La comunidad nacional se organizará socialmente mediante el desarrollo de las asociaciones profesionales en todas las actividades de ese carácter y con funciones prevalentemente sociales.
Juan Domingo Perón
Como hemos sostenido oportunamente, un abordaje germinal de la categoría en estudio nos encuentra ante un cúmulo de formas asociativas constituidas de manera orgánica que, a partir de la revolución de junio de 1943, obtuvieron inédito reconocimiento y apoyo estadual, y que —aún, en la actualidad— siguen operando en forma activa dentro de la dinámica política, social, económica y cultural del país.
Pretendemos a través de estas palabras introductorias, exponer al lector una resumida exploración vinculada a la estructura conceptual de las denominadas «organizaciones libres del pueblo» (OLP), categoría que, a nuestro entender, por una parte constituye uno de los rudimentos más llamativos y originales del cuerpo doctrinal que nutrió al primer peronismo y, por la otra, instituye una de las principales distancias con la cosmovisión llevada a la práctica en tiempos de la Italia fascista.
Dentro de la combinación de palabras que componen la categoría analizada (OLP), y que por su parte suele despertar mayor expectación, identificamos primigeniamente el vocablo “libres”. Tal expresión surge de la concepción justicialista que —en aquellos tiempos— sostenía que la acción del Gobierno no tendría como fin tutelarlas ni integrarlas al aparato estatal, como promovían las doctrinas fascistas, sino al contrario, garantizar y potenciar su propio proceso de autoorganización mediante la menor intervención posible del sector público sobre ellas.
En este punto surge per se uno de los aspectos más interesantes para emprender los estudios no solo de aquel primer peronismo, sino también —entre otros tantos componentes significativos del devenir histórico de nuestro país— de la configuración, composición y cosmovisión de las organizaciones sindicales emergidas al calor de aquel movimiento autodefinido como nacional, identificando —como primer gran obstáculo— que la categoría que hoy nos interpela no ha sido lo suficientemente abordada desde las ciencias sociales o, más aún, simplemente ha sido desconocida por ellas en el rol que pretendemos asignarle desde nuestra hipótesis inicial.
En tanto el concepto de “organizaciones” se enmarcaba en una concepción filosófica que —a contrario sensu de un individualismo secular de corte liberal (liberista) sustentado por una visión antropocéntrica de orientación hedonista y justificado en la centralidad del individuo— afirmaba que la realización humana solo podía concretarse íntegra y exclusivamente dentro de los términos de una comunidad compuesta a partir de grupos diversos, el vocablo “libres” se refería a que las necesidades de estos grupos —expresión práctica, material y espiritual de la autoorganización humana— mantuvieran la mayor independencia posible del Estado. Finalmente, la combinación semántica de “pueblo” se vinculaba al origen y a la naturaleza de las mismas, es decir, a su pertenencia intrínseca a una comunidad nacional determinada, que incluía su imprescindible apertura hacia ella.
Bien vale aclarar que la autonomía asignada a las OLP no implicaba de modo alguno la promoción de un autocentrismo endogámico. Para Perón toda organización del pueblo debía —por naturaleza y por definición— manifestar una generosa y permanente porosidad, no solamente hacia otras organizaciones similares, sino también hacia cada individuo o agrupamiento de individuos que —por alguna necesidad o interés— demandara recurrir a ellas. Por su parte, las OLP debían participar necesaria y activamente de una experiencia coadyuvante con el Estado. Perón parece anticiparse entonces a la teoría de los sistemas sociales complejos. En este sentido, concebía a una comunidad como un sistema capaz de organizarse de una forma determinada y de establecer relaciones con el entorno siempre de acuerdo con su propia historicidad.
En este punto, es posible inferir que Perón comprendió el desarrollo evolutivo de la historia humana como un proceso donde los individuos fueron constituyendo y constituyéndose a la vez mediante formas diversas de agrupamientos, desde los más simples hasta los más complejos. La idea nos refiere indefectiblemente a «(…) fases integrativas de menor a mayor, es decir, el principio se funda antes que nada en una razón histórica, entendida en que la sociedad avanzará a través de agrupamientos y reagrupamientos cada vez mayores». Sin duda, Perón forjaba sus esperanzas en un paulatino proceso de organización y articulación entre las diversas organizaciones y el Estado, articulación de la que pasaría a depender la capacidad liberadora del país.
La cosmovisión del exmandatario —expresamos en alguna oportunidad— no constituye una circunstancia aislada; se enraíza nítidamente en un clima de época en el que notables pensadores coincidían en que aquella fase de expansión del capitalismo —caracterizada, entre otros factores, por una matriz imperialista sustentada por un individualismo filosófico, político y económico de cuño materialista, tal como se había manifestado en la región— había producido y estaba impulsando una desintegración de la sociedad, definida por Perón como «desorganización». Según sus palabras, atentaba contra una fructífera convergencia de las fuerzas sociales orientadas hacia el bienestar del pueblo. De esta forma describió dicho proceso:
“… en cuanto a organización, no puede nadie negar que nuestro pueblo estaba totalmente desorganizado. Las fuerzas naturales de la organización que todo pueblo posee deben obedecer a las actividades fundamentales, no se habían realizado en nuestro pueblo sino alrededor de círculos o intereses, que no es lo racional para la organización de una Nación y menos de un Pueblo”.
No obstante ello, para Perón, la organización de la comunidad no resultaba condición suficiente para consolidar el proceso de transformaciones que se proponía. En este punto ingresa a jugar un papel preponderante un Estado organizado, fortalecido y articulado necesariamente con las organizaciones de la comunidad: por lo tanto sostendrá:
“…el Estado estaba total y absolutamente desorganizado, como consecuencia de haber mantenido una vieja organización, que pudo haber respondido hace cien años, pero que ahora ya no respondía a las necesidades del momento y menos en una época eminentemente técnica en la organización, en la administración y en el gobierno. Un gobierno total y absolutamente desorganizado había en esta casa. Y muchos de ustedes, que son viejos funcionarios, lo saben: un Presidente, un jefe de despacho que ponía el sello a los decretos, un secretario privado que contestaba las cartas a los amigos, unos edecanes, una Casa Militar para recibir a los amigos y un secretario político que repartía los puestos públicos”.
La particular observación de quien ejerciera por tres veces la primera magistratura argentina respecto a las organizaciones libres del pueblo, radicaba en que todos y cada uno los sectores organizados que componían la nación, debían construir formas propias de organización por fuera del aparato estatal, implicando —necesariamente— una dinámica de cooperación mutua y permanente.
Desde los comienzos de su formación intelectual y política, Perón irá concibiendo la importancia de estas organizaciones en el marco de una comunidad que definió como «organizada» y su relación con otras unidades políticas (Estados), en el marco de un intenso e inusual escenario de debate en el campo filosófico y estratégico. Dentro de las organizaciones que abordamos, el estadista incluía desde las simples mutuales y clubes de barrio hasta las asociaciones de profesionales, de trabajadores, de empresarios y otras afines.
La consagración de las organizaciones libres del pueblo como pilares de la conformación social de nuestro país adquirirá estatus normativo a través del decreto número 13378/54, el cual enuncia: «La comunidad nacional se organizará socialmente mediante el desarrollo de las asociaciones profesionales en todas las actividades de ese carácter y con funciones prevalentemente sociales».
Por otra parte, no cabe duda de la influencia que Jacques Maritain ejerció sobre Perón. Maritain fue un intelectual francés que arribó a la Argentina en 1936 para brindar una serie de conferencias en los cursos de cultura católica. Aunque Perón estaba destinado en el exterior —según afirma Fermín Chávez— seguirá atentamente sus conferencias a la distancia. Otros pensadores notables como Manuel Ugarte, Leopoldo Lugones, Manuel Gálvez y Alejandro Bunge trazan en su cosmovisión, así como —indudablemente— los trabajos editados por FORJA (en especial los de Raúl Scalabrini Ortiz, Jorge del Río y José Luis Torres). El español José Figuerola desplegará indudable influjo con su obra La colaboración social en Hispanoamérica, mediante la cual formuló el tránsito de la lucha de clases a la colaboración social. Es elemental subrayar que la categoría «organizaciones libres del pueblo» se asemeja pero no se identifica con lo que otras concepciones denominan: sociedades intermedias, entidades de bien público u organizaciones no gubernamentales. Se trata de la existencia de agrupaciones en los tres sectores básicos de la sociedad: el político, el social y el económico. Además, la organización del pueblo es libre. Se entiende que una organización popular es tal, cuando goza de consciencia social, de personalidad social y de organización social. De este modo las organizaciones libres del pueblo pueden desarrollarse libremente y hacer llegar al Gobierno sus exigencias, necesidades, aspiraciones, colaboración y cooperación.
Perón expresaba que «las naciones perduran más que por los valores materiales que poseen, por los valores morales y espirituales de todas y cada una de las personas que componen la comunidad nacional —agregando además que— los derechos de la sociedad son conferidos al Gobierno, al Estado y a las organizaciones del pueblo por las personas que integran como tales la sociedad, con el objeto de realizar mejor sus fines individuales».
De modo concluyente, para el conductor del justicialismo una doctrina sin la teoría que la fundamente resulta incompleta, pero una teoría que no contemple las realizaciones concretas resultaba inútil. El círculo para él cerraba de forma tal que la teoría se enseñaba, la doctrina se inculcaba, y el desafío consistía en llevar a ambas a la práctica. «La realidad nutre a la teoría, y la teoría nutre a la realidad».
Perón concibió de esta forma a las doctrinas como modos de especulación-acción en permanente contacto con la realidad; estas se expresan a partir de grandes postulados orientativos los que, a la vez, responden a las aspiraciones, necesidades, y conveniencias nacionales y populares.
Al margen de la vigencia que comenzaron a cobrar las teorías comunitaristas a principios del siglo XX, la doctrina concebida por Perón asumió caracteres tan originales —en razón de un pensamiento situado en coordenadas espacio-temporales específicas— porque fue clara expresión de una tradición epistemológica que ya poseía vastos antecedentes en Nuestra América. La idea de un pensamiento situado —cabe señalar— se vinculará directamente con la ubicación (real) de la Argentina en su relación con el mundo y —particularmente— en lo que algunos autores señalaron como «la situación semicolonial».
La categoría «organizaciones libres del pueblo» se desprende, entonces, de una matriz de especulación y acción que discurre entre lo teórico y lo político; intentará ordenar el mundo de lo social, lo político, lo económico y lo cultural, compuesto siempre por un sistema de valores situacionales.
Prólogo al libro de Alejandra G. Moscheni
Hacer Comentario
Haz login para poder hacer un comentario