“La Comunidad Latinoamericana y su Mercado Común solo podrán alcanzar el destino que les concierne si son capaces de constituir una integración real, que no solo piense en el futuro, sino que también anhele realizarlo. Para ello será preciso que comience a hacer su propia historia como lo soñaron nuestros libertadores y no como pretenden hacerlo nuestros mercaderes”.
“Si una Comunidad Latinoamericana aspira a realizar su destino histórico no puede terminar en una integración económica, es preciso que, además, piense en el mundo que la circunda para evitar divisiones que los demás pueden utilizar para explotar a sus pueblos; elevando el nivel de vida de sus doscientos millones de habitantes, para dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los ‘grandes’ y al despertar de los continentes, el puesto que le corresponde en los asuntos mundiales y para ir pensando ya en su integración política futura, si no quieren sucumbir a la prepotencia de los poderosos”.
“Si no nos unimos para constituir una comunidad que nos ponga a cubierto de semejante amenaza, el futuro ha de hacernos pagar caro tal desaprensión, porque los pueblos que no quieren luchar por su libertad, merecen la esclavitud”.
Juan Domingo Perón
En la IV Cumbre de la CELAC en Quito vuelve a plantearse la opción entre Panamericanismo y Bolivarismo. En 1973, Perón sostenía: “La Comunidad Latinoamericana debe retomar la creación de su propia historia tal como lo vislumbró la clarividencia de nuestros libertadores, en lugar de conducirse por la historia que quieren crearle los mercados internos y externos. El año 2000 nos encontrará unidos o dominados. Nuestra respuesta contra la política de ‘dividir para reinar’ debe ser la de construir política de ‘unirnos para liberarnos’”[1].
“Nunca existirá un franco estado de paz mientras el respeto a la integridad de las soberanías nacionales no predomine sobre cualquier otra consideración. La etapa del continentalismo configura una transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente sobre la base de la vecindad geográfica y sin pequeños imperialismos locales. Esta es la concepción general con respecto a los continentes y especialmente la concepción de Argentina para Latinoamérica, justa, abierta, generosa y sobre todas las cosas, sincera. Debemos actuar unidos para estructurar a Latinoamérica dentro del concepto de comunidad organizada”[2].
En la actualidad muchos gobiernos están siendo apoyados por las universidades; intelectuales y académicos en cada país se enfrentan a los intereses corporativos o monopólicos nacionales y/o vinculados a los intereses internacionales. El MERCOSUR, la UNASUR, la CELAC o el ALBA se encuentran en pleno debate, con el ALCA propuesto nuevamente como enfrentamiento u opción inevitable entre Panamericanismo o Bolivarismo en un mundo donde la bipolaridad ha desaparecido.
José Vasconcelos promovió el Hispanoamericanismo desde la creación del Ateneo de la Juventud en 1909, así como cuando asumió como Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, a la cual dotó del escudo con el mapa de América Latina que aún sigue en vigencia. La Reforma Universitaria de Córdoba en 1918 llamaba a los hombres libres de Sudamérica y tuvo amplia repercusión en el continente. En 1949 el Presidente Perón eliminó los aranceles universitarios y, con esa medida, la juventud universitaria comprendió la responsabilidad de exclaustrarse y de asumir un compromiso con la comunidad que la sostiene con su esfuerzo.
En “Bolivarismo y Monroismo” Vasconcelos sostenía en 1938 que en la Argentina estaba aún vigente la doctrina monroísta llamada “Canning”. Si no fuera por la penetración moral de los ingleses, Liniers figuraría al lado de San Martín. Y con ese patriotismo “no se hubiera sometido a Inglaterra la cuestión de límites de Tierra del Fuego que finalmente quedó libre para los barcos de la escuadra británica. Y acaso convertido en prolongación del dominio de las Malvinas”[3].
Insiste al final de su ensayo diciendo que ha llegado el momento “de liquidar, clausurar, poner fuera de la ley el banco privado, en beneficio de los bancos del Estado. Sobre todo en América Latina donde los bancos privados son siempre extranjeros, pulpos de extracción monetaria fuera del país, y únicamente un Banco del Estado puede contrarrestar su influencia”. Para Vasconcelos el desarrollo del continente será en el futuro a través de créditos y capitales de origen nacional.
