“El salvaje vive en sí mismo, el hombre en sociedad siempre está fuera de sí y no puede vivir si no en la opinión de los demás”

Jean Jacques Rousseau

En 1762, Rousseau escribió El contrato social, siete años después de haber escrito el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres[1]. Crítico acérrimo de la civilización, disertaba en su Discurso para un concurso de la Academia de Dijon que convocaba a responder sobre las causas que habrían conducido a las “condiciones desiguales entre los hombres”[2].

Nos propusimos encarar un debate sobre un nuevo contrato social después de cuatro años de neoliberalismo y la pandemia que asoló o asola a todas las regiones del planeta, pero sabemos que la desigualdad y el neoliberalismo también son una pandemia económica y social que profundizó la desigualdad en Nuestra América, tan ignominiosa como la deuda externa que nos dejó.

Para la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfort, y su crítica social, se cambió el paradigma marxista de producción y trabajo por el paradigma comunicativo donde las condiciones del progreso social no se encuentran en el trabajo social, sino en la interacción social que produce una colonización de la vida social.

Para Habermas, es a través de las tecnologías, la ciencia y los sistemas de control cuyo poder amenaza la vida que se produce la colonización del mundo de la vida a partir de sistemas organizados por la racionalidad instrumental.

Axel Honneth[3], de esa misma escuela del hegelianismo de izquierda, rescata a Rousseau como el primero que habla de la búsqueda del reconocimiento individual que surge de la desigualdad de las fortunas así como de la alienación humana, aunque Rousseau no la haya denominado de esa manera.

El desprecio, el menosprecio y el reconocimiento en la sociedad contemporánea

En la actualidad la opinión de los demás de la cual hablaba Rousseau se da a través de las encuestas de opinión, del poder mediático y económico-financiero,que a su vez promueven el reconocimiento social de los seres que acumulan fortunas y fama producida a partir del éxito en el deporte, en la televisión y en los medios de comunicación masivos que colaboran conscientemente a despreciar y menospreciar a los que con su trabajo producen la riqueza o a los sindicalistas que los representan, a los desocupados,a los aborígenes, a los “cabecitas negras” del Conurbano y, a su vez, construyen famosos y famosas que se dedican a construir prestigio y ensalzar a quienes producen entretenimiento y fortunas incontables e incontrolables.

Parece que también Rousseau tendría razón sobre la cultura en tiempos de pandemia cuando sostenía que “mientras el gobierno y las leyes subvienena la seguridad y al bienestar de los hombres sociales, las letras y las artes, menos déspotas y quizás más poderosas, extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro que los agobian, ahogan en ellos el sentimiento de la libertad original para la cual parecían haber nacido, los hacen amar su esclavitud y los transforman en lo que se ha dado en llamar pueblos civilizados. La necesidad alzó tronos que las ciencias y las artes han consolidado”[4].

Parece que la cultura mediática también consolida los tronos de algunos, al apuntalar y halagar las desigualdades de las fortunas y aquellos que acumulan fortuna y poder que también desprecia no menosprecian a los más débiles.

¿Qué decía Rousseau en su discurso de 1755?

Para la prologuista Miriam Mesquita Sampaio de Madureira, Honneth trata de partir de la “dimensión cotidiana de los sentimientos de injusticia” preguntándose“¿Cuáles son los medios conceptuales (…) con los que la teoría social puede encontrar lo que en una realidad social se experimenta desde el punto de vista de los sujetos como injusticia social?[5] Para abreviar la cuestión, podemos decir que Honneth se dedicó a la filosofía social o a la fenomenología de experiencias sociales de injusticias.

Para Rousseau, una vez comenzada la dinámica social “existe un ciclo interminable de afán de notoriedad y demostración de prestigio y esa lucha generalizadaconducedemaneraautomáticaalageneracióndedesigualdad social,ya que con la necesidad de prestigio surgida artificialmente, el ‘amor propio’, se originó también el afán de adquirir propiedades privadas, lo que preparó a su vez el camino para que se formaran las clases sociales”[6].

Si bien nosotros no creemos en el buen salvaje, Rousseau sí valora el estado natural de los hombres y, cuando avanza en su discurso sobre esa “muchedumbre de dificultades que se presentan sobre el origen de la desigualdad moral, sobre los verdaderos fundamentos del cuerpo político, sobre los derechos recíprocos de sus miembros y sobre otras mil cuestiones parecidas” entramos a repensar en un nuevo contrato social que nos proponen para que rescate la comunidad, como sujeto político para lograr el bienestar y la justicia social. No se cuestionan los Estados de Bienestar europeos, pero desprecian los Estados de Bienestar latinoamericanos tildándolos peyorativamente de “populistas”.

