Introducción
En este breve escrito quisiera indagar, desde el prisma de la Sociología Política y en particular desde la Sociología de los Problemas Públicos, sobre cómo la pandemia, en tanto problema público global, ha catalizado viejos problemas públicos y ha generado otros nuevos derivados del propio proceso de etiquetación, construcción y agendum por parte de actores relevantes tales como las instituciones globales, los Estados y los medios de comunicación.
Mi hipótesis de trabajo (que solo llego a esbozar) consiste en inteligir que la pandemia, en tanto problema público global, constituye un fenómeno sin igual en la historia reciente que solo puede asemejarse a los efectos de la Segunda Guerra Mundial. Así y todo, la escala con la que el fenómeno ha perfilado al globalismo es incluso más elevada, precisamente por su mayor carácter abarcativo. Este nuevo globalismo muestra, en una cara, su dimensión mundial, y en la otra, su dimensión local en las respuestas estatales y sociales particulares de cada país.
En segundo lugar, por primera vez en mucho tiempo el “saber experto médico” y la importancia de los sistemas de salud han ocupado el primer plano en las “grillas” de los problemas públicos relegando a un segundo nivel al de la economía. Este cambio es interesante sobre todo para saber si esta nueva agenda de la salud ha llegado para quedarse y si va a generar una nueva o mayor institucionalidad global y local.
En tercer lugar, las respuestas sociales y estatales al problema de la pandemia han mostrado la agudización del conflicto inherente de la dicotomización de las sociedades contemporáneas: entre aquellas que eligen abrazar la causa del Estado y aquellas que, por otro lado, eligen la causa del mercado y la “libertad”. En todo caso, la pandemia como problema público ha acelerado las contradicciones identitarias de nuestras sociedades que van desde posiciones liberales, neoliberales, comunitaristas o republicanistas hasta posiciones estatistas y democráticas radicales.
La nueva cara de los problemas públicos
Los grupos sociales vivimos, hoy más que nunca, en contextos de alta conflictividad. La pandemia global ha centralizado de manera única los problemas públicos. Los efectos del COVID 19 han puesto al descubierto ese contexto catalizado por el propio proceso de modernidad: de múltiples moralidades, de división del trabajo social, de conformación de un Estado centralizado, de mercados centralizados y fundamentalmente de “dislocación social”. La propiedad de problema público como dislocación es un elemento natural de la modernidad y de nuestras sociedades; propiedad que como pocas veces antes ha desnudado los problemas típicos de nuestras estructuras sociales. Todas las sociedades, todos los sistemas sociales y económicos han mostrado con crudeza la problematicidad inherente de sus estructuras sociales: desiguales, concentradas y excluyentes.
Sabemos desde la Sociología de los Problemas Públicos que los problemas públicos son grandes dinamizadores de estructuras normativas. En este sentido, el impacto de la pandemia a escala global nos informa sobre cambios acelerados en el comportamiento social y sobre las crecientes modificaciones de las estructuras de valores. En el medio, el papel de los Estados se ha vuelto crucial y los valores relativos a la comunidad, la libertad individual y los derechos individuales se han tensionado en sus múltiples usos y representaciones.
Gran parte de los problemas sociales en el marco del contexto de la pandemia residen en cómo se agudizan los antagonismos de esa multiplicidad combinatoria del comportamiento social según ideologías y teorías de fondo; comunitarismo, liberalismo económico, liberalismo político, igualitarismo, y cómo se tensan en un contexto de decaimiento y de suspensión de la eficacia de esas mismas prácticas políticas y sociales. Los efectos que ha generado la pandemia sobre las identidades no han sido algo menor. Las profundas modificaciones de nuestra vida cotidiana y más aún el cambio en las representaciones sobre nuestro papel como agentes individuales y colectivos en las sociedades se ha visto afectado. En cierto sentido, en aquellos países cuyos sistemas ideológicos se acercan al liberalismo y al neoliberalismo, han optado por mantener esos sistemas de vida de privilegio de las libertades individuales por los órdenes de los lazos comunitarios. Por eso, las cuarentenas han sido solo viables en aquellos países con un estatismo centralizado o en aquellos países que pronunciadamente han optado por preservar a la población más allá de las demandas de liberalización de la circulación individual.
