Revisando fotos viejas y eligiendo algunas, encontré una entrañable junto al notable novelista y periodista Osvaldo Soriano y al otro Soriano, Pepe, acaso el mejor actor argentino (ver imagen). Con ambos compartí un festival de cine de Venecia en 1994 porque competía la película de Héctor Olivera “Una sombra ya pronto serás”, versión de una ficción suya.
Se fue un 29 de enero de 1997, a días de haber cumplido 54, víctima del verdugo de los grandes fumadores, el cáncer de pulmón. Y no puedo menos que recordarlo como uno de esos exponentes de la literatura que se hacen famosos a pesar suyo y sin creérselo del todo, un típico periodista maestro en notas de gran calidad que deviene novelista solo para no dejar de escribir. Soriano fue un best seller impresionante traducido al inglés, francés, italiano, alemán, portugués, sueco, noruego, polaco, griego, húngaro, checo, hebreo, danés y ruso. Varios libros suyos pasaron al cine y fueron igualmente éxitos, como el ya mencionado y “No habrá más penas ni olvido” (Olivera) o “Cuarteles de invierno” (Lautaro Murúa).
Pero ninguno de estos logros tan deseados y envidiados por sus colegas consiguieron inmovilizarlo con el bronce de las estatuas egregias. Vendió algo más de un millón de ejemplares en todo el mundo, pero el importe de los derechos de autor no logró alejarlo del uniforme de reo de redacción: pantalones siempre arrugados, camisas un poco fuera del cinturón, algún saco que la panza no permitía abotonar y jamás la horca de una corbata. Cara de tipo común, un argentino del subte. Y el cigarrillo siempre colgando de la comisura, volcando ceniza en la solapa. Popular, progre y futbolero –insomne por su San Lorenzo de Almagro- escribía, fumaba, tomaba sin excesos un tinto de aceptable calidad y como tantos escritores, amaba los gatos.
La narrativa de Osvaldo Soriano es en todos los casos de irremediable seducción, escribía con la fluidez del flash periodístico pero también con un conocimiento profundo de la fragilidad del alma: supo retratar como pocos al perdedor y toda su novelística es algo así como el road movie de un grupo de perdedores natos y entrañables. Sus personajes viven aventuras increíbles y llenas de peligros pero que jamás habrán de alcanzar el rango de hazañas: los hará vivir una de acción en plena entrega del Oscar o llevarán el cadáver de un prócer bien nuestro por medio mundo. Serán empresas locas, soñadoras y frustradas.
Su obra maestra es la primera, “Triste, solitario y final”, un relato cuya maestría elogiaron grandes escritores de todo el mundo. Después en lo personal me quedo con “No habrá más penas ni olvido”, un crudo y a la vez paradójico retrato del peronismo que el cine –cosa curiosa, suele suceder lo contrario- engrandeció por la maestría del realizador y los grandes trabajos de todos, especialmente de Ulises Dumont. Esa es otra virtud de Soriano, su peronismo profundo y convencido no lo ejercitaba como herramienta literario-política sino que transpiraba de manera natural desde la conducta de sus personajes.
También sus cuentos son muy buenos, pero uno siente al leerlos que se ponen en puntas de pie para convertirse en novelas. Al revés de los novelistas empeñosos que aburren porque lo suyo es el cuento: sabiamente, Borges, cuentista genial, no abordó la novela. Hoy los nuevos escritores rioplatenses suelen admitir cuando los entrevistan y los ponderan: “sí, puede ser que me haya salido algo bueno, pero Soriano…”. Y sí, Osvaldo es de hecho inalcanzable al menos en la magnitud y continuidad de su corpus literario.
A tantos años de su adiós, sus libros siguen vendiendo casi como antes porque el tiempo no consigue modificar la fórmula mágica: un perdedor legítimo no acierta en nada salvo en el camino hacia nuestro corazón.
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