Continúa Rousseau sosteniendo que la sociedad humana “tranquila y desinteresada, parece al principio presentar solamente la violencia de los fuertes y la opresión de los débiles. El espíritu se subleva contra la dureza de los unos o deplora la ceguedad de los otros; y como nada hay de tan poca estabilidad entre los hombres como esas relaciones exteriores llamadas debilidad o poderío, riqueza o pobreza, producidas más frecuentemente por el azar que por la sabiduría, parecen las instituciones humanas, a primera vista, fundadas sobre montones de arena movediza; sólo examinándolas de cerca, después de haber apartado el polvo y la arena que rodean el edificio, se advierte la base indestructible sobre que se alza y apréndese a respetar sus fundamentos…[7].

Consideraba que en la especie humana existen dos clases de desigualdades: unanaturalofísicayotraqueesladesigualdadmoralopolíticaqueconsiste en los “diferentes privilegios de que algunos disfrutan en perjuicio de otros, como el ser más ricos, más respetados, más poderosos, y hasta el hacerse obedecer…”

Obviamente Rousseau desconocía o no le dio la importancia debida a la colonización militar, cultural y educativa en nuestros países de América Latina. No sólo existió la conquista por las armas sino que se perpetúa la colonización cultural, donde la raza blanca además de diezmar a los pueblos originarios y/o someterlos, se siente superior. Así, los europeos siguen colonizando las mentes y la cultura, conquistadores primero por la fuerza y después por la servidumbre, y actualmente junto al poder de los Estados Unidos a través del poder de los medios de comunicación y la educación. En nuestro país el padre de las aulas, Domingo Faustino Sarmiento, nos puso en la disyuntiva “Civilización o Barbarie”. O sea, sintéticamente,“Civilización ajena o Barbarie propia”. Como dijeron varios pensadores latinoamericanos, existe el bovarismoen todas nuestras culturas: se creen otros, como en la novela francesa de Flaubert donde Madame Bovary se creía otra, o la Maldición de Malinche que continúa.

Posteriormente comenzó otra época en que según Rousseau, “Cada cual empezó a mirar a los demás y a querer ser mirado él mismo, y la estimación pública tuvo un precio. Aquel que mejor cantaba o bailaba, o el más hermoso, el más fuerte, el más diestro o el más elocuente, fue el más considerado; y éste fue el primer paso hacia la desigualdad y hacia el vicio al mismo tiempo. De estas primeras preferencias nacieron, por una parte, la vanidad y el desprecio; por otro, la vergüenza y la envidia, y la fermentación causada por esta nueva levadura produjo al fin compuestos fatales para la felicidad y la inocencia.

Antes de haberse inventado los signos representativos de las riquezas, éstas no podían consistir sino en tierras y en ganados, únicos bienes efectivos que los hombres podían poseer… Los ricos, por su parte, apenas conocieron el placer de dominar, rápidamente desdeñaron los demás, y, sirviéndose de sus antiguos esclavos para someter a otros hombres a la servidumbre, no pensaron más que en subyugar y esclavizar a sus vecinos, semejantes a esos lobos hambrientos que, habiendo gustado una vez la carne humana, rechazan todo otro alimento y sólo quieren devorar hombres.

De este modo, haciendo los más poderosos de sus fuerzas o los más miserables de sus necesidades una especie de derecho al bien ajeno, equivalente, según ellos, al de propiedad, la igualdad deshecha fue seguida del más espantoso desorden; de este modo, las usurpaciones de los ricos, las depredaciones de los pobres, las pasiones desenfrenadas de todos,ahogando la piedad natural y la voz todavía débil de la justicia, hicieron a los hombres avaros, ambiciosos y malvados. Entre el derecho del más fuerte y el del primer ocupante alzábase un perpetuo conflicto, que no se terminaba sino porcombatesycrímenes.Lanacientesociedadcediólaplazaalmáshorrible estado de guerra…

No es posible que los hombres no se hayan detenido a reflexionar al cabo sobre una situación tan miserable y sobre las calamidades que los agobiaban.Sobretodolosricosdebieroncomprendercuándesventajosoerapara ellos una guerra perpetua con cuyas consecuencias sólo ellos cargaban y en la cual el riesgo de la vida era común y el de los bienes particulares. Por otra parte, cualquiera que fuera el pretexto que pudiesen dar a sus usurpaciones, demasiado sabían que sólo descansaban sobre un derecho, precario y abusivo, y que, adquiridas por la fuerza, la fuerza podía arrebatárselas sin que tuvieran derecho a quejarse. Aquellos mismos que sólosehabíanenriquecidoporlaindustrianopodíantampocoostentarsobre su propiedad mejor estítulos.