También, y sumado a ese conjunto de problemas de suspensión de los principios estructuradores de la vida cotidiana, se hace patente el rol de los “jueces morales sociales” en la construcción de un sentido colectivo del problema de la pandemia global. Esos “jueces morales” tienen sus portavoces: son los Estados en muchos casos, son los sanitaristas, epidemiólogos e infectólogos, son los economistas gurúes, los periodistas lobbistas, las organizaciones globales tales como la Organización Mundial de la Salud, entre otros. En ese terreno y en el orden del “saber experto” por primera vez en mucho tiempo, la salud como campo de saber experto ha logrado imponerse por encima de la economía. Es cierto que esta afirmación solo es válida para determinados países. No es lo que ha ocurrido en Estados Unidos, ni en Brasil, ni en Rusia. Pero sí es lo que ha ocurrido en otros y muy disimiles entre sí, tales como Argentina, Noruega y Canadá. La puja del saber experto y el podio ganado para el “saber experto” de la salud y los cuerpos, es tal vez una de las mayores novedades de los posibles cambios y transformaciones a futuro respecto de qué instituciones vamos a privilegiar, qué “economía política” va a orientar nuestras vidas y nuestras decisiones y cuáles van a ser nuestras respuestas sociales y estatales a las zoonosis como posibles problemas recurrentes a futuro.
Los problemas públicos son definidos por los grupos sociales poderosos, también son definidos por los moralistas, los cruzados, a decir de Becker. En esa definición están también los profesionales de la salud, los abogados, los economistas, los psiquiatras (por cierto hoy con menor peso). De todos ellos, la medicalización de las sociedades avanza aceleradamente y el papel de los laboratorios y los infectólogos ocupan un lugar privilegiado como campo de saber y habitus. En el marco de la pandemia, los lenguajes médicos comienzan a permear el sentido común. Hablamos hoy de corticoides, del uso de plasma humano, de la vacuna salvadora, de la importancia de la inmunología, etc., con un cierto nivel de naturalidad en nuestra vida cotidiana. En este movimiento se van produciendo nuevos criterios morales en los que hoy los más sobresalientes son los del saber médico. Esos nuevos criterios morales van generando también personas juzgadas, “Outsiders” a decir de Becker.
Las pantallas y las notas periodísticas han instalado la presencia del sanitarista, el epidemiólogo y el infectólogo, sin más. Las instituciones de la medicina son hoy la esperanza global. La economía está en lista de espera para una segunda reacción experta, seguramente para una etapa de salida de la pandemia. Pero sin dudas, los laboratorios, los Estados, la ciencia, tienen en sus manos la fabricación no solo de la vacuna salvadora, sino de los nuevos criterios morales con los que vamos a vivir en el futuro.
El Interaccionismo Simbólico acuñado por H. Blumer caracterizó al proceso de definición del problema público como uno de lucha, de polémica en todas las etapas. En la emergencia por parte de los moralistas (los jueces morales), en la legitimación por parte de las arenas públicas, en la movilización para la acción, por las luchas y controversias, y en la implementación por parte de los agentes subterráneos. En esa lucha hay que luchar, sobre todo, por negar el problema, por desentenderse. En esta línea, cada liderazgo político ha jugado un papel distintivo. El liderazgo de Estados Unidos y Trump ha sido claramente el de luchar por desentenderse del problema público de la pandemia. Negando su eficacia y responsabilizando a China por la causa del problema, y a la OMS por no haber actuado a tiempo. El mismo caso ocurrió en un primer momento con Boris Johnson en Inglaterra. La tesis de Johnson fue librar toda acción de prevención ante la pandemia para lograr una defensa al virus en manada, algo muy lejano a las recomendaciones actuales de epidemiólogos y sanitaristas frente al avance de las pandemias. La idea de configurar el problema público y su solución de esa forma constituye una forma de desentenderse de las dimensiones más profundas y caras a los Estados y a lo que esta enfermedad los enfrenta. Sin más, a replantear todos los esquemas de los sistemas de salud privado desigualitario y la necesidad de reinvertir en los sistemas de salud estatales. Esa forma de desentendimiento confirma el hecho mismo de intentar tapar los problemas subterráneos. Un caso parecido pero en un país con muy bajo nivel de democraticidad es el de Brasil y el liderazgo cuasi autoritario de Jair Bolsonaro. La comunicación pública del problema de la pandemia como “gripezinha” constituye un intento brutal de desentenderse del problema público.
