que estén preparados para resolver los problemas que el futuro va a imponer a nuestras comunidades.
Antonio Cafiero decía que “la academia no solo ha dedicado sus mayores esfuerzos a desacreditar nuestros mitos, presumiendo que de esa manera denigraba nuestros valores. También convirtió la desesperanza en una moda, y brindó en los claustros mil razones para desinteresarse por el destino de la Nación. El conocimiento en este caso promovió la ética del desencanto, ofreciendo motivos por los cuales deberíamos resignarnos a que los valores ya no formen parte de nuestro trabajo cotidiano. Nosotros queremos en cambio, producir un conocimiento que pueda transformarse en propuestas de acción concretas, viables, que vinculen el saber científico con las herramientas que impulsan en nuestros valores prominentes”.[3]
La independencia se construye y se ejerce. No es mero acto de testimonios declarativos que quedan estáticos en el pasado.
En un nuevo aniversario
de la Declaración de la Independencia, y este en
particular por su contexto extraordinario, reivindicar el rol de la universidad
pública es un hecho de profunda justicia. La creación de conocimiento, la búsqueda
por la identidad nacional, la construcción del autoestima y el ejercicio de los
valores de la solidaridad son herramientas fundamentales para la formación
profesional de hombres y mujeres dispuestos a construir independencia.
[1] Disponible en: https://blog-dialogoafondo.imf.org/?p=13378
[2] Disponible en: http://pubdocs.worldbank.org/en/657071588788309322/Global-Economic-Prospects-June-2020-Regional-Overview-LAC-SP.pdf
[3] Recalde, Aritz: “Antonio Cafiero. El estadista bonaerense”. Ediciones Fabro, 2020. Pág. 23.
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