¿Ignoráis que multitud de hermanos vuestros perece o sufre por carecer de lo que a vosotros os sobra, y que necesitabais el consentimiento expreso y unánimedelgénerohumanoparaapropiarosdelacomúnsubsistencialoque excediese de la vuestra?

Tal fue o debió de ser el origen de la sociedad y de las leyes, que dieron nuevas trabas al débil y nuevas fuerzas al rico, aniquilaron para siempre la libertad natural, fijaron para todo tiempo la ley de la propiedad y de la desigualdad, hicieron de una astuta usurpación un derecho irrevocable, y, para provecho de unos cuantos ambiciosos, sujetaron a todo el género humano al trabajo, a la servidumbre y a la miseria. Fácilmente se ve cómo el establecimiento de una sola sociedad hizo indispensable el de todas las demás, y de qué manera, para hacer frente a fuerzas unidas, fue necesario unirse a la vez. Las sociedades, multiplicándose o extendiéndose rápidamente,cubrieron bien pronto toda la superficie de la tierra, y ya no fue posible hallar un solo rincón en el universo donde se pudiera evadir el yugo y sustraer la cabeza al filo de la espada, con frecuencia mal manejada, que cada hombre vio perpetuamente suspendida encima de su cabeza.

Concluye Rousseau que“De aquí salieron las guerras nacionales, las batallas, los asesinatos, las represalias, que hacen estremecerse a la naturaleza y ofenden a la razón, y todos esos prejuicios horribles que colocan en la categoría de las virtudes el honor de derramar sangre humana. Las gentes más honorables aprendieron a contar entre sus deberes el de degollar a sus semejantes; vióse en fin a los hombres exterminarse a millares sin saber porqué, y en un solo día se cometían más crímenes, y más horrores en el asalto de una sola ciudad, que no se hubieran cometido en el estado de naturaleza durante siglos enteros y en toda la extensión de la tierra. Tales son los primeros efectos que se observan de la división del género humano en diferentes sociedades”.

La extensas citas de Rousseauen 1755[8] nos muestran que desde hace tres siglos sabemos que existen las desigualdades de las fortunas junto al desprecio a quienes no son “afortunados”, no son de raza blanca, o son desocupados o marginales. No sabemos cómo fueron los hombres naturales, pero sí sabemos que en la sociedad contemporánea es aún más codiciado el prestigio, la fama, la riqueza y la opinión de los otros. Quizás la pandemia que vivimos nos haga diferenciar lo sustancial de lo precario. Porque la pandemia no distingue entre razas, entre ricos y pobres, afortunados y desafortunados.

Tampoco asistió Rousseau a dos guerras mundiales o a la bomba atómica, y por eso sabemos que la ciencia y la técnica pueden servir para bien o para mal. El creador de la cibernética Norbert Wiener en su libro “Dios y el Golem, S.A.”, nos enseñó que la creación tecnológica puede ser utilizada para la paz y la humanidad o para la guerra y la destrucción. Puede también servir para democratizar o para sembrar aún más injusticias, para los poderosos o para el pueblo todo. El prime ruso de la cibernética fue el primer lanzamiento de la bomba atómica. No podemos separar la ciencia y la tecnología del uso social que se hace de ella. Si lo hacemos podemos terminar como el aprendiz de brujo. Y quizás el virus fue una creación de laboratorio, como plantea Alcira Argumedo.

Pero nosotras seguimos creyendo en la justicia social, en la comunidad organizada que no es una sumatoria de individuos aislados y creemos también que tendríamos que hacer un nuevo contrato social comunitario, organizar el Estado de Bienestar que sea para todos y todas e implemente las prioridades de la comunidad siendo soberano en sus decisiones.

No deberíamos inventar nada, simplemente recrear la comunidad organizada para unir a nuestro pueblo en un estado de bienestar que una y otra vez los poderosos asaltaron con golpes de Estado, fusilamientos, asesinatos o desapariciones en toda Nuestra América, e hicieron sus propias leyes a partir de sus intereses.

Es hora de hacer junto a la comunidad organizada un nuevo contrato social, para ser una Patria libre, justa y soberana. Porque la exigencia de justicia surge del sentimiento de injusticia.


[1] Rousseau, Jean-Jacques (1923): Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (Trad. Ángel Pumarega). Madrid, Calpe.

[2] ibidem

[3] Honneth, A. (2009): Crítica del agravio moral. Argentina, FCE.

[4] Op.cit.

[5] ibidem

[6] ibidem

[7] ibidem

[8] Rousseau, Jean-Jacques (1923): Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (Trad. Ángel Pumarega). Madrid, Calpe.

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