En tiempos complejos frente a la irrupción de la pandemia por COVID-19 y en una línea coherente con las esquelas publicadas y vinculadas al campo de la Salud Mental y los Derechos Humanos, seguimos ahondando, abriendo interrogantes, así como ejes de intervención en los ámbitos específicos en que las disputas y tensiones en el campo de la salud mental irrumpen de un modo más dramático.
Por ello, desarrollan aportes específicos el “Programa de Salud, Subjetividad y Trabajo” (a cargo de las docentes investigadoras Cecilia Ros y Miriam Wlosko) y los grupos que investigan y trabajan sobre “Género y Salud Mental” y “Salud Mental, Derechos Humanos y Niñez”; estos últimos, adscriptos al Doctorado y a la Maestría en Salud Mental Comunitaria, compuestos por Alejandra Barcala, Corina Maruzza, Laura Poverene y Alejandro Wilner.
Así nos interiorizamos en los riesgos que implican la discriminación y la exclusión basadas en la identidad de género, la invisibilización de las tareas de cuidado, la complejidad de las violencias por motivos de género y la importancia de la formación de profesionales en estos aspectos; también con los riesgos y las transformaciones del trabajo en general, que sufren quienes trabajan en el campo de la salud en particular y que afectan a su salud y subjetividad; y por último, en cómo resquebrajar las miradas adultocéntricas a la hora de abordar problemáticas vinculadas a las infancias y adolescencias.
Género y Salud Mental: violencias estructurales y tareas invisibilizadas
La vulneración de derechos humanos por motivos relacionados con la identidad de género, la transfobia y las situaciones de abuso y discriminación en marcos institucionales, son graves problemas que existen con anterioridad a la pandemia. La patologización (es decir, la consideración de quienes se identifican con un género distinto al asignado al nacer, como enfermas) está relacionada con un mayor prejuicio contra las personas trans, su discriminación y exclusión social, educativa y laboral, y la inaccesibilidad al ámbito sanitario que implica un riesgo para sus vidas, y que en este contexto se ve aumentada.
Por otra parte, sobre los grupos más vulnerados (por razones de género, procedencia social o geográfica) suelen recaer las tareas de cuidado que no reciben reconocimiento social ni económico -no son remuneradas o lo son en forma precarizada-. En este contexto se vuelve sumamente urgente visibilizar esta situación. Y es imprescindible considerar, entre estas tareas, las que están dedicadas no solo al cuidado de niños, niñas y adolescentes, de las personas enfermas o ancianas, sino también de la población detenida. Esta última se encuentra por completo a cargo de mujeres.
Esta coyuntura no hace más que recrudecer y acelerar las violencias estructurales. Pero en cuanto a la violencia familiar (entendiendo que la misma incluye las relaciones de pareja) es necesario comprender que su complejidad no está dada solo por la situación de aislamiento social preventivo y obligatorio actual. Entre las características de esta violencia se encuentra el hecho de que surge en el marco de vínculos afectivos, por lo general muy estrechos, entre quienes las padecen y quienes las ejercen, y que desvincularse, denunciar, solicitar la exclusión del hogar de una persona, implican la toma de decisiones que conllevan un proceso y un arduo recorrido.
Es necesario sostener que para la formación adecuada en las áreas vinculadas al género no es suficiente el activismo. Una formación adecuada de profesionales de la salud es el medio insoslayable para alcanzar la erradicación de las violencias por motivos de género, y la despatologización trans. Para esto es imprescindible la inclusión de marcos conceptuales y epistemológicos interseccionales, interdisciplinarios y socialmente comprometidos. En esta línea afirmamos que la existencia de las leyes no garantiza las buenas prácticas.
Cuidar cuidándonos: reflexiones acerca de la salud, la subjetividad y el trabajo
Todo trabajo en general pone en juego un esfuerzo, muchas veces invisible, de negociación entre las exigencias que el mismo impone y lo que las personas ponen de sí -de su economía psicosomática- para que el trabajo resulte. Esto lleva tiempo y constituye un patrimonio sobre el cual se apoya la vivencia de control y dominio que nos permite trabajar todos los días.
La actual situación instala nuevas reglas de juego: nuevas demandas de cuidado, nuevos actores (cuando se reorganizan sectores, funciones, a partir de los servicios que ya no se prestan o de los nuevos que hay que incorporar), nuevos ritmos y tiempos de trabajo (aún bajo la modalidad del homeoffice), nuevos medios y formatos para la asistencia (telefónicos, con nuevas tecnologías, presenciales pero con equipos de protección, etc.); todo esto en un contexto de incertidumbre vertiginosa en el que a veces no parece existir el tiempo suficiente para pensar.
