Desde el comienzo de la pandemia y la emergencia sanitaria se viene alertando sobre las consecuencias de este tiempo inusual sobre la salud mental de las personas de todo el mundo. A más de un año y medio de iniciada esta difícil etapa, y en momentos en que vivimos la transición hacia el mundo que supimos conocer, ¿se refleja lo vivido en el ánimo de grandes y chicos? ¿De qué manera, con qué intensidad?
Emilse Moreno Carreño es profesora y licenciada en Psicología por la UBA, psicoanalista, docente e investigadora de la UNLa y maestranda en Salud Mental Comunitaria en nuestra universidad. En su consultorio atiende a niños y niñas, adolescentes, adultas y adultos. Hablamos con ella para que nos cuente su percepción especializada de lo que este tiempo significó para sus pacientes y también, por qué no, para la población en general.
Después de un año y medio de atención virtual, ¿volviste a la presencialidad plena, o seguís trabajando de las dos maneras?
Estoy atendiendo en mi consultorio, pero vengo observando que hay algunos pacientes que todavía no quieren venir presencialmente. En estas dos últimas semanas las cosas están más relajadas, pero al principio noté en algunos niños una reticencia en el pasaje de lo virtual a lo presencial. Me sorprendió porque es mucho más lindo jugar presencialmente que hacerlo por la pantalla, la pregunta es qué está operando en esta elección.
Es cierto, llama la atención que esto suceda en niños. ¿A qué lo atribuís?
Me parece que esta etapa se instaló con todo el peso de la palabra. Esta es una hipótesis porque todavía estamos en el ojo del huracán, pero en nenes de siete años, por ejemplo, dos años de virtualidad o aislamiento es una cantidad de tiempo considerable, y supone marcas, efectos… En salud mental trabajamos con subjetividades, no se puede generalizar, pero esto me llamó muchísimo la atención porque la virtualidad es más posible para el trabajo analítico con el adulto, donde se trabaja fundamentalmente con la palabra. Más allá de esto, tuvimos una cantidad de consultas avasalladora. Yo coordino con dos compañeras un espacio de salud mental privado en Lanús y nos vimos sobrepasadas por la demanda, incluso incorporamos colegas; prácticamente duplicamos el equipo, y tuvimos que pensar otros dispositivos porque la situación nos pone al límite de la capacidad de atención. Esto nunca pasó en los quince años que llevamos trabajando en esta institución. Los espacios públicos también están sobrecargados con listas de espera y demás. Pero en el ámbito privado nos sorprende: recibimos un promedio de diez consultas por semana. Si bien no todas continúan en tratamientos, es un incremento muy importante: da cuenta, por lo menos, del sufrimiento que este tiempo trae.
¿Cómo se piensa lo individual en relación con el contexto?
Nosotras, desde el campo de la salud mental comunitaria como la pensamos desde la universidad y desde los espacios que habitamos allí, concebimos que, por supuesto, las subjetividades están en un contexto y en una época. Desde el psicoanálisis trabajamos con el sujeto, con su inconsciente, con su subjetividad en el contexto, y en ese contexto está todo: lo político, lo social, lo económico, y ahora la pandemia como marca de la época. Por el momento, como ya dije, creo que estamos en el ojo del huracán, en tiempo de preguntas todavía. Calculo que comenzaremos a responderlas cuando estemos menos implicados y en otras condiciones para conceptualizar y teorizar también nosotros, los y las trabajadores de la salud.
¿Cuáles son las cuestiones que se están llevando a la consulta?
A partir sobre todo del trabajo con niños y adolescentes en mi propia práctica profesional, veo con colegas que se puso en tensión la posibilidad de la endogamia y la exogamia. La adolescencia y la pubertad son momentos en que las y los chicos empiezan a entrar en ciertas crisis con las familias nucleares y a necesitar otras salidas, un afuera, conocer otras familias, otras personas, otros espacios: y eso es parte del ciclo vital, es saludable y es necesario ese tránsito. Pero mirá qué palabras usé: “salida” y “afuera”. Si bien las pensamos desde el punto de vista simbólico, eso fue también física y objetivamente impedido, frustrado por donde lo mires, con unas consecuencias enormes en los chicos, aunque claramente fue necesario y oportuno desde el punto de vista sanitario.
Ahora estamos en un momento de apertura, en el minuto a minuto de empezar a circular sin barbijo y hacer viajes de egresados, un tema también frustrante para los chicos. Una pacientita mía -y como ella miles, claro- hizo sexto grado de la primaria y primer año de la secundaria sin ir a la escuela, en pandemia: ella y otros muchos se perdieron la salida, el borde: ese corte, límite, cierre de una etapa que son las fiestas, las remeras, los viajes. En la salida o pasaje de la infancia a la adolescencia hay numerosos episodios de este tipo que podemos pensar como ritos. Esto también sucede en el tránsito de la adolescencia a la posición adulta, y pasó con los chicos de secundaria: muchos egresaron y están haciendo el segundo año de una facultad que todavía no pisaron. Entonces es un egreso muy particular.
En tus pacientes adultos, ¿qué reacciones notás?
Lo que voy observando, también en el tránsito de este tiempo tan nuevo, tan incierto y a la vez tan distinto y sorprendente, es que se amplifica todo. Lo pienso como psicoanalista y también como habitante de este tiempo. El miedo está amplificado, la frustración está amplificada, el abatimiento, el desgano, la falta de motivación están amplificados. No lo atribuyo todo a la pandemia, claro, pero sí atribuyo a la pandemia esa amplificación.
¿Cómo transitan ustedes, como trabajadores de la salud, este contexto?
El equipo de salud trabaja con el otro que es el que padece, el que es vulnerable, el que tiene el problema. Acá, sin embargo, estamos todos inmersos en el mismo contexto. Acá no hay defensa posible. Yo estoy con mi espacio de análisis, la supervisión, las reuniones con colegas, leyendo cosas nuevas y cosas viejas. El otro día justamente fue el aniversario de la publicación de Psicología de las masas y análisis del yo, un texto hermoso de Sigmund Freud que cumplió cien años. Está bueno poder leerlo ahora porque aparecen los lazos, las masas, el grupo, como términos que una va resignificando. En los 70 se podía leer el texto desde un lugar, en los 90 desde otro, y ahora desde otro, ¿no? Está bueno volver a lecturas de hace muchos años, recuperarlas en el tiempo nuevo. También hay nuevas producciones que estamos tratando de elaborar desde distintos espacios: en la UNLa formo parte del grupo de trabajo Infancia, salud mental y derechos humanos dentro del departamento de Salud Comunitaria, donde estamos llevando a cabo investigaciones y trabajos de relevamiento sobre cómo los chicos van transitando todo esto.
¿Creés que hay alguna manera de tramitar, desde lo social, este tiempo que pasamos?
Escucho en niños y adultos la sensación de alivio que trae la vacuna, algo que habilita el abrazo, el encuentro, diría que la esperanza. Me incluyo en eso, también es una esperanza mía. Las sociedades tienen recursos. Si bien no siempre podemos decir que lo que se hace colectivamente es lo mejor para ese colectivo -supimos de colectivos tomados por efectos opresores y condicionantes-, quiero pensar que sí, que está la posibilidad de generar salidas colectivas saludables, que se recuperan las cosas. Como pasa con los nenes, que al principio no querían saber nada con venir y ahora están enchastrándose con témpera en mi consultorio. Ahora sí podemos trabajar con lo que FUE el motivo de consulta.
En un conversatorio sobre salud y bioética que se hizo en la universidad se habló sobre la necesidad de elaborar como sociedad la tragedia de la cantidad de víctimas que provocó la Covid-19. ¿Qué pensás de esto?
Pienso que para irse, elaborarse, la tristeza tiene que ser inscripta como tal: mejor dicho, tiene que inscribirse la pérdida que es causa. En ese sentido me pareció muy oportuno el homenaje que el gobierno hizo en Casa Rosada a las víctimas fatales del coronavirus. Fue un homenaje de pocas palabras y de muchas canciones, o de palabras hechas canción. Me pareció oportuno porque implica apostar a la esperanza y a la vida y a los proyectos -lo más afectado acá es la esperanza y los proyectos- pero no desde un lugar negacionista y romantizado. Hay muchísima gente que se murió, y si desde el Estado se nombra la muerte, eso habilita a que se pueda reinscribir esa pérdida y que se pueda elaborar. Un Estado que habla de sus muertos los inscribe como muertos: no solo los cuenta, los inscribe. Están muertos. Están. No olvidemos que en muchas de esas muertes las familias no pudieron acompañar a sus seres queridos. Fue muy terrible y muy subjetivante. Por eso la palabra que dice “algo se perdió” desde un lugar de admitir y describir esas pérdidas como tales, es necesaria. Por un lado estaba y está la televisión en su efecto naturalizador contando muertos todos los días. ¿Nos damos cuenta de lo que es eso? Y por el otro está el Estado diciendo “acá se murió gente y hay que decirlo y hay que instalarlo”. A partir de ahí sí podemos empezar a elaborar esa pérdida como sociedad y a pensarnos en el porvenir.
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