Para él, la hora de Hispanoamérica ha llegado y por eso sostiene el principio de que las “cuestiones interamericanas del sur se resuelven en el propio territorio. ¡O sea, la soberanía de Hispano-América y sus repartos es asunto que compete exclusivamente a Hispanoamérica! (…) La tutela de las grandes naciones sobre las jóvenes naciones del continente ibérico está concluida”. Por esa razón, el Tribunal de La Haya está demás ya que las disputas interiberoamericanas no son disputas internacionales sino interestaduales y deben resolverse en América del Sur y nada tienen que ver La Haya o Ginebra. Para ello propone la creación de un tribunal intersudamericano más extenso que la Corte Centroamericana. La nueva versión que propone es la del monroísmo hispanoamericano, o sea: Hispanoamérica para los hispanoamericanos.
Paz y Justicia Social
Llegamos a la edad de los derechos y la conciencia jurídica popular defiende sus conquistas. Sabemos que el tránsito de la plutocracia a la democracia no es pacífico, pero muchos universitarios seguimos apoyando la integración latinoamericana y las conclusiones de la IV Cumbre de la CELAC que sostiene que la Patria Grande es un continente de Paz y Justicia Social.
En la última cumbre de la CELAC, Evo Morales –Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia y doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Lanús- sostuvo que la democracia latinoamericana es de paz y justicia social. Sabemos que la justicia distributiva es la que tiene por fin el bienestar y el buen vivir. Miles de años antes, Aristóteles lo planteaba diciendo “La justicia es una necesidad social, porque el derecho es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo que constituye el derecho… el bien de la ciudad es la justicia, esto es el bienestar público”.
La justicia distributiva se refiere fundamentalmente a la distribución justa de los recursos y bienes materiales a fin de alcanzar la vida buena y la ciudad buena, es decir, la armonía. Sostenía Aristóteles en La Política: “al decir de los partidarios de la democracia, la justicia está únicamente en la decisión de la mayoría; y si nos atenemos a lo que dicen los partidarios de la oligarquía, la justicia está en la decisión de los ricos, porque a sus ojos la riqueza es la única base racional en política. Todas las ciencias, todas las artes tienen un bien por fin; y el primero de los bienes debe ser el fin supremo de la más alta de todas las ciencias; y esta es la política. El bien en la política es la justicia; en otros términos, la utilidad general… la virtud social es la justicia… la justicia en este caso es la igualdad, y esta igualdad de la justicia se refiere tanto al interés general del Estado como al interés individual de los ciudadanos (…) Una vez sentada esta base de derecho, se sigue como consecuencia que la multitud debe ser necesariamente soberana, y que las decisiones de la mayoría deben ser ley definitiva, la justicia absoluta; porque se parte del principio de que todos los ciudadanos deben ser iguales… Y así, en la democracia, los pobres son soberanos, con exclusión de los ricos, porque son los más, y el dictamen de la mayoría es ley…”[4].
Quisimos recordar que la necesidad de la justicia distributiva no comenzó en Nuestra América. Es la política en democracia la que intenta generar igualdad de oportunidades corrigiendo las injusticias surgidas de la desproporción. Por eso, los derechos sociales se entienden como derechos de justicia, aunque en otros tiempos no los hayan llamado así.
También Santo Tomás se refería a la justicia social como justicia legal o general que es la virtud de las acciones hacia el bien común, o sea una distribución justa de los recursos dentro de cada contexto para asegurar las posibilidades de desarrollo de todos. La justicia distributiva sería así el prerrequisito de la justicia social, y esta a su vez la vida buena para los individuos y para la polis.
No se alcanzará entonces un estado de bienestar en nuestros pueblos si no interviene el Estado para corregir y aminorar la brecha en la distribución de la riqueza material y cultural, para lograr la igualdad de oportunidades. Los Estados han comprendido desde hace mucho tiempo que no existe “la mano invisible” para llegar al estado de bienestar, ya que la mano cada vez más visible es la de la hegemonía de los poderosos. También sabemos que solo los miembros de cada comunidad conocen qué medidas distributivas son necesarias para lograr la armonía, o sea la justicia social.
Como sostuvieron en la IV Cumbre en la CELAC, en Nuestra América, el problema no es la ausencia o carencia de riquezas naturales y materiales sino la injusta distribución de ellas, por lo que los programas sociales implementados en los últimos tiempos por los gobiernos democráticamente elegidos, buscan fundamentalmente la vida buena para todos sus habitantes, el bienestar y la felicidad de sus pueblos.
Porque somos universitarios y nos debemos a nuestra comunidad es que apoyamos y saludamos las decisiones tomadas en la IV Cumbre de la CELAC.
[1] Perón, Juan Domingo: La hora de los pueblos, Ediciones de la liberación, Buenos Aires, 1973.
[2] Ibídem.
[3] Vasconcelos, José: Bolivarismo y monroísmo, Biblioteca América, Santiago de Chile, 1935.
[4] Aristóteles: La política, Petrel, Buenos Aires, 1986.
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