De esta manera, se destacan dos planos que merecen al menos la atención sobre los efectos del trabajo en la salud mental.
Uno, vinculado a cómo incluir en la escucha y acompañamiento propio de los cuidados en salud mental los efectos del trabajo sobre las personas que asistimos, teniendo en cuenta las diversas maneras en que este puede generar malestar/sufrimiento: ya sea por inexistente, por riesgoso, o por intensificado.
Otro, vinculado más particularmente al propio trabajo del personal de salud/salud mental. En este punto, la figura del héroe que se ha instalado en los medios y en la opinión pública para describir el trabajo del personal de salud, más allá de que expresa un reconocimiento social necesario y justo, no debe impedir que quienes desarrollan los cuidados de salud manifiesten y hagan oír sus impotencias y temores frente a un trabajo que en ocasiones ha cambiado, que se vivencia como peligroso, incierto, y que además debe ser compatibilizado con una cotidianeidad familiar y social que también requiere de nuevos y grandes esfuerzos de adaptación y cambio.
Es necesario comenzar a socializar las herramientas que pueden estar al alcance de la población, sobre todo las que nos caracterizan como profesionales del campo de la salud mental, tales como la escucha. Alentar a quienes nos consultan, cuando les resulte posible, a brindar escucha y considerarla en sí misma como un recurso valiosísimo y un aporte fundamental para el acompañamiento de otras personas. Así también, el rastreo y la construcción de redes se vuelve tan fundamental como el ejercicio de la empatía y la práctica de la solidaridad entre profesionales y hacia quienes nos consultan.
Por ello, es importante que quienes se desempeñan como trabajadores de la saludno solo velen por condiciones de seguridad en su trabajo, sino que también se den y/o soliciten espacios en los que compartir tanto sus vivencias, temores, valoraciones en relación con el trabajo como los modos que van encontrando para responder mejor a los cuidados que dispensan a otras personas.
Niños, niñas y adolescentes (NNyA): capacidad de agencia como futuro posible
En este particular contexto de emergencia sanitaria se visibiliza la intensidad de la reproducción y profundización de las desigualdades en los modos en que NNyA habitan la infancia y se vulnera su derecho a la salud mental. Dentro del grupo especialmente vulnerado se encuentran las y los NNyA institucionalizadas/os por razones de salud mental y consumo problemático.
Es importante escuchar sus voces y narrativas respecto a sus sentimientos y sensibilidad sin desacreditarlas ni estigmatizarlas en función de su edad, género, pertenencia social o geográfica o su salud mental, y respetar la singularidad situada. Esto constituye un compromiso ético-político para quienes se desempeñan como actores del campo de la salud mental y es el único modo de resquebrajar las miradas adultocéntricas, las representaciones en torno a la “peligrosidad” y la “victimización” en función de las situaciones vividas.
Para eso es necesario co-construir y reinventar dispositivos institucionales y territoriales generando marcos simbólicos que les permitan expresar sus voces y simbolizar sus sufrimientos, creando así oportunidades para la construcción de un proyecto que articule sus sueños y un futuro; visibilizar y desmontar las actuales estrategias biopolíticas, y demostrar que las propuestas innovadoras que otorgan capacidad de agencia a NNyA no son una utopía sino realidades posibles, que no deben quedar por fuera de los marcos de reflexión de los proyectos sociales y de una transformación cultural más amplia que garantice el derecho a una vida digna.
Para cerrar, difundimos los canales institucionales tanto para casos de denuncia y control ante abusos policiales, como ante violencia familiar o sexual:
- Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, línea para informar sobre hechos de Violencia Institucional, Tel. 0800-122-5878.
- Órgano de Revisión de Salud Mental: para informar sobre cualquier situaciónque involucre los derechos de los usuarios y usuarias de los servicios de salud mental (011) 4342-5916/5848 (Fax) 4342-5839 – 0800-333-6776, Mail organoderevision@mpd.gov.ar
- Respecto de violencia familiar y sexual, la línea 137 (Ministerio de Justicia y DDHH de la Nación) atiende las 24 horas los 365 días del año. Funciona desde el año 2006 y es atendida por profesionales de Psicología, Trabajo Social y un equipo jurídico, todos con una larga trayectoria de acompañamiento, orientación y seguimiento en estas situaciones de emergencia.
Salud y subjetividad en contextos distópicos http://vientosur.unla.edu.ar/index.php/salud-y-subjetividad-en-contextos-distopicos/
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