Buenos Aires, 1954. En un departamento sobre la calle Arroyo lindero a la boite Mau Mau, Marta, la hermana menor del seminarista Carlos Mugica, celebra su cumpleaños. Entre los típicos colados a la fiesta está Ricardo Capelli, quien a partir de esa noche se convierte en “el amigo varón” de Mugica. El compañero confidente y atrevido, que apenas lo conoce le pregunta “Decime, Carlos, ¿en serio querés ser cura?”. “Dios me está llamando…” es la respuesta. “¡Cortala, dejate de joder…!”, la réplica de Capelli.
A partir de estos días el relato de esta larga y profunda amistad, sobre el telón de fondo de la historia argentina reciente, está plasmado en Antes y después del asesinato de mi amigo, el padre Mugica, libro de Ricardo Capelli publicado por Grupo Editorial Sud. En medio del trajín posterior a la presentación del volumen en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, Capelli se hizo un rato para hablar con Viento Sur. “No estoy preparado ni acostumbrado a tantas notas ni llamados, no soy un rockstar”, nos dijo riendo.
¿Cómo nació este libro?
Yo iba a lugares de amigos y de conocidos que me invitaban. Un asado, una comida, una reunión o lo que fuere: después de hablar de cualquier cosa, por ahí salía el tema y alguien me decía “Ah, vos estuviste con Mugica”. “Sí” decía yo, y empezaban a preguntar, y yo contestaba, y hablaba y hablaba y hablaba. Y todo terminaba igual: “¡Pero vos tenés que escribir un libro con esto!”. Y yo pensaba que ni loco, que a lo sumo podía escribir tres hojas y un volante. Finalmente en la pandemia, cuando estuvimos aislados, empecé a escribir el libro. Y me di cuenta de que tirando de los hilos de la memoria empezaban a salir cosas que ni yo creí que tenía adentro. Además fue informándome y ayudándome respecto a fechas y circunstancias, si no, se mezclaba todo: habría hecho un burdel en lugar de un libro.
¿Cuál fue tu idea al escribirlo?
Lo escribí para dejar plasmada esta historia a la juventud, como para que se den cuenta de qué epoca era, qué pasaba, y para que sepa la juventud la realidad de Mugica, porque se escribieron tantas cosas, todas muy cristianuchis… Lo mío no tanto, está escrito de otra manera. A pesar de que hay muchas cosas sobre la religión, yo traté de hablar de mi amigo, del confidente; de todos modos hay muchas cosas que se cremarán conmigo cuando me muera.
¿Por qué decís que es un libro didáctico?
Justo cuando lo conozco a Carlos era el gran quilombo de la iglesia contra Perón —Corpus Christi, el bombardeo de Plaza de Mayo, la quema de las iglesias y todo ese tipo de cosas—, así que en el libro empiezo hablando de ese enfrentamiento. Hablo también de FORJA y de Scalabrini Ortiz, para marcar lo que era el año 43, cuando llega Perón. Mi intención en este libro no es repetir las tonterías que dicen muchos: yo quiero que la juventud, aquellos que tomen la posta, sepan realmente qué era lo que estaba pasando en los momentos en que vivía Mugica; qué pasaba en el Mayo francés que presenció, qué pasaba con su ida a ver a Perón… Yo quiero que los muchachos sepan cómo era la época porque si no, no sirve para nada. Mugica era 80% político como Cristo, y a Cristo también lo matan por política.
Estabas con él aquel 11 de mayo del 74, ¿no?
Sí, compartí las balas con él, a pesar de que las balas mías vinieron desde otro frente. Cuando yo llegué a misa (en San Francisco Solano) abrí la puerta y vi a dos personas: una de ellas me miró, nos cruzamos las caras, y nos conocíamos. Oficialmente el nombre no lo dije por bastante tiempo porque hasta 1990 a mí me persiguieron. Con Alfonsín vino la democracia, cosa que respeto mucho, pero Alfonsín no pudo desmembrar a los parapoliciales, los paramilitares: y ahí tenés la consecuencia, el golpe de Rico con los carapintadas.
En estos días, por el 50º aniversario del asesinato se habla mucho de Mugica. ¿Cómo ves que hoy se valore su figura?
Por los que me llamaron, por los actos, por la presentación del libro, creo que Carlos Mugica sigue siendo una figura preponderante, y que está más vigente que nunca. Con lo que está pasando Carlos estaría reclutando ya a todos los compañeros del barrio y diciéndoles “vamos a la calle, vamos a defender esto”. Con la iglesia fue un irreverente, se enfrentó a ella. Antes de que lo mataran fuimos juntos a la nunciatura en la calle Suipacha, Carlos quería pedirle a la iglesia si le podía dar alguna protección. Después de 15 o 20 minutos de espera nos atendió el nuevo nuncio que había asumido hacía dos semanas. Caminamos por los jardines no más de 5 minutos, y cuando llegamos a la puerta el tipo tomó la manija, abrió y dijo “Bueno hijo, quedate tranquilo, te vamos a defender: vamos a rezar por vos”. A los pocos días a Carlos lo mataron. Ese nuncio era Pio Laghi. Esas son cosas que no se comentan mucho, que no se dicen.
La vida de Carlos fue muy importante. Para mí, por lo menos. Después del atentado fuimos al hospital Salaberry: a mí también me habían ametrallado y yo había caído y había visto todo, y a Rodolfo Eduardo Almirón, que fue el asesino de Mugica. Fijate que en el hospital el cirujano dice “Bueno Padre, vamos para el quirófano”, y él dice “No, no, no, no, primero hay que salvar a Ricardo”. Eso es la vida por el otro. De ahí en más yo estuve desaparecido, torturado, amenazado; me destruyeron, y sin embargo yo vivo y gracias a Dios pude ser firme para no delatar a nadie. Por eso digo que yo dialogué muchas veces con la muerte, pero hubo alguien que me estuvo protegiendo. Y ese alguien no tengas dudas de quién fue, así como me protegió el día que dijo “Primero hay que salvar a Ricardo”.
Es muy lindo, muy emocionante esto que decís, da ganas de llorar.
¡Llorá de alegría, porque Carlos era eso! Y Carlos sigue estando vigente en el lugar donde están los pobres, y aquellos que sufren, y donde hay miseria, y donde hay un gobierno que quiere destrozar todo… Y tenemos que defender eso. Tenemos que resistir, esa es la palabra.
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