Casi en cualquier conversación sobre algún aspecto de la economía cotidiana, como por ejemplo por qué aumentan los precios, qué ocurrió y qué podría ocurrir con el dólar, o qué ocurre con la desocupación y el empleo, aparecen en seguida distintas posiciones, distintos razonamientos y justificaciones.

Si la conversación es sobre la inflación, están los que ponen el énfasis en la puja por mayores ingresos, en las diferencias entre sectores o en el rol que tienen los comercios –en particular los grandes comercios-, o las cadenas de producción, que, se asegura, a veces venden los productos con un margen demasiado elevado, o aprovechan algunas situaciones especiales para incrementar los precios. Algunos otros ponen el énfasis, en cambio, en el dinero emitido, o en el déficit que tiene el Estado, por ejemplo. Puede tratarse de una conversación entre vecinos, o amigos, o una entre periodistas. Sin más testigos que los que hablan, o transmitida por algún medio de comunicación. Lo muy llamativo de cualquiera de estos ejemplos mencionados, es que mientras en lo cotidiano el debate acerca de la economía está presente, en los claustros universitarios por el contrario su presencia es muy alicaída, a veces incluso directamente brilla por su ausencia.

Y es que en muchos casos, la enseñanza de la economía política se encuentra no sólo sesgada, sino directamente recortada, en tanto sólo se desarrolla alguna teoría en particular y se menosprecian absolutamente todas las restantes. Los resultados de una enseñanza de esta índole, (donde se desarrolla y se explica una sola teoría, lo que conoce como monismo teórico)  terminan siendo desastrosos.

La escuela de pensamiento económico predominante en las universidades y en el ámbito académico en general, el mainstream,  es la neoclásica, que encuentra sus raíces en el marginalismo y en términos de política económica tiene un posicionamiento neoliberal. Sus teóricos, al igual que los teóricos de muchas otras escuelas, tienden a plantear los distintos axiomas sobre los que se asienta la teoría, junto con las proposiciones, sus resultados y finalmente sus recomendaciones como los únicos posibles en el ámbito de la ciencia económica. El problema no es tan solo lo que esta escuela de pensamiento sostenga, sino sobre todo lo que se hace en muchas universidades y ámbitos académicos en general: plasmar en planes de estudio la idea de que existe una única teoría económica.

Conocer las distintas teorías económicas, las distintas escuelas de pensamiento existente debiera ser algo básico de un economista que se precie de tal, por muchos factores. En primer lugar, porque eso permite comprender los debates que se dan y se han ido dando a lo largo de la historia acerca de los principales temas económicos, y las distintas posiciones al respecto. Cada posición que mencionábamos al principio encuentra en las distintas escuelas de pensamiento económico su fundamento teórico. Desconocer ello resulta en una incapacidad para comprender las razones profundas de cada posición.

Pero además, y fundamentalmente, el conocimiento de la multiplicidad de teorías permite comprender de mejor manera cuál es más adecuada para determinado caso concreto y también permite comprender las limitaciones que pudiera tener. Estas limitaciones, suelen ser sólo señaladas por aquellos autores críticos a dichas teorías, cualquiera sean. Estudiar una sola teoría implica dejar de lado o menospreciar las críticas que se le hacen. Por eso, recortar el estudio a una sola escuela de pensamiento genera incluso una menor comprensión de esa teoría, que si se estudiara una diversidad de ellas.

Los graduados de economía que salen de universidades con planes de estudio estructurados sobre la base de una única teoría económica, tienen sin duda muy poca capacidad crítica de análisis, y conciben a la economía como un conjunto de técnicas de manejo de instrumentos –aplicables en el sector público o en el privado. De esta forma, pierden la capacidad crítica de cuestionar los propios instrumentos, desde las premisas y los razonamientos que los sustentan, a su aplicación y sus resultados.

Por el contrario, un economista en tanto graduado universitario, tiene que tener la capacidad y el conocimiento para llevar adelante un análisis crítico, integral, de los problemas, que permita comprender los instrumentos más adecuados para afrontarlos, así como sus limitaciones y sus potencialidades. No se trata de aplicar un conjunto de recetas sin conocer las razones de ello, sino de comprender los problemas y en función de ello, tener la capacidad analítica para dilucidar los mejores instrumentos.

Entre una y otra alternativa hay un abismo de diferencia. En años de docencia no hemos escuchado nunca una justificación desde el punto de vista pedagógico o de los contenidos, desarrollada, de por qué podría ser conveniente estudiar una sola teoría. Creemos a esta altura que no hay tal justificación. Sin embargo, los planes de estudio que conciben a la ciencia económica como una teoría única, monolítica, lamentablemente persisten.