El globalismo comunicacional y el localismo decisional
¿Cuál es el papel del globalismo en la estructuración de la pandemia como problema público global? Sabemos que las primeras ideas de la política mundial cercanas a la idea de globalismo, son las de las ciencias de las políticas de Harold Laswell. Laswell indicó con gran atino el factor de interdependencia y la importancia de las tendencias mundiales, la importancia de la mundialización para generar una agenda común. Amitai Etzioni señaló que le dimos demasiada importancia a los Estados nacionales como unidad de análisis e ignoramos el papel de la comunidad mundial como una comunidad de valores. La historia del globalismo se refleja en aquellos valores que toman al mundo real con sus 5 mil millones de habitantes como objeto de preocupación, el planeta entero como entorno físico, todos los seres vivos como ciudadanos del mundo, consumidores y productores, con un interés colectivo para resolver problemas internacionales. El globalismo es una fuerza que ayuda al desarrollo de la globalización y la globalización son los procesos de incorporación de los pueblos a la sociedad mundial global. La globalización es vista como hecho y como creencia o valor. Los sociólogos políticos entendimos hace más de sesenta años que la globalización es sobre todo un nuevo valor. La pandemia global nos muestra la escala de esa noción y todas las implicaciones que tiene un problema de magnitud global que exige, sin dudas, una solución global con valores en disputa pero también con valores comunes.
Por otro lado, sabemos que el entorno internacional pauta mucho del contexto de la formulación de las políticas nacionales. Los diseñadores de decisiones de cada país comparten un contexto de políticas formado por el ciclo económico internacional de prosperidad, recesión, depresión y recuperación. En el marco de la pandemia global la agenda de políticas públicas está adquiriendo un tono internacional como nunca antes. A lo largo y ancho del mundo democrático liberal aparecen los mismos problemas en diferentes sociedades al mismo tiempo y se consideran algunas soluciones comunes, mayor atención a los sistemas de salud, inversión en ciencia y tecnología, políticas de cuidado de las personas, etc. Los medios de comunicación masiva y las conferencias internacionales facilitan y suelen facilitar este proceso de difusión de las políticas.
Los diseñadores de políticas contra el avance de la pandemia en un país tratan de emular los éxitos de sus pares en el extranjero. Si bien no hay una replica exacta de país en país, ese efecto comparado es central. Más allá de que existen casos que se han mantenido absolutamente al margen de esto como Estados Unidos, Brasil, Gran Bretaña, Chile, para una gran cantidad de gobiernos esa comparación global ha sido clave en sus sistemas de decisiones de política pública.
Dentro del globalismo, el inexistente y poco representativo papel de las estructuras supraestatales ha sido patente (algo que viene ocupando gran parte de la discusión internacionalista desde los escritos de la interdependencia compleja de Keohane y Nye, hasta la propuesta habermasiana de un Estado global). El bajo nivel de incidencia mundial del brazo legislativo de la ONU como es la Unión Interparlamentaria Mundial y los organismos de integración degradados en América Latina como la UNASUR, el PARLATINO o el mismo MERCOSUR. O el papel alicaído del Banco Interamericano de Desarrollo muestran a las claras un replanteo acerca de la incidencia de los órganos supraestatales en poder dar respuestas a las crisis globales.
El papel de la OMS, su falta de reflejos y confusa comunicación de las recomendaciones frente al COVID informan sobre cómo ha respondido frente a la estructuración del problema público global. El origen de la OMS estuvo ligado en el pasado al trabajo de los aliados por socorrer a las poblaciones civiles que iban encontrando después de conquistar los territorios europeos tomados por las potencias del Eje, a través de la Sección de Salud de la Liga de las Naciones y de la United Nations Relief and Rehabilitation Administration (UNRRA). La intención era crear un organismo independiente de las decisiones políticas y de otras agencias que reforzara los lazos entre los descubrimientos médicos y las necesidades de salud, incluyendo la mayor cantidad posible de países y en forma independiente de su orientación política.
El término “Mundial” como parte del título sirvió para enfatizar la idea de que el mundo no podría funcionar teniendo parte de la población mundial enferma, si la otra parte estuviese sana. También plantea la idea de que muchos de los problemas de salud solo podrían ser resueltos a escala global, entendiendo que los países ricos deberían ayudar a los pobres. Las instituciones de integración mundial y regional han mostrado un papel alicaído en materia de coordinación de una política mundial global. Que es evidente que el globalismo ha tenido y tiene un peso especifico no hay dudas, pero no por el papel destacado de los organismos supraestatales sino más bien por cómo los Estados han tenido un flujo de información que les permitió comparar decisiones de políticas frente a la pandemia. En algunos casos como el de Argentina y frente a la información de lo que ocurría en Europa y a las “malas decisiones” de países que no tomaron medidas preventivas como las cuarentenas y otras de distanciamiento social obligatorio, ha sido exitoso en términos relativos y viendo los resultados de las tasas de mortalidad y contagios en otros países de la región. La estructuración del problema global del COVID se mostró global en el flujo comunicacional pero local en las medidas para enfrentar el avance de la pandemia. En términos decisionales se podría decir que el globalismo tiene una lógica más bien descoordinada y que en el terreno local cada país toma decisiones con una lógica propia de acuerdo al grado de neoliberalización o estatismo de sus gobiernos.
Los viejos y nuevos efectos poderosos de los medios
La agenda de los medios constituye un proceso que es preciso analizar en función de la temporalidad del problema público y su construcción mediática. Desde un inicio, en general, los medios televisivos y gráficos fueron cautos y acompañaron las medidas tempranas de aislamiento social preventivo decretadas por el Poder Ejecutivo Nacional. En ese sentido, no hubo desacuerdo prácticamente en la interpretación de lo oportuno de la medida salvo en muy contadas excepciones. Esa interpretación y comunicación positiva fue acompañada desde un principio y se mantuvo bastante fiel a las comunicaciones en sincronía entre Nación, Provincia de Buenos Aires y Ciudad de Buenos Aires. El hecho mismo de lograr una coordinación entre los tres niveles, sumado a una coordinación con las restantes provincias y municipios generó un clima y una estructuración del problema público de la pandemia que se mantuvo en una etiquetación (labelling) positiva de la presencia del Estado ante la pandemia. Cabe destacar que la coordinación política entre los niveles del Estado y entre las fuerzas políticas oficialistas y opositoras ha constituido una variable diferencial del resultado obtenido frente a la lucha por evitar el colapso del sistema de salud y amortiguar los efectos devastadores en materia económica. Los casos de Perú y Brasil son dos casos arquetípicos en donde esa falta de coordinación redundó en un descalabro sanitario y económico sin precedentes.
Unos meses posteriores a la medida de cuarentena obligatoria, las condiciones objetivas y la forma de presentar el problema público de las medidas de aislamiento comenzó a virar. Los medios comenzaron a incorporar nuevos lenguajes comunicativos y a presentar el problema bajo un aspecto dicotómico: “Economía o Salud”. La lógica dilemática a partir de la cual comenzó a ser reconfigurado el problema ha ido construyendo posiciones ya no comunes y tan dialógicas sino más bien disonantes y binarias. Los principales programas televisivos que ocupan un lugar central en la banda de información nocturna han alentado la dicotomía «Economía Vs. Salud” hasta el cansancio. El fenómeno de la pandemia y las medidas de aislamiento mostraron en los últimos meses, en el caso de Argentina, una sincronicidad de problemas asociados a la pandemia y a las medidas para combatirlas que representan un momento de múltiples tensiones en distintos campos. La sincronización de varios campos en disputa, como el problema de la economía, el desempleo, la pobreza, la educación, la deuda externa, las reformas tributarias, etc., tienen un reflejo mediático actual. Por lo tanto, la presentación del problema público de la pandemia a nivel nacional presenta esas características que redirigen al problema público hacia una zona de tensión.
El fenómeno observado en los meses de pandemia y sobre todo en los meses de cuarentena es que los medios han vuelto a adquirir el viejo efecto de impacto directo y profundo sobre la construcción de la agenda ciudadana. Los estudios de consultoras han mostrado, por lo menos a nivel nacional, un consumo mediático que duplica el anterior a la pandemia y cuarentena, y el efecto devastador de las cifras de contagios y muertos ha cartelizado las pantallas, los diarios y las informaciones en redes. Los medios han adquirido un poder de fuego altísimo en la conformación de la agenda pública y a nivel global son un agente central. Si bien la recuperación del rol de los Estados en algunos países ha sido clave, los medios siguen siendo el gran motor de la configuración de la agenda pública.
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