En este año doblemente conmemorativo de la figura de Leopoldo Marechal (1900-1970) quiero demorarme en dos aspectos de su universo creativo que lo revelan como un autor sensible a la defensa de la justicia social y la soberanía nacional.

Dentro de la generación del periódico Martín Fierro (1924-1927), Marechal no fue la excepción peronista: en esta elección política lo acompañaron Xul Solar y Raúl Scalabrini Ortiz, ambos personajes de su gran novela Adán Buenosayres (1948) disfrazados bajo las máscaras del Astrólogo Schultze y el petiso Bernini respectivamente. Cuando César Fernández Moreno, en una entrevista, le pregunta al autor qué lo llevó a colaborar, como funcionario, con el gobierno de Perón entre 1946 y 1955, Marechal responde que no fue colaborador de un gobierno ya instalado sino uno de los muchos que “contribuyó a instaurar el justicialismo de Perón como forma político-social”. Hijo de Alberto Marechal (uruguayo de origen francés por parte paterna y vasco español por la rama materna), un obrero metalmecánico que murió por haber sido obligado a regresar a su puesto de trabajo en un aserradero con una neumonía mal curada, el hijo secundó al peronismo o justicialismo –en tanto movimiento que favoreció las reivindicaciones de las clases trabajadoras– desde esa trágica historia personal después de haber sido simpatizante de otros partidos con banderas populares, como el socialismo de Justo o el radicalismo yrigoyenista.

La cuestión de los derechos laborales era para él crucial, ya desde su biografía: Marechal estaba convencido de que su padre habría sobrevivido si una convalecencia prudente hubiera respaldado su curación. “Pero en aquellos años no había leyes sociales que aseguraran licencia a los trabajadores enfermos por lo cual, y ante los reclamos patronales del establecimiento donde trabajaba, mi padre volvió a su quehacer, tuvo una recaída y murió veinte horas después en mis brazos […] lo lloré largamente”. Así, el testimonio de la explotación laboral se tradujo en las figuras del Foguista Enceguecido, el Aserrador Manco y el Tornero Demente, inspirados en obreros que había conocido en la fábrica donde trabajaba su padre “cuyos espectros dolientes me acompañaron hasta el Infierno de Adán Buenosayres”, confiesa el autor.  Cofundador de la revista Realidad (1947-1949) y exponente capital del exilio republicano en Argentina, Francisco Ayala consideró que la principal causa de marginación de Marechal fue política, pues el peronismo afectó a casi la totalidad de los intelectuales del país poniéndolos en una actitud de franca hostilidad. Sus colegas y amigos “aplicaron a su conducta política un juicio ético, vieron en ella una defección”, sostenía Ayala. Aunque para el español las caricaturas que Marechal incluye en Adán Buenosayres, inspiradas en muchos antiguos compañeros de generación no eran nada crueles –pues respondían al tono festivo en el que “los muchachos” habían bromeado en la década del ’20–, el distanciamiento político operado entre el autor y los protagonistas reales explicaba el exceso vengativo de algunas reacciones críticas como la de Eduardo Gonzalez Lanuza desde las páginas de la revista Sur. Ayala y el joven Julio Cortázar fueron los primeros críticos que celebraron la obra, cuando esta se publicó.

Marechal se hace eco también de encendidas reflexiones sobre el antiimperialismo a través de la ficción de Adán Buenosayres. Muy decididamente a partir de la década en que Leopoldo empieza a publicar poesía, las fronteras culturales y económicas de América Latina se recortaban frente a un “otro” externo, más concretamente contra la dominación imperialista, señala Patricia Funes en su libro Salvar la nación: intelectuales, cultura y política en los años veinte (2006). En esta década el antiimperialismo cruzó el pensamiento político-social latinoamericano instalando uno de los rasgos más significativos y fundacionales de la reflexión regional en el siglo XX. Si bien pueden rastrearse antecedentes, “en esta década el antiimperialismo se construyó como un objeto teórico y político, a la luz de la expansión norteamericana en la región”, señala Funes. El pensamiento antiimperialista de la primera posguerra delineó un perímetro inclusivo a escala regional y señaló destinos y estrategias comunes para “Indoamérica” (y la cuestión del nombre es indicativa de nuevas búsquedas). Autonomía, autodeterminación, soberanía,  independencia, son conceptos que se reforzaron frente a los desafíos de un “afuera” imperial: las oposiciones rodosianas Ariel-Calibán o latinos-sajones, el Iberoamericanismo de José de Vasconcelos, el “Punto de vista antiimperialista” escrito por José Carlos Mariátegui para ser presentado en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana reunida en Buenos Aires entre el 1 y el 12 de junio de 1929 intentan fundar una identidad racial-espiritual de América Latina concebida ontológicamente sobre la base del rechazo del imperialismo. Adán Buenoayres  reelabora en clave ficticia buena parte de las ideasantiimperialistas en boga en la década del veinte y, puntualmente, aludirá a algunos planteos de Política británica en el Río de la Plata de su camarada Raúl Scalabrini Ortiz –ficcionalizado como el Petiso Bernini, con semejanza física y fonética incluidas–.El ataque al imperialismo inglés dará lugar a un episodio hilarante –y de notable vigencia– en una de las tertulias en casa de los Amundsen, cuando los martinfierristas se enfrentan a Mr. Chisholm y precisamente Bernini oficia de vocero:

      …mister Chisholm, deponiendo una indiferencia que a nadie había              engañado, hizo llover sobre Del Solar todo el hielo de las brumas                        natales.

      —Eso es una ingratitud —le dijo—. Una ingratitud y una salvajada. Me              gustaría saber qué hubiera sido esta nación, por ejemplo, sin el                     concurso de Inglaterra. […]

      El asombro más vivo se reflejó en todas las caras. Del Solar,                        Buenosayres, Pereda, Bernini, Franky, todos a una se miraron en                    silencio y como petrificados. En seguida, e instintivamente, aquellos                 hombres tan desiguales en origen, humor y pensamiento se acercaron el uno al otro, tal como si estrecharan filas contra un peligro común. […] Y              el primero en salir a la liza fue Bernini, cuya intrepidez era famosa en              este género de batallas internacionales.

      —Creo que mister no ha entendido bien —empezó a decir—. Para                   nosotros Inglaterra no es el extranjero.

      —¡Ah, ah! —sonrió mister Chisholm complacido—. ¿Qué cosa es                     entonces?

      —¡Inglaterra es el enemigo! —le respondió Bernini en son de trompeta.              […]

      —Delenda est Britannia!

      —Les rechazamos dos invasiones —tronó Del Solar— […]

      Rojo como un gallo de pelea mister Chisholm tendió su puño a los                  insurgentes.

      —¡Nadie puede negar la misión civilizadora de Inglaterra! […] —¡Indios!              — rezongaba mister Chisholm— ¡Peores que indios!

      Y aquí Bernini dio la carga famosa que habría de valerle tanto laurel en             lo futuro. Volviéndose a sus pares exclamó:

      —¡Basta de fiorituras! Al fin y al cabo, ¡que nos devuelvan las Malvinas!

La retórica del nacionalismo y del antiimperialismo argentino no nació con Scalabrini Ortiz, sino con dos antecedentes de la Generación del Centenario: Ricardo Rojas y José Ingenieros. El primero diseñó una filosofía de la argentinidad para aplicar a la educación y a los espacios públicos; su obra conforma una unidad que va desde Blasón de Plata. Meditaciones sobre el abolengo de los argentinos, hasta su plan estético plasmado en Eurindia, en los años veinte. Adán Buenosayres incorpora a la textura ficcional la disputa entre nacionalismo e inmigración con la meta de parodiar sus términos; el crítico Adolfo Prieto sintetiza la incógnita que plantea la novelaen torno a la posible definición de un “arquetipo de argentinidad”. Tal incógnita se refleja especialmente en la escena del viaje nocturno por el barrio porteño de Saavedra, durante la expedición de Pereda, Bernini, Franky, Tesler, Schultze, Del Solar y Buenoayres. La novela allí problematiza la posibilidad de caracterizar un arquetipo homogéneo de “ser nacional” para reemplazarlo por la de un “sujeto en construcción” a partir de numerosos sedimentos: el inmigrante, el criollo, el indio, el gaucho… Como le responderá Adán a Luis Pereda (Jorge Luis Borges ficcionalizado) en la Glorieta Ciro, cuando este último le pregunta cuál es su opinión ante la avalancha inmigratoria: “soy un argentino en esperanza”.

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