Cabe destacar que han sido muchos y variados los movimientos en el mundo (y en nuestro país también) que en los últimos veinte años, ante el avance los planes de estudio basados en la unicidad teórica, han planteado la necesidad de abandonar esa formación cerrada, recortada y han propuesto e implementado programas de estudio de índole sustancialmente diferente.

En los casos donde prima el monismo teórico, el mainstream como única escuela, la ciencia económica sufre una transformación y un recorte sustancial. Resulta importante aquí detenernos a analizar ellos con más detalle para comprender aun más los serios inconvenientes de una formación con estas características.

La economía política debe entenderse como una ciencia social. Esta definición esencial en cuanto la ubica en un contexto más general , que puede considerarse algo bastante obvio en tanto la actividad económica en su conjunto es una actividad social, sin embargo no es del todo sostenido abiertamente por todas las escuelas de pensamiento económico.

La teoría neoclásica y sus precursores, los marginalistas, dieron lugar a un cambio esencial tanto del objeto de estudio como de los contenidos e incluso del nombre de uso habitual de la economía política. Con el transcurso del tiempo esta última quedó cercenada a lo que hoy se llama economía. La pérdida de la expresión “política” refleja a las claras la modificación estructural del análisis que se lleva adelante, donde se dejan de lado las relaciones sociales existentes.

Los marginalistas sostenían que para construir una teoría verdaderamente científica era necesario abstraerse de la sociedad y su historia y concentrarse en desarrollar leyes naturales de carácter universal. De esta manera, impulsaron asemejar la ciencia económica a una ciencia natural y para ello los modelos seguidos fueron la física (particularmente la mecánica) y la astronomía. La sociedad comenzó a ser concebida, en el marco de esta teoría, como una gran máquina y el rol de la ciencia pasaba a ser develar esas leyes generales que la regulan. Esta concepción de la ciencia implicó a su vez una nueva concepción de la sociedad, donde esta última funciona como un mecanismo, que como tal con un conjunto de leyes puede ser descripto y previsto de manera certera. Como consecuencia de esta transformación, el método utilizado por la economía debía a su vez ser similar al empleado por ejemplo, por la mecánica.

En el marco de esta teoría, el estudio de los fenómenos económicos dentro de un marco histórico y las relaciones particulares que se dan entre las personas en cada tipo de sociedad pierden relevancia explicativa. Este recorte del objeto implica que en muchos casos, se sobrevuela determinado tema, se analizan las vinculaciones matemáticas que pudieran existir entre distintas variables, pero no se llega a comprender y explicar las razones de fondo de los problemas, que encuentran su fundamento en fenómenos sociales. Al cercenarse el objeto de estudio, se puede terminar cercenando su comprensión.

Los problemas no se detienen allí, y son sin duda mucho más vastos. Pero avancemos al menos con un ejemplo adicional. Según el planteo neoclásico la economía actúa por sí sola de manera tal de tender al equilibrio y permanecer en esa situación, donde cada uno de los mercados que la componen también lo están. Así como la mecánica estudia cómo sistemas que a través de la contraposición de distintas fuerzas llegan a un equilibrio, de manera semejante la escuela  marginalista entiende al sistema económico como una máquina, que a través de la interacción de los engranajes que la componen (los mercados), llega también a una situación de equilibrio. Dada esta tendencia al equilibrio, que por otra parte implica armonía, la recomendación o receta tiende a ser siempre la misma: dejar actuar al mercado, cualquiera sea el problema.

Concebir la economía mundial y la argentina actual bajo esos esquemas explicativos puede llevar a implementar políticas ruinosas. Fue Keynes quien planteó que, dado el alto desempleo imperante en los países más desarrollados, había que revisar los supuestos sobre los que se basaba la teoría neoclásica para, una vez revisados, rechazar varios de ellos por llevar a la teoría a una completa desvinculación con la realidad. Desde la teoría neoclásica se elaboraron distintas respuestas a los planteos keynesianos, pero; la cuestión aquí es: ¿se pueden saltear por completo, estos debates, estas distintas posiciones y fundamentaciones teóricas en la formación de un economista?

El problema no es menor. Lo que está en juego es si se forman economistas con comprensión e identificación con los problemas sociales, con capacidad de análisis crítico que permita identificar ventajas y desventajas de los distintos instrumentos, con preocupación genuina por los problemas concretos o si,  por el contrario, se forman meros expendedores de recetas y recomendaciones que no conocen muy bien las verdaderas implicancias y consecuencias de cada una de ellas